Anthony
Pym
Published
in El Guinigada (Universidad de Las Palmas) 2 (1992),
305-318.
RESUMEN
La teoría
de la traducción elaborada en los años 80 por
el británico Peter Newmark ha tenido un impacto importante
en la formación de traductores no sólo en Gran
Bretaña sino también en España. En particular,
el Textbook of Translation pretende ser un manual didáctico
que se dirige directamente a los alumnos de traducción
a nivel universitario y ha sido ampliamente aceptado como
tal. Sin embargo, la teoría de Newmark comporta numerosas
presuposiciones y formulaciones provocadoras que, lejos de
constituir una ortodoxia fructífera, se basan más
bien en un modelo de autoridad que limita innecesariamente
las opciones al alcance del alumno-traductor. Newmark ahoga
así toda conciencia crítica de la traducción
como una actividad reglada por la comunicación, y no
por las exigencias de la autoridad.
ABSTRACT
Peter Newmark's
theory of translation has had an enormous impact on teaching
not only in British translation institutes but also in the
English sections of translation institutes in Spain. In particular,
Newmark's Textbook of Translation is designed to be used directly
in the classroom situation and has largely been accepted as
such. However, Newmark's numerous presuppositions and overtly
provocative formulations are based on a model of authority
which unreasonably restricts the options available to students.
They thus stifle the discovery procedures by which teacher-student
exchanges might otherwise lead to a critical awareness of
translation as an activity governed by the requirements of
communication rather than by authority.
Los
dos libros de Peter Newmark, Approaches to Translation
(1981) y A Textbook of Translation (1988), representan
la casi totalidad de los que sobre la traducción se
han escrito en lengua inglesa durante la década de
los 80. Se sitúan en el vacío relativo que siguió
a una serie de investigaciones innovadoras como las de Jakobson
(1959), Quine (1960), Nida (1964), Catford (1965) y G. Steiner
(1975), complementadas por trabajos sumamente útiles
como los de T.R. Steiner (1975), Lefevere (1977) y House (1977).
Sean cuales hayan sido las razones históricas de ese
vacío, el resultado es que, por lo menos en España-por
la simple lógica de la oferta y la demanda-, hay una
tendencia a conceder a Newmark más importancia de la
debida. Su nombre aparece en casi todos los programas de traducción
en las EUTIs españolas; se le cita en casi todos los
artículos y las memorias que actualmente se escriben
en lengua española; nuestros alumnos suelen recibir
fotocopias de apartados de sus libros-en España los
alumnos no compran libros-; todo ello como si se tratase de
normas y de reglas definitivas, respetadas por todos los profesionales
de la traducción. De ahí la necesidad de subrayar
al menos tres de los rasgos metodológicos que deben
limitar la aplicación pedagógica de esta teoría:
1) lo que hay de verdaderamente útil en Newmark es
su recopilación de nombres poco originales para designar
una serie de procesos de lo más común; 2) a
pesar de múltiples contradicciones y elucubraciones
de menor importancia, su teoría es lo suficientemente
coherente como para ser impresentable por razones ideológicas;
3) algunas de sus conclusiones-como las propias bases de su
teoría-ni siquiera tratan de la traducción propiamente
dicha.
Intentaré
demostrar que cada uno de esos rasgos metodológicos
se fundamenta en una cuestión de autoridad.
De
la teoría a la autoridad
André
Lefevere ha criticado la pedagogía de la traducción
en los términos siguientes:
"Generalmente
la enseñanza de la traducción parte del supuesto
de la fidelidad gramatical y semántica, lo que explica
por qué, si se miran de cerca, muchos manuales que
pretenden enseñar la traducción no ofrecen más
que las teorías lingüísticas actualmente
dominantes, recicladas con algo de estilística y estructuras
lingüísticas que, de todos modos, los alumnos
deberían conocer de antemano." (1985, 239)
Según
Lefevere, esa dependencia de la fidelidad lingüística
se basa también en las necesidades de la situación
pedagógica, ya que presenta el único apoyo institucionalizado
de los conocimientos traductológicos. Así, la
autoridad en la clase de traducción suele basarse en
"la (diabólica) trinidad compuesta por el profesor,
el libro de gramática y el diccionario" (1985, 240).
Al margen de esa trinidad, la traductología ofrece
pocas bases para una autoridad pedagógica.
¿Cuál
es la posición de Newmark a este respecto? No cabe
duda que su teoría incluye numerosas normas de fidelidad
y que sigue más o menos los criterios lingüísticos
correspondientes. Pero, tratándose de una teoría,
¿no debería trascender la simple referencia
a la autoridad del "profesor, gramática, diccionario"
de la que habla Lefevere? Dado que nos presenta una subjetivadad
teorizante, ¿no debería más bien inscribirse
en el campo de la opinión libre y del debate público?
