El ataque y destrucción de centros financieros y militares norteamericanos
es una locura que muestra
gráficamente el gigantesco manicomio en que vivimos. Es verdad
que desde hace cincuenta años el mundo no
había vivido una crisis de las actuales dimensiones. Pero ello
tiene mucho o todo que ver con el hecho de que el
atacado ha sido la primera potencia del planeta. Otros enormes mataderos
han pasado y pasan con mucha menor
atención de los medios de comunicación, sin que los gabinetes
de crisis se reúnan, ni la OTAN se ponga en pie de
guerra. Recuerdo con emoción el bombardeo inmisericorde de la
ciudad de Panamá que se cobró 7.000 muertos.
Entonces, Occidente dijo comprender que Estados Unidos arrasara una
ciudad para apresar a un hombre que
anteriormente había sido su aliado y agente de la CIA (Noriega);
extraña proporción entre fines y medios. En
aquellos días de finales de 1989 la mayor parte de la población
estadounidense miro con insólita complacencia por
sus televisores una especie de fiesta de luces y explosiones sobre
barrios pobres e indefensos. La fiesta de la
locura se multiplicó en número de bombas haciendo figuras
en el cielo de la noche durante la Guerra del Golfo.
Otra vez Estados Unidos probó sus nuevas tecnologías
militares y aupó la popularidad de su presidente por el
método de matar y matar a decenas de miles de inocentes iraquíes.
En aquel entonces, la tesis de la Casa Blanca
difundida por los medios de comunicación de Occidente era realmente
diabólica: cuanta más bombardeada sea la
población de Irak, mayores posibilidades hay de que se rebele
contra el tirano Sadam Hussein. Qué decir del drama
palestino. No se puede provocar la desesperación de colectivos
tan amplios como el pueblo palestino o el mundo
árabe sin esperar alguna respuesta.
No se trata de justificar los atentados de Nueva York y Washington.
Actos macroterroristas en los que han
muerto miles de inocentes. Nadie que desee un mundo regido por la justicia
y el derecho internacional puede
pensar que lo ocurrido tiene algo de positivo, ni política ni
éticamente. Los muertos no merecían esa muerte. Pero
es que, además, estos atentados abren un nuevo ciclo militarista
y de histeria por la seguridad, que amenaza con
desembocar en una globalización policíaca contraria a
las libertades. Noam Chomsky tiene razón cuando afirma
que los atentados son un obsequio para la extrema derecha patriotera
de Estados Unidos. Pero si no hay
justificación, sí hay explicaciones. Entender el por
qué de lo sucedido es condición necesaria para sacar lecciones
y exigir un nuevo rumbo del mundo en que vivimos.
"¿Por qué nos odian tanto?"
Las explicaciones nos remiten a un hecho extendido por todo el planeta
que debería hacer pensar a la sociedad
estadounidense. ¿Por qué el sentimiento anti-norteamericano?
Una mujer decía estos días ante una cámara de
televisión: "¿Por qué nos odian tanto?" Parece
evidente que esta mujer, al igual que millones de sus compatriotas
no ven nada malo en la política exterior de su gobierno de turno
que, invariablemente, se comporta de manera
imperial. Así pasó en la Argentina de la dictadura; muchísimas
personas confesaron que oían cosas, rumores, pero
que no tomaron conciencia de lo que realmente estaba ocurriendo: una
gran matanza de opositores. No es de
extrañar que la psicología y la siquiatría tengan
hoy tanta demanda en Argentina. Si la mujer de la cámara y sus
compatriotas se acercaran a la realidad con honestidad y sin mediaciones
fundamentalistas que les hacen creer
ser la encarnación del Bien en lucha contra el Mal, tal vez
pudieran comprender el por qué del odio contra su
bandera. Vietnam dejó una huella indeleble en el pueblo americano
pero no para sacar lecciones positivas de su
terrible culpa. La historia de la vecina América Latina está
repleta de intervenciones militares norteamericanas y
de golpes militares con intervención de la CIA, pero tampoco
ese mismo pueblo, ahora víctima, ha sabido nunca
hacer una lectura correcta de semejantes infamias. La enfermedad de
la sociedad norteamericana es creerse
dueña del mundo sin saber nada del mismo.
