La Exhortación Apostólica “La Iglesia en América” es el más vivo reflejo de lo que nos pasa social y eclesialmente en esta porción del mundo. Como reverso de la integración continental, forzada por las exigencias de la macroeconomía globalizada, los pastores de la Iglesia Católica, encabezados por el Papa Juan Pablo II, plantean la necesidad de una integración continental, de tipo espiritual y pastoral, que se base en la fe común cristiana y en los mejores anhelos de vida de los habitantes de este continente. Esta proposición merece la atención de los hombres y mujeres de buena voluntad que, agobiados por las circunstancias históricas, buscan con ansia puertas de salida a la grave crisis estructural que a todos afecta. Por eso es importante analizar detenidamente este documento surgido desde la Iglesia Católica, independientemente de que se tenga o no, afinidad ideológica con quienes lo elaboraron.
En primer lugar habrá que resaltar que la Exhortación Apostólica, entregada por el Papa Juan Pablo II el 23 de enero de 1999 en la Basílica de Guadalupe, es el reconocimiento oficial del parto de un nuevo sujeto pastoral en la Iglesia Católica: La Iglesia Americana Continental. Este hecho, que, para algunos miembros de las iglesias particulares, sería motivo de temor o de tristeza, porque podría ser causa de desplazamiento, relocación e incluso desaparición de lo que hasta ahora ha sido la Iglesia Latinoamericana, es sin embargo muy esperanzador por las perspectivas nuevas que viene a abrir.
Utilizando el esquema indígena guadalupano, se podría decir que el Sínodo de América mostró como los Juandiegos del Sur (América Latina) llevaron sus flores a los Juan de zumárragas del Norte, y ambos, descubriéndose y aceptándose como hermanos, se comprometieron a hacer realidad la voluntad de la Señora del Cielo. En este sentido el documento postsinodal es el resultado primero de este encuentro de hermanos, a quienes la geografía, la historia y los sistemas sociales habían mantenido como vecinos distantes. Y ahora la fe en Cristo y la realidad histórica de este continente vuelve a poner en la misma senda. Por eso no es casual que el Espíritu de Dios haya movido a los Padres Sinodales para que pidieran al Papa que el documento postsinodal se promulgara en el Tepeyac. Porque este sitio de la espiritualidad ancestral del pueblo, desde antes de la primera evangelización, es uno de los pocos símbolos que aglutinan el alma de la mayoría de quienes vivimos en esta tierra.
Por lo que sabemos, la materia con la que se elaboró la Exhortación Apostólica son los consensos a que llegaron los obispos de América del Norte, del Centro, del Sur y los del Caribe durante las cuatro semanas que se reunieron en Roma, bajo la guía del Sucesor de Pedro. Por eso se puede decir, sin ninguna connotación peyorativa, que, respecto a la Exhortación Apostólica, de Roma vino lo que a Roma fue. Porque realmente son muy pocos los añadidos o ampliaciones que hizo el Papa al Elenchus Unicus Propositionum (Síntesis de Propuestas) que los Padres Sinodales entregaron a la Secretaria del Sínodo al Término de la Asamblea en diciembre de 1997. Esto se puede comprobar viendo las citas que sustentan las afirmaciones de la Exhortación Apostólica. La mayoría hacen relación casi textual a las propuestas de los Padres Sinodales. Lo que hizo el Santo Padre, como Hermano Mayor, fue recoger y avalar la voz pastoral de esta naciente Iglesia Americana Continental.
Un dato que no se puede soslayar en el análisis es el hecho de que la Exhortación Apostólica representa el primer documento verdaderamente colegiado, producido por los pastores de la Iglesia Americana Continental, y respaldado plenamente por el Sumo Pontífice. No es, desde luego, la voz exclusiva de la Iglesia Latinoamericana, sino la voz eclesial de todo el Continente. Y tal vez, por eso, escucharla por primera vez deja la sensación de que esa voz suena diferente, que perfila las cosas hacia otros derroteros o se queda atrás de los grandes documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo.