¿No debería, pues, abrirse a un cuestionamiento
de la autoridad?
Desafortunadamente,
resulta que Newmark tiene un concepto bastante peculiar de
la naturaleza y el papel social de la teoría, y que
ese concepto efectivamente le permite ocultar precisamente
el eje autoridad-fidelidad que subyace a su pensamiento. Veámos
de qué manera la teoría oculta la autoridad.
En
primer lugar, según Newmark, "la teoría de la
traducción no es ni teoría ni ciencia, sino
un conjunto de conocimientos" (1981, 19). O sea, no se debe
aplicar a estos conocimientos ningún criterio de rigor,
de no contradicción, de pertenencia, de elegancia,
de poder explicativo. Así se puede presentar un texto
teorizante en forma de una serie aleatoria de ocurrencias
supuestamente geniales, dando la falsa imagen de una actitud
abierta. Poco importa que existan intentos como el de Nida
para confeccionar un "Esquema para el análisis y la
evaluación de teorías de la traducción"
(1976) ya que, en el mundo de Newmark, un Ptolomeo vale un
Newton, y si algún día llegara un Einstein de
la traducción no habría manera de reconocerlo.
Así, la naturaleza de la teoría no se distingue
de la de las opiniones y preferencias personales.
Ha
habido dudas legítimas acerca de la posibilidad de
una teoría rigurosa de la traducción. Savory
(1968, 50) y Holmes (1978, 56-57) fundan su escepticismo en
un relativismo pesimista, como si el hecho de que no haya
habido ninguna teoría rigurosa signifique que nunca
podría haberla. Otra clase de escepticismo se deriva
de Quine (1960), cuyo pensamiento estrictamente analítico
conduce a una teoría no de la traducción, sino
de grados de intraducibilidad. Newmark podría, pues,
conferir ciertos fundamentos a la naturaleza no teórica
de su teoría, si su razonamiento incluyese alguna concepción
histórica relativista (no la hay), alguna noción
de la teoría como proceso (la "teorización"
histórica de que habla Santoyo 1987) o alguna comprensión
de la función epistemológica de modelos teóricos
(pero sus comentarios acerca de Quine[1] y Chomsky [2],
entre otros, son simplemente vergonzosos).
Se
trata de ausencias significativas, ya que permiten a Newmark
esquivar el principal escollo implícito en toda teoría
normativa: el hecho de que no existan datos válidos
sin ser los de la visión particular del teórico.
Para Savory, no hay teorías estrictas de la traducción
"porque las únicas personas cualificadas para formularlas
[o sea, los traductores] no se han puesto nunca de acuerdo"
(1968, 50). Quine se enfrenta al mismo problema cuando explica
que no hay equivalencias que puedan garantizar que "un traductor
no rechace la traducción de otro traductor" (1969,
296-97). Como dice Koller, las equivalencias no caen ni del
cielo ni de las teorías: "es el traductor quien produce
equivalencias" (1979, 186-193). En consecuencia, en palabras
de Catford, "el descubrimiento de equivalencias textuales
se basa en la autoridad de un informador o traductor competente
y bilingüe" (1965, 27, cursivas mías). Si no hay
traductor con autoridad, no hay equivalencias, y difícilmente
puede haber materia prima para una teoría de la traducción.
Por suerte, coexisten muchos tipos de traductores, todos competentes,
hay varias clases de equivalencia, y por tanto hay una pluralidad
profunda en cuanto a las bases posibles de una teoría
de la traducción.
Newmark
no sabe muy bien qué hacer de esta pluralidad. En un
pasaje dice: "La tarea principal de la teoría de la
traducción es determinar un método adecuado
[an appropriate method] para la traducción" (1981,
141, cf. 22). O sea, un solo método. Pero en el mismo
libro leemos: "La tarea principal de la teoría de la
traducción es determinar métodos de traducción
a aplicar a un ámplio abanico de textos o categorías
de textos" (1981, 19). Ya han surgido varios métodos.
Pero no traductores. ¿Dónde ha quedado entonces
la autoridad?
Si,
según Newmark, la teoría no tiene autoridad
en sí, debe haber en alguna parte traductores que sí
la tienen.
Una
teoría de la autoridad
Newmark
maneja dos nombres para dos maneras de traducir: "comunicativa"
y "semántica", distinción que él mismo
califica como su "contribución principal a la teoría
general de la traducción" (1981, 62). Pero el tratamiento
de estos términos es muy desigual, ya que a la traducción
"semántica", considerada apta para una minoría
muy reducida de textos reales, corresponde la mayoría
de las reglas y los comentarios.
