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Nuestras afirmaciones sobre Dios
Un texto de Karl Rahner

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Todas las proposiciones teológicas -a niveles diversos y según las maneras más diversas- son proposiciones analógicas. Esto todo teólogo católico lo sabe, pero -y es algo que me espanta- siempre acaba por ser olvidado.

Una proposición analógica se caracteriza por el hecho de que una tal afirmación, siendo legítima e inevitable, debe ser al mismo tiempo negada o retirada. La mayor parte de las veces esta negación, o esta retirada, que es la condición que de manera extraña da legitimidad a una afirmación analógica, no se da.

Ahora no es el momento de hacer un análisis metafísico sobre el conocimiento de las proposiciones analógicas, pero sí que quiero poner de relieve este componente esencial de la analogía, que muy a menudo queda olvidado: la retirada de la afirmación en el mismo momento de hacerla

El IV Concilio de Letrán (1215) declara explícitamente que no podemos decir nada positivo sobre Dios, a partir de nuestros conocimientos humanos, sin hacer ver la radical inadecuación de nuestra afirmación positiva con la realidad divina. Pero, en nuestra práctica teológica, esto lo olvidamos siempre.

Entre el Creador y la criatura no se puede afirmar semejanza alguna, sin afirmar que entre uno y otra es más grande todavía la desemejanza

Quia inter creatorem et creaturam non potest tanta similitudo notari, quin inter eos maior sit dissimilitudo notanda

Hablamos de Dios..., de su existencia, de su personalidad, de las tres personas en Dios. De su libertad, de su voluntad que nos interpela... Hemos de hablar de él, evidentemente; no podemos hacer, así sin más, un silencio sobre él, a no ser que antes ya hayamos hablado. Pero cuando hablamos de él, la mayor parte de las veces olvidamos que nosotros no podemos afirmar nada sobre Dios con una cierta legitimidad a menos que añadamos al mismo tiempo una negación de lo que hemos afirmado, manteniéndonos así en la terrible oscilación entre el sí y el no, el verdadero y único fundamento de nuestro conocimiento. Esta es la condición de toda afirmación nuestra sobre Dios: que quede sumergida en el silencio del Dios inalcanzable.

De hecho, todos nuestros enunciados teóricos comparten con todo nuestro ser el destino existencial de un don de nosotros mismos, en la confianza y en el amor, al designio impenetrable de Dios, a su juicio de gracia, a su muy santa incognoscibilidad.

Supongo y espero que ningún teólogo pondrá en duda lo que acabo de decir. Pero, ¡qué pocas veces esta evidencia teológica impregna radicalmente el conjunto de nuestra teología en todas sus afirmaciones! ¡Qué pocas veces nuestras declaraciones, ya sean hechas desde las cátedras universitarias, desde los púlpitos o desde los dicasterios romanos de la Iglesia, llegan a manifestar que han nacido del estremecimiento de la criatura que sabe, en su esencial humildad, cómo podemos hablar de Dios, que sabe que todos los discursos no pueden representar más que el último momento antes de la bienaventurada entrada en el silencio que llena los cielos incluso en la clara visión de Dios cara a cara!

No es posible, sin duda, añadir explícitamente a cada enunciado teológico que éste sólo tiene un sentido analógico y que siempre es necesario introducir una desemejanza más grande que la adecuación afirmada. Pero, al menos, sería necesario darnos cuenta y hacer ver más claramente que no olvidamos, en ninguna de nuestras afirmaciones teológicas, todo esto que hemos explicado de una manera general y teórica acerca de la naturaleza analógica de todos los conceptos teológicos.

Si tuviéramos, real y radicalmente, conciencia de este principio teológico fundamental, de este axioma, todos los oyentes de nuestras afirmaciones captarían claramente cómo las dimensiones inauditas de la realidad -la de Dios, la de la criatura- no reciben de estas afirmaciones ninguna plenitud, sino que permanecen mudas y vacías

Un ejemplo: afirmamos que el hombre, por su muerte, entra en el ámbito definitivo de su constitución ética, de su relación con Dios, comparece delante del tribunal de Dios. Pero, en nuestra realidad diaria, este lenguaje tan abstracto o estas representaciones tan llenas de candor dicen muy poco de lo que realmente es.

No se trata de llenar los espacios vacíos ni de nuestro saber ni de nuestra fe: habríamos de saber y de hacer comprender que estos enunciados tienen un contenido que nos permanecerá desconocido. Pues, en el fondo, ¿qué significa, por ejemplo, que el Hijo del Hombre ha de volver sobre las nubes del cielo, o que él se da realmente bajo las especies eucarísticas con su cuerpo y con su sangre? ¿O que el papa es infalible ex cátedra, que existe un infierno eterno o que la criatura más pequeña puede entrar en relación, gratuitamente, superando la infinitud de las distancias, con la realidad inefable y sin límites del mismo Dios?

Muchas cosas decimos en teología y llegamos a considerar que ya hemos llegado al final: que con las dos o tres afirmaciones que hemos hecho ya hemos satisfecho toda sed metafísica y existencial. Y en realidad sólo son una invitación a tomar conciencia que todas estas afirmaciones no hacen más que colocarnos delante de la pregunta sin respuesta que constituye, según Pablo (2Cor 4,8), la existencia humana.

