Principales tesis teológicas de la "Doctrina Cristiana"

de Fray Pedro de Córdoba

JOSEP-IGNASI SARANYANA
Unversidad de Navarra.
Dominicos y el Nuevo Mundo
Actas del I Congreso Internascional
Sevilla,21-25 abril 1987
Podría ser oportuno recopilar las conclusiones firmemente establecidas y aquellas que, si bien todavía deben considerarse como hipótesis de trabajo, son altamente probables. En primer lugar, sorprende que, habiéndose celebrado últimamente dos importantes centenarios relativos a esta Doctrina cristiana: el cuarto centenario de las dos primeras ediciones, publicadas en 1544 y 1548, respectivamente; y el quinto centenario del nacimiento de fray Pedro de Córdoba (1482), la bibliografía sea tan escasa, sobre todo si se tiene en cuenta que esta Doctrina fue el catecismo oficial de la Archidiócesis de México en los primeros años de la implantación de la Iglesia en Mesoamérica.

De la década de los cuarenta datan los facsímiles de las ediciones de 1544 y 1548, que son, respectivamente, el preparado por E. Rodríguez Demorizi (Santo Domingo 1945), y el preparado por R. Menéndez Pidal (Madrid 1944), y los trabajos de J. Salvador Conde, publicados en "Missionalia Hispanica".

Conmemorativos del nacimiento de fray Pedro son los estudios de M.A. Medina (Madrid 1983) y de R. Boria dados a conocer en distintos lugares, entre 1979 y 1982 . Y poco, muy poco más.

La razón del relativo olvido en que se ha tenido un instrumento tan importante de pastoral, puede hallarse en que la "teología profético hispanoamericana" -como algunos la han denominado- haya sido hasta ahora muy poco estimada; lo cual no quiere decir que la"teología académica" lo haya sido más, sino simplemente que el interés por la teología de cuño americano ha sido muy escaso.

Es comprensible, por tanto, que algunos sectores proclives a las tesis liberacionistas, muy particularmente el CEHILA (Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en Latinoamérica, con sede en México D.F.), intenten una recuperación de los valores teológicos autóctonos hispanarnericanos, desde presupuestos que parecen discutibles. 

Ciertamente, conviene recuperar la tradición teológico del siglo XVI americano, pero es preciso hacerlo desde la plataforma adecuada.

No deberían ignorarse ni el estilo de teologizar ni las tesis alcanzadas por los teólogos americanos, so capa de que muchos de ellos se fonnaron en la Península, principalmente en la Universidad de Salamanca; ni, por supuesto tampoco, acentuar tanto la originalidad del fenómeno teológico americano, que se llegase a negar su injerto en el tronco común de la teología perenne.

El fenómeno de la inculturación se ha repetido varias veces, con más o menos dramatismo, a lo largo de la historia de la Iglesia, y estamos perfectamente al cabo de la calle de sus reglas y de sus riesgos.

A fortiori, no tiene porque haber sido más traumático, ni, por el contrario, más sencillo, el diálogo de los escritores católicos de la Antigüedad tardía con el medioplatonismo, ni de los pensadores altomedievales con las costumbres jurídicas germánicas, que la implantación del saber teológico en tierras americanas.

Todo esto supuesto, me parece de un enorme interés volver los ojos hacia los primeros textos de carácter teológico publicados en Mesoamérica, y procurar una lectura de ellos desde la perspectiva de su método expositivo y la cadencia y flujo de sus ideas.
 
 

1. Sobre lasfuentes de la "Doctrina".
Son muchas las hipótesis que podríamos formular sobre las fuentes de tan estupendo instrumento de pastoral. Podría pensarse, a primera vista, que esta obra catequética, preparada por la comunidad dominica recién instalada en La Española, era un calco de las "doctrinas", tan abundantes y de tanta calidad, que circulaban por España a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI.

En tal caso, habría que volver los ojos hacia las prescripciones del célebre Concilio de Tortosa (1429); o al catecismo del Cardenal Cisneros, publicado en 1498; o quizá a ese breve y enjundioso opúsculo del jerónimo fray Heenando de Talavera, primer arzobispo de Granada, titulado: Breve y muy provechosa doctrina de lo que debe saber todo christiano, editado a finales del siglo XV. 

Pero la influencia, de existir, habrá sido sólo remota, pues ni el nexo de los misioneros de la Doctrina cordobiana reproduce el previsto por el Concilio de Tortosa; ni es sólo una cartilla, como lo fue la del Cardenal Cisneros; ni es tan breve como el opúsculo de Hernando de Talavera.

