INTRODUCCIÓN
Venimos
reflexionando estos días, juntos, sobre un tema que a todos interesa: la
Sabiduría y la Vida, y especialmente en la íntima relación que hay entre
Sabiduría y modo de vivir.
Ayer,
entre otras cosas, hablamos de la recta creencia y vimos lo esencial que es el
que nuestras ideas, nuestras opiniones nazcan de y estén impregnadas por la
Sabiduría. Si esto ocurre, la Sabiduría, indirectamente, rige nuestra vida; si
no es así, nuestra vida estará regida por el error, Avidya,
la falta de Sabiduría. Dice un pequeño gran libro, A los Pies del Maestro:
En el mundo hay dos
clases de seres: los sabios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos
interesa. La religión que un hombre profesa, la raza a la que pertenezca,
importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan
Divino. Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente
lo reconoce,no puede sino
identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan
glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para
el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por
egoísmo.
Si está al lado de Dios,
está unido a nosotros, y no importa lo más mínimo que se llame hindú, buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o
inglés, chino o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están al lado
de Dios, saben porque están aquí y cuál es su misión, y procuran cumplirla; los
demás, no saben todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente
e intentan trazarse vías que imaginan placenteras, sin comprender que todos
somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser
verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de
lo real. Hasta que aprendan a distinguir entre los dos, no se colocarán al lado
de Dios y, para aprenderlo, el discernimiento es el primer paso.
Vemos
expresado aquí de otra forma pero con la misma contundencia que veíamos ayer en
el Noble Óctuple Sendero del Buddhismo,
la gran importancia que tiene la Recta creencia, la Recta opinión.
Consideremos
con detenimiento la gran importancia que tiene en nuestra vida, esa vida que
aspiramos a que canalice la Sabiduría, la impregnación de Sabiduría, el
sintonizar, el vibrar con esa peculiar cualidad que es Sabiduría. Entonces, se
produce naturalmente una paz interior, una armonía, un gozo y un amor que
trasciende toda explicación. Cuando esto ocurre vimos cómo, naturalmente, los
aspectos ‘oscuros’ de nuestra naturaleza se extinguen solos, sin lucha, sin
conflicto ni derroche de energía. Haciendo la luz en nosotros, las sombras
desaparecerán solas.
Vimos
por último, como el yo personal no puede apropiarse de la Sabiduría, sino que
es al revés. Cuando el yo personal cesa en sus múltiples actividades
egocéntricas y conflictivas, entonces puede la Sabiduría, que ya existe en
nuestro interior, poseerlo y expresarse a través de esa máscara, de esa
personalidad.
Leímos
también un párrafo del diario de Krishnamurti donde
describía ese estado en el cual ‘lo otro’, lo Universal, se manifestaba a
través de lo personal. Leeremos otro párrafo del mismo libro donde trata
también de describir esa experiencia:
Esta mañana uno despertó
temprano y así como estaba, aún sin haberse lavado, fue forzado a incorporarse.
Generalmente, uno permanece sentado en la cama por un tiempo antes de
abandonarla. Pero esta mañana eso estaba fuera del proceder habitual, era una
urgente e imperativa necesidad. En el momento de incorporarse, al poco rato,
adivinó esa inmensa bendición y pronto sintió uno que todo este poder, toda
esta impenetrable, austera fuerza estaban en uno, alrededor de uno y en la
cabeza, y que en medio de toda esta inmensidad había completa quietud. Era una
quietud que ninguna mente puede imaginar, formular; ninguna violencia puede
producirla; esta quietud no tenía causa, no era un resultado; era la quietud en
el mismo centro de un tremendo huracán. Era la quietud de todo movimiento, la
esencia de toda acción; era la explosión creadora, y es sólo en una quietud así
que la creación puede tener lugar.
1. LA SABIDURÍA Y EL
PENSAMIENTO GRIEGO
La
Sabiduría, que no es una posesión particular y exclusiva de ninguna época,
cultura, religión, grupo o gurú se ha expresado de
múltiples maneras y en múltiples circunstancias en la historia de la humanidad.
Hay,
mirando hacia atrás en la historia, varios momentos culminantes en esta
manifestación de la Sabiduría Divina. De entre ellos hay un momento que quiero
destacar. Estamos en el siglo VI A.C.,
aproximadamente. En la India encarna Gautama, el Buddha, lo que provoca una gran reforma y renovación del
Hinduismo, entonces en decadencia, y el nacimiento del Buddhismo
que iluminará a un gran número de países y seres humanos y que, en nuestros
días, penetra vigorosamente en el mundo del pensamiento occidental. Simultáneamente,
en China viven Lao Tse y
Confucio, naciendo el Taoísmo y el Confucionismo que iluminarán hasta hoy
esa gran nación y de lo que hoy también se impregna Occidente.