Sin embargo, un análisis más detenido muestra que las grandes líneas pastorales, señaladas por el Magisterio Lati-noamericano, se mantienen íntegramente en los resultados del Sínodo Panamericano. Los temas claves son los mismos: visión pastoral de la realidad, discernimiento de fe, opción preferencial por los pobres, lucha contra las estructuras de pecado y de muerte, vivencia del Reino en pequeñas comunidades o CEBs, reconocimiento y apoyo a los nuevos sujetos de la historia y de la vida cristiana, es decir: las mujeres, los indígenas, los afroamericanos, los jóvenes, los migrantes.
El planteamiento de fondo recogido en el documento sinodal es el mismo que ha estado en la búsqueda pastoral de la Iglesia Latinoamericana y en la conciencia religiosa de los pueblos que la conforman. Y que ahora la Exhortación Apostólica recoge para todos, al plantear que, frente a la globalización injusta de la economía, los cristianos del Continente, unidos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, debemos construir la globalización esperanzadora de la Comunión y la Solidaridad. Esta comunión y solidaridad es fruto del encuentro personal y comunitario con Cristo vivo, que nos convierte y nos transforma desde dentro, para lanzarnos necesariamente a la construcción histórica del mundo nuevo, donde los pobres, las mujeres, los indígenas, los afroamericanos, son sujetos protagonistas de su liberación y de su plena realización humana y cristiana.
El documento postsinodal no se presenta, ni puede considerarse, como punto de llegada. Es apenas la expre-sión de un camino o conjunto de caminos que hay que hacer. Es el elenco de desafíos que habrá que afrontar y la agenda básica de lo que la Iglesia Americana Continental desea llevar adelante, con la ayuda de Dios y la colaboración de los demás hermanos y hermanas en la misma fe. Por eso, a pesar de las limitaciones y lagunas que pueda tener el documento como referencia escrita, lo más valioso es el espíritu que lo impulsa a abrir caminos en la línea de la colaboración continental.
Además, los planteamientos contenidos en la Exhortación
Apostólica coinciden plenamente con lo que los pueblos indígenas
hemos señalado desde hace tiempo en la Teología India: Para
tener futuro frente a la globalización neoliberal, no nos queda
otro camino que globalizar y organizar nuestra esperanza. Cosa que muchas
comunidades están haciendo y con bastante éxito. Si a este
esfuerzo se une ahora un respaldo mayor desde la pastoral continental,
ciertamente que el nuevo milenio no será de muerte sino de esperanza
y de vida digna para todos.
El Santo Padre lo que dijo textualmente es lo siguiente: “Sustituir la Teología de la Liberación por la Teología Indigenista (sic) sería una mala traducción del Marxismo. Pero yo pienso que la solución verdadera está solamente en la línea de la solidaridad… Finalmente México, la Ciudad de México, se encuentra en el mismo puesto (lugar) que la Ciudad Azteca. Son ellos los primeros poseedores (dueños) de esta tierra…”
Identificar sin más Teología de la Liberación y Teología India, y ambas con el Marxismo es uno de los prejuicios persistentes en la sociedad mexicana y también en algunos sectores de la Institución eclesiástica, que no en el Papa. Han sido estos prejuicios los que han obstaculizado la percepción objetiva y veraz de la problemática de Chiapas y de los indígenas en general y de su teología. Son los mismos prejuicios que llevaron en mayo de 1996, el tema de la Teología India a una reunión extraordinaria de Presidentes de Comisiones Episcopales de la Doctrina de la Fe de toda América Latina, realizada en Guadalajara, Jal. (México), bajo la presidencia del Cardenal Joseph Ratzinger.
