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Fragmentos que encontramos en La guerra de los judíos y en Las antigüedades de Flavio Josefo. Añado también la descripción de Plinio el Viejo en su Historia Natural
Los judíos tienen tres tipos de filosofía: los seguidores de la primera son los fariseos, los de la segunda son los saduceos, y los de la tercera, que tienen fama de cultivar la santidad, se llaman esenios.
Estos últimos son de raza judía y están unidos entre ellos por un afecto mayor que el de los demás. Rechazan los placeres como si fueran males, y consideran como virtud el dominio de sí mismo y la no sumisión a las pasiones. Ellos no aceptan el matrimonio, pero adoptan los hijos de otros, cuando aún están en una edad apropiada para captar sus enseñanzas, se comportan con ellos como si de hijos suyos se tratara y les adaptan a sus propias costumbres. No desaprueban el matrimonio ni su correspondiente procreación, pero no se fían del libertinaje de las mujeres y están seguros de que ninguna de ellas es fiel a un solo hombre.
Desprecian la riqueza y entre ellos existe una admirable comunidad de bienes. No se puede encontrar a nadie que sea más rico que los otros, pues tienen una ley según la cual los que entran en la secta entregan sus posesiones a la orden, de modo que no existe en ninguno de ellos ni la humillación de la pobreza ni la vanidad de la riqueza, sino que el patrimonio de cada uno forma parte de una comunidad de bienes, como si todos fueran hermanos.
Consideran el aceite como una mancha, y si uno, sin darse cuenta, se unge con este producto, tiene que limpiarse el cuerpo, ya que ellos dan mucho valor a tener la piel seca y vestir siempre de blanco. Los encargados de la administración de los asuntos de la comunidad son elegidos a mano alzada y todos ellos, indistintamente, son nombrados para las diversas funciones.
No tienen una sola ciudad, sino que en todas las ciudades hay grupos numerosos de ellos. Cuando llega un miembro de la secta de otro lugar, le ofrecen sus bienes para que haga uso de ellos como si fueran propios, y se aloja en la casa de personas que nunca ha visto, como si de familiares se tratara. Por ello, viajan sin llevar encima absolutamente nada, sólo armas para defenderse de los bandidos. En cada .ciudad se nombra por elección a una persona para que se ocupe de la ropa y de los alimentos de los huéspedes de la secta. En la forma de vestir y en su aspecto físico se parecen a los niños educados con una disciplina que provoca miedo. No se cambian de ropa ni de calzado hasta que no están totalmente rotos o desgastados por haberlos usado mucho tiempo. Entre ellos no venden ni compran nada, sino que cada uno da al otro y recibe de él lo que necesita. Por otra parte, sin que exista trueque, también les está permitido recibir bienes de las personas que quieran.
Muestran una piedad peculiar con la divinidad. Antes de salir el sol no dicen ninguna palabra profana, sino que rezan algunas oraciones aprendidas de sus antepasados como si suplicaran a este astro para que aparezca. A continuación cada uno es enviado por los encargados a trabajar en lo que sabe. Después de haber hecho su tarea diligentemente hasta la quinta hora, se reúnen de nuevo en un mismo lugar, se ciñen un paño de lino y de esta manera se lavan el cuerpo con agua fría. Tras esta purificación acuden a una habitación privada, donde no puede entrar nadie que no pertenezca a la secta. Ellos mismos, ya purificados, pasan al interior del comedor como si de un recinto sagrado se tratara. Se sientan en silencio, el panadero les sirve uno por uno el pan y el cocinero les da un solo plato con un único alimento. Antes de comer el sacerdote reza una oración y no está permitido probar bocado hasta que no concluya la plegaria. Al acabar la comida de nuevo pronuncia otra oración, de modo que tanto al principio como al final honran a Dios como dispensador de la vida. Luego se quitan la faja blanca, como si fuera un ornamento sagrado, y regresan a sus trabajos hasta la tarde. Al regreso de sus faenas cenan de la misma forma que en la comida, junto con sus huéspedes, en el caso de que se dé la circunstancia de que tengan alguno en su casa. Ningún grito ni agitación enturbia su hogar; se ceden la palabra por turno entre ellos.
