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Continuad instruyéndome: me habéis dicho sólo la mitad de lo que debo saber. Habladme de la revelación, de las escrituras, de esos dogmas oscuros sobre los que voy errante desde mi infancia sin poder concebirlos ni creerlos, y sin saber admitirlos ni rechazarlos.
Sí, hijo mío, dijo él abrazándome, terminaré de deciros lo que pienso; no quiero abriros mi corazón a medias. Mas el deseo que me testimoniáis era necesario para autorizarme a no tener con vos ninguna reserva. No os he dicho hasta ahora nada que no creyese que pudiera seros útil y de lo que no estuviera íntimamente persuadido.
...todas mis afirmaciones son únicamente razones de duda
El examen que me queda por hacer es muy diferente; no veo en él más que dificultad, misterio, obscuridad; no aporto a él sino incertidumbre y desconfianza. Sólo me decido temblando, y os digo más mis dudas que mi opinión. Si vuestros sentimientos fueran más estables, dudaría en exponeros los míos; mas en el estado en que os halláis ganaréis pensando cómo yo (1).
Por lo demás, no deis a mis discursos más que la autoridad de la razón; ignoro si estoy en el error. Cuando se discute és difícil no adoptar a veces el tono afirmativo; mas recordad que en este punto todas mis afirmaciones son únicamente razones de duda. Buscad la verdad vos mismo: en cuanto a mí, no os prometo más que buena fe.
En mi exposición no veis otra cosa que la religión natural. ¡Es muy extraño que se necesite otra! ¿Cómo conocería yo esa necesidad? ¿De qué puedo ser culpable sirviendo a Dios según las luces que él da a mi espíritu y según los sentimientos que inspira a mi corazón?
¿Qué pureza de moral, qué dogma útil al hombre y honorable a su autor puedo sacar de una doctrina positiva que no pueda sacar sin ella del buen uso de mis facultades? Mostradme qué se puede añadir para gloria de Dios, para bien de la sociedad, y para mi propio beneficio a los deberes de la ley natural, y qué virtud haréis nacer de un nuevo culto, que no sea una consecuencia del mío.
Las mayores ideas de la divinidad nos vienen por la sola razón. Ved el espectáculo de la naturaleza, escuchad la voz interior. ¿No ha dicho Dios todo a nuestros ojos, a nuestra conciencia, a nuestro juicio? ¿Qué más nos dirán los hombres?
Sus revelaciones no hacen sino degradar a Dios dándole las pasiones humanas. Lejos de aclarar las nociones del gran Ser, veo que los dogmas particulares los enredan, que lejos de ennoblecerlos los envilecen; que a los misterios inconcebibles que lo rodean añaden ellos contradicciones absurdas; que vuelven al hombre orgulloso, intolerante, cruel, que en lugar de establecer la paz sobre la tierra llevan a ella el hierro y el fuego. Me pregunto para qué sirve todo eso, sin poder responderme. Ahí no veo sino los crímenes de los hombres y las miserias del género humano.
Me dicen que se necesitaba una revelación para enseñar a los hombres la manera en que Dios quería ser servido; se da como prueba la diversidad de cultos extravagantes que los hombres han instituido, y no se ve que esa diversidad misma viene de la fantasía de las revelaciones.
Desde que a los pueblos se les ocurrió hacer hablar a Dios, cada uno lo ha hecho hablar a su manera y le ha hecho decir lo que ha querido. Si sólo se hubiera escuchado lo que Dios dice al corazón del hombre, nunca habría habido más que una religión sobre la tierra.
Hacía falta un culto uniforme, de acuerdo: pero este punto ¿era tan importante que fue menester todo el aparato del poder divino para establecerlo? No confundamos el ceremonial de la religión con la religión. El culto que Dios pide es el del corazón; y éste, cuando es sincero, es siempre uniforme; es de una vanidad muy loca imaginar que Dios toma un interés tan grande en la forma del hábito del sacerdote, en el orden de las palabras que pronuncia, en los gestos que hace en el altar y en todas sus genuflexiones.
Dios quiere ser adorado en espíritu y en verdad; deber es éste de todas las religiones, de todos los países, de todos los hombres. En cuanto al culto externo, si debe ser uniforme para el buen orden, eso es mero asunto de policía, para eso no hace falta revelación.
