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JABÓN: (600 a.C., Fenicia)
Elemento presente en todos los cuartos de baño, el Jabón ha cumplido una serie de finalidades higiénicas y medicinales desde su descubrimiento. Ha estado de moda y ha dejado de estarlo, ha sido ensalzado como la cima de la civilización por un país, mientras que en otros se lo repudiaba como un refinamiento excesivo.
Hace 4000 años, los hititas de Asia Menor se lavaban las manos con las cenizas de la planta llamada jabonera, en suspensión en agua. Por la misma época, los sumerios de Ur preparaban soluciones alcalinas para lavarse. Técnicamente, ninguna de estas preparaciones era Jabón, si bien se aproximaban a este producto, que los fenicios lograron fabricar en el año 600 a.C. El proceso que hoy llamamos saponificación, los fenicios lo conseguían hirviendo grasa de cabra, agua y cenizas con alto contenido de carbonato potásico, permitiendo que el líquido se evaporase para formar un jabón sólido y de consistencia semejante a la cera.
Durante los dos siglos siguientes, el jabón gozó de mayor o menor aceptación en Occidente según los criterios dominantes en materia de higiene y religión. Durante la Edad Media, por ejemplo, cuando la Iglesia previno contra los peligros de exponer a la vista la carne, incluso para bañarse, la producción de Jabón cesó casi por completo. Y cuando más tarde la ciencia médica identificó las bacterias como causa principal de las enfermedades, la fabricación de aquel producto ascendió vertiginosamente. Durante esos años, el jabón, con sus diversos aromas y colores, fue, en esencia, el mismo que crearan los fenicios. Sin embargo, un accidente industrial, que se produjo en 1879, daría al jabón un nuevo aspecto.
JABÓN FLOTANTE
Una mañana de 1878, Harley Procter, que entonces contaba treinta y dos años, decidió que la fábrica de jabón y velas fundada por su padre debía producir un nuevo jabón blanco y cremoso, con un aroma delicado, capaz de competir con los mejores jabones de tocador de la época.
Como suministradora de jabón para el ejército de la Unión durante la guerra de Secesión, la compañía estaba preparada para asumir este reto, y el químico James Gamble, primo de Procter, no tardó en conseguir el producto deseado. Denominado simplemente Jabón Blanco, proporcionaba una espuma abundante, incluso con agua fría, y tenía una consistencia suave y homogénea. En aquel entonces, el Jabón Blanco Procter's and Gamble todavía no había sido bautizado como Ivory y aún no flotaba.
La producción de ese jabón comenzó y se vendió bien, pero un día uno de los obreros, encargado de vigilar las tinas de Jabón, se fue a almorzar, olvidando parar la máquina mezcladora principal. Al regresar, descubrió que había entrado un exceso de aire en la solución jabonosa. Intentando aprovechar la partida, vertió la masa en los moldes de endurecimiento y cortado, y de este modo se entregaron a las tiendas regionales las primeras barras de jabón flotante.
La reacción de los consumidores fue casi inmediata. La fábrica se vio inundada de cartas que solicitaban mayores cantidades de aquel jabón tan notable, que no podía perderse en el fondo de las aguas turbias, puesto que flotaba. Al comprobar que acababan de beneficiarse de un afortunado accidente, Harley Procter y James Gamble ordenaron que, a partir de entonces, todo su Jabón Blanco recibiera un tratamiento prolongado que le confiriese flotabilidad.
Sin embargo, el nombre de Jabón Blanco resultaba demasiado prosaico para un producto tan innovador, y después de reflexionar ante una larga lista de nombres posibles, un domingo por la mañana, en la iglesia, Harley Procter fue inspirado por una palabra mientras el pastor leía el Salmo 44: “Mirra, áloe y casia exhalan tus ropas, al salir de las estancias de marfil en las que con su olor te han recreado.”
Las primeras pastillas de Ivory Soap (Jabón Marfil) aparecieron en octubre de 1879, el mismo mes en que Thomas Edison probó con éxito su bombilla incandescente, dos acontecimientos sin aparente relación. Pero Harley Procter, astuto hombre de negocios, previó que la luz eléctrica acabaría muy pronto con su provechoso negocio de velas, por lo que decidió promover intensamente el primer jabón flotante de la historia.
Fue idea de Procter dividir la parte central de cada barra de Ivory de tamaño económico con una estría que facilitara partirla. De este modo, las amas de casa podían utilizar la barra grande para la colada, o bien convertirla en dos pastillas más pequeñas para el tocador. De este modo, la empresa sólo tendría que fabricar un artículo para cubrir dos tipos de necesidades.
