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Carta abierta a
MIGUEL DELIBES

Después de la lectura de EL HEREJE

Miguel Delibes

Apreciado Don Miguel:

Estas vacaciones unos amigos, a mi pregunta ¿Y qué me llevo para leer?, me aconsejaron la lectura de el hereje.

Recomendar una novela, casi diez años después de su publicación, es un buen elogio para su autor. Y también para quienes se acordaron de ella, quizás recordando mis cuatro años adolescentes en que compartí ser alumno interno en el San José de los jesuitas y socio de aquel Real Valladolid de los Saso, Matito, Lesmes I, Lesmes II...

¿Estaba Ud. en El Zorilla aquel 28 de marzo de 1954?

¿Se acuerda de este gol de Di Stefano?

¡Y qué contentos salimos del campo con el 4 - 3 del final!

Gol de Di Stefano
Ver recorte de periódico

Y me añadieron: También verás la suerte que has tenido de no nacer en aquellos siglos.

¿No habría recorrido yo, sin saberlo, en aquellos paseos de las tardes dominicales de los internos, la misma "via crucis" de la procesión de los penitenciados?

Ud. ha hecho uso, con todo derecho, de su libertad creadora al fusionar en una sola jornada los dos autos de fe celebrados en Valladolid los días 21 de mayo de 1559 y 8 de octubre del mismo año.

Me permitiría hacerle una pregunta: ¿Su novela no hubiera alcanzado un "climax" más dramático si la comitiva real hubiera sido la del primero de los autos, la del domingo 21 de mayo, día de la Trinidad, comitiva real no presidida por el Rey ("grave, con capa y botonadura de diamantes"), sino por la Regenta, doña Juana de Austria ("vestida de raxa, con su manto y toca negra de espumilla a la castellana, jubón de raso, guantes blancos y un abanico dorado y negro en la mano"), quien ostentó la regencia de los reinos de España (12 julio 1554-septiembre 1559) durante la ausencia del emperador Carlos y del príncipe -y luego ya rey-Felipe?

Aquel mes de mayo el Rey (don Felipe) todavía no había regresado de su aventura inglesa a donde había ido a buscar esposa y reinos. Nunca mejor dicho lo de ir por lana y volver trasquilados. Felipe II regresó a España en septiembre de 1559, y pocas semanas después ya podía cumplir en el segundo auto de fe sus deberes de estado.

Doña Juana de Austria, hija de Carlos V, era designada en la correspondencia entre Ignacio de Loyola, fundador y General de la Compañía de Jesús, y las autoridades jesuíticas de la Península (por ejemplo, Francisco de Borja, Nadal, Araoz...) con el pseudónimo de P. Mateo Sánchez (y a partir de fines de 1556 con el de Montoya). Había sido admitida, de modo excepcional y bajo riguroso secreto, tras un consejo deliberativo de las principales figuras de la Compañía celebrado en Roma (26 octubre 1554), como jesuita por san Ignacio (carta de éste a doña Juana de 3 de enero de1555).

Las resoluciones
del consejo deliberativo
La carta de Ignacio
a Juana de Austria

Quien, sentada en el palco real ("recostado en el convento de San Francisco y dando cara al Consistorio adornado con enseñas, doseles y brocados de oro y plata") presidió el auto de fe del 21 de mayo fue una jesuita, cumpliendo no sólo su deber de estado, sino también las más profundas inclinaciones de su intransigencia religiosa.

Otro jesuita ilustre

FRANCISCO DE BORJA

en el auto de fe

No se alejaba del espíritu del fundador de la Compañía de Jesús, quien, si en los años de su primera conversión tuvo impulsos de asesinar ("darle de puñaladas") a un moro para dar cumplida respuesta a sus opiniones sobre la virginidad de María, en los años de su madurez se lamentaba, en carta a Pedro Canisio (13 de agosto 1554), su comisionado en Alemania, de no poder utilizar en aquellas tierras -para defender la verdadera fe- los mismos métodos que se empleaban tan santamente en España.

Ignacio de Loyola
y la pena de muerte

A veces, mi apreciado Don Miquel, no nos es necesario "retocar" la historia...

