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El mundo que Herodes Antipas
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Antipas tenía una idea muy diferente del camino que llevaba a la redención, idea que sacaba también de algunas de las promesas de la Escritura, la misma que Juan, el Bautista, evocaba en sus mensajes encendidos de santo furor.
Mucho antes de que Antipas empezara a actuar como si creyera que las promesas divinas al pueblo de Israel podían cumplirse de la manera mejor a través de él, la familia herodiana se había asociado durante largo tiempo con la grandiosidad y la gloria de la casa de David y con la herencia prometida al patriarca Abrahán.
En sus primeros diez años como tetrarca de Galilea se había revelado como el valor en alza de la familia herodiana, especialmente después de que su hermano mayor Arquelao demostrara ser completamente incapaz de gobernar Judea y fuera exiliado en el año 6 a la distante ciudad gala de Vienne, junto al río Ródano.
La extensa herencia de Arquelao -Judea, Samaria e Idumea- pasó entonces a estar gobernada directamente por una serie de funcionarios romanos con el título de "prefectos", de manera que los judíos no tenían ni un dirigente reconocido ni un patrón político único.
Estaba claro que Antipas aspiraba a desempeñar esta función y, tras la brusca partida de Arquelao, reivindicó para sí el uso exclusivo del título dinástico de la familia, llamándose desde entonces Herodes o Herodes Antipas.
En un mundo marcado por la política romana y la competencia despiadada entre dirigentes locales rivales, Antipas creía que la vía mejor para que su pueblo alcanzara la salvación pasaba por un resuelto desarrollo económico, no por el fundamentalismo religioso.
El valle del Jordán podía ser para algunos de sus súbditos un desierto sagrado con reminiscencias bíblicas, pero Antipas lo veía como una carretera con mucho movimiento y muy provechosa.
Desde el comienzo de su mandato, la vinculación entre Galilea y Perea, situada en la ribera oriental del Jordán, no había pasado de ser discreta: la ubicación del centro administrativo de la tetrarquía en Séforis, muy al noroeste, dificultaba el desarrollo económico de la tetrarquía entera. No menos importante era el hecho de que un próspero comercio caravanero en bienes preciosos procedentes de Arabia (que llenaba a rebosar las arcas del rey Aretas IV de Nabatea y adornaba las tumbas y templos de Petra, su capital) pasaba por Perea o justamente por su confín oriental, recorría las ciudades griegas de la Decápolis y se dirigía rumbo al norte, entrando en la provincia romana de Siria, sin aumentar los ingresos herodianos.
Años antes, en un esfuerzo por alentar una alianza, o al menos la paz, entre las familias reales de Judea y Nabatea, el emperador Augusto había propuesto que Antipas tomara como esposa a una princesa nabatea. Pero ese matrimonio de poco sirvió para resolver la antigua rivalidad entre Judea y Nabatea o para aplacar las ambiciones de Antipas. De hecho, poco después de la muerte de Augusto en el 14, Antipas anunció sus planes de trasladar el centro administrativo de su gobierno a un lugar desde el que pudieran controlarse ambas regiones: Galilea y Perea.
Poco le importaba a Herodes Antipas que el emplazamiento planeado para su nueva capital fuera un lugar ocupado por un antiguo cementerio y que, según la ley mosaica, esto hiciera a sus habitantes ritualmente impuros de manera permanente. Tampoco le importaba gran cosa que su fastuoso y ornamentado palacio, sito en la nueva capital de la tetrarquía, estuviera lleno de estatuas y pinturas de animales y quebrantara, por tanto, la explícita prohibición israelita de hacer imágenes. En la cosmopolita imaginería del arte augustiano de aquella época, tales obras indudablemente simbolizaban la munificencia y abundancia que pronto llegarían a Perea y a Galilea.
Antipas llamó a su nueva ciudad Tiberíades, en honor del sucesor de Augusto, Tiberio, y la pobló, según Josefo, con una muchedumbre promiscua, buena parte de la cual estaba constituida por galileos que habían sido reclutados en el territorio sometido a él y traídos por la fuerza, para llenar los nuevos barrios residenciales y beneficiarse de sus modernas instalaciones: un estadio, un mercado moderno, baños y una sede del Consejo.
Si alguien estaba buscando el Reino de Dios, Antipas estaba deseoso de demostrar que la era de su cumplimiento había llegado. Empezó a acuñar monedas de bronce características, con una gama convenientemente amplia de denominaciones, que llevaban la tradicional rama de palmera de la nación israelita y la corona de laurel del emperador romano.
Y ciertamente no carece de importancia el hecho de que el año 18 o 19 Antipas estableciera oficialmente una nueva era para sí mismo y su pueblo, contando los años a partir de la fundación de Tiberíades.