Deseando poner a prueba la calidad del jabón Ivory, Procter mandó., unas muestras a profesores de química y a laboratorios independientes para que procedieran a su análisis. Un informe en particular le impresionó: en él se decía que el jabón contenía unas pocas impurezas: 56 centésimas del uno por ciento. Procter convirtió este detalle negativo en otro positivo, que convirtió en el lema de la campaña publicitaria de su empresa: el jabón Ivory era “puro en un 99,94 por ciento”.
Desde un punto de vista psicológico, esta frase fue una demostración de genio publicitario, ya que los conceptos de pureza y flotabilidad se reforzaron mutuamente... y contribuyeron a vender Jabón. A fin de subrayar todavía más la pureza y suavidad de su jabón, Procter lanzó el «Ivory Baby» y regaló a las amas de casa carteles publicitarios de gran tamaño. Se afirma que la campaña para persuadirlas para que adquiriesen el jabón Ivory fue una de las más efectivas en la historia de la publicidad.
CHAMPÚ: (década de 1890, Alemania)
La función principal de un champú consiste en eliminar la grasa o sebo natural de los cabellos, pues esta grasa es la causante de que la suciedad y los productos de peluquería se adhieran con tanta tenacidad al cuero cabelludo. El jabón corriente no es adecuado para este fin, ya que deposita en el pelo su propio poso.
El lavado del pelo es fácil para los detergentes, pero estos productos no fueron descubiertos hasta fines del siglo pasado, y no empezaron a fabricarse en cantidad apreciable hasta la década de 1930. ¿Cómo se lavó el pelo la gente a lo largo de los siglos? Los antiguos egipcios introdujeron el uso del agua y el zumo de limón, pues el ácido cítrico descomponía efectivamente la grasa sebácea. Las preparaciones caseras a base de limón, aromatizadas y ocasionalmente mezcladas con pequeñas cantidades de jabón, gozaron de popularidad durante siglos.
A fines de la Edad Media, apareció en Europa una alternativa, similar al detergente. Consistía en hervir agua y Jabón con sosa o potasa, con lo que se conseguía una mezcla con alta concentración de iones hidroxilos negativamente cargados, o sea la base de los buenos champúes modernos. Semejantes al champú pero más próximos al jabón, estos productos eran de elaboración casera y sus fórmulas pasaban de una generación a otra. Irónicamente, la palabra “champú” tuvo su origen en Inglaterra casi al mismo tiempo que los químicos. alemanes descubrían los verdaderos detergentes que se convertirían en los modernos champúes. En la década de 1870, el gobierno británico, tras hacerse con el gobierno de la India desplazando a la East India Company, que hasta entonces había administrado aquel subcontínente, reconoció de modo paulatino a los nativos una mayor intervención en los asuntos locales. Las modas y el arte de la India, así como las frases en hindú, se pusieron de moda en Inglaterra, y por esos años los peluqueros británicos más al día acuñaron la palabra shampeo, del hindú champo, que significa “dar masaje”.
El champú no era un líquido embotellado que se pudiera adquirir en las tiendas, sino un masaje jabonoso para el cabello y el cuero cabelludo, del que sólo disponían las peluquerías británicas más elegantes. Los champúes en sí, cuyas fórmulas eran secretamente custodiadas por cada salón, se preparaban en el propio establecimiento, variando los ingredientes tradicionales: agua, jabón y sosa. Técnicamente, el primer champú tipo detergente fue producido en Alemania en la década de 1890. Cuando, concluida la primera guerra mundial, el producto se lanzó al mercado como preparado comercial destinado a la higiene del cuero cabelludo, el nombre “champú” ya lo estaba esperando.
Un hombre llamado John Breck ayudó a activar el negocio del champú en Norteamérica, conviniendo su combate personal contra la calvicie en una empresa provechosa.
A principios del siglo XX, Breck, que entonces contaba veinticinco años de edad y era el capitán de un cuerpo de bomberos voluntarios, en Massachusetts, empezó a perder el cabello. Aunque varios médicos de Nueva Inglaterra le aseguraron que no había ninguna cura para la calvicie, el joven bombero, apuesto y vanidoso, se negó a aceptar este, pronóstico. Conservar los cabellos que le quedaban llegó a convertirse para él en una obsesión. Fabricó en su casa preparados para tonificar el cabello, y puso en práctica varias técnicas de masaje del cuero cabelludo, hasta que en 1908 abrió en Springfield un centro de tratamiento, Después de adquirir popularidad sus champúes en las peluquerías y salones de belleza locales, Breck amplió su línea de productos para el pelo y el cuero cabelludo, así como también el área geográfica de su mercado. En 1950, lanzó un champú para cabellos normales, y tres años más tarde otros champúes para cabellos grasos y secos. Al finalizar esta década, la red comercial de Breck cubría toda la nación y él se había convertido en el principal productor de champues en todo el país. Pese al éxito de todos sus preparados, ninguno fue capaz de atajar su progresiva calvicie. |