De
hecho, Newmark hace esfuerzos considerables para ir en contra
del sentir general, buscando terreno minoritario desde donde
atacar a la mayoría: "Estoy escribiendo en contra de
la suposición cada vez más popular de que todo
el proceso del traducir es (sólo) comunicación,
de que cuanto menos esfuerzo tenga que hacer el lector, tanto
mejor." [I am writing against the increasing assumption that
all translating is (nothing but) communicating, where the
less effort expected of the reader, the better" (1981, 51)];
"... en contra de la teoría monística de que
la traducción es fundamentalmente un medio de comunicación..."
["...in opposition to the monistic theory that translation
is basically a means of communication..." (1981, 62)]; "En
una época en la que se estima demasiado la comunicación
sencilla (el funcionalismo), creo que debe haber una tendencia
de igual importancia que tienda hacia la traducción
semántica de todos los textos que la merezcan (y no
son muchos)" (1981, 53).
Newmark
manifiesta así una actitud abiertamente reaccionaria
fundada en la creencia de que la historia necesita tales actitudes.
Se ha ido en busca de un debate, polemizando a solas en mitad
del desierto de ignorancia e indiferencia anglosilenciosas,
encontrando poco más que un par de textos alemanes
contra los cuales intentar provocar un debate vivo. Pero la
imagen del enemigo es grande: "comunicación sencilla"
se asocia a la vez con behaviorismo (1981, 57) y mentalismo
(1981, 132), con "la teoría de que la traducción
y el lenguage son fenonemos únicamente sociales" (1981,
53), con la "ortodoxia predominante" de la teoría del
discurso y de la unidad textual como enfoques monolíticos
(1988, 68), con la "suposición de que el lector debe
esforzarse lo menos posible" (1981, 51), con "el triunfo del
consumidor" (1981, 38), con "la masa social" (1988, xii) y,
en consecuencia, con "la estafa comunicativa" ["the communication
racket", (1981, 63)]. O sea, Newmark va en contra de normas
mayoritarias (encontradas en textos, traducciones, teorías
y criterios empresariales) que parecen ser propias de un mundo
en decadencia. Poco importa el hecho de que siga invocando
normas mayoritarias para justificar sus propias reglas - por
ejemplo, "la traducción de citas es normalmente semántica"
(1981, 45) - o para definir los textos dignos de tratamiento
semántico - textos de "autoridades reconocidas" (¿reconocidas
por quién?) - ; ya sabemos que las únicas normas
válidas son en realidad propiedad de una minoría
restringida. Tampoco importa mucho el hecho de que las editoriales
de Newmark participen activamente en la "estafa comunicativa"
de la enseñanza internacional del inglés, vulgarizando
la naturaleza abierta de la teoría de la traducción
para producir las reglas cerradas del Textbook (Manual) de
1988. Pero lo que ocurre en el mundo social y comercial no
afecta al pensamiento teórico de nuestro autor.
La
teoría que justifica esta actitud no se basa ni en
comunicación ni en semántica, sino en un proyecto
aglutinante que permite emitir juicios de valor con respecto
a ambos términos. El primer elemento de este proyecto
es un elogio ciertamente sorprendente del literalismo: "Creo
que la traducción literal es el procedimiento de base,
tanto en la traducción comunicativa como en la semántica"
(1988, 70). Dicho literalismo puede además servir a
ambos amos a la vez: "La traducción literal es siempre
la mejor siempre que tenga el mismo efecto comunicativo y
semántico" (1981, 21; 1988, 69). Hay que advertir que
no se trata del literalismo de la tradición alemana
donde, desde Hölderlin hasta Hitler [3], una de las funciones
de la traducción era la de mejorar la lengua alemana.
Pero a Newmark no le interesa el valor intrínseco de
ninguna lengua en particular. Su objetivo, como el que Kloepfer
(1967) ha asociado con el "literalismo primitivo" ("primitive
Wörtlichkeit"), está enfocado exactamente hacia
el polo opuesto a la lengua terminal, hacia la interioridad
del texto de origen. Literalismo aquí significa fidelidad
a la intención del autor.