No empecé con todas estas reflexiones. Arrastrado por los prejuicios de la educación y por ese peligroso amor propio que siempre quiere elevar al hombre por encima de su esfera, no pudiendo elevar mis débiles concepciones hasta el gran Ser, me esforzaba por rebajarlo hasta mí. Las relaciones infinitamente lejanas que él puso entre su naturaleza y la mía, yo las acercaba. Quería comunicaciones más inmediatas, instrucciones más particulares, y no contento con hacer a Dios semejante al hombre, para ser yo mismo privilegiado entre mis semejantes, quería luces sobrenaturales, quería un culto exclusivo, quería que Dios me hubiera dicho lo que no había dicho a otros, o lo que otros no habrían entendido como yo.
Mirando el punto a que había llegado como el punto común de donde partían todos los creyentes para llegar a un punto más esclarecido, no encontraba en la religión natural sino los elementos de toda religión.
Consideraba esa diversidad de sectas que reinan sobre la tierra y que mutuamente se acusan de mentira y de error; preguntaba:
¿Cuál es la buena?
La mía (2). Sólo yo y mis partidarios pensamos correctamente; todos los demás están en el error.
¿Y cómo sabéis que vuestra secta es la buena?
Porque Dios lo ha dicho.
Y ¿quién os dice que Dios lo ha dicho?
Mi pastor, que lo sabe bien. Mi pastor me dice que crea así, y así creo; me asegura que todos los que dicen otra cosa distinta a él mienten, y yo no los escucho.
¡Cómo!, pensaba yo, ¿la verdad no es una?, ¿y lo que es verdadero en mí puede ser falso en vos? Si el método de quien sigue el buen camino y el de quien se extravía es el mismo, ¿qué mérito o qué culpa tiene más uno que otro? Su elección es efecto del azar, imputárselo es iniquidad; es recompensar o castigar por haber nacido en tal o cual país. Osar decir que Dios nos juzga de ese modo es ultrajar su justicia.
O todas las religiones son buenas y agradables a Dios, o, si hay una que Él prescriba a los hombres y por cuyo desconocimiento los castigue, le ha dado signos ciertos y manifiestos para ser distinguida y conocida como la única verdadera. Esos signos son de todos los tiempos y de todos los lugares, sensibles por igual a todos los hombres, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, europeos, indios, africanos y salvajes. Si hubiera una religión sobre la tierra fuera de la cual sólo hubiese pena eterna, y en algún lugar del mundo un solo mortal de buena fe no hubiese sido sorprendido por su evidencia, el Dios de esa religión sería el más inicuo y más cruel de los tiranos.
¿Buscamos, pues, sinceramente la verdad? No otorguemos nada al derecho de nacimiento y a la autoridad de los padres y de los pastores, sino que sometamos a examen de conciencia y de la razón cuanto nos han enseñado desde nuestra infancia. Aunque me griten: somete tu razón. Eso mismo puede decirme quien me engaña; necesito razones para someter mi razón.
...el testimonio de los hombres no es sino el de mi propia razón, y nada añade a los medios naturales que Dios me ha dado para conocer la verdad.
Toda la teología que pude adquirir por mí mismo mediante la inspección del universo, y por el buen uso de mis facultades, se limita a lo que anteriormente os he explicado. Para saber más hay que recurrir a medios extraordinarios. Esos medios no podrían ser la autoridad de los hombres: porque al no ser hombre alguno de una especie distinta a mí, cuanto un hombre conoce naturalmente también puedo conocerlo yo, y otro hombre puede equivocarse igual que yo: cuando creo lo que dice, no es porque él lo diga, sino porque lo prueba. En el fondo, por tanto, el testimonio de los hombres no es sino el de mi propia razón, y nada añade a los medios naturales que Dios me ha dado para conocer la verdad.
Apóstol de la verdad, ¿qué tenéis, pues, que decirme de lo que yo no siga siendo el juez?
Dios mismo ha hablado; escuchad su revelación.
Eso es otra cosa. ¡Dios ha hablado! Desde luego, gran frase es ésta. ¿Y a quién ha hablado?
Ha hablado a los hombres.
¿Por qué pues no he oído yo nada?
Ha encargado a otros hombres que os transmitan su palabra.
Ya entiendo: son hombres los que van a decirme lo que Dios ha dicho. Prefiriría haber oído a Dios mismo; a él no le habría costado mucho más, y yo habría estado al abrigo de la seducción.
Os protege de ella manifestando la misión de sus enviados.
¿Y quién ha hecho esos libros?
Hombres.
Y ¿quién ha visto esos prodigios?