En
Israel, los profetas rigen su destino.
En
Persia, encarna uno de los Zoroastros.
En
Grecia, el Orfismo, esa gran institución de los Misterios, alcanza su máximo
apogeo, encarna Pitágoras que sintetiza la inspiración del Orfismo, el
pensamiento filosófico naciente en Grecia y comienza la actitud ‘científica’ en
el acercamiento al Universo. Todo ello es la auténtica base y fundamento de lo
que hoy llamamos cultura occidental. También nace con él una ética que se
expresó en lo que podríamos llamar ‘modo de vida pitagórico’ y que perduró
muchos años tras la muerte de Pitágoras. Este modo de vida estaba, como
decíamos ayer, impregnado de la Sabiduría que así se plasmaba en cada acto y en
cada actitud. Algunos escritores de la época dijeron que a los pitagóricos se
les reconocía a distancia, sin hablar con ellos, por su porte, su actitud, sus
modales.
Vemos
con asombro cómo en esta época la Sabiduría se vuelca sobre el mundo en
diversos puntos y países a través de distintos seres. Cada uno de ellos le dio
su tónica particular, la tónica que correspondía al ser y al pueblo al que iba
dirigida. Impresiona esta ‘abundancia’ de sabios que, de una forma
aparentemente independiente, encarnaron casi simultáneamente en el mundo, dando
un gran impulso a la evolución espiritual, moral y filosófica del mundo
antiguo.
Todo
este fluir de filosofía, ética y ciencia que se produjo en Grecia en esa época,
y que nosotros hemos sintetizado en Pitágoras, que por supuesto no es el único,
forma la base, la esencia, los auténticos cimientos de lo que hoy llamamos la
cultura occidental. Esta cultura bebe y se nutre en ese mundo griego y su
desarrollo no es, en múltiples ocasiones, más que el desarrollo de todas esas
ideas filosóficas y científicas, éticas y místicas que nacieron para Occidente
en los albores de la gran civilización helénica.
Esta
cultura recibió, 600 años después, una nueva corriente de inspiración que, sin
contradecir en nada estos fundamentos de la Grecia antigua, les dio ese matiz
propio de la naturaleza crística que podríamos
resumir en la palabra Amor y Servicio.
El
Cristianismo no nos propone un gran filósofo, ni nos propone una gran
investigación científica; lo que hace es matizar todo eso que ya existía del
mundo griego con un nuevo espíritu, un espíritu de hermandad entre los hombres,
de unión, de terminar con las diferencias entre libres y esclavos, pobres y
ricos, etc., etc...
El
cristianismo aporta un nuevo espíritu a la construcción de eso que hoy llamamos
la cultura occidental. Este cristianismo encontró su mejor expresión en algunos
filósofos griegos: neoplatónicos, gnósticos, etc., quienes encarnaron la fusión
de esa gran tradición griega con el nuevo espíritu que brotaba del naciente
cristianismo. Fue éste, a mi modo de ver, el momento culminante de esa fusión.
Lo
que ocurrió después, eso que Van der Leeuw llamó ‘la dramática historia de la fe cristiana’, es
algo que todos conocemos y que daría para un trabajo de mayor amplitud.
Vemos
como la Sabiduría no abandona nunca a la humanidad y, de tiempo en tiempo,
envía a algunos de sus ‘Hijos’, los Maestros de la Sabiduría, que instruyen,
impulsan y aceleran el proceso de la evolución humana. Recuerdo ahora unas
frases del Bhagavad Gitâ,
donde Krishna, otra encarnación de la Sabiduría,
dice:
Numerosos han sido mis
nacimientos, ¡oh Arjuna!, y
muchos han sido también los tuyos. Pero así como yo recuerdo mis vidas pasadas,
tú has olvidado las tuyas. Aunque estoy más allá de la rueda de las
reencarnaciones, y soy el Señor de cuanto existe, tomo voluntariamente la forma
de un ser transitorio. Cuando la Justicia [Dharma]
decae, me manifiesto como hombre entre los hombres. Para destruir la injusticia
con mi ejemplo y enseñanza, renazco a través de las edades.