Ciertamente,
dice Newmark - invocando a Vygotsky y olvidando su propia
posición no mentalista (1981, 132) - , hay pensamiento
puro (1981, 51, 57). Este se halla en el mundo privado del
ser humano adulto, individual y no enteramente socializado
(1981, 62). No sabemos muy bien si este pensamiento puro es
de naturaleza estrictamente lingüística o protolingüística
(no encontramos referencia alguna al "lenguage privado" de
los fenomenólogos, ni al nivel de las estructuras universales
abstractas de Chomsky), pero poco importa la filosofía
del asunto: resulta que ese pensamiento puro tiene una relación
privilegiada con el lenguage escrito. La imagen dominante
- la que sostiene términos como "autoridad reconocida"
y "palabras sagradas" - es la del hombre que piensa mientras
escribe. Este núcleo compacto compuesto por pensamiento
más escritura - un pequeño mundo de grandeza
y de plenitud - sufre una degradación progresiva (pérdida
de información) en cada transición al lenguaje
hablado y luego al traducido (1981, 52). De ahí la
posibilidad de dos ideas teóricas coherentes y no contradictorias:
la traducción comunicativa acepta esta pérdida
constante de información e intenta compensarla, mientras
que la traducción semántica no acepta tal degradación
y busca el pensamiento puro escondido tras las palabras sagradas
de textos "de autor", confiando en que, aunados los esfuerzos
del lector y el poder de la expresión original, tendrá
lugar un acto de entendimiento sin trucajes ni trampas. Es
toda una teoría de la traducción, lista para
el consumo inmediato por alumnos pasivos.
Es
también toda una ficción, una creencia, un acto
de fe axiomático que - como sucede en el fondo de cualquier
teoría - nunca será ni verdadero ni falso. Estas
ideas no pueden ser criticadas dentro de su propio campo.
Pero se puede relativizar el esquema de Newmark comparándolo
con otros esquemas posibles:
-
Observamos, en primer lugar, que la relación privilegiada
que establece Newmark entre el pensamiento interior y el lenguage
escrito no parece estrictamente necesaria para su teoría
de la traducción. Una localización socrática
o bakhtiniana del logos en el diálogo verbal podría
producir una distinción muy similar entre las actitudes
comunicativa y semántica, salvo que en este caso la
degradación comunicativa se localizaría en el
paso al escrito y luego al traducido. Es decir, Newmark no
tiene por qué insistir en la supuesta superioridad
del individuo sobre lo social, de lo escrito sobre lo hablado;
no tiene por qué situar al traductor entre "el autor"
y "el lector" (habría sido igualmente posible distinguir
entre lenguas, sociedades, situaciones o momentos históricos).
Si lo hace es por razones ajenas a la distinción que
establece entre traducción semántica y traducción
comunicativa.
-
En segundo lugar, conviene subrayar el papel sorprendentemente
pasivo que otorga Newmark a la representación lingüística
(sea escrita o verbal) íntimamente relacionada con
el pensamiento. Esquemas triádicos como los de Peirce
y de Derrida - de entre los otros muchos teóricos que
no aceptarían que "el pensar es anterior al hablar
y escribir" (Newmark 1981, 58) - confieren a las representaciones
lingüísticas un papel activo en el proceso semántico,
permitiendo que Jakobson describa cada signo como resultado
de una traducción ya desarrollada en la mente que piensa,
habla y escribe. Es decir, si "el significado [meaning] de
un signo lingüístico es su traducción por
otro signo alternativo" (Jakobson 1959), será un sinsentido
hablar de la traducción como una "pérdida de
sentido [meaning]" (Newmark, 1981, 42, 51-52). Pero para Newmark,
el lenguaje es tan fundamentalmente pasivo con relación
a la plenitud original que, a fin de cuentas, se podría
llegar a cuestionar qué diferencia absoluta hay entre
el traductor literalista de Newmark y el Pierre Ménard
de Borges.
-
En tercer lugar, parece difícil reconciliar la negatividad
de traducción como "pérdida" con la "actitud
positiva" que, según nuestro teórico, "se derivaría
tal vez de una creencia en el racionalismo, en la comunicabilidad
de experiencias comunes, en una naturaleza humana 'innata'
e incluso en leyes naturales" (1981, 52-53). ¿Cómo
es posible que Newmark defina la traducción lingüística
como una pérdida de información y luego rechace
la cuestión de la intraducibilidad por ser excesivamente
negativa (1988, 225)? ¿Qué es esta segunda clase
de "comunicabilidad" que resulta tan felizmente positiva?
Puesto que no puede ser de la misma naturaleza lingüística
que la traducción comunicativa o semántica -
esta última también implica "pérdida
de sentido" (1981, 42) -, ni como las universales profundas
de Chomsky - tan profundas que Newmark no entiende las razones
por las cuales no afectan a la traducción - , hay que
suponer que existen otras formas de transferencia, como quizás
las de la metempsicosis - fondo sobre el que Chapman estableció
su teoría de la traducción - , o las de W. F.