La Doctrina cordobiana se presenta a sí misma como una especie de manual para doctrineros, utilizable también por los fiscales de indios que supieran leer,, salvo los doce folios de la "doctrina breve que todos se han de enseñar y saber de coro", que preceden a la edición de 1548, los cuales tienen su correspondiente silabario, con sílabas que denotan claramente que estaba destinado a naturales de habla nahua, que aprendían a leer al tiempo que memorizaban la cartilla (sílabas como tla, tle, tli, tlo, tlu, tza, tze, tzi, tzo, tzu, etc., lo denuncian claramente). Tuvieron, pues, conciencia, los editores de 1548, de preparar una obra larga, como lo testimonia el colofón de esa fecha, que remite a lo tratado en la séptima junta eclesiástica de México, celebrada en 1546.

Y la primera edición, aunque mucho más breve, supera también en extensión a las cartillas peninsulares.

Cabría fijarse en el nexo de los misterios, buscando así posibles in fluencias catequéticas. Pero también esto supone no poca dificultad, porque la sistematización de los misterios, tal como había sido propuesta por San Agustín y Santo Tomás, debía ser según el ritmo de las tres virtudes teologales: primero lo que es preciso creer, o sea, los artículos de la fe; seguidamente lo que debemos esperar, que son las peticiones del Paternoster; y, finalmente, lo que debemos hacer, es decir, los mandamientos del decálogo mosaico.

Tampoco la Doctrina cordobiana se adecúa a esta pauta catequética, sino que más bien responde a otra tradición medieval, inspirada en las Decretales pseudoisidorianas, según las cuales, primero hay que enseñar la fe, después es preciso mostrar la moral cristiana, y, por último, conviene enseñar la sacramentología. Esta tradición pseudoisidoriana debía tener cierto arraigo en la Universidad de Salamanca, como lo muestra el dictamen de los teólogos salmantinos, de 1541; pero no sabemos hasta qué punto tal arraigo habría comenzado ya a finales del siglo XV, cuando la Universidad salmantina estaba todavía lejos de su esplendor académico.

La formación tomista de los dominicos no pasaba de ser, por los años en que se formaron fray Pedro de Córdoba y sus compañeros antillanos, bastante rutinaria, y limitada a la lectura de las obras sistemáticas de Aquinate. Los opúsculos de Cayetano apenas habían trascendido todavía los círculos de los más iniciados, sobre todo círculos italianos y centroeuropeos. 

Lo cual no quiere decir que no hubiese empezado, en España, cierto despertar del tomismo, introducido tímidamente en Salamanca por Pedro de Osma, durante su docencia teológico salmantina inmediatamente anterior a su condena (1479); pero los aires tomistas renovadores vendrían varios lustros después, desde París, importados por Francisco de Vitoria a su regreso a España, en 1523. Así, pues, no debemos buscar en Santo Tomás la fuente principal de inspiración de Pedro de Córdoba y compañeros dominicos; lo contrario podría resultar anacrónico.

¿Cúal podría ser, por tanto, el origen, remoto o próximo, de la Doctrina cordobiana? Aunque entremos aquí en el terreno de las hipótesis .... me parece necesario buscar alguna fuente de inspiración de los dominicos, porque, como dice la experiencia, es casi instintivo volver la vista atrás cuando se trata de redactar un instrumento catequético. Sin embargo, y es preciso tenerlo a la vista, a primeros del siglo XVI la imprenta estaba todavía en mantillas.

Por consiguiente, los dominicos antillanos apenas debieron de disponer de fuentes de inspiración. Es posible, incluso, que no tuvieran ninguna a la mano, y que hubieran de contentarse con explimir su memoria. Habrían de pasar tres décadas hasta que se imprimiese el primer libro americano, precisamente un catecismo: la Breve y más compendioso doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, hoy perdida, que data de 1539; pero, para esas fechas, fray Pedro Córdoba había ya fallecido. Es importante retener este dato, para comprender en su dimensión verdadera los influjos ideológicos de aquellos años. En definitiva, ¿tuvo la Doctrina alguna fuente de inspiración?.

La lectura de la Relación de fray Ramón Pané -escrita en 1498, y editada varias décadas después por Hernando de Colón, hijo natural de Cristóbal- y su comparación con dos sermones sobre la creación del mundo (según la versión de 1548), sugiere una hipótesis verosímil: que la inspiración de fray Pedro y de sus compañeros dominicos no habría que buscarla en la catequética peninsular, como tantos han pretendido, sino en la experiencia -todavía reciente, pero la única y más inmediata- de la primerísima evangelización llevada a cabo por los españoles, nada más pisar tierra americana.