Quisiera detenerme -pero no lo puedo hacer aquí- sobre la incomprensibilidad de Dios, el inalcanzable, el auténtico y único objeto de la teología. La experiencia, de la cual yo quisiera dar testimonio, es ésta: sólo llegamos a ser verdaderos teólogos en el momento en que experimentamos y testimoniamos, con temor y gozo al mismo tiempo, la tensión de todo discurso analógico, que cubre, entre el sí y el no, el abismo de la incomprensibilidad de Dios.

Nace el 5 de marzo de 1904 en Friburgo (Alemania) y muere en Innsbruck (Austria) el 30 de marzo de 1984. Jesuita, es ordenado de sacerdote el 26 de julio de 1932 en Munich.

Miembro de una familia de profesores, entra en la Compañía de Jesús el 20 de abril de 1922. Sus primeras notas, escritas mientras estudiaba filosofía (1924-1927) en Feldkirch y luego en Pullach, muestran su profundo interés por el estudio de Tomás de Aquino y Joseph Maréchal, junto a Buenaventura. Después de la teología (1929-1933) en Valkenburg (Holanda) y la tercera probación (1933-1934) en St. Andrä (Austria), fue enviado a estudiar historia de la filosofía en la Universidad de Friburgo de Brisgovia (1934-1936), donde asistió a los seminarios de Martin Heidegger. Erich Przywara Lo que dice el Diccionario Histórico de la Compañía de Jesus sobre Erich Przywara tuvo también gran influjo sobre él.

En 1937, empezó a enseñar teología dogmática en la Universidad de Innsbruck, pero el régimen nazi abolió la facultad teológica (julio 1938) y cerró el colegio (octubre 1939). Rahner se trasladó a Viena (1939-1944) y combinó la labor pastoral y la investigación. Al acabar la guerra, enseñó (1945-1948) teología dogmática en Pullach, cerca de Múnich.

Regresó a Innsbruck en agosto 1948, y reanudó su docencia y la investigación. Los tratados que enseñaba, parte en latín y la mayoría en alemán, fueron los de gracia y justificación, creación y elevación, y los sacramentos de la penitencia, unción de los enfermos y orden. Sus primeras investigaciones sobre la historia de la penitencia se publicaron en sus Schriften zur Theologie II. En la controversia sobre la "nouvelle théologie" mantuvo una postura conciliadora. La censura de la Compañía impidió la publicación de una mariología suya preparada para la definición del dogma mariano de la Asunción (1 noviembre 1950), pero varios estudios sobre la evolución de los dogmas se publicaron en los Escritos (1:51-92; 4:13-52). Tales problemas de censura desaparecieron al ser nombrado perito del Concilio Vaticano II a principios de los años 60.

Ocupó (1964-1967) la Cátedra-Guardini de visión cristiana del mundo y filosofía de la religión en la Universidad de Munich y enseñó (1967-1971) dogmática en Münster.

Junto con esta intensa actividad académica, vibraba también con los problemas de su tiempo: con la evolución del universo hacia 1960 (Pierre Teilhard de Chardin); relaciones marxismo-cristianismo hacia 1965; teología política hacia 1970. Intervino muy activamente en la discusión ecuménica desde 1948, pero su influjo fue menos directo por medio de la presentación matizada y diferenciada que hacía de la teología católica.

Durante toda su vida estuvo fascinado por la espiritualidad de la Compañía de Jesús, en primer lugar, por la "lógica existencial" de las reglas ignacianas para la discreción de espíritus, y se esforzó en comunicarlas a otros mediante ejercicios, sermones y libros.

Jubilado (1971), continuó con su polifacética actividad en comisiones, congresos, clases (como profesor honorario de Innsbruck), conferencias, y entrevistas por radio y televisión en Munich hasta 1981, y luego en Innsbruck.

Murió tras breve enfermedad y fue enterrado en la cripta de la iglesia jesuita.

Su trabajo fue ampliamente reconocido en vida: se le concedieron 15 doctorados honoris causa.

Extractado de
Diccionario Histórico
de la Compañía de Jesús

Quisiera simplemente confesar que el pobre teólogo que yo soy piensa muy poco, a pesar de toda su teología, en este coeficiente analógico de todos sus enunciados. Nos gusta insistir demasiado en el discurso y olvidamos, en todo este discurso, aquel que es su causa.

Próximamente
La segunda experiencia
¿Cuál es el "corazón" del mensaje cristiano?
L'auto-comuicación de Dios
con toda su realidad y gloria,
a nosotros, sus creaturas

Resumen y traducción mías
de la primera de las cuatro experiencias evocadas
por Karl Rahner
en el homenaje que la Academia Católica de Friburgo
le rindió el 12 de febrero de 1984 con ocasión de su 80 aniversario.
Pocas semanas después, el 30 de marzo, moría.

Texto íntegro en versión francesa (formato .doc)
La presentación de este texto (como de otros) no supone mi acuerdo con lo que dice. Sólo supone por mi parte que debe ser conocido y discutido
Lectura recomendada:
Haz una excepción, ¡háblame de Dios!
Gracias por la visita
Miquel Sunyol
sscu@tinet.fut.es 
Octubre 2004
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