El inventor de noches
El pitillo de Joaquín Sabina es el mismo que se fuma en aquella película Humphrey Bogart pero sin piano. O sea que más que fumarse la noche (que no existe), lo que hace este hombre es inventársela para que alguna novia suya -casada, quizá, con algún marido inútilmente alto- siga pensando en él. Joaquín Sabina gasta, pues, hechuras o argumentos esquineros porque sabe que la fría calle es mucho más literaria que el cálido edredón de los ronquidos. Lo golfo, bien escrito o descrito, siempre tiene más tirón que lo felizmente casado. El error es creer que lo golfo es cosa de golfos. Los golfos están por lo suyo, que es la golfería. Lo golfo (que, como el tango, suele tener voz de nicotina y esqueleto sentimental) es territorio literario. Lo golfo es género que cultivan los verdaderos poetas o contadores de historias, es decir, aquellos que, como Joaquín Sabina, saben levantarle la falda a la luna. Este andaluz es de los que saben lo que cuesta un beso, por eso los cuentos que nos cuenta ponen de los nervios a los que la luna nunca ha sorprendido desnudos al amanecer. Este andaluz es, también uno de los inventores de ese Madrid que algunos cronistas con bufanda atribuyen a aquel alcalde, Tierno de apellido, que dominaba el latín, el marxismo, y que ha pasado a la historia porque se dejó fotografiar junto a la teta de Susana Estrada. O sea, un tío legal. Arturo San Agustín |