El silencio que se respira dentro hace pensar a la gente de fuera que celebran un terrible misterio. Sin embargo, la causa de ello es su constante sobriedad y el hecho de que sólo comen y beben para saciarse.
En los demás asuntos no hacen nada sin que se lo ordene su encargado. No obstante, hay dos aspectos que dependen sólo de ellos mismos: la ayuda a los demás y la compasión. Se les permite prestar auxilio a las personas que ellos consideren oportunas, cuando éstas se lo pidan, y entregar alimentos a los necesitados. En cambio, no les es posible dar nada a sus familiares sin la autorización de sus superiores.
Moderan muy bien su ira, controlan sus impulsos, guardan fidelidad y colaboran con la paz. Todas sus palabras tienen más valor que un juramento, pero tratan de no jurar, pues creen que esto es peor que el perjurio. Ellos dicen que ya está condenada toda persona que no pueda ser creída sin invocar a Dios con un juramento. Estudian con gran interés los escritos de los autores antiguos, sobre todo aquellos que convienen al alma y al cuerpo. En ellos buscan las propiedades medicinales de las raíces y de las piedras para curar las enfermedades.
A los que desean ingresar en la secta no se les permite hacerlo inmediatamente, sino que permanecen fuera durante un año y se les impone el mismo régimen de vida de la orden: les dan una pequeña hacha, el paño de lino antes mencionado y un vestido blanco. Después de haber dado durante este tiempo pruebas de su fortaleza, avanzan aún más en su forma de vida y participan de las aguas sagradas para sus purificaciones, pero todavía no son recibidos en la vida comunitaria. Tras demostrar su constancia, ponen a prueba su carácter durante otros dos años y de esta forma, si son considerados dignos de ello, son admitidos en la comunidad. Antes de empezar la comida colectiva, pronuncian terribles juramentos ante los demás hermanos de la secta: en primer lugar juran venerar a la divinidad, después practicar la justicia con los hombres, no hacer daño a nadie, ni por deseo propio ni por orden de otro, abominar siempre a las o personas injustas y colaborar con las justas, ser fiel siempre a todos, sobre todo a las autoridades, pues nadie tiene el poder sin que Dios se lo conceda. Si llegan a ocupar un cargo, juran que nunca se comportarán en él de forma insolente ni intentarán sobresalir ante sus subordinados por su forma de vestir o por alguna otra marca de superioridad.
Hacen el juramento de que siempre van a amar la verdad y a aborrecer a los mentirosos; de que mantendrán sus manos limpias del robo y su alma libre de ganancias ilícitas; de que no ocultarán nada a los miembros de la comunidad ni revelarán nada a las personas ajenas a ella, aunque les torturen hasta la muerte. Además, juran que transmitirán las normas de la secta de la misma forma que ellos las han recibido, que se abstendrán de participar en el bandidaje y que igualmente conservarán los libros de la comunidad y los nombres de los ángeles. Con estos juramentos obtienen garantías de las personas que ingresan en la secta.
Echan de la comunidad a los que cogen en un delito grave. Muchas veces el individuo expulsado acaba con una muerte miserable, pues a causa de sus juramentos y de sus costumbres no puede ni siquiera recibir comida de la gente ajena a la secta. Así, alimentado de hierbas, muere con su cuerpo consumido por el hambre. Por ello, se compadecieron de muchos de ellos y volvieron a acogerlos cuando iban a expirar, ya que creían que la tortura de haber estado a punto de morir era suficiente castigo por sus pecados.
En los asuntos judiciales son muy rigurosos e imparciales. Para celebrar un juicio se reúnen no menos de cien, y su decisión es inamovible.