De ser cierta tal hipótesis, la Doctrina cordobiana se inscribiría en el género catequético "more historico", ya conocido y practicado por la primera generación cristiana, pues, como nos narran los Hechos de los Apóstoles, éstos se dirigían a los judíos, y después también a los gentiles, por medio de sermones de misión, con ánimo de predisponerlos a la conversión . En tales sermones narraban los Apóstoles, y después los cristianos de las generaciones sucesivas, la Historia de la Salvación del pueblo elegido -si se dirigían a los judíos-; o contaban la historia de la creación del mundo y del hombre, el relato del primer pecado y el anuncio de la salvación -si se trataba de paganos-. En otros términos: a los judíos, la historia de Abraham, Moisés y David; a los gentiles, la explicación del hexamerón bíblico y del protoevangelio.

Esta hipótesis, sobre el sabor apostólico de la primitiva evangelización americana, se reforzaría al considerar la estructura de la Doctrina cordobiana, que antepone la explicación de los mandamientos del Decálogo, a la ilustración de las verdades sacramentales. Es decir: Credo-Decálogo-sacramentos. Este modo de proceder, de carácter eminentemente pastoral, y menos ventajoso, según el flujo de las ideas, que el nexo Credo-sacramentos-mandamientos, había sido experimentado por Ramón Pané con mucho éxito. El nos narra, en su célebre Relación, que el bautismo se difería a los naturales, hasta que, pasados muchos meses, y a veces varios años, los catecúmenos demostraban su intención recta y su capacidad de cumplir el nuevo código moral cristiano .

A mi entender, pues, se puede sostener la hipótesis de que la Doctrina cordobiana no ha copiado modelos peninsulares -aunque ciertamente habrán pesado en el ánimo de los Padres Predicadores-, sino que ha resultado de la experiencia evangelizadora antillana.Se puede considerar, en definitiva, como un producto catequético genuinamente americano, verdadero testimonio de la "teología profético" autóctono. Esta hipótesis se refuerza notablemente si leemos este instrumento de pastoral a la luz del famoso "requerimiento" y en el contexto de las cosmogonías religiosas antillano- mesoamericanas.
 
 

2. El requerimiento.

Esta curiosa figura jurídico-religioso-política surgió de las célebres juntas de Burgos (1512) y Valladolid (1513), aunque ya encontramos trazas de ella en años anteriores. Uno de los testimonios más completos sobre su aplicación nos lo ofrece Bartolomé de Las Casas, en su Historia de las Indias (lib. 3, cap. 57) .

El conquistador se presentaba a los naturales solemnemente, arguyendo con las bulas de donación o bulas alejandrinas, y les requería para que consintiesen pacíficamente en ser evangelizados por los religiosos misioneros. Se garantizaba su libertad de abrazar la fe católica; pero se les advertía que no aceptar la fe, después de haber sido convenientemente informados, podría ser motivo de hacerles la guerra "por todas partes y maneras que pudieremos y vos sujetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de sus Altezas ... como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a sus señores y les resisten y contradicen .

No es el momento de entrar en discusión sobre la justicia del requerimiento; sería tanto como plantearnos nuevamente la licitud de la Conquista, tan largamente debatida en los años medios del siglo XVI, con ocasión de los escrúpulos de conciencia del Emperador. El riesgo de incurrir en anacronismo sería, además, extremo, porque resulta muy difícil valorar correctamente el principio, universalmente aceptado entonces, de que "cuius regio, eius et religio", el cual estaba, sin duda ninguna, en la base del requerimiento; aunque, evidentemente, no era éste el principio primero que lo inspiraba, pues una de las razones prioritarias, que movía a los conquistadores en su empresa, era la evangelización.

En cambio, nos interesa mucho señalar aquí que se aprecian trazas del estilo "requerimental" en la autopresentación que los misioneros hacen de sí mismos en el prólogo de la Doctrina de 1544 (comparar con el sermón I de la edición de 1548). Sin embargo, el tono es muy otro, es decir, mucho más cordial y acogedor y, en absoluto, nada amenazante. "Muy amados hermanos: sabed y entened por muy cierto que os amamos de mucho corazón, y por este amor que os tenemos tomamos muy grandes trabajos viniendo de muy lejanas tierras y pasando grandes mares, poniéndonos a muchos peligros de muerte por veniros ver, y por deciros los grandes y maravillosos secretos que Dios nos ha revelado (... )" .

Así pues, las dos primeras pistas que podemos ofrecer, como posible confirmación de nuestra hipótesis de trabajo, sobre las fuentes de la Doctrina cordobiana, nos llevan hacia la experiencia catequética antillana de los primeros agentes de pastoral, muy especialmente de fray Ramón Pané, y al modelo de requerimiento, aunque vaciado de su tenor coactivo y amenazador.
 