Jackson Knight, traductor inglés de Virgilio que insistía
en que sus traducciones habían sido dictadas por el
fantasma nocturno del poeta romano. O bien Newmark es incapaz
de escribir dos páginas sin contradecirse, o bien es
un místico de gabinete. (La primera explicación
me parece la más probable, aunque, asimismo, fantasmas
de grandes hombres suelen frecuentar muchos rincones en esta
teoría de la traducción.)
-
En cuarto lugar, y como extensión de la tesis mística,
es interesante observar que los teóricos de la traducción
"comunicativa" de la Biblia siempre han tenido su propio acto
de fe axiomático que - exactamente opuesto al del "pensamiento
puro" del individuo de Newmark [4] - reside en el argumento
(elaborado por Lutero, pero ya implícito en Corintios
I:14) de que hay cierto peligro semántico en dejar
al traductor a solas con el texto [5], que la palabra comunicativa
se encuentra únicamente trabajando en grupo, y que
son sólo los creyentes los que pueden traducir las
sagradas escrituras (Nida, 1964; Kloepfer, 1967, 36). Se trata
de una clase de imprimatur divino que sigue encontrándose
en la mayoría de las Biblias modernas (cito de la New
International Version de 1973: "Los traductores han sido
unidos en su creencia en la autoridad e infalibilidad de la
Biblia como el Verbo de Dios en forma escrita"). Ciertos traductores
comunicativos llegan así a justificar su propia autoridad:
como creyentes, confían en que una autoridad suprema
guíe sus palabras. Para Newmark, sin embargo, el traductor
no tiene ni creencia ni autoridad propias: el individualismo
teórico necesita que toda autoridad divina quede en
manos del autor - de ciertos autores - y que no se transfiera
al traductor.
-
En quinto lugar, es evidente que Newmark no cree que el pensamiento
puro sea la cosa mejor repartida del mundo. De hecho, hay
un pequeño panteón en el que, además
de la categoría general de "literatura seria" - definida
como la que "expresa las intenciones interiores del autor"
(1981, 69), como si los mortales tuviéramos acceso
directo e infalible a tales intenciones -, encontramos listas
curiosas como las siguientes: "Pericles, Jefferson, Lincoln,
Churchill, de Gaulle" (1981, 49), "Lincoln, Churchill, de
Gaulle, Pericles" (1981, 58), "Churchill, de Gaulle" (1988,
162) y "de Gaulle" (casi passim.). Se trata, ciertamente,
de héroes democráticos, pero también
son, casi todos, héroes militares (de ahí tal
vez la duda sobre Jefferson) de regímenes burgueses
imperialistas. Estos son los modelos de lo que Newmark llama
el "authoritative text", término que he traducido como
el más comprensible "texto de autor" pero que también
significa "texto autoritario". Lo que más llama la
atención es que el panteón se repite en contextos
muy distintos, de modo que Newmark tiene que hacer piruetas
para que quepan todos dentro del mismo marco teórico.
Tiene que insistir, por ejemplo, en que la verdadera y primera
forma de los grandes textos "de autor" fue la del escrito
privado, sea cual fuere su carácter de discurso hablado
destinado a un público muy particular (1981, 58). Tiene
que subrayar que su función primaria es "expresiva"
(1981, 21; 1988, 162), que sus palabras son "sagradas" (1981,
98) y por tanto son textos dignos de una traducción
"semántica". Pero luego repite la misma lista como
serie de ejemplos del "lenguaje público" del cual la
traducción - aquí forzosamente comunicativa
- debe producir "efectos equivalentes", es decir, "concesiones
al lector" (1981, 49; 1988, 204). Si los mismos nombres se
pueden citar como ejemplos de dos maneras de traducir supuestamente
diferenciadas, la única conclusión posible es
que Newmark da más importancia a los nombres en sí
que a su propia teoría de la traducción. La
grandeza radiante del héroe autor no deja más
que una sombra de irrelevancia al traductor meramente humano.
Si
el modelo del "texto de autor" es un enunciado militar que
debe seguirse al pie de la letra, incluso cuando esté
mal escrito (1981, 21; 1988, 204), ¿cuál será
entonces el oficio modelo del traductor semántico?
"El soldado se sacrifica - dice Ruskin - , el comerciante
no lo hace. Por esta sencilla razón se valoriza mucho
más el oficio de soldado que el de comerciante" (1860,
36-37). ¿Es ésta la razón por la que
Newmark valoriza mucho más la traducción semántica
que la comunicativa? ¿Estamos formando a traductores
comerciales y creativos o a soldados submisivos y mecanizados?