Después de Dios honran con una gran veneración el nombre de su legislador, y si alguien blasfema contra él, es condenado a muerte. Para ellos es un hecho noble obedecer a los ancianos y a la mayoría, de tal manera que cuando están reunidas diez personas uno no hablará, si nueve no están de acuerdo. Evitan escupir en medio de la gente y a la derecha, y trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que el de los demás judíos. Ellos no sólo preparan la comida el día anterior al sábado, para no encender el fuego en ese día, sino que ni siquiera se atreven a mover algún objeto de sitio ni a ir a hacer sus necesidades. Para este último acto el resto de los días cavan un hoyo de un pie de hondo con una azada, pues ésta es la forma de la pequeña hacha que dan a los neófitos. Se cubren totalmente con su manto para no molestar a los rayos de Dios y se colocan sobre él. Después rellenan el hoyo con la tierra que han sacado antes. Para ello eligen los lugares más solitarios. Y aunque esta evacuación de los excrementos sea algo natural, sin embargo tienen la costumbre de lavarse después de hacerlo, como si estuvieran sucios.
Según el tiempo que lleven en la práctica ascética se dividen en cuatro clases. Los más recientes son considerados de una categoría inferior a los más veteranos, de tal manera que si éstos últimos tocan a algunos de aquéllos, se lavan como si hubieran estado con un extranjero. Viven también muchos años, la mayoría de ellos superan los cien años, y creo que esto se debe a la simplicidad de su forma de vida y a su disciplina. Desprecian el peligro, acaban con el dolor por medio de la mente, y creen que la muerte, si viene acompañada de gloria, es mejor que la inmortalidad. La guerra contra los romanos ha demostrado el valor de su alma en todos los aspectos. En ella han sido torturados, retorcidos, quemados, han sufrido roturas en su cuerpo y han sido sometidos a todo tipo de tormentos para que pronunciaran alguna blasfemia contra su legislador o comieran alguno de los alimentos que tienen prohibidos. Pero ellos no cedieron en ninguna de las dos cosas, ni tampoco trataron nunca de atraerse el favor de sus verdugos mediante súplicas ni lloraron ante ellos. Con sonrisas en medio de los tormentos y con bromas hacia sus ejecutores entregan alegres su alma, como si la fueran a recibir de nuevo.
En efecto, entre ellos es muy importante la creencia de que el cuerpo es corruptible y de que su materia es perecedera, mientras que el alma permanece siempre inmortal. Ésta procede del más sutil éter y atraída por un encantamiento natural se une con el cuerpo y queda encerrada en él igual que si de una cárcel se tratara. Cuando las almas se liberan de las cadenas de la carne, como si salieran de una larga esclavitud, ascienden contentas a las alturas. Creen, al igual que los hijos de los griegos, que las almas buenas irán a un lugar más allá del Océano, donde no hay lluvia, ni nieve ni calor, sino que siempre le refresca un suave céfiro que sopla desde el Océano. En cambio, para las almas malas establecen un antro oscuro y frío, lleno de eternos tormentos. Me parece que los griegos, según esta misma idea, asignaron las Islas de los Bienaventurados a sus hombres valientes, que llaman héroes y semidioses, mientras que para las almas de los seres malos les tienen reservado el lugar de los impíos en el Hades, donde la mitología cuenta que algunos personajes, como Sísifo, Tántalo, Ixión o Ticio, reciben su castigo. De esta forma establecen, en primer lugar, la creencia de que el alma es inmortal y, en segundo lugar, exhortan a buscar la virtud y a alejarse del mal. En efecto, los hombres buenos se hacen mejores a lo largo de su vida por la esperanza del honor que van a adquirir después de la muerte, y los malos refrenan sus pasiones por miedo a sufrir un castigo eterno cuando mueran, aunque en esta vida puedan pasar desapercibidos. Esta es la concepción teológica de los esenios sobre el alma y esto es lo que constituye un cebo irresistible para las personas que han probado, aunque sea una sola vez, su sabiduría.
Entre ellos también hay algunos que aseguran predecir el futuro, pues desde niños se han instruido con los libros sagrados, con varios tipos de purificaciones y con las enseñanzas de los profetas. Es raro que se equivoquen en sus predicciones, ya que esto no ha ocurrido nunca.