Hombres que los atestiguan.
¡Vaya! ¡Siempre testimonios humanos!
¡Siempre hombres que me cuentan lo que otros hombres han contado!
¡Cuántos hombres entre Dios y yo!
No obstante, veamos, examinemos, comparemos, verifiquemos. Oh, si Dios se hubiera dignado dispensarme de todo este trabajo, ¿le habría servido yo con menor buena voluntad?
¿Es razonable, es justo exigir que todo el género humano obedezca la voz de ese ministro, sin hacerle conocer por tal?
Finalmente, ¿por qué Dios escogió, para atestiguar su palabra, medios que por sí mismos tienen gran necesidad de atestación, como si él se burlase de la credulidad de los hombres y evitara de intento los verdaderos medios de persuadirlos?
Supongamos que la majestad divina se digne rebajarse lo bastante para hacer a un hombre órgano de sus voluntades sagradas; ¿es razonable, es justo exigir que todo el género humano obedezca la voz de ese ministro, sin hacerle conocer por tal? ¿Hay equidad no dándole, por todas cartas credenciales, otra cosa que unos cuantos signos particulares hechos ante unas pocas gentes oscuras, y de los que el resto de los hombres nunca sabrá nada sino de oídas?
Si en todos los países del mundo se tuvieran por verdaderos todos los prodigios que el pueblo y los simples dicen haber visto, cada secta sería la buena, habría más prodigios que acontecimientos naturales y el mayor de todos los milagros sería que allí donde hay fanáticos perseguidos no hubiera milagros.
Tal es el orden inalterable de la naturaleza que muestra del mejor modo posible al ser supremo ; si se diesen muchas excepciones, yo ya no sabría qué pensar, y por lo que a mí se refiere creo demasiado en Dios para creer en tantos milagros tan poco dignos de él.
Vuestro Dios no es el nuestro, diría yo a sus sectarios. Aquel que comienza por escogerse un solo pueblo y proscribir al resto del género humano no es el padre común de los hombres; aquel que destina al suplicio eterno al mayor número de sus criaturas no es el Dios clemente y bueno que mi razón me ha mostrado.
Dicen que si la religión natural es insuficiente, es por la oscuridad que deja en las grandes verdades que nos enseña. Dicen que a la revelación corresponde enseñarnos esas verdades de una manera sensible para el espíritu del hombre, ponerlas a su alcance, hacérselas concebir a fin de que las crea.
El Dios que adoro no es un Dios de tinieblas, no me ha dotado él de entendimiento para prohibirme su uso.
La fe se asegura y se afirma por el entendimiento, la mejor de todas las religiones es infaliblemente la más clara: quien carga de misterios, de contradicciones el culto que me predica me enseña por esto mismo a desconfiar. El Dios que adoro no es un Dios de tinieblas, no me ha dotado él de entendimiento para prohibirme su uso; decirme que someta mi razón es ultrajar a su autor. El ministro de la verdad no tiraniza mi razón; la esclarece.
Hemos dejado a un lado toda autoridad humana, y sin ella yo no podría ver cómo puede un hombre convencer a otro predicándole una doctrina desrazonable. Enfrentemos por un momento a estos dos hombres, e indaguemos qué podrán decirse en esa aspereza de lenguaje común a los dos partidos.
El Inspirado: | La razón os enseña que el todo es más grande que su parte; mas yo os enseño de parte de Dios que es la parte la que es mayor que el todo. |
El Razonador: | ¿Y quién sois vos para atreveros a decirme que Dios se contradice? ¿Y a quién creeré mejor, a él que me enseña por la razón las verdades eternas, o a vos que me anunciáis de parte suya una absurdidad? |
El Inspirado: | A mí, porque mi instrucción es más positiva, y voy a probaros de forma irrefutable que es él quien me envía. |
El Razonador: | ¿Cómo? ¿Vais a probarme que es Dios quien os envía a deponer contra él? Y ¿de qué género serán vuestras pruebas para convencerme de que es más seguro que Dios me hable por vuestra boca que por el entendimiento que me ha dado? |
El Inspirado: | ¡El entendimiento que os ha dado! ¡Hombre pequeño y vano! Como si fuerais el primer impío que se extravía en su razón corrompida por el pecado. |
El Razonador: | Hombre de Dios, tampoco vos seríais el primer pícaro que ofrece su arrogancia por prueba de su misión. |
El Inspirado: | ¡Como! ¿También los filósofos dicen injurias? |
El Razonador: | A veces, cuando los santos les dan ejemplo. |
El Inspirado: | Oh, yo tengo derecho a decirlas, yo hablo de parte de Dios. |
El Razonador: | Convendría que mostrarais vuestros títulos antes de usar vuestros privilegios. |
El Inspirado: | Mis títulos, son auténticos. La tierra y los cielos declararán en favor mío. Seguid mis razonamientos, os lo ruego. |
El Razonador: | ¡Vuestros razonamientos! ¡Ni lo penséis!