Formulo
la pregunta con todo el respeto debido a las generaciones
profundamente marcadas por la Segunda Guerra Mundial (Newmark
nació en 1916). La formulo también teniendo
en cuenta el hecho de que el traductor al traducir se convierte
en un trabajador lingüístico cuyo empleo de la
palabra "yo" lleva implícito - cada vez - el sacrificio
del suyo propio al de otro. Hay sin duda traductores dispuestos
a hacer de esa supresión de su subjetividad discursiva
una práctica masoquista totalizadora. Pero hay otros
- incluso militares - que creen que el mundo no siempre ha
estado en guerra.
Ejemplo:
de Gaulle habla inglés
Uno
de los ejemplos que utiliza Newmark para demostrar la diferencia
entre las actitudes semántica y comunicativa es un
discurso radiofónico pronunciado por el general de
Gaulle en 1940, traducido por el comandante E.L. Spears (significa
"lanzas") en 1966. Newmark (1977, 169; 1981, 45) reconoce
como válido un tratamiento comunicativo de la parte
narrativa del discurso pero no acepta la siguiente transformación
de palabras sagradas:
TO:
Car la France n'est pas seule! Elle n'est pas seule! Elle
n'est pas seule!
TL:
For remember this, France does not stand alone, she is not
isolated.
Dice
Newmark: "La traducción de citas, aunque que sean sin
importancia, es normalmente semántica y no comunicativa,
ya que el traductor no es responsable de su efecto sobre el
segundo lector" (1981, 45). Su "versión sugerida" es,
por supuesto, "For France is not alone! She is not alone!
She is not alone!"
Lo
que más me interesa aquí es por qué un
traductor - un traductor-soldado además - ha estado
tan aparentamente dispuesto a contradecir todas las leyes
del menor esfuerzo para efectuar transformaciones innecesarias.
Newmark se limita a indicar lo más evidente - la existencia
de las transformaciones -, pero su teoría radicalmente
normativa no le permite preguntar quién habría
detrás de las transformaciones - el traductor ideal
de Newmark no tiene ni subjetividad ni responsibilidad electiva
-, ni si esta persona habría podido tener razones válidas
para no traducir de manera literal. ¿Por qué
presentar las negativas paratácticas del francés
como si fueran de una lógica hipotáctica tan
inglesa? Un análisis mínimamente abierto [6]
habría citado normas discursivas que permiten una actitud
exclamatoria en francés que resulta meramente peculiar
en inglés (como reconoce Newmark en otro contexto,
"el discurso es más emotivo en las lenguas románicas
que en las germánicas", 1981, 132). También
se habría podido citar la transición del medio
radiofónico público (1940) al texto escrito
de una biografía especializada (1966). Sin embargo,
el punto más importante es que había tenido
lugar el hecho de una transición desde la incertidumbre
existente en 1940 (la parataxis de de Gaulle esconde un miedo
muy real) hasta la historia acabada y escrita de 1966 (Spears
cree saber quiénes salvaron Francia). Siendo estrictamente
intraducible la incertidumbre que dio lugar a las negaciones
repetidas, el traductor inglés ha optado por traducir
a un de Gaulle sin miedo, imagen por la cual sí que
acepta la responsabilidad en su calidad de biógrafo.
Es un dato real que una teoría real debería
poder explicar antes de rechazar.
Hay
en este caso cuestiones aun más revelantes, preguntas
que la teoría de Newmark no puede formular: ¿Por
qué había interés en que el discurso
de de Gaulle apareciera en inglés en el año
1966? ¿Por qué era importante saber que de Gaulle
había contado con sus aliados, y que el no-aislamiento
había sido importante para los franceses de 1940 antes
de que fuera interesante recordárselo a los británicos
de 1966? O sea, ¿para qué finalidad comunicativa
se realizó la traducción al inglés?
De
hecho, es muy comprensible por qué - mientras el centro
de la Commonwealth se estaba convirtiendo en un satélite
rechazado por la Comunidad Europea - un biógrafo militar
consideró seriamente su manera de traducir. Si la Francia
militar había necesitado a los británicos, la
Gran Bretaña económica necesitaba aun más
a los franceses. Y de ninguna manera necesitaba una Francia
cuyos cimientos fueran la violencia discursiva, la paranoia
histórica y el orgullo degaullista. Más cerca
de la historia de lo que parece estar Newmark, el comandante
Spears sabía que las palabras pronunciadas en situación
de guerra no se deben repetir - ni traducirse demasiado literalmente
- en tiempos de paz. Por desgracia, de Gaulle mismo utilizó
el mismo principio para bloquear durante años la entrada
inglesa en el Mercado Común. Es evidente que el gran
autor no estimaba sus propias palabras tan sagradas ni tan
autoritarias como las estima Newmark.
¿Traducción
sin elección?