Vemos
como uno de esos ‘Hijos de la Sabiduría’ nos manifiesta que cuando la justicia
decae y cuando las tinieblas de la ignorancia se extienden sobre los hombres,
se encarna para, nuevamente, restablecer la nota de la Sabiduría. Si observamos
la historia de la humanidad, veremos como ésta está plagada de estos seres que
encarnan la Sabiduría.
La
torpeza humana hace que después sus seguidores se crean en la exclusiva
posesión de la Verdad y se peleen entre sí para mayor gloria de sus respectivas
estrecheces dogmáticas.
Como
vemos, en esa época —siglo VI A.C.—
la Sabiduría se derramó ampliamente por toda la faz de la tierra; ello
demuestra que no estamos ‘abandonados’ en absoluto.
Volviendo
a Grecia, encontramos a Anaximandro que reconoció por
vez primera la unidad e interdependencia de todo el mundo visible al que por
primera vez llamó ‘Cosmos’ (orden), dando a entender cómo el Universo está todo
regido por leyes; es un organismo, un sistema integrado y regido por unas leyes
universales.
Más
adelante, el emperador Julián el Apóstata (siglo IV D.C.),
imbuido del espíritu de los neoplatónicos, diría:
Todo el Cosmos es una
única esencia viviente, llena en su totalidad de alma y espíritu y consiste
toda ella de partes completísimas.
Este
espíritu que nunca ha muerto, reencarna hoy en el movimiento científico denominado
Holismo, que considera también al Cosmos como un todo integrado en el que una
materia viviente, una energía, (un alma) y una conciencia (un espíritu) lo
llenan todo y se individualizan aparentemente en las diversas formas. Cada ser
sería así una focalización en un punto y en el tiempo de esa materia-energía-vida-conciencia
universales.
Al
mismo tiempo, los Pitagóricos están creando su sistema que es, a la vez, una
religión, una filosofía, una ética y una ciencia. Donde la armonía es la ley
básica del Universo que se expresa en la Matemática y en la Música. Esta
expresión de la armonía en el ser humano requiere una ética en la que se
expresa el llamado ‘modo de vida pitagórico’, que no busca sino la armonía
entre el hombre y el Cosmos, del cual éste es parte privilegiada ya que, a
través de su alma, de su inteligencia, está estrechamente emparentado con la
Inteligencia Universal y por ello es capaz de entender el Cosmos y sus leyes y,
entendiéndolo, de armonizarse con él.
Jaeger sintetizaba todo esto en la siguiente
frase: ‘Para poder llevar la vida que le corresponde, un hombre necesita del
conocimiento y del fiel cumplimiento de las leyes que rigen el Cosmos.’
Nuevamente
encontramos la relación entre la Sabiduría y la Vida y la importancia de la
Recta creencia para la Recta conducta.
Toda
esta filosofía naciente gira en torno a y se nutre de la mística órfica que se
expresa en esa gran institución que fueron los Misterios. En el mundo griego
existen lo que podríamos llamar dos corrientes religiosas distintas; la
religión oficial que es la religión del panteón griego con sus dioses, la
religión de las ceremonias oficiales, etc.; pero el sentir religioso, profundo,
del pueblo griego no está ahí, está en una institución que para ellos es
absolutamente entrañable, que está encarnada en los Misterios que se nutren e
inspiran en el Orfismo. Nadie sabe si existió o no el poeta Orfeo, pero sí
existió, y con un gran arraigo, la tradición órfica. Esta tradición se envuelve
en los Misterios, en los Mitos, en las ceremonias mistéricas,
en las grandes festividades... Aquí se expresa la auténtica religiosidad del
pueblo griego, y es aquí donde hallamos el manantial del que beben todos estos
grandes filósofos; es la esencia de los Misterios lo que percibimos en y a
través del pensamiento de estos grandes filósofos.
Hay
algo que a los modernos estudiosos de la filosofía les ha, podríamos decir,
molestado siempre de figuras como Pitágoras, e incluso Platón y es el hecho de
que hacen toda una elaboración intelectual, racional, avanzando en el
razonamiento paso a paso, hasta llegar a un punto en el cual la razón encuentra
que no puede ir más allá. Entonces, dan un saldo cualitativo y entran de lleno
en ese misticismo órfico y su lenguaje, lo cual desconcierta a los modernos
racionalistas. Ello es debido a que hay un momento en el que la mente racional
no puede seguir sola en su camino hacia la Realidad. A partir de aquí, ya no es
un problema de explicación racional y, entonces, estos filósofos que buscaban
la verdad y no el adaptarse, con más o menos rigor, a un sistema lógico y que
habían bebido en el espíritu órfico de los Misterios, no tienen ningún rubor en
dar un salto en el intelecto y saltar hacia una percepción intuitiva y profunda
de lo esencial. Así, el trabajo del intelecto viene a tener, en el acceso a la
verdad, una función similar a la de un estribo a la hora de subir a un caballo.