|
El Inspirado: | ¡Qué diferencia! Mis pruebas son irrefutables; son de un orden sobrenatural. |
El Razonador: | ¡Sobrenatural! ¿Qué significa esa palabra? No la entiendo. |
El Inspirado: | Cambios en el orden de la naturaleza, profecías, milagros, prodigios de toda especie. |
El Razonador: | ¡Prodigios! ¡Milagros! Nunca he visto nada de todo eso. |
El Inspirado: | Otros lo han visto por vos. Nubes de testigos,... el testimonio de los pueblos... |
El Razonador: | ¿El testimonio de los pueblos es de un orden sobrenatural? |
El Inspirado: | No, pero cuando es unánime, es irrefutable. |
El Razonador: | Nada hay más irrefutable que los principios de la razón, y no puede autorizarse una absurdidad mediante el testimonio de los hombres. Una vez más, veamos pruebas sobrenaturales, porque la atestación del género humano no lo es. |
El Inspirado: | ¡Oh corazón endurecido! La gracia no os habla. |
El Razonador: | No es culpa mía; porque, según vos, es preciso haber recibido ya la gracia para saber pedirla. Comenzad pues a hablarme en lugar de ella. |
El Inspirado: | ¡Ah, eso es lo que hago, y no me escucháis!
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El Razonador: | Digo en primer lugar que no he oído más profecías que milagros he visto.
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El Inspirado: | ¡Satélite del demonio! ¿Y por qué las profecías no son autoridad para vos? |
El Razonador: | Porque para que la tuvieran serían precisas tres cosas cuyo concurso es imposible, a saber: que yo hubiera sido testigo de la profecía, que yo fuese testigo del acontecimiento, y que me fuera demostrado que ese acontecimiento no ha podido cuadrar fortuitamente con la profecía.
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Y cuando Dios hace tanto para hablar a los hombres, ¿por qué es menester que necesite de intérprete?
Hay tantas razones sólidas a favor y en contra que, no sabiendo a qué decidirme, ni la admito ni la rechazo.
Respecto a la revelación, si yo fuera mejor razonador o estuviera mejor instruido, tal vez sentiría su verdad, su utilidad para quienes tienen la dicha de reconocerla; pero si en su favor veo pruebas que no puedo rebatir, también veo contra ella objeciones que no puedo resolver. Hay tantas razones sólidas a favor y en contra que, no sabiendo a qué decidirme, ni la admito ni la rechazo; rechazo sólo la obligación de reconocerla, porque esa obligación pretendida es incompatible con la justicia de Dios, y porque, lejos de eliminar con ello los obstáculos a la salvación, los hubiera multiplicado, los hubiera hecho insuperables para la mayor parte del género humano.
Salvo en eso, en este punto me mantengo en una duda respetuosa. No tengo la presunción de creerme infalible: otros hombres han podido decidir lo que me parece indeciso, yo razono por mí y no por ellos: no los censuro ni los imito, su juicio puede ser mejor que el mío, pero no es culpa mía si ése no es el mío.
Benvolgut Ramiro:
Ya ves: me he pasado unas horas -o mejor, unos cuantos días- trabajando La profession de foi d'un vicaire saboyard, un texto de Jean Jacques Rousseau (1712 - 1778), escrito el año 1762, en el capítulo IV de su libro émile ou de l'éducation.
Si quieres más información:
Jean Jacques Rousseau
la profession de foi d'un vicaire saboyard
baixar en html veure en pdf
la profesión de fe de un vicario saboyano
émile ou de l'éducation
emilio o de la educación
Es un libro ya un poco antiguo (pongamos unos trescientos años), pero el sábado pasado, en la eucaristía en recuerdo de la Teresa Huguet, viéndoos en el altar, recordé uno de sus párrafos:
...es de una vanidad muy loca imaginar que Dios toma un interés tan grande en la forma del hábito del sacerdote, en el orden de las palabras que pronuncia, en los gestos que hace en el altar y en todas sus genuflexiones.