Al mismo tiempo, Antipas dejaba claro que estaba deseoso de asumir el papel de su difunto padre como patrón del Templo de Jerusalén Y aceptar un destino mesiánico-real también en Judea. En el 26, tras la llegada a Judea de un nuevo prefecto romano particularmente soberbio, llamado Poncio Pilato, Antipas y su hermano Filipo intercedieron directamente ante el emperador para forzar a Pilato a quitar de la ciudad santa de Jerusalén lo que la población judía consideraba escudos idólatras.
Esto, sin embargo, distaba mucho de ser suficiente para que sus credenciales regias fueran aceptadas, pues, dado que era hijo de madre samaritana [Maltace] y tetrarca de únicamente dos distritos fronterizos bastante marginales de la tierra de Israel, necesitaba poseer algún derecho personal mayor. Y lo encontró en otro acto más de imitación davídica.
Lo mismo que el joven David -el más joven entre todos los hermanos- se había casado con Mical, hija del rey, Saúl, para que lo condujera hasta el trono sobre todo Israel, Antipas decidió dejar a su consorte nabatea y casarse con una mujer del clan asmoneo.
El modo en que se concertó la funesta relación entre Antipas y Herodías, hija del príncipe asmoneo Aristóbulo, se ha perdido entre las nieblas de la historia, pero existen algunas pistas sugerentes.
Muy probablemente, tuvo lugar en Cesarea Marítima, la modélica ciudad portuaria de Herodes el Grande, situada en la costa mediterránea, en un momento en que Herodes Antipas estaba a punto de embarcarse en una travesía con destino a Roma para presentar personalmente sus respetos al emperador Tiberio. Josefo describió el encuentro de la siguiente manera:
Estando para partir hacia Roma, se hospedó en casa de su hermanastro Herodes, que había nacido de otra madre, a saber, la hija de Simón el sumo sacerdote. Enamorado de Herodías, la esposa de su hermanastro, -hija de su hermano Aristóbulo y hermana de Agripa el Grande-, le propuso descaradamente que se casara con él. Ella aceptó y, se comprometió a irse con él tan pronto como regresara de Roma.
Pese al descubrimiento ilusorio de las relaciones familiares incestuosas en que supuestamente vivía, está claro que a Herodías, que a finales de los años veinte del siglo primero contaba entre veinte y treinta años de edad, le encantó la oportunidad que le ofrecía el matrimonio con Antipas. Toda su vida la habían mantenido confinada en la casa real, pues siendo todavía una niña la habían prometido en matrimonio al hijo más pequeño y de menos talla de Herodes. Ella, como todos los demás herederos asmoneos, siempre estaba en una posición peligrosa dentro de la casa de Herodes, precisamente debido a que en ciertos círculos judíos su familia poseía una imagen nostálgicamente patriótica -si bien absolutamente idealizada-, debido a que descendía de la familia de Judas Macabeo.
Para los herodianos, los asmoneos eran siempre, por el mero hecho de serlo, rivales potenciales, y Herodes el Grande había hecho todo lo posible para reducir los riesgos asesinando a su esposa asmonea Mariamne [la abuela de Herodías], a su madre y a sus dos hijos asmoneos, Alejandro y Aristóbulo. Sin embargo, la fascinación popular con los asmoneos, tanto en Judea como en la diáspora, continuaba. De hecho, poco después de la muerte de Herodes apareció inesperadamente en la ciudad de Sidón un joven que afirmaba ser Alejandro, el heredero asmoneo, que había escapado milagrosamente a la orden de muerte dada por Herodes contra él y que se había mantenido oculto hasta que su malvado padre había muerto. Mientras los hermanos herodianos supervivientes discutían sobre su patrimonio, este Alejandro redivivo zarpó hacia Creta, puso rumbo a Melos, y después hacia Roma, colmado de regalos y aclamaciones entusiastas de apoyo por las comunidades judías de los lugares por donde pasaba. Aclamado como rey por los judíos de Roma, acabó siendo desenmascarado por la suspicacia de Augusto, y éste lo envió a galeras para todo el tiempo que durara su reinado.
Pero la mística asmonea pervivió. Así, el encuentro de los propósitos y ambiciones de Antipas y Herodias había de producir un efecto enorme como alianza dinástica de importancia fundamental, aun cuando ese matrimonio quebrantara explícitamente las leyes levíticas del incesto.
Pues Aristóbulo, el padre de Herodías, era hermanastro de Antipas, lo cual convertía su matrimonio con Herodías en una unión intolerable entre tío y sobrina. Para empeorar las cosas, Herodías estaba casada con el hermanastro de Antípas, Herodes Fílipo y, según las leyes del Levítico, "descubrir la desnudez de la mujer de tu hermano" era un pecado. El evangelio de Marcos (6,18) hacía esta acusación más concreta y directa contra el tetrarca, presentándola como una declaración pública de Juan el Bautista, nada menos: Porque Juan decía a Herodes: "No te está permitido tener la mujer de tu hermano".
