Las dos manos de Dios
Todo
empezó con las manos.
Son algo diferentes la una de la otra. La izquierda, sobre el hombro del hijo, es fuerte y musculosa. Los dedos están separados y cubren gran parte del hombro y de la espalda del hijo. Veo cierta presión, sobre todo en el pulgar. Esta mano no sólo toca, sino que también sostiene con su fuerza. Aunque la mano izquierda toca al hijo con gran ternura, no deja de tener firmeza.
¡Qué diferente es la mano derecha! Esta mano no sujeta ni sostiene. Es fina, suave y muy tierna. Los dedos están cerrados y son muy elegantes. Se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo menor. Quiere acariciar, mimar, consolar y confortar. Es la mano de una madre.
Algunos
estudiosos sugieren que la mano izquierda masculina es la mano de Rembrandt, y que la derecha es muy parecida a la mano derecha de
La novia Judía, pintada en el mismo período. Yo quiero creer que es verdad.
En cuanto me di cuenta de que las dos manos eran diferentes, se abrió ante mí todo un mundo nuevo de significados. El Padre no es sólo el gran patriarca. Es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. Él sostiene y ella acaricia. El asegura y ella consuela. Es, sin lugar a dudas, Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Esta mano derecha suave y tierna me hace recordar las palabras del profeta Isaías:
"¿Acaso olvida una mujer a su hijo
y no se apiada del fruto de sus entrañas?
Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Fíjate en mis manos:
te llevo tatuada en mis palmas" (Is 49,15).
[...]
Y así, bajo la forma de un viejo patriarca judío, emerge también un Dios maternal que recibe a su hijo en casa.
Ahora, cuando miro de nuevo al anciano de Rembrandt inclinándose sobre su hijo recién llegado y tocándole los hombros con las manos, empiezo a ver no sólo al padre que estrecha al hijo en sus brazos, sino a la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le aprieta contra el vientre del que salió.
Así, el "regreso del hijo pródigo" se convierte en el regreso al vientre de Dios, el regreso a los orígenes mismos del ser y vuelve a hacerse eco de la exhortación de Jesús a Nicodemo a nacer de nuevo.
Ahora aprecio mucho más la enorme calma de este retrato de Dios. No hay sentimentalismo, ni romanticismo, ni se cuenta un simple cuento con final feliz. Lo que aquí veo es a Dios como madre, recibiendo en su vientre a aquél a quien hizo a su propia imagen. Los ojos casi ciegos, las manos, el manto, el cuerpo inclinado, todo recuerda al amor divino maternal, marcado por el dolor, el deseo, la esperanza y la espera sin fin.
Henri J. M. Nouwen
El regreso del hijo pródigo
Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt.
Tradución de Isabel García de Alzuru
Ed. PPC