Una reflexión

Teniendo estos ejemplos en su propia casa, ¿cómo es que el Dr. Joseph Ratzinger (papa Benedicto XVI), en su discurso del martes 12 de septiembre de 2006 en el Aula Magna de la Universidad de Regensburg (Ratisbona), tuvo que ir a meter el dedo en los ojos del vecino? Puras ganas de irritar al personal...

Aunque el Dr. Joseph Ratzinger sea mejor teólogo que biblista, no se le puede suponer -habiendo alcanzado el cargo que actualmente tiene- un desconocimiento de la figura del profeta Elías, uno de los referentes veterotestamentarios de Jesús de Nazaret. Mal lo tienen con este profeta, Elías el Tesbita, los que quieren presentar una imagen "pacifista" de Jesús. Teniendo tales profetas en su propia casa, ¿por qué tiene que ir a buscarlos en la casa del vecino?

La foto "comprometida"
¿Con quién está Jesús?
Ver
fragmento del discurso
Gracias por la visita
Miquel Sunyol

sscu@tinet.cat
11 octubre 2007
ültima revisión: 27 octubre 2007
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Fragmento del discurso
del Dr. Joseph Ratzinger
en la Universidad de Regensburg (Ratisbona)

Para mí es un momento emocionante estar nuevamente en la cátedra de la universidad y poder impartir una vez más una lección.

[...]

En el conjunto de la universidad era una convicción indiscutida el hecho de que incluso frente a un escepticismo así de radical seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y en el contexto de la tradición de la fe cristiana.

Me acordé de todo esto cuando recientemente leí la parte editada por el profesor Theodore Khoury (Münster) del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno del 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la verdad de ambos.

Fue probablemente el mismo emperador quien anotó, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo. De este modo se explica el que sus razonamientos son reportados con mucho más detalle que las respuestas del erudito persa.

El diálogo afronta el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la Biblia y en el Corán y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del hombre, pero necesariamente también en la relación entre las «tres Leyes» o tres órdenes de vida: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Corán.

Quisiera tocar en esta conferencia un solo argumento –más que nada marginal en la estructura del diálogo– que, en el contexto del tema «fe y razón» me ha fascinado y que servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema.

En el séptimo coloquio (controversia) editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la «yihad» (guerra santa). Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito:

Ninguna constricción en las cosas de la fe.

Es una de las suras del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa.

Sin detenerse en los particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo:

Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba

El emperador explica así minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma.

Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte…

La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta que para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está ligada a ninguna de nuestras categorías, incluso a la de la racionalidad. En este contexto Khoury cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien revela que Ibh Hazn llega a decir que Dios no estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría.

Aquí se abre, en la comprensión de Dios y por lo tanto en la realización concreta de la religión, un dilema que hoy nos plantea un desafío muy directo. La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o es válido siempre por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda concordancia entre aquello que es griego en el mejor sentido y aquello que es fe en Dios sobre el fundamento de la Biblia.

Modificando el primer verso del Libro del Génesis, Juan comenzó el «Prólogo» de su Evangelio con las palabras: «Al principio era el logos». Es justamente esta palabra la que usa el emperador: Dios actúa con «logos». «Logos» significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero, como razón. Con esto, Juan nos ha entregado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra en la que todas las vías frecuentemente fatigosas y tortuosas de la fe bíblica alcanzan su meta, encontrando su síntesis. En principio era el «logos», y el «logos» es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad. La visión de San Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que, en sueños, vio un macedonio y escuchó su súplica: «¡Ven a Macedonia y ayúdanos!» (Cf. Hechos 16, 6-10), puede ser interpretada como una «condensación» de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y la filosofía griega.

Texto encontrado en

ATRIO


Leer todo el discurso

Francisco de Borja
en el auto de fe de Valladolid
21 de mayo de 1559

También sería condenada a cárcel la hija del marqués de Alcañices, doña Ana Henríquez de Rojas, a quien los cronistas destacan por su joven hermosura. Francisco de Borja, también presente en el auto, asistió espiritualmente a esta joven, permaneciendo a su lado: con la cual estuvo hasta el fin, i la llevó al púlpito, cuando la llamaron.

Recogido en el manuscrito
Historias de la mui noble i mui leal ciudad de Valladolid,
recojida de varios autores

Encontrado en
Antonio Villacorta Baños-García
La jesuita. Juana de Austria