El
comandante Spears ha elegido entre al menos dos alternativas:
la traducción más fácil (en este caso
literal), y una más difícil (en este caso con
cierto motivo ideológico). Es muy posible que el camino
de la mayor dificultad sea también el de la menor moralidad,
pero me parece imposible aplicar criterios éticos a
la traducción sin tener a mano una teoría capaz
de formular los posibles motivos de supuestos delitos traductológicos.
Si una teoría es incapaz de explicar por qué
un traductor puede elegir mal - con los ojos abiertos y por
razones que no tienen que ver con ninguna falta de competencia
lingüística -, esta teoría es fundalmente
incapaz de explicar por qué un traductor debe elegir
bien. En un contexto similar, Newmark se limita a preguntar
"¿por qué traducir así?", para luego
mirar al cielo e inventar una regla sobre lo que es y no es
el uso correcto ("normal", "corriente") del lenguaje. El problema
con Newmark es que todas las normas y reglas caen del cielo
eterno, y aunque diga que "los traductores deberían
expresarse de manera individual" (1988, xii), en realidad
su teoría no reconoce la figura de ningún traductor
como subjetividad histórica, pensadora y electiva.
Si
no hay elección, no hay traducción.
Newmark
critica a Catford por haber formulado reglas y normas que
son una contribución a la lingüística comparada
pero no a la teoría de la traducción, ya que
"la teoría de la traducción se ocupa de elecciones
y decisiones" (1981, 19; cf. Koller, 1979, 183-4). Pero si
buscamos en la teoría de Newmark a un traductor que
realmente haya tenido motivos legítimos para elegir
y decidir, resulta que encontramos sólo a uno, cuyo
nombre es Peter Newmark.
Newmark
polemiza constantamente contra la tesis según la cual
"el contexto es el factor dominante en toda traducción,
y prima sobre toda regla, teoría o sentido primario."
["Context is the overriding factor in all translation, and
has primacy over any rule, theory or primary meaning" (1981,
113).] Reconoce que el contexto tiene gran importancia, pero
"no siempre..." (1981, 170). Como prueba de que "no todo depende
del contexto" cita términos técnicos y los días
de la semana (1981, 134, 170; 1988, 80). Pero también
destaca que "un traductor debería no tener que elegir
[should have no choice] cuando traduce términos técnicos
e institucionales para los cuales hay correspondencias establecidas"
(1981, 135). Ahora bien, si no puede haber elecciones ni decisiones
en los casos que no dependen del contexto, ¿en qué
medida se puede decir que la traducción - cosa de elecciones
y decisiones - no depende del contexto? Parece que la libertad
de elegir desaparece en cuanto se formula su carácter
general. De hecho, Newmark no hace más que presentar
exactamente la misma clase de reglas y correspondencias que
había criticado en Catford.
El
estilo impositivo de estos escritos contradice constantamente
con los ocasionales reconocimientos de una relatividad contextual
y lleva a la formulación de reglamentaciones tan aparentamente
absolutas como, por ejemplo - y es un ejemplo muy significativo
- :"Empiezo por recordarles que no tienen ningún derecho
a mejorar un texto de autor" ["I begin by reminding you that
you have no right to improve an authoritative text" (1988,
204).]. Sea cual fuere el contexto.
El
problema de la falta de electividad se manifiesta más
seriamente en la defensa que hace Newmark de su "traducción
literal", polémicamente opuesta no sólo al principio
del "contexto por encima de todo" sino también a "la
afición en boga por un análisis del discurso
donde el bosque no deja ver los árboles, que sustituye
la descripción por la función y los detalles
por el conjunto" ["voguish devotion to a discourse analysis
which cannot see the trees for the wood, which replaces description
by function, the details by the whole" (1984-85, 11; frase
suprimida en 1988, 68)]. Según Newmark, gran parte
del trabajo del traductor no debería tener nada que
ver con el discurso, sino con correspondencias mutuas. La
prueba es una traducción en la que hasta el 90% de
los términos originales encuentran correspondencias
literales.
No
cabe duda de que gran parte de la actividad del traductor
está teñida de literalismo, sin necesidad de
elegir entre alternativas. Los traductores también
suelen entregar sus trabajos en los plazos previstos, llegar
a congresos a tiempo, hacer facturas y pagar impuestos, todo
ello sin elegir entre alternativas. Sin embargo, si la teoría
de la traducción se ocupa, repito, de "elecciones y
decisiones", cualquier porcentaje de literalismos o de evidencias,
por grande que sea, no representará nunca la traducción.