Con la prejuiciada argumentación de que Teología de la Liberación, Teología India y Marxismo están íntimamente relacionados, se pretendía acabar de raíz con la insurgencia teológica de los pueblos indios. Hubo voces muy duras en esta línea. Pero los resultados de la reunión no fueron de condenación ni de rechazo; simplemente de compromiso eclesial y pastoral para acompañar estos procesos legítimos y muy necesarios para la evangelización inculturada, a fin de evitar reduccionismos y manipulaciones. Dijeron textualmente los obispos: “Particularmente importante nos ha parecido el acompañamiento de la reflexión teológica a partir del mundo indígena y afroamericano que va surgiendo como una alternativa a reduccionismos de antropólogos con tendencias de arqueología o una instrumentación folklórica o turística. En cada uno de nuestros hermanos, ya sea indígena, afroamericano o mestizo, hay una persona humana que merece el más profundo respeto y también una teología que le ayude a una vida digna y a una comunión con Dios y con sus semejantes” (Osservatore Romano, 14 de mayo de 1996).
Juan Pablo II estuvo enterado de la reunión de Guadalajara y avaló sus conclusiones. Por tanto es ilógico pensar que lo que él declaró en el avión que lo trajo a México para su IV Visita, esté en una perspectiva totalmente distinta a las conclusiones de esa reunión de Guadalajara, y, sobre todo, en contradicción con todos los planteamientos hechos por el mismo Papa en los encuentros con indígenas.
El Santo Padre ha sido uno de los mejores y mayores impulsores de la evangelización inculturada, de la pastoral indígena y de los derechos de los pueblos indios, asumidos ampliamente por la Iglesia Latinoamericana, y que están en la base de lo que ahora llamamos Teología India.
En el Sínodo de las Américas, la voz indígena se escuchó firmemente gracias a la mediación de pastores que llevaron esta voz. Por eso el documento postsinodal está, como el documento de Santo Domingo, marcado por lo indígena. Tres son los ejes principales del documento: conversión, comunión y solidaridad. Conversión hacia Dios, Comunión con los hermanos, Solidaridad con los pueblos diferentes y con más pobres.
En la estrategia evangelizadora del Papa y de la Iglesia, la confrontación y la lucha de clases, que serían el principal motor de cambio según la ideología marxista, deben dar paso a la comunión y la solidaridad, que nace del amor. Esto es justamente lo que la autonomía indígena y la Teología India han venido planteamiento desde hace tiempo. No se pretende aislar o encapsular a los pueblos indios o enfrentarlos a otros sectores de la población, sino reconciliar a los todos en base al perdón y a la justicia.
La solidaridad que el Papa y la Iglesia plantean ahora como única vía para la verdadera solución de los problemas, es la que siempre los pueblos indígenas hemos ofrecido a los demás. Las flores que Juan Diego cosechó en el Tepeyac no eran, en primer término, para sí mismo o para su pueblo, sino para el obispo Juan de Zumárraga, es decir, para quien no era del pueblo indígena, y más aún formaba parte del pueblo que lo oprimían.
Es lo mismo que pasa ahora. Los indígenas no estamos pensando sólo en nosotros mismos, sino en el conjunto de la sociedad. No se trata de acabar con los que son diferentes a nosotros, sino construir juntos la casa común para todos. La solidaridad, como expresión de la comunión, los indígenas la entendemos como parte de la comunitariedad, que es inherente a nuestras culturas. Y, por eso, es un valor muy apreciado y deseado por los pueblos indios. En ese sentido podemos parafrasear ahora lo mismo que los teólogos indios dijeron a los primeros doce misioneros franciscanos: Eso que ustedes traen, ya lo vivimos desde hace tiempo (Colloquio de los Doce, 1524)
Iglesia y pueblos indios tenemos planteamientos comunes. Por eso fácilmente ha habido identificación entre indígenas e Iglesia. Es una alianza connatural porque existen coincidencias teológicas e históricas estratégicas. Esta alianza no puede romperse ahora por reportajes ideologizados hechos a partir de palabras pontificias descontextualizadas. El Papa viene al continente a consolidar la alianza estratégica con pueblos profundamente religiosos, cristianos, católicos y amantes de la Paz. Pueblos que por descender de las primeras naciones, son ahora nuestra raíz más antigua. Estos pueblos poseen valores y riquezas que son la reserva necesaria para construir un futuro mejor para todos.