C'est avoir une vanité bien folle de s'imaginer que Dieu prenne un si grand intérêt à la forme de l'habit du prêtre, à l'ordre des mots qu'il prononce, aux gestes qu'il fait à l'autel, et à toutes ses génuflexions.
Y recordé también otro de sus párrafos. Cuando empezaste a leer el evangelio, ya comencé a preguntarme: ¿Lo cortará o llegará hasta el final? Ya hace años que veo -cuando voy a un funeral- que nadie se atreve a llegar hasta el final.
El texto evangélico escogido era el de la parábola llamada Juicio final o Juicio a las naciones, un texto exclusivo del evangelio de Mateo (25, 31ss). ¿No deberíamos respetar el trabajo del evangelista?
Este ha creado una unidad literaria (del versículo 31 al 46),dividida, después de una breve introducción (vv. 31-33), en dos partes bien delimitadas: l espacio de la derecha (vv. 34-40) y el espacio de la izquierda (vv. 41-45). Y un versículo final (el 46) para que las cosas queden claras.
¿Por qué romper esta unidad (vv. 31-46) y cortar la lectura en el versículo 40?
Tenéis miedo de este texto evngélico. Tenéis miedo de lo que os diría el Vicaire saboyard de J.J. Rousseau:
Vuestro Dios no es el nuestro, diría yo a sus sectarios. Aquel que comienza por escogerse un solo pueblo y proscribir al resto del género humano no es el padre común de los hombres; aquel que destina al suplicio eterno al mayor número de sus criaturas no es el Dios clemente y bueno que mi razón me ha mostrado.
Votre Dieu n'est pas le nôtre, dirais-je à ses sectateurs. Celui qui commence par se choisir un seul peuple et proscrire le reste du genre humain, n'est pas le père commun des hommes; celui qui destine au supplice éternel le plus grand nombre de ses créatures n'est pas le Dieu clément et bon que ma raison m'a montré.
Ya hace años (posiblemente el 2009), en Lamiarrita, cuando todavía no había leído a J.J. Rousseau, dije:
El año pasado, si no recuerdo mal, ya dije que quien quisiera ese Dios de Jesús (o ese Dios que Mateo presenta como el Dios de Jesús), cuyo último acto con la humanidad creada por él es separar a unos y otros -unos a su derecha, otros a su izquierda; unos ovejas, otros cabritos; unos benditos, otros malditos; unos en el Reino, otros al fuego eterno- que se lo quedara...
Si te lo quieres quedar...
Ya te deseo, muy cordialmente, una Buena Pascua!!
Miquel
Gracias por la visita
Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 31 marzo 2021 |
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(1) | Esto es, en mi opinión, lo que el buen Vicario podría decir actualmente al público. El público al que se alude es el mismo de la quinta Carta de la montaña: "Considerad el estado religioso de Europa en el momento en que yo publiqué mi libro, y veréis que era más que probable que fuera acogido en todas partes. La religión, desacreditada en todos los países por la filosofía, había perdido su ascendente sobre el pueblo" (lettres écrites de la montagne, 1764, O. C., t. DI, pág. 802). | ![]() |
(2) |
"Todos afirman -dice un sacerdote bueno y sabio- que la tienen y la creen (y todos usan esta jerga), y no de los hombres ni de criatura alguna, sino de Dios. Pero, a decir verdad, sin adular ni ocultar nada, no es así digan lo que quieran: las reciben de manos y medios humanos. Testimonio primeramente: la manera en que las religiones fueron recibidas en el mundo y lo son todavía a diario por los particulares; la nación, el país, el lugar da la religión; se es de aquella según el lugar donde uno ha nacido y ha sido educado: somos circuncidados, bautizados, judíos, mahometanos, cristianos antes de que sepamos que somos hombres. La religión no es de nuestro arbitrio y elección. Oro testimonio: la vida y las costumbres que tal mal concuerdan con la religión; testimonio que por ocasiones humanas y muy ligeras va contra el contenido de su religión" (Charron, de la sagesse , L. II, cap. 5, pag. 257. Edición de Bordeaux, 1601).
Es muy de suponer que la sincera profesión de fe del virtuoso teologal de Condom no hubiera diferido mucho de la del Vicario saboyano. Una de la variantes del manuscrito alude al "sacerdote bueno y sabio" completando la definición con "católico romano". Porque el hecho de que Charron fuera sacerdote católico daba mayor valor a la observación. |
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