Como ha apuntado Gross a la hora del primer fracaso general
de la traducción automática, las máquinas
pueden encontrar correspondencias para la mayoría de
los términos en un texto técnico, pero "queda
claro que una traducción no puede ser utilizada si
sólo es correcta en su 90%" (1972, 43). El objeto de
una teoría de la traducción debería ser
ese 10% de casos en los que un traductor humano tiene que
elegir; o - más cerca de las preocupaciones de Newmark
- podría ser la frontera entre lo que es posible formalizar
en términos de lingüística comparada o
computacional (reglas de correspondencias) y lo que sólo
se puede determinar con referencia al traductor en cuanto
trabajador subjetivo e histórico. Hablar de porcentajes
de literalismos - o de términos técnicos como
pruebas de las limitaciones del contexto - es simplemente
basar la traducción en el elogio de algo que no es
traducción.
Confieso
no haber podido leer los libros de Newmark en su día.
Lo intenté, pero al llegar a la cita (1981, 65) de
los siguientes versos de Keats (ya citados por Milton Friedman
en su introducción a Price Theory), me fue imposible
continuar:
Beauty
is truth, truth beauty - this is all Ye
know on earth, and all ye need to know.
[La belleza es la verdad, la
verdad es belleza - eso es todo lo
que sabeis, y todo lo que necesitais saber.]
Puedo aceptar que haya cierta belleza en lo que es verdad,
pero no que la belleza de leyes aparentamente absolutas conviertan
a estas en verdaderas. Hay que tomar en consideración
- sobre todo cuando se trata de la traducción y su
enseñanza - las distancias que separan distintas culturas,
distintas verdades, distintas ideas de lo bello. Y nunca,
en el mundo de diferencias reales, nunca se debe pretender
fijar los límites de lo que "uno necesita saber". Ningún
traductor, ningún estudiante de la traducción,
tiene que obedecer ciegamente las exigencias de una teoría
como la de Newmark. Tenemos que trabajar partiendo de principios
más abiertos, basando cada conocimiento no en una serie
de reglas "porque sí", sino en el mundo de textos que
se desplazan y se traducen en el espacio y en el tiempo de
una realidad de interacciones culturales. Si hace falta dirigir
versos a la mente del que traduce, prefiero los de Wordsworth,
contemplando el Canal de la Mancha en 1802, tal vez anticipando
a de Gaulle:
A span
of waters. Yet what power is there! What
mightiness for evil and for good! [Un
espacio de aguas. Pero ¡cuánto poder reside
ahí! ¡Qué
potencia para el mal y para el bien!]
De este modo
Inglaterra pretendía protegerse del "continente" revolucionario.
Pero a veces debe ser el continente quien se proteja de lo
que nos mandan los ingleses.
Notas
1.
De Quine - comentado en 1981, 143-144 - Newmark no ha entendido
más que media página, concretamente la tercera
hasta la palabra "radical"; lo demás son, para él,
"contribuciones notorias" (1981, 143; 1988, 66).
2.
En su comentario sobre Chomsky, Newmark (1981, 69) parece
no haber captado la diferencia entre "estructuras universales
profundas" y "procedimientos superficiales", y por tanto no
entiende por qué Chomsky no ha querido que su teoría
sirva para procedimientos de traducción. Por mi parte,
siempre he creído que la nota en Aspects (1965)
tiene el mismo sentido que los argumentos que presenta Nida
(1969, 84) para no analizar la traducción a niveles
inferiores a "near kernal level". Otros disparates de Newmark
revelan su incapacidad para poder aceptar cualquier crítica
social que no sea la individualista: Barthes es "nonsense"
y de la misma categoría que "publicaciones marxistas
probablemente de Moscú" (1988, 211); hablar, como lo
hacen Benjamin y Derrida, acerca de la intraducibilidad sería
simplemente "silly" (1988, 225), etc.
3.
Un "Führererlass" de 1940 prohibió la traducción
no literal (verdeutschende Übersetzung).
4.
Según Newmark, "ninguna obra maestra literaria ha sido
escrita por más de un autor" (1981, 158). Hegel dijo
lo mismo cuando intentó demostrar que Homero fue una
sola persona, pero hay toda una serie de filólogos,
desde Wolf hasta Parry y Lord, que han reconocido que la palabra
"Homero" designa un grupo o grupos de autores.
5.
"Nec translatores debent esse soli, denn eim einigen fallen
nicht allzeit gut et propria verba zu..." (Lutero, Tischreden,
citado por Kloepfer, 1967, 36). Cfr. "... a first-rate translation
must be written by one person..." (Newmark 1981, 158).
6.
Ya he comentado este ejemplo en "Paraphrase and Distance in
Translation", Parallèles: Cahiers de l'Ecole de
Traduction et d'Interprétation de Genève
VIII (1987), pp. 9-15.
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(Nota: La referencia bibliográfica en Newmark 1981
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