Este pueblo que se considera a sí mismo depositario de la libertad
clama ahora venganza militar contra los
culpables. Al margen de que no se sabe, todavía, quiénes
deben ser bombardeados, ese deseo vengativo -tan
humano por otra parte- retrata bien el carácter notablemente
salvaje y violento de un pueblo que en ciertos
aspectos revive en las películas de conquista del Oeste. A este
pueblo se viene dirigiendo estos días el presidente
Bush con un discurso tan elemental, infantil, como peligroso: "Esta
es la lucha del Bien contra el Mal", repite
alguien que debería racionalizar la respuesta. ¿No es
esto hacer fundamentalismo? Medios de comunicación de
Occidente, gobiernos e intelectuales, y por supuesto el Gobierno de
Estados Unidos reiteran que el integrismo
árabe ha dado muchas muestras de su vocación destructiva.
¿No es, sin embargo, esta dialéctica simplista del
Bien y del Mal una forma de generación de odio? Los pueblos
que se creen elegidos terminan rezando en los
parques públicos al tiempo que exigen más sangre para
saciar sus bajas pasiones. Esto está ocurriendo hoy en
Estados Unidos.
Hace tiempo que pienso que la sociedad norteamericana está enferma.
Aplaude las penas de muerte y pide que
sean televisadas. Como en tiempos atrás, mientras leen la Biblia
llenan los árboles de ahorcados.
Es desde luego verdad que colectivos islámicos interpretan el
Corán desde un grado extremo de confrontación.
Nadie puede justificar este fenómeno de un islamismo que traduce
en guerra santa todas sus causas sociales y
políticas. Pero de este mal padece Estados Unidos que poco después
de su fundación declaró su Destino
Manifiesto, un conjunto de principios morales y religiosos de la política
que marcan la esencia de la idea nacional.
La doctrina norteamericana se adjudica para sí el liderazgo
histórico: "El Dios de la naturaleza y de las naciones
nos ha marcado ese destino, y con su consentimiento hemos de mantener
firmemente los incontestables derechos
que Él nos ha dado hasta completar las altas obligaciones que
Él nos ha impuesto". Esta mezcla de religión y
esoterismo ha sellado de forma invariable el modo norteamericano de
concebir su lugar en el mundo. Es el pueblo
elegido para conducir a la comunidad de pueblos y naciones, si es necesario
utilizando el castigo. Es terrible. El
Bien contra el Mal es el centro del discurso de Bush. Pero ¿quién
es el Mal? Parece que el mundo árabe en general
y los islámicos en particular. ¡Qué gran noticia
para la concepción sionista de Israel! Israel también se
identifica
con la encarnación del Bien y ha decidido que los árabes
y los palestinos en particular son el Mal. Los políticos
nacionalistas israelíes se consideran herederos directos de
quienes fueron interlocutores privilegiados de su Dios y
consideran a Palestina como su tierra de promisión. La barbarie
continuada de Sharon, el genocidio del pueblo
palestino se basa en esta creencia fanática que anula la condición
humana de los árabes; pueden y deben ser
destruidos sin remisión. Así pues este gran manicomio
esta lleno de locuras que se cruzan y combaten entre sí.
"Los que se alegran deben ser castigados"
La locura, como la culpa y la inocencia se expresa de muchas maneras
y en diferentes grados. La cuestión es
sencilla: si amontonáramos culpables e inocentes en contenedores
sin espacios diferenciadores no habría lugar a
los matices. Y los matices explican a veces asuntos de fondo que la
generalidad no puede explicar. Me fijo en
esos niños y adultos que han sido emitidos por televisión
gritando de alegría y agitando banderas en Cisjordania y
Gaza-ya ha surgido la denuncia de que se trata de imágenes rescatadas
con motivo de la invasión de Kuwait, con
intención intoxicadora-. Pero ¿aunque fueran verdaderas?
