MI PASIÓN, "ESCRIBIR"

 


      LUNA         NEGRA    

 
Sus ojos negros la observaban. Un cuervo se posó en su hombro con un suave aleteo. Una cínica y perversa sonrisa se dibujó en sus labios.

 

- ¿Vienes?- su voz sonó profunda y alargó hacia ella una mano blanca, de dedos finos y largos.

 

Por la mente de Gladys surcó un pequeño rayo de temor pero algo en su interior la impulsó a levantar su mano y coger la de él. Al contacto de su piel un escalofrío recorrió su espalda. La mano de aquel personaje oscuro era fría y rígida y eso llenó de miedo el corazón de Gladys, pero su alma estaba dominada por aquellos ojos negros, profundos...

 

Despertó con una gran sensación de ansiedad y su corazón latía excitado por alguna extraña razón.

 

Aquella herida en el cuello no era normal y lo más extraño era que no recordaba cuándo se la había hecho. Ahora, después de pasar dos noches sin dormir, el rostro que se reflejaba en el espejo no se parecía al suyo. Sus ojos azules habían perdido su brillo inocente, su rostro ya no tenía la luminosidad ni la viveza de su dieciocho años, su piel antes morena y fresca se había convertido en una piel blanca, enfermiza, y tan fina que suaves venillas azules se dibujaban en su frágil rostro. Sus párpados estaban caídos, débiles. Grandes ojeras oscuras dibujaban el perfil de sus órbitas y sus labios habían pasado de ser rojos y carnosos, a ser dos finas y amoratadas líneas. También su cuerpo estaba más débil y delgado. Sus piernas flaquearon cuando intentó andar. Volvió a sentarse en el tocador frente al espejo donde su cara, ahora desconocida, volvió a reflejarse y en su cuello observó de nuevo la extraña herida. Se acercó al cristal y observó más detenidamente. Era una herida profunda, dos perforaciones que marcaban sus venas. Deslizó uno de sus frágiles dedos sobre la herida y una punzada de dolor recorrió su cuerpo haciéndola emitir un leve gemido.

 

Bajaba las escaleras sujetándose, con dificultad, en la barandilla. Entró en el salón donde todos estaban sentados a la mesa tomando el desayuno y se volvieron al verla entrar. Gladys saludó con un ligero movimiento de cabeza. Llevaba en cuello cubierto con un pañuelo negro y sus tejanos de siempre con una camisa blanca. Se sentó a la mesa bajo la mirada de sus padres y su hermana. Miró el desayuno que tenía preparado. Las tostadas bailaron frente a su vista y las arcadas subieron a su garganta, se levantó todo lo rápido que pudo y corrió hacia el cuarto de baño.

 

- Gladys ¿ te encuentras bien?- Oyó que su madre preguntaba desde el salón.

 

- Sí, mamá, sólo estoy algo indispuesta. Subiré a echarme en la cama, no estoy segura de poder ir a clase.

 

- Tendré que llamar al médico, llevas dos días en cama, hoy ya es el tercero.

 

- No es nada. Hoy he logrado levantarme, simplemente es mal estar, mañana estaré bien.

 

- Está bien- contestó su madre- Ahora sube a acostarte, y si mañana no estás mejor llamaré al doctor para que te visite.

 

- Muy bien.

 

Gladys siguió el consejo de su madre y subió a acostarse. Instantes más tarde recorría un largo y agradable viaje hacia el sueño.

 

- Eres mía- Una voz resonó en las tinieblas de su mente.

 

Tres días en casa y sus amigos ya habían ido a visitarla. Su cuerpo, cada vez más débil, ya no respondía a sus órdenes. El médico no sabía qué era lo que le sucedía pero decidió que lo mejor para ella era guardar cama. Gladys se sentía prisionera. La luz del sol dañaba sus ojos y la molestaba, por eso las persianas estaban bajadas y una suave penumbra invadía la estancia.

 

Sus únicas horas de reposo eran las del sueño, cuando la noche caían y las sombras llenaban la ciudad Gladys huía, a través de sus sueños, hacia aquel lugar desconocido, aquel lugar donde su amado, surgido de las brumas, la hacía suya, la besaba con dulzura y delicadeza primero y agresivamente después, mordiendo su carne, hiriendo su piel, clavando sus afilados colmillos en su infantil cuello , robándole la vida, cambiando su existencia. Sus manos frías y rígidas la recorrían ávidamente despojándola del camisón, sus ojos hambrientos la observaban, sus labios recorrían su piel y su lengua lamía su carne mordisqueando con sus dientes aquí y allá.    El corazón de Gladys latía incesantemente, su sangre al contacto de aquel ser antes repulsivo, ardía recorriendo sus venas, llenándola de pasión, abriendo sus labios en suaves susurros, guiando su cuerpo en convulsiones de amor, llenando su boca de incontenibles gemidos, gemidos de pasión, amor, dolor...

 

- ¿ Puedo entrar?- preguntó David desde el otro lado de la puerta.

 

- Claro, pasa- Su suave llamada la había despertado y una pequeña parte de ella se sentía extrañamente vacía.

 

La puerta se entreabrió suavemente y una rosa blanca apareció ante sus ojos, y detrás de la bella flor el sonriente rostro de David le mandó un cariñoso beso.

 

- Una flor para mi flor- dijo entrando y ofreciéndole la rosa.

 

- Gracias por tu visita.
 
 
 



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