ZAPATOS (antes del año 2.000 a.C., Próximo Oriente)

 

Aunque ciertas prendas tuvieron su origen en la necesidad de proteger y cubrir el cuerpo, desde los tiempos más remotos la mayoría de las prendas surgieron como manifestación de categoría y rango social. Co­lor, estilo y tela distinguían al sumo sacerdote del hombre del pueblo llano, al magistrado del delincuente, y al jefe militar de sus subordi­nados. De hecho, la indumentaria sigue siendo el medio más patente para exteriorizar una jerarquía social. En cuanto a las contribu­ciones aportadas a la moda por los dictados de la modestia, nada tu­vieron que ver, en general, con el origen del vestido, y estamparon su sello particular (y a menudo peculiar) en el atuendo siglos más tarde.

 

Los zapatos, aunque indiscutiblemente prácticos, constituyen un temprano ejemplo de la indumentaria como indicador de categorías.

 

El calzado más antiguo que se conoce es la sandalia. Fabricada con papiro tejido, fue descubierta en una tumba egipcia con una antigüedad de 2.000 años a.C. Las sandalias, el calzado más usado en la Antigüedad en climas cálidos, ofrecían toda una variedad de formatos, acaso tan numerosos como los modelos hoy a nuestra disposición.

 

Las sandalias griegas de cuero, o “krepis”, se fabricaban en diversos co­lores y con adornos variados, incluso oro. Las “crepida” romanas tenían la suela más gruesa y costados de cuero, y se ataban por encima del em­peine. Los galos preferían el “campagus”, con más caña, y los moros calza­ban la alpargata de cáñamo o de esparto trenzado. A partir de tumbas y pinturas antiguas, los arqueólogos han catalogado cientos de modelos de sandalia.

 

Aunque las sandalias fueran el calzado más corriente en la Antigüe­dad, también se utilizaban otros tipos. El primer zapato propiamente dicho que se conoce es un modelo de cuero en forma de mocasín. Se sujetaba al pie con unos cordones de cuero sin curtir y gozó de espe­cial predilección en Babilonia hacia 1.600 años a.C.

 

A partir del año 600 a.C., las mujeres griegas de la clase alta adoptaron un calzado de cuero similar, ajustado al pie, y los colores de moda eran el blanco y el rojo. Los romanos fueron los primeros en establecer, al­rededor del año 200 a.C., gremios de zapateros, y estos profesionales fue­ron también los primeros en diferenciar el calzado para el pie iz­quierdo y para el derecho.

 

Tanto en estilo como en color, el calzado romano designaba clara­mente a la clase social. Las mujeres de alcurnia lucían zapatos cerra­dos blancos y rojos y, en las ocasiones especiales, verdes o amarillos. Las mujeres de menor rango calzaban sandalias de cuero abiertas en sus colores naturales. Oficialmente, los senadores llevaban zapatos de color marrón, con cuatro tiras de cuero negro alrededor de la panto­rrilla, hasta la mitad de la misma y atadas con dobles nudos. Los cón­sules lucían calzado blanco. Todavía no existían marcas, pero sí cier­tos profesionales agremiados cuyos productos eran muy solicitados por su confección excepcional y su comodidad. Huelga precisar que este calzado era mucho más caro.

 

Hasta la primera década del siglo XIV, en las sociedades europeas más civilizadas, ni siquiera la realeza podía ad­quirir calzado según medidas estándar. Incluso los zapatos más caros, hechos a la medida, podían variar en tamaño de un par a otro, según las mediciones efectuadas y la habilidad artesana de cada zapatero.

 

Estas deficiencias empezaron a subsanarse en el año 1305, cuando el mo­narca británico Eduardo I decretó que, para conseguir un nivel de precisión en ciertos oficios, una pulgada había de ser considerada como la longitud de tres espigas de cebada, secas y puestas una a con­tinuación de otra. Los zapateros británicos adoptaron esta medida y empezaron a fabricar el primer calzado de horma estándar. Un zapato de niño que midiera trece espigas de cebada pasó a ser considerado del número 13, y así se pedía en la tienda. Y aunque los zapatos con­feccionados para el pie derecho y el izquierdo habían dejado de existir después de la caída del Imperio Romano, reaparecieron en la Inglate­rra del siglo XIV.