Si lo fueran, ¿cómo interpretar la escena? Es la escena
de los desesperados de la tierra alegrándose por lo que nadie
debería hacerlo. Es la reacción emocional,
espontánea, de quien apenas tiene espacio para la racionalidad,
viviendo como viven bajo el terror israelí. Los
palestinos saben bien que Estados Unidos tiene los medios para imponer
una paz justa, pero que hace
injustamente lo contrario: apoya incondicionalmente la política
militarista de Israel; veta al Consejo de seguridad
de Naciones Unidas para que no imponga sanciones a Israel; dota al
gobierno sionista de Tel Aviv de aviones
desde los que se bombardea pueblos palestinos; apoya con 3.000 millones
de dólares anuales a su aliado. La
obscena irresponsabilidad de George Bush ante los crímenes contra
la humanidad cometidos por el Gobierno de
Israel, ¿cómo no va a generar odios antinorteamericanos
entre las víctimas? ¿A quién puede extrañar
que esos
niños manifiesten alegría, ajenos de las consecuencias
que pueden tener para sus propia vidas esos atentados en
el corazón del imperio? En cambio, esa reacción de buena
parte de la opinión pública norteamericana señalando
a
los palestinos como culpables, poniendo como prueba esas imágenes
de televisión -muy probablemente
manipuladas-, es una barbaridad. Una barbaridad que no entiende qué
pasa en el mundo y cuál es el papel de su
gran país en Oriente medio. Podría decirse que esta última
es asimismo una reacción humana, y lo es. Pero no son
reacciones de igual magnitud, no pueden ser comprendidas de la misma
manera, como si respondieran a los
mismos derechos. El derecho de los niños desesperados me parece
superior a la visceralidad que los señala como
blanco para una respuesta militar.
La inocencia, sí, tiene grados distintos. Los trabajadores, conserjes,
secretarias, bomberos, ejecutivos,
asesinados en las Torres Gemelas son víctimas que nunca dirigieron
la política exterior norteamericana y su
terrorismo militar. Eran gentes inocentes. Pero sin duda menos inocentes
que los millones de niños que mueren
cada año víctimas del hambre. Al fin y al cabo la ciudadanía
norteamericana nunca se ha rebelado contra sus
gobiernos intervencionistas; y tampoco lo han hecho para pedir cambios
en las políticas económicas que desde la
Casa Blanca y también desde las Torres Gemelas sentencian a
millones de personas a la muerte por indigencia. Sé,
que este ejercicio crítico puede ser tachado por los simplistas
del blanco y negro como de demagogia. No lo es. Es
sólo la verdad. Una verdad que nos muestra un mundo lleno de
grises y se rebela contra el pensamiento
reduccionista que por mor del rechazo a los terribles atentados se
niega a ver la realidad norteamericana. Pero no
por ser menos crítico se es más firme en el rechazo.
Al contrario, la no-crítica sólo conduce a ser finalmente
complaciente con nuevas acciones guerreras de Estados Unidos y la continuidad
de las injusticias.
Todo es incertidumbre
¿Qué va pasar? Es la gran pregunta. En mi opinión
Estados Unidos desatará una guerra en alguna parte para
vengar su humillación -no exactamente a sus muertos-. Una conflagración
bélica se cobrará una multitud de
nuevos muertos inocentes. Lo hará aun cuando no tenga plena
seguridad respecto de quiénes han sido los
autores. Lo hará porque sus bases filosófico- morales
fundamentalistas espoleadas por la rabia de quien se
consideraba invulnerable y su política soberbia administradora
de la vida y la muerte a gran escala, hacen
inevitable su respuesta de fuego y destrucción. Lo hará,
de todos modos, tenga pruebas o fabricando mentiras
-otra más-, de esas que se desclasifican al cabo de cuarenta
años. En todo caso, con pruebas o sin ellas el
integrista Bin Laden proporciona el retrato robot suficiente para organizar
un castigo ejemplar contra Afganistán.
Al enemigo invisible urge ponerle rostro por razones de Estado. Por
cierto, son bastantes los analistas que señalan
la hipótesis de una autoría con ramificaciones norteamericanas,
no lo sé; pero me temo que en cualquier caso no
convendría ni al Gobierno ni a la sociedad estadounidense reconocer
semejante hecho. No pueden bombardearse a
sí mismos.
Una intervención militar norteamericana es ya una crónica
anunciada. ¿Después qué? ¿Hasta dónde
se agrandará
la brecha con Oriente? ¿Qué formas xenófobas adquirirá
el odio contra el mundo árabe? ¿Será que millones
de ojos
nos espiarán en nombre de las libertades y de la democracia?
A mí me huelen muy mal los discursos impropios de
dirigentes mundiales que apelan a la civilización y a la democracia
atacadas. No por lo que tiene de señalar a un
enemigo peligroso capaz de atacar de la manera en que lo ha hecho.