Hay otra orden de esenios que tiene un tipo de vida, unas costumbres y unas normas legales iguales a las de los otros, pero difieren en su concepción del matrimonio. Creen que los que no se casan pierden la parte más importante de la vida, es decir, la procreación, y, más aún, si todos tuvieran la misma idea, la raza humana desaparecería enseguida.
De acuerdo con esta creencia, someten a las mujeres a una prueba durante tres años y se casan con ellas, cuando tras tres períodos de purificación demuestran que pueden parir. Mientras están embarazadas, los hombres no tienen relaciones con ellas, lo que demuestra que se casan por la necesidad de tener hijos y no por placer. Las mujeres se bañan vestidas y los hombres lo hacen con sus partes cubiertas. Tales son las costumbres de los esenios.
Flavio Josefo
La guerra de los judíos
Libro II, 119-161
Desde una época muy remota, los judíos tenían tres (escuelas) filosóficas en lo que atañe a sus tradiciones ancestrales: la de los esenios, la de los saduceos, y la tercera que profesaban los llamados fariseos. Aunque ya hablé concretamente de ellas en el Segundo Libro de la Guerra Judía
, las recordaré aquí brevemente:
[...]
Los esenios se complacen en enseñar que hay que entregarse a Dios en todas las cosas. Declaran también que las almas son inmortales y opinan que hay que luchar por obtener la recompensa de la justicia.
Envían ofrendas al templo, pero no hacen allí sacrificios, ya que son diferentes las purificaciones que suelen practicar; por eso se abstienen de entrar en el recinto común y realizan sus sacrificios entre ellos.
Por lo demás, son excelentes personas, entregados por completo a las tareas del campo. Si se les compara con los demás adeptos a la virtud, hay que admirar en ellos una práctica de la justicia que no se encuentra en ningún otro griego ni bárbaro, ni siquiera por poco tiempo, pero que aparece en ellos desde época muy remota sin que haya constituido nunca un problema: ponen sus bienes en común y el rico no disfruta de su fortuna por encima de aquel que no tiene absolutamente nada.
Y son más de cuatro mil hombres los que así se portan. Además, no toman esposas ni adquieren esclavos; en efecto, opinan que esto constituiría una injusticia y sería fuente de discordias.
Así, pues, viven en común y cumplen los unos con los otros los oficios de siervo. Para recoger las rentas y los diversos productos de la tierra eligen personas virtuosas; los sacerdotes son los que preparan el pan y los alimentos...
Flavio Josefo
Antigüedades judías
Libro XVIII, 11-25
En el año 79 d.C., murió, a causa de la erupción del Vesubio, un escritor trotamundos, Plinio el Viejo, cuyo interés se extendía a un amplio espectro de temas.
A principios del año 70 d.C. había participado como oficial de alto rango, bajo el mando del que luego sería el emperador Tito, en el asedio de Jerusalén y conocido muchas cosas sobre el país y su gente, que después consignó en su amplia obra principal Historia Natural
, concluida en el 77.
En el capítulo 17 del libro V, tras describir la ribera oriental del mar Muerto, Plinio describe también la ribera occidental, procediendo de norte a sur. Antes de nombrar la ciudad de Enguedi, destruida por las tropas romanas en el verano del 68, y, al sur de ella, Masada, menciona en el cap. 4, como únicos habitantes de la zona a los "esenios".
Un grupo sin par, extravagante y solitario, que vive bastante alejado de los vapores perjudiciales de la zona ribereña, que vive sin mujeres, sin relación alguna con el sexo femenino y sin dinero, sólo en compañía de palmeras.
Su número se renueva constantemente por obra de los recién llegados; porque allí acuden muchos que están hastiados de la vida y (arrastrados) por los vaivenes del destino se sienten impulsados a aceptar las costumbres (de los esenios).
De este modo, desde hace miles de siglos, subsiste un grupo en el que -algo que parece decididamente increíble- no nace nadie. ¡Así de fecundo es para ellos (los esenios) el tedio vital de los otros!