 

Por la misma época, hizo su aparición un nuevo estilo: los zapa­tos con puntas extremadamente largas y afiladas. La moda llegó al extremo de que Eduardo III de Inglaterra promulgó una ley que prohibía que las puntas se alargaran dos pulgadas más allá del dedo gordo. Durante algún tiempo, se obedeció este edicto, pero a prin­cipios del siglo XIV había ya zapatos con puntas de casi medio metro, cuyos usuarios tropezaban continuamente con sus propios pies.

 

Este calzado, los llamados “crakows”, surgido en el ambiente que auguraba el Renacimiento, introdujo nuevas tendencias en el estilo de los zapatos, reemplazando una moda extrema por otra igual­mente extrema. El zapato absurdamente largo y puntiagudo, por ejemplo, fue sustituido por otro cortísimo y de una anchura casi có­mica, que bien podía acomodar otros cinco dedos.

 

En el siglo XVII, el llamado “oxford”, un zapato bajo de piel de becerro, atado sobre el empeine a través de tres o más ojales, fue la creación de los zapateros de aquella ciudad universitaria inglesa.

 

En Norteamérica, el diseño dio en aquella época un paso atrás, pues los primeros artesanos de la colonia sólo ofrecían zapatos cortados de una sola pieza, sin diferenciar pie derecho e izquierdo.

 

Los ricos recurrían al calzado importado de Inglaterra. La selec­ción, precio y comodidad del calzado mejoraron a mediados del siglo XVIII cuando se inauguró la primera fábrica americana de este ramo en Massachusetts. Estos zapatos fabricados en serie toda­vía se cortaban y cosían a mano, operaciones que realizaban en casa mujeres y chiquillos a cambio de un magro estipendio. Des­pués se completaba el montaje en la fábrica.

 

La mecanización completa de la confección de calzado, y con ella la auténtica producción en serie, tardó en llegar. En 1892, la Manfield Shoe Company de Northampton, en Inglaterra, puso en mar­cha las primeras máquinas capaces de producir zapatos de calidad en medidas estándar y en grandes cantidades.

 

 

BOTAS (1.100 años a.C., Asiria)

 

Las botas se originaron como calzado para las batallas. Los sume­rios y los egipcios enviaban a sus soldados a combatir descalzos, pero hacia 1.100 años a.C., los asirios introdujeron unas botas de cuero hasta media pantorrilla, sujetas con cordones y con suela provista de un refuerzo metálico.

 

Se sabe que los asirios, y los hititas, unos y otros expertos zapate­ros, disponían de botas militares con los pies izquierdo y derecho di­ferenciados. Una traducción de un texto hitita se refiere a Telipinu, dios de la agricultura, y a su enojo al meter inadvertidamente “su pie derecho en la bota izquierda y su pie izquierdo en la bota derecha”.

 

La bota de la infantería asiria tardó mucho en ser adoptada por los soldados griegos y romanos. De pelear descalzos, éstos progresa­ron hasta adoptar las sandalias con suelas claveteadas, y tanto grie­gos como romanos sólo se equipaban con botas gruesas para largas travesías a pie. En tiempo frío, estas botas solían estar forradas con pelo y adornadas en su parte superior con la cola o zarpa colgante de algún animal.

 

Las botas también se convirtieron en el calzado rutinario para las comunidades nómadas que se desplazaban a caballo por regiones montañosas frías y por las estepas. Su solidez y el tacón que mante­nía el pie en el estribo otorgaban a este calzado un papel importante como equipo de combate. A principios del siglo XIX, zapateros de Hesse, en Alemania, presentaron las botas militares enterizas denomi­nadas “hessianas”, de cuero negro y abrillantado, con una borla similar a las colas de animal empleadas por los. romanos, colgando de la parte superior. Y en el mismo período, los zapateros británicos, aprovechando una victoria militar, popularizaron las “Wellington”, botas altas así llamadas en honor de Arthur Wellesley, el “Duque de hierro” de Wellington, artífice de la derrota de Napoleón en Wa­terloo.

