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Ahora bien, todos los cultos orientales conmemoran a dioses que padecen. El fiel participa efectivamente, incluso físicamente en la pasión del dios: mediante abstinencias, maceraciones, heridas o mediante la emasculación los que se hacían galli (sacerdotes) de Atis.
Una gran fuerza de las religiones orientales residía en el hecho de que incluían iniciaciones. El atractivo del misterio consiste en que afecta al cuerpo y al alma, en que sacia los ojos y los oídos, la razón pura e impura. El ritual facilitaba el acceso a estados extraordinarios.
Las religiones orientales respondían a los impulsos del corazón y del sentimiento. Isis poseía la ternura de una Madona. En adelante, el fiel se sabía bajo la mirada atenta de una "persona" divina. Además, en el seno de las comunidades, las relaciones humanas ignoraban los rangos y precedencias de la sociedad romana. Existían sin duda grados, pero los mistos (fieles) se llamaban entre sí "hermanos" y el gran sacerdote llevaba a menudo el título de "padre". Entonces, como ahora, el drama de muchos era el de sentirse solos entre la muchedumbre de las concentraciones urbanas.
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El emperador Claudio es quien hace salir a Atis de su santuario frigio al inscribir en el calendario romano la fiesta del pino (Arbor intrat) y también muy probablemente todo el ciclo de las solemnidades de marzo.
Las Attideia rememoraban la "pasión del dios". La procesión de "las cañas" marcaba su inicio el 15 de marzo. Los miembros de esta cofradía, de la que no hay constancia antes de Marco Aurelio (161-180), iban al Almo a buscar las cañas, que evocaban la historia de Atis, nacido entre las cañas de las orillas del Gallos, o, más verosímilmente, sus amores culpables con la hija del río: el idilio de los cañaverales, donde se habían escondido los enamorados, había provocado la ira de Cibeles y provocado el drama de la emasculación.
Una novena de penitencia (el castus sexual llevaba aparejada una abstinencia estricta de pan, de grano y de ciertos frutos; se evitaba también el pescado, la carne de cerdo y el vino) seguía inmediatamente a esa solemnidad. El 22 de marzo se celebraba la entrada del árbol (Arbor intrat). El árbol -un pino talado en el bosque sagrado de Cibeles- iba envuelto en cintas y engalanado con violetas, que según la leyenda florecieron de la sangre derramada por Atis, cuando éste se castró bajo un pino. Se adoraba el árbol, expuesto como un muerto a la compasión de los fieles. Comenzaba entonces un triduum de duelo, acompañado por la música de las flautas curvas y las ululaciones cadenciosas de los galli (sacerdotes). Los fieles se golpeaban el pecho con la palma de las manos o con piñas, algunas veces hasta hacerse sangre. Después tenía lugar el entierro, el 24 de marzo, "Día de la Sangre". Con los nervios sobreexcitados por tres días de lamentaciones y por la novena de mortificaciones, los galli y los devotos de Cibeles empezaban a dar vueltas frenéticamente, siguiendo los acentos obsesivos de las trompas de boj acompasadas por el ritmo trepidante de castañuelas y tamboriles. En la embriaguez de la danza y superexcitados, se flagelaban y se infligían heridas en los brazos y en los hombros con un cuchillo para salpicar con su sangre el pino y los altares. Algunos fieles fanatizados segaban entonces su virilidad con un pedazo de sílex -lo que prueba el origen prehistórico del ritual- o de una vasija rota. El nuevo gallus era marcado al fuego mediante unas agujas especiales, recibiendo así el "sello" que hacía de él un esclavo propiedad de la diosa. Esta costumbre oriental ha dejado huella en el cristianismo sirio y abisinio.
La noche del 24 al 25 de marzo era una velada de plegarias, seguida de la explosión de alegría que proclamaba la resurrección de Atis. Esta fiesta poseía en el siglo II un esplendor particular: emperador, senado y prefecto de la ciudad participaban en el cortejo para dar gracias a la Mater Salutaris (Nuestra Madre de la Salvación). "Atis ha resucitado, evohé
", se gritaba en las calles, y la alegría de los romanos se desbordaba en la turbulencia de un inmenso carnaval. En aquel entonces se consideraba el 25 de marzo como el primer día del año en que el sol prevalece sobre la noche: era una fiesta de primavera.
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En Biblos se ofrecía un sacrificio a Adonis "como a un muerto"; al día siguiente se proclamaba que estaba vivo, enderezando el ídolo hasta entonces tendido sobre un lecho funerario.
Es seguro que se celebraba la resurrección del dios. "Aquél a quien los griegos llaman Adonis
-escribe Orígenes-, recibe el nombre de Thammuz entre los judíos y los sirios... Primero le lloran como si hubiese dejado de vivir, y después se regocijan como si hubiese resucitado de entre los muertos
"
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En los orígenes de la iniciación isíaca que hace del misto (del fiel) un nuevo Osiris, hay un asesinato ritual: el del jefe o el del rey al que se sacrifica y descuartiza para hacer que la tierra aproveche su sustancia vital. A este rito de magia agraria que, según se creía, garantizaba la renovación de la vegetación, y por consiguiente la prosperidad de la tribu, se incorporaron más tarde, cuando los reyes sustituyeron su persona por otras víctimas (humanas o animales), creencias que asociaban al soberano con el renacimiento anual de la naturaleza: se identificaba litúrgicamente con Osiris y moría y resucitaba cada año con él. El beneficio de esta identificación se extendió a los difuntos y después, a partir de la época helenística, a los iniciados de Isis. Estos lejanos antecedentes de un ritual esencialmente funerario explican, entre otras particularidades, que la consagración isíaca incluyese una muerte ficticia.
[...]
Los padecimientos de Osiris y de Isis los acercaban a los hombres y mujeres que querían revivir las pasiones de los dioses. La iniciación los igualaba a Osiris muerto y resucitado.
[...]
Una gran novedad para los grecorromanos consistía en la celebración de oficios cotidianos que mantenía en vilo el fervor de los devotos. Estos ritos renovaban todos los días el drama solar de Osiris... En todos estos aspectos, la devoción isíaca marcó profundamente a Occidente con una huella sobre la que luego el cristianismo no tuvo dificultades para imprimir la suya.
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Tertuliano, quien se refiere reiteradamente al ritual mithríaco, no sólo porque como hijo de centurión había sido instruido en él, sino porque el culto iranio dio en África pruebas de un singular vigor, y sus ceremonias compitieron peligrosamente con las de Cristo, dice que se ofrecía a los mistos (a sus fieles) "una imagen de la resurrección"
Pàg. 81ss
Historia de las religiones
Vol. V. Formación de las religiones universales y de salvación
Las religiones en el mundo mediterráneo y en el Oriente Próximo. (I)
Ed. Siglo Veintiuno
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Miquel Sunyol sscu@tinet.fut.es 29 agost 2004 |
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