Plinio el Viejo
Historia Natural
Libro V, cap. 17
Poco sabemos sobre Fi,lwn o` VAlexandreu,j, también llamado Filón el Judío, uno de los filósofos más reconocidos del judaísmo helénico. En general, la mayoría de los datos biográficos proceden de su propia obra, en especial de su libro autobiográfico Legatio ad Caium (Embajada a Cayo), así como del libro Antigüedades judías, de Flavio Josefo (XVIII. 8, § 1; comp. ib. XIX. 5, § 1; XX. 5, § 2). El único dato de su biografía que puede fecharse con seguridad es su intervención en la embajada que los judíos alejandrinos enviaron al emperador romano Calígula para solicitar su protección contra los ataques de los griegos de la ciudad, y para rogarle que no reclamara ser honrado como un dios por los judíos. Esto tuvo lugar en el año 40. No se conocen las fechas exactas de su nacimiento (15-10 aC) ni de su muerte (45-50 dC).
(75) XII. Tampoco es estéril en altas cualidades morales la Siria Palestina . En ella habita una no pequeña parte de la populosísima nación de los judíos, entre los cuales se mencionan algunos llamados esenios, cuyo número asciende a más de cuatro mil . Su nombre, que en mi opinión, aunque la forma griega no es la exacta , es una variante de hosiótes, les viene de que también resultan ser servidores de Dios, como los que más; no porque ofrezcan sacrificios de animales, sino porque entienden que es su deber preparar sus propias inteligencias para la santidad.
(76) En primer lugar, estos habitan en aldeas, por cuanto se apartan de las ciudades a causa de las iniquidades que constituyen la norma de vida de los residentes en ellas, pues no se les escapa que, al igual que una enfermedad producida por una atmósfera pestilente, de la compañía de estos resulta una contaminación irremediable para las almas. Algunos de ellos cultivan la tierra, en tanto que otros se dedican a todos aquellos oficios que contribuyen a la paz, y así se benefician a si mismos y benefician a sus vecinos. No acumulan tesoros en plata y oro, ni adquieren grandes parcelas de tierra movidos por deseos de ganancias, pero procuran todo cuanto satisface las inevitables exigencias de la vida.
(77) Siendo, en efecto, casi los únicos entre todos los hombres que habiendo llegado a un estado de total carencia de dinero y tierras por habérselo propuesto más bien que por serles adversa la fortuna, son considerados riquísimos, puesto que juzgan que la frugalidad y la conformidad equivalen a la abundancia, lo cual es cierto.
(78) Entre ellos no es posible hallar a nadie que sea fabricante de dardos o jabalinas, o dagas, o un yelmo, o una coraza, o un escudo, ni en suma quien se ocupe de armas o de maquinas de guerra o de cualquier trabajo vinculado con la guerra. Pero tampoco se aplican a cosa alguna de las que, aunque conciernen a la paz fácilmente se deslizan hacia el vicio, pues ni en sueños conocen lo que es el comercio al por mayor o al por menor ni el fletar naves, y apartan de sí como execrable cuanto impulsa a la codicia.
(79) Entre ellos no se encuentra esclavo alguno, siendo todos libres y prestándose recíprocos servicios unos a otros; y censuran a los propietarios de esclavos teniéndolos no solo por injustos que menoscaban las leyes de la igualdad, sino también por impíos que anulan las normas de la naturaleza, la que, a la manera de una madre, ha engendrado y nutrido a todos por igual haciéndolos hijos legítimos, que lo son no de nombre meramente sino de verdad; aunque al prevalecer la insidiosa codicia, esta trastornó tal parentesco, produciendo en lugar de afinidad el distanciamiento, y en lugar de la amistad la hostilidad.
(80) En lo que hace a la filosofía , han abandonado la parte lógica a los cazadores de palabras por considerar que no es necesaria para la adquisición de la virtud; y la parte física a los que hablan de cosas abstrusas por considerar que se halla fuera del alcance de la humana condición, excepto toda aquella reflexión filosófica que versa sobre la existencia de Dios y la creación del universo. Pero la parte ética cultívanla con todo empeño empleando como maestras las leyes de sus mayores, leyes que no hubiera sido posible que concibiera el alma humana sin la Divina inspiración.