 

A lo largo de los siglos, las botas han estado más o menos de moda, pero un aspecto de las mismas, su pronunciado tacón, sería el causante del fenómeno de los tacones altos.

 

 

TACONES ALTOS (siglo XVI, Francia)

 

Los tacones altos no aparecieron de la noche a la mañana. Crecie­ron, centímetro a centímetro, a lo largo de las décadas, y la tenden­cia más extrema se inició en la Francia del siglo XVI. Y aunque el término “tacones altos” se convertiría más tarde en rúbrica para el calzado femenino, tales zapatos los llevaron primero los hombres. En el siglo XVI hubo relativamente poca evolución en el calzado de las mujeres, puesto que quedaba oculto bajo las faldas largas.

 

La ventaja de un tacón más bien alto se apreció primero en la equi­tación, ya que estos tacones aseguraban los pies en los estribos. Por consiguiente, las botas de montar fueron el primer calzado rutinaria­mente dotado de tacón alto. Y durante la Edad Media, cuando el ha­cinamiento y las pésimas condiciones sanitarias hacían de las deposi­ciones humanas y animales un desagradable obstáculo en las calles, las botas con suela gruesa y tacón alto ofrecían unos centímetros de pro­tección práctica, así como una altura adicional de innegable valor psi­cológico.

 

Precisamente con la finalidad de elevarse por encima de las inmun­dicias callejeras aparecieron los zuecos en la Edad Media. Tuvieron su origen en el norte de Europa como un calzado adicional, en parte o totalmente de madera, con una base gruesa para proteger los buenos zapatos de cuero del usuario contra el barro y la suciedad de las calles. En meses más cálidos, solían usarse en vez de los zapatos ajustados de cuero.

 

Un calzado alemán denominado “pump” adquirió popularidad en toda Europa a mediados del siglo XVI. Era una especie de zapatilla, simple o adornada con gemas, tenía tacón bajo, y los historiadores creen que su nombre es una onomatopeya del ruido (“plump, pluma”) que hacía su tacón al rebotar en un suelo de madera. Una za­patilla femenina posterior, la chancleta, fue conocida también con este nombre.

 

A mediados del siglo XVII, las botas de hombre con tacones altos eran de rigor en Francia. La moda la inició y la llevó a gran altura Luis XIV, el Rey Sol. En sus setenta y tres años de reinado, el más pro­longado en la historia de Europa, Francia alcanzó el cenit de su poderío militar, y la corte francesa llegó a un nivel de cultura y refinamiento sin precedentes. Pero ninguno de los impresionantes logros de Luis podía compensar psicológicamente su baja estatura, y en cierto momento el monarca hizo añadir varios centímetros de altura a los tacones de sus zapatos. Nobles y damas de su corte se apresuraron a encargar a sus za­pateros que aumentaran la altura de sus tacones, homenaje que obligó al rey a incrementar la de los suyos. Cuando, pasado un tiempo, los va­rones descendieron de nuevo a sus alturas anatómicas, las mujeres de la corte no siguieron su ejemplo, y con ello se creó una disparidad histó­rica en la altura de los tacones de los dos sexos.

 

En el siglo XVIII, las damas de la corte francesa usaban zapatos de brocado con tacón alto cuya elevación podía llegar a los ocho centí­metros, y en otros países las mujeres, adoptando la moda llegada de París, se pasaron al llamado “tacón francés”. Con el tiempo, se impuso una polarización en los tacones, pues mientras los de las mujeres se hacían cada vez más altos y estrechos, los de los hombres se reducían (aunque no en las botas de montar). En los años veinte, “tacón alto” ya no indicaba la altura real de un tacón de zapato, sino que conno­taba una atractiva moda femenina en el calzado.