La mente nos brinda con su esfuerzo un punto de apoyo sólido para que desde él
la intuición, esa percepción profunda, acceda a eso que es la Realidad.
El
núcleo central de los Misterios lo constituye el mito de Dionisios
que comentábamos ayer y que en resumen es el siguiente:
Zeus envía a Dionisios, su hijo, a la Tierra (Gea) en la que habitan los
hijos de ésta, los Titanes. Los Titanes devoran a Dionisios
y de él sólo queda el corazón que es recogido por Palas Atenea y presentado a
Zeus. Zeus, irritado por la acción de los Titanes, los destruye por medio de su
arma: el rayo.
De
las cenizas de esta destrucción es de lo que se formarán los hombres. Ello
explicaría el que en los hombres encontremos una naturaleza titánica,
terrestre, fruto de la evolución de la Tierra (hija de Gea); y al mismo tiempo,
una naturaleza interna de carácter divino, dionisíaco,
espiritual y celeste que siempre tiende a reintegrarse con ese corazón
que permanece siempre en poder de Zeus.
Las
sucesivas encarnaciones no representan sino esa lucha constante en la que la
naturaleza dionisíaca trata de liberarse de esa otra naturaleza titánica que la
aprisiona, para reintegrarse a ese espíritu universal representado por Zeus, el
padre de los dioses.
Este
mito es el mito esencial de los Misterios griegos, es el núcleo central del
orfismo en el que se expresa perfectamente su visión del hombre, de lo divino y
de la relación entre ambos.
Así
podríamos ir viendo, paso a paso, cómo en el pensamiento griego van surgiendo
esas ‘ideas-raíz’ alrededor de las cuales se ha ido entretejiendo, siglo tras
siglo, hasta nuestros días, eso que podemos llamar el pensamiento occidental.
Jenófanes de Colofón habla del Todo, del Uno que
se expresa en la diversidad sin por ello alterar su ser. Dice también algo
curioso: “Como el hombre, así su Dios”, en clara alusión a la tendencia humana
a crear dioses antropomórficos que expresan las mismas virtudes y defectos que
tiene el hombre que los ha creado. En la época moderna, cierto filósofo dijo:
“Dios hizo el hombre a su imagen y semejanza, y éste le devolvió el cumplido”,
frase digna de profunda reflexión.
Heráclito nos dice, incidiendo todavía más en
esta idea de la unidad:
“Del Todo brota el Uno y
del Uno el Todo” y, “Es propio del sabio reconocer que todo es Uno”. Esta idea
de la Unidad es integrada por él con la idea del cambio contínuo,
del devenir al que todas las cosas están sujetas: “Todo fluye, nada permanece”,
“No puedes bañarte dos veces en el mismo río, pues siempre un agua distinta
fluye en torno a ti.”
Heráclito encuentra también la necesidad de que
todo este cambiar esté regido por una Razón Suprema a la que él llama LOGOS —palabra de gran
sentido para los teósofos. El Logos es para Heráclito esa Razón Última que rige las cosas, y el
Universo es, en último término, el Dios de los sabios. El Único Dios que los
sabios pueden reconocer.
Dice
Heráclito: “Dios es día y noche, invierno y verano,
guerra y paz, satisfacción y hambre; toma formas variadas como el fuego, y
cuando se mezcla con aromas se le llama según el perfume de cada uno de ellos.”
Termina
diciendo Heráclito que el Cosmos, en su eterno nacer
y morir es, pues, “una cobertura viviente de la divinidad”, una expresión de
esa Realidad Inminente. ¡Cuánta Sabiduría!
En
cuanto al hombre, Heráclito alcanza una concepción
muy elevada pues es para él una expresión ‘oscurecida’ por el cuerpo, del Logos. Llega a decir: “Tener sana inteligencia es la máxima
perfección, y la sabiduría consiste en decir la Verdad y obrar conforme a la
Naturaleza, obedeciéndola.”
La
muerte la ve como una liberación del alma, y así afirma: “Nosotros vivimos la
muerte de las almas y ellas viven nuestra muerte.”