(81) En ellas son instruidos en todo tiempo, pero particularmente en los días séptimos, pues el día séptimo está considerado día sacro, y durante él se abstienen de los demás trabajos y acuden a los sagrados lugares, llamados sinagogas, donde toman asiento en filas por orden de edad, los jóvenes más abajo que los mayores, manteniéndose con los oídos atentos y guardando el decoro conveniente.
(82) Luego uno cualquiera de ellos toma los libros y lee, y otro, de los que poseen gran experiencia, se adelanta y explica los pasajes que no resultan claros. En la mayor parte de los casos, en efecto, sus reflexiones filosóficas recurren a alegorías con un ardor propio de las antiguas costumbres.
(83) Además son instruidos en la piedad, en la santidad, en la justicia, en las normas de la vida doméstica y las de la vida de ciudadano, en el conocimiento de los verdaderos bienes, de los males y de las cosas indiferentes, en cómo escoger las cosas que corresponde escoger y cómo evitar las contrarias, ajustándose para distinguirlas a estas tres normas: el amor a Dios, el amor a la virtud y el amor a los hombres.
(84) Son innumerables los testimonios que ofrecen: de su amor hacia Dios, la pureza constante e ininterrumpida durante toda vida, el abstenerse de todo juramento y de toda mentira, su convicción de que la Divinidad es la causa de todos los bienes, y de ningún mal; de su amor a la virtud, su falta de apego al dinero, a la fama o al placer, la templanza y su moderación, así como su frugalidad, sencillez, contentamiento, humildad, respeto a las leyes, firmeza, y todas las demás cualidades semejantes a estas; y de su amor a sus semejantes, su benevolencia, su sentido de la equidad, su espíritu comunitario, superior a cuanto de él se puede decir, aunque no estará fuera de lugar referirnos a él brevemente.
(85) En primer lugar, la casa de ninguno de ellos le pertenece en el sentido de que no resulte ser propiedad común de todos; pues además del hecho de que la habitan en común agrupados en cofradías, se halla abierta para los procedentes de otras partes que comparten sus ideales.
(86) En segundo lugar a todos pertenece la reserva de dinero, que es una sola; y los gastos son comunes, como también los vestidos y los alimentos, pues tienen establecidas las comidas en común. Imposible seria hallar otra gente entre la que se hallen más firmemente establecida la práctica de compartir el mismo techo, el mismo sistema de vida y la misma mesa. Y no sabría esperar otra cosa, puesto que todo cuanto con su labor de cada día reciben como paga no lo guardan como bien propio sino lo ponen a disposición de todos contribuyendo así al beneficio que ese depósito común procura a los que desean hacer uso de él.
(87) Los enfermos, no porque no puedan contribuir son dejados sin cuidados; antes bien cuentan con los recursos previsibles para el tratamiento de las enfermedades, recursos que el fondo común pone a su disposición, de modo que con toda libertad echan mano a medios suficientemente abundantes para los gastos. Los hombres de edad son tratados con el respeto y cuidado con que son tratados los progenitores por sus hijos reales , y muchísimas manos e inteligencias se encargan de proporcionarles una generosa y total asistencia durante la ancianidad.
(88) XIII. Estos son los atletas de la virtud que produce una filosofía ajena al pedante verbalismo de los griegos, filosofía que propone como prácticas las acciones dignas de aprobación, gracias a las cuales adquiere firmeza esa libertad que no puede ser convertida en esclavitud.
OBRAS COMPLETAS DE
FILÓN DE ALEJANDRÍA (V)
Traducción directa del griego, introducción y notas de
JOSÉ MARÍA TRIVIÑO
Catedrático de la Universidad Nacional de La Plata
Buenos Aires 1976
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 2 Febrero 2003 Actualizado: Febrero 2016 |
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