Si no por la ideología que se desprende del
uso y abuso de estos conceptos. Otra vez la civilización se
liga a Occidente; de nuevo el Islam es la otra cara de
la civilización, lo satánico. Pero es que, además,
afirmar que las Torres Gemelas -centro financiero por excelencia-
representaban la libertad, cuando sólo era un centro de operaciones
del neoliberalismo causante de millones de
muertos por hambre y epidemias, parece un ejercicio de cinismo. Tampoco
puede señalarse a Estados Unidos
como corazón y reserva de las libertades del mundo: más
bien sus gobiernos se han dedicado con frecuencia a
apadrinar dictaduras, organizar conspiraciones militaristas y a formar
asesinos. El Pensamiento Unico amenaza con
fortalecerse, desplegándose ahora hacia el aplauso de una escala
armamentista. El manicomio toma un rumbo
abyecto.
La docilidad europea
Es lamentable ver a Europa, más exactamente a sus gobiernos,
diciendo amén a la locura de una guerra del Bien
contra el Mal. Su apoyo incondicional a George Bush es tan errático
como confundir la condena de los atentados
con la complacencia con las respuestas indeseables. Por rechazar una
locura los gobiernos europeos se abrazan a
otra locura. ¿Dónde queda la racionalidad europea? ¿Dónde
el derecho internacional que sido uno de los pilares
europeos frente a la concepción hobbesiana pura y dura de la
razón de la fuerza? La firma del artículo 5º que
moviliza a la OTAN es, en primer lugar jurídicamente insostenible
pues sólo legitima para repeler un ataque, no
para protagonizar otra agresión, y políticamente una
bajada de pantalones ante la amenaza norteamericana de
recluirse en el aislacionismo y abandonar la alianza. Otra vez Europa
pierde la oportunidad de caminar hacia su
propio sistema de defensa comunitario. Donde manda capitán no
manda marinero.
Es necesario un nuevo rumbo
Lo ocurrido en Estados Unidos es un mal que debería convertirse
en oportunidad positiva para corregir la
conducción del mundo actual. Mientras dos terceras partes de
la humanidad vivan en la pobreza, viendo como
aumenta la brecha con el mundo rico; mientras el hambre sea la asignatura
pendiente de un mundo que se cree
dominador del curso de la historia; mientras haya pueblos a los que
se niegan sus derechos; ¿cómo se puede
pensar que habrá paz, seguridad, convivencia? Los sufrimientos
y la desesperación no pueden ser caldo de cultivo
para la paz perpetua que reclamaba Kant. Palestina sangra. Y esa sangre
palestina es la sangre de los
desheredados de la tierra, de quienes nada tienen que perder. ¿Hasta
cuando el pueblo palestino tendrá que sufrir
una ocupación injusta y además fanática? Las autoridades
mundiales deben saber que la herida Palestina emana
sangre por todo el mundo árabe. Un pueblo cercado, aplastado,
embargado, bombardeado, confiscado, está
llamando a la puerta del derecho internacional. Si ese derecho -que
tiene concreción en las resoluciones de
Naciones Unidas como la 242- no se cumple porque Israel y Estados Unidos
prefieren la violencia ¿qué camino
quedará en el futuro a los desesperados?
El mismo día 11 martes, a una hora de gran audiencia, la cadena
Antena-3 daba minutos y minutos de
protagonismo al expresidente israelí Benjamin Netanyahu que
este aprovechó para decir: "Teníamos razón, al
terrorismo hay que exterminarlo" Netanyahu se refería en todo
momento al pueblo palestino y a ese pueblo dirigía
sus amenazas a la misma hora en que tanques de su ejército entraban
en Jenin al norte de Cisjordania. Me pareció
una indecencia el que una cadena de televisión se prestara a
una propaganda nazi. Es justo lo contrario al
esfuerzo que debe hacerse en favor de la concordia y los derechos de
los pueblos; en favor de la justicia
internacional y de la negociación; en favor de la paz y de la
palabra. La seguridad mundial no puede basarse en
tecnologías militares y la guerra, sino en procesos políticos
y en una redistribución de la riqueza.
Manipulación
de imágenes por la CNN (Márcio
A. V. Carvalho)
Sobre
los ataques a las ciudades de Washington y Nueva York (Noam
Chomsky)
Morir
matando (Carlos Alonso Zaldívar)
La
guerra en palabras(Eduardo Galeano)
El
teatro del Bien y el Mal (Eduardo
Galeano)