2. PLATÓN
Este
es el caldo de cultivo en el que surge ese gran gigante del pensamiento
universal que es Platón; en él vive y se nutre. Platón participa de los
Misterios de Eleusis y, por tanto, de la mística de
Orfeo. Viaja a Egipto hacia el año 300 A.C. donde
contacta con esta antiquísima y sólida cultura; de aquí viaja a Cirene, en Asia Menor, donde aprendió con Teodoro la
Geometría. Viaja después a la Magna Grecia (la actual Italia), estableciendo
una estrecha relación con los pitagóricos y donde aprende su ciencia y sus
doctrinas sobre el alma. Después viaja a Siracusa, donde el tirano Dionisio I
lo vendió como esclavo. Liberado por unos amigos regresa a Atenas donde funda,
con unos amigos, su Academia, en una finca próxima a la ciudad, en un lugar
consagrado a un antiguo héroe llamado Academo.
La
obra de Platón es ingente en lo científico, lo filosófico, lo político, lo
ético, etc. Vamos a centrarnos hoy en el punto central de su pensamiento, en lo
que se ha dado en llamar “LA TEORÍA DE LAS IDEAS”.
3. TEORÍA DE LAS IDEAS
Para
Platón, hay un mundo superior que es el verdadero mundo de los Arquetipos, de
los Modelos perfectos de las cosas. Los seres y las cosas del mundo son un
pálido reflejo de sus correspondientes arquetipos que permanecen en ese mundo. La
evolución sería, pues, la tendencia que hace que las cosas o los seres expresen
mejor y más plenamente las cualidades de sus correspondientes arquetipos.
Este
mundo arquetípico —causal en terminología teosófica— donde la Ideación Cósmica,
el Logos, produjo estos arquetipos, es el mundo del
alma humana, su verdadera morada. Es también el mundo de las Ideas, en el que
éstas son realidades que se expresan con una absoluta perfección.
Nuestra
alma, que existía ya antes de nuestro nacimiento, vivió en este mundo donde los
arquetipos y las ideas son perfectas. Así, aunque el
alma humana es oscurecida por el cuerpo en su encarnación, guarda un vago
recuerdo inconsciente de aquella perfección que vivió. Ello explica ese —en
palabras de HPB— “inexpresable anhelo del alma humana por lo Infinito” con que
definía la meditación.
Impelido
por este anhelo, el ser humano busca la verdad, la justicia, el bien, la
belleza, es decir, todo aquello que conoció el alma humana en su mundo. Lo
busca en principio en las cosas externas que son, como hemos visto, un pálido y
oscurecido reflejo de lo real, y tras su logro viene el desencanto, la
insatisfacción, porque las cosas nunca responden a la perfección de ese mundo
de las ideas, de los arquetipos, por más que participen de ellos y de ahí su
atractivo.
Aquí
yace el origen del verdadero Eros, del ‘amor platónico’, que no es sino el
profundo anhelo del alma hacia lo eterno; la aspiración de los filósofos hacia
el verdadero conocimiento de las esencias que hemos contemplado una vez en el
reino de la verdadera Realidad, alcanzar esa Aleteia
o unión espiritual que es la culminación de la evolución humana de nuestra
alma.
4. VERDAD, BONDAD Y BELLEZA
En
ese mundo de las ideas, hay tres a las que Platón concede una especial relevancia.
Son las ideas de Verdad, Bondad y Belleza, que vienen a ser como esas tres
cualidades esenciales de la realidad. Al igual que todos los colores pueden
formarse mezclando los tres primarios (rojo, amarillo y azul), así todas las
cosas nobles, todas las virtudes, no son sino una expresión de estas tres ideas
básicas en distinta proporción.
Ello
explica esos tres pilares por los que el hombre se acerca a la Realidad: la
Ciencia, la Religión y el Arte, como expresión de esas tres cualidades de
Verdad, Bondad y Belleza (o Armonía).
Implícitamente,
vemos aquí señalado un auténtico sendero iniciático. Si
llenamos nuestra vida, nuestras palabras y actos, nuestras relaciones, nuestro
cuerpo y nuestra mente de Verdad, Bondad y Belleza, estamos verdaderamente
canalizando, estamos siendo poseídos por esa Realidad que se expresa a través
de éstos sus aspectos. Estamos alcanzando ese más elevado amor o unión que se
expresa por ALETEIA, una hermosa palabra
similar a la utilizada por los pitagóricos: APOTEOSIS, o la palabra india ANANDA, expresiones todas de
ese estado de armonía, de unión, de felicidad suprema, que es la culminación de
la evolución humana.
Barcelona, 11, 12 y 13 de
diciembre de 1988.