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TRAJE DE BAÑO (mediados del siglo XIX, Europa)
El origen del traje de baño como prenda distintiva se remonta a mediados del siglo XIX. Anteriormente, los baños recreativos no eran un pasatiempo popular, y si un hombre o una mujer se zambullían en el agua lo hacían en paños menores o desnudos.
Un avance importante contribuyó a cambiar la práctica del baño y a crear la necesidad del traje de baño. En el siglo XIX los médicos europeos empezaron a recomendar el baño recreativo como un tónico para los “nervios”, término que abarcaba entonces algo tan temporal como las penas de amores o tan terminal como la meningitis tuberculosa. La cura eran las aguas, ya fuesen minerales, de manantial o de mar. A docenas de miles, los europeos, que durante siglos habían equiparado el baño de cuerpo entero a la muerte, empezaron a chapotear, zambullirse y nadar en lagos, torrentes y playas.
Los trajes de baño que aparecieron para satisfacer esta necesidad siguieron el diseño de los vestidos de calle. Las mujeres, por ejemplo, usaban un vestido de franela, alpaca o sarga, con un corpiño ajustado, cuello alto, mangas hasta el codo, una falda hasta las rodillas, y debajo de ella pantalones bombachos, medias negras y zapatillas de lona con tacón bajo. El atuendo masculino era poco menos voluminoso y peligroso. Esta indumentaria constituía el traje de baño propiamente dicho, en contraposición a los posteriores bañadores, más ligeros y prácticos.
Desde el año 1880, las mujeres podían establecer un contacto más seguro con el agua del mar, gracias a la “máquina de baños”. Este artefacto, provisto de una rampa y un cubículo para vestirse, era arrastrado sobre ruedas desde la arena hasta aguas poco profundas. La dama se desvestía en la máquina, se ponía una holgada bata de franela larga hasta los pies y sujeta al cuello por un cordón, y bajaba por la rampa hasta el mar. Una tienda, conocida como “capuchón de modestia”, la ocultaba a los varones que hubiera en la playa. Las “máquinas de baños” eran custodiadas por unas empleadas cuya misión consistía en acelerar el paso de los mirones.
Poco antes de la primera guerra mundial, adquirió popularidad el bañador ceñido y de una sola pieza, aunque tenía mangas y llegaba hasta las rodillas, y el modelo femenino disponía también de falda. La revolución del bañador se debió en gran medida a los conocimientos textiles del danés Carl Jantzen.
Nacido en Aarhus, en Dinamarca, en el año 1883, Jantzen emigró a los Estados Unidos, y en el año 1913 era socio de la firma textil Portland Knitting Mills de Oregón, que fabricaba suéteres, gorros y guantes de lana. Jantzen experimentaba con una máquina de hacer punto en el año 1915, tratando de producir un jersey ligero de lana, con una elasticidad excepcional, cuando descubrió un punto que correspondía exactamente a este deseo.
Se suponía que este punto debía de intervenir en la fabricación de suéteres, pero un amigo perteneciente al Club de Remo de Portland pidió a Jantzen una prenda que permitiera mayor holgura de movimientos. Al poco tiempo, todos los miembros del equipo de remo utilizaban las prendas ceñidas y elásticas de Jantzen. La empresa de Portland adquirió el nuevo nombre de Jantzen Knitting Mills y adoptó este eslogan: “El traje que cambió el baño en natación.”
BIKINI
Los bañadores se tornaron más reveladores en los años 1930. Desde la adopción de los modelos sin espalda o con delgados tirantes, el atuendo de las mujeres progresó rápidamente hasta el dos piezas con cuello y pantalón corto. El bikini fue el paso siguiente y, a través de su nombre, la moda ha quedado unida para siempre con el comienzo de la era nuclear.
El 1 de julio de 1946, los Estados Unidos iniciaron las pruebas nucleares en tiempo de paz dejando caer una bomba atómica en el archipiélago de las Marshall, en el océano Pacífico, exactamente en el atolón de Bikini. Esta bomba, similar a las que un año antes habían devastado Hiroshima y Nagasaki, llamó la atención de todos los medios de comunicación mundiales.
En París, el diseñador de modas Louis Réard se disponía a presentar un osado bañador de dos piezas que aún carecía de nombre. Los periódicos multiplicaban los detalles acerca de la explosión de la bomba y Réard, deseando que su bañador fuera objeto de interés para los medios de comunicación, y convencido de que su modelo era en sí explosivo, seleccionó aquel nombre entonces tan repetido.
El 5 de julio, cuatro días después de lanzada la bomba, la primera modelo de Réard, Micheline Bernardi, presentó en París el primer bikini de la historia; aquel mismo año el nuevo bañador suscitó más debates, preocupaciones y condenas que la misma bomba.
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