Queda así claro cómo llegó Juan el Bautista a ser objeto de la atención de Antipas y a provocar rápidamente una represalia directa. En su calidad de profeta popular a la usanza tradicional, que atraía multitudes al mismo desierto que Antipas esperaba desarrollar, Juan no predicaba simplemente generalidades, dejando discreta o educadamente sin mencionar el nombre de la persona concreta a la que tenía en mente.
Como Amós, Oseas y Jeremías antes que él, Juan era un profeta empeñado en criticar vehementemente los acontecimientos políticos del momento, sin temer nunca señalar con el dedo o decir nombres.
Y aunque Antipas, educado a la romana, tal vez estuviera familiarizado con las tradiciones reales davídicas de su propia familia, al parecer no tenía un conocimiento suficiente de las Escrituras de su propio pueblo para darse cuenta de que cabía hacer más de una interpretación de su matrimonio con Herodías. El esperaba que, al tomar la mano de la "hija" de un rey anterior, sus súbditos le vieran actuando en el papel de nuevo David; pero éstos pronto empezaron a ver en él una nueva versión del odiado rey Ajab, que se había casado con una nueva Jezabel.
Para empeorar aún más las cosas, en la escena política general se fueron produciendo acontecimientos que pusieron a Antipas en una situación política sumamente vulnerable. Cuando las habladurías acerca de sus inminentes planes matrimoniales se difundieron por los círculos cortesanos, la esposa nabatea de Antipas (de cuyo nombre no queda constancia) huyó a la fortaleza que la familia herodiana tenía en Maqueronte, en la ribera oriental del mar Muerto; desde allí continuó su huida hacía el sur con una escolta armada y atravesó 110 kilómetros de accidentado territorio desértico hasta llegar a la seguridad de la legendaria ciudad de Petra, capital del reino de su padre, que se encontraba escondida en medio de los barrancos de arenisca rojizo-rosácea de la región.
Con la huida de su hija, era casi seguro que el rey Aretas había de reanudar las hostilidades contra los herodianos, y Antipas necesitaba preparar su tetrarquía para la guerra. Esa es probablemente la razón por la que, según Mc 6,17, Antipas "había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías",pues con la condena absoluta del reinado de Antipas y de su matrimonio incestuoso con una princesa asmonea, el movimiento de protesta política, fuerte y directo, encabezado por Juan el Bautista planteaba una seria amenaza política interna. Josefo describía la situación así:
Cuando a las multitudes que lo rodeaban se agregaron otros, Herodes se alarmó, debido a que sus sermones los soliviantaban en sumo grado. La elocuencia que tanto efecto había surtido en las gentes podía conducir a alguna forma de sedición, pues parecía como si estuvieran dirigidos por Juan en todo cuanto hacían, Herodes decidió que dar el primer golpe antes de que la actuación de Juan condujera a un levantamiento era mucho mejor que esperar a la convulsión, verse envuelto en una situación difícil y tener que reconocer su error
.Ya era demasiado tarde. Al acudir en gran número a ver a Juan el Bautista en las riberas del río Jordán, en la desértica frontera entre Galilea, Samaría, Perea y Judea, los campesinos y las gentes de ciudad vieron perspectivas nuevas de otras gentes y lugares. Les quedó patente, además, que sus propios actos y resolución moral podían cambiar la situación de sufrimiento y desposeimiento en que estaban inmersos. El ataque directo de Juan contra las estrategias dinásticas de Antipas llegó en el curso de su permanente campaña contra la injusticia y la soberbia de la sociedad herodiana. Al manifestar su oposición al quebrantamiento por parte de Antipas de las leyes ancestrales de Israel y de sus tradiciones de alianza, y al dar forma práctica a su compromiso de oponerse a tales quebrantamientos mediante el ritual del bautismo de Juan, los seguidores de éste estaban ya en rebelión abierta.
Poco importaba que Juan el Bautista fuera detenido por sedición y dejado de manera permanente fuera de la circulación en una de las muchas fortalezas del tetrarca. Cada vez eran más los miembros del pueblo de Israel convencidos de que el Reino de Dios estaba efectivamente próximo y de que los sufrimientos de los justos pronto tocarían a su fin.
Texto extraido de:
Richard A. Horsley
Neil Asher Silberman
La revolucón del reino
Editorial Sal terrae
Gracias por la visita
Miquel Sunyol sscu@tinet.org 15 Enero 2006 |
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