 

3. De 1544 a 1548.

Parece firmemente establecida la tesis de M.A. Medina, sobre la autoría de la Doctrina, que sería el resultado de una puesta en común de aquellos primeros dominicos antillanos . El sermón de fray Antonio de Montesinos, predicado en la octava de Todos los Santos de 1511, que tanto revuelo habría de producir, preparado y firirnado por todos a una, es un buen índice del proceder de aquellos primeros quince frailes mendicantes.

Se sabe, también con certeza, que la edición de 1544 fue financiada por el Arzobispo Juan de Zumárraga, y que corrió con la responsabilidad de ultimar el original de imprenta el dominico fray Domingo de Betanzos, que hizo algunos añadidos -las célebres "adiciones mexicanos", según la terminología que ha popularizado Medina-. El texto de 1544 debía ser un texto breve y llano, apto "más para incipientes"; mientras que se reservaba el tripartito de Jean Gerson, editado también a costa de Juan de Zumárraga, "para los proficientes" .

Mientras tanto tuvieron lugar las juntas eclesiásticas 1544 y 1546. En esta última, por razones que desconocemos, se aprobó ir como doctrina breve la que recién había publicado fray Alonso de Molina, titulada Doctrina cristiana breve traducida en lengua mexicana (México 1546), pasando a ser la Doctrina cordobiana la doctrina larga, en sustitución del tripartito de Jean Gerson.

Así las cosas, los dominicos emprendieron una segunda edición de su catecismo, ampliando notablemente algunos desarrollos, modificando otros, llevando a cabo su traducción al nahuatl y anteponiéndole una cartilla breve, con las principales oraciones y un texto dialogado .

La edición de 1544 corresponde solamente a treinta y siete sennones de 1548, y aún no completos. Esta última añade, además, tres sermones sobre temas inéditos: sobre los pecados capitales, el Paternoster y el Avemaría. En los temas comunes, las mayores diferencias se hallan en la exposición del misterio trinitaria, que está notablemente abreviado en la edición de 1548 y parece corregido; y en la exposición de los misterios de la vida de Cristo, que han sufrido una especial ampliación en 1548, con el añadido de la "dramatización pedagógica" .

Estas dramatizaciones se hallan, principalmente, en el sermón XII, al tratar del Nacimiento de Cristo; en el sermón XV, al narrar los hechos acaecidos en la Resurección, y cuando escenifica los diálogos de Jesucristo con su Madre y con los Apóstoles, antes de la Ascensión; en el sermón XVI, en que se cuenta la llegada del Señor a los cielos y la admiración de los ángeles, y cuando se explica el descenso de Cristo al Limbo de los justos. Algunas de estas dramatizaciones son especialmente extensas, dando la sensación de que podían intervenir varios sacerdotes, seguramente durante la Misa y en el presbiterio. No son, pues, verdaderos autos sacramentales, pero parecen inspirados, como éstos, en el teatro medieval español, de carácter religiosopopular.

Tampoco deben confundirse con las representaciones teatrales ideadas por los franciscanos, en las que, con ocasión de algunas fiestas litúrgicas más señaladas, tenían lugar grandes celebraciones al aire libre, con profusión de decorados e intervención de un buen número de actores, a veces de varios centenares (Toribio de Benavente ha dejado cumplida información sobre tales piezas teatrales en su Historia de los indios de la Nueva España, tratado I, cap. XV).

La Doctrina cordobiana testimonia, por tanto, el uso de esas dramatizaciones, como método misional, contemporáneas de las presentaciones organizadas por los franciscanos. Motilinía habla, en efecto, las que tuvieron lugar en el Corpus Christi de 1538; y sabemos, por otra parte, que las dramatizaciones de los dominicos deben ser anteriores a 1548, para que en esas fechas pudiesen pasar al texto de la segunda edición de la Doctrina cordobiana.
 
 

4. Algunas tesis eclestológicas.
Queda claro, desde las primeras líneas del prólogo de 1544, que los misioneros dominicos han ido a América para predicar la salvación de los naturales.

Esta salvación tiene carácter escatológico, pues se alcanza después de la muerte, y como retribución a las buenas obras. Sin embargo, y no podía ser de otra forma, la felicidad del cielo es descrita en términos de placeres sensuales, los únicos conocidos por los indios que les escuchaban: "Os rogamos que estéis muy atentos a las nuestras palabras, y trabajad de entenderlas con mucha afición porque son palabras de Dios, y él nos mandó que os la (sic) dijésemos a vosotros porque quiere haceros sus hijos para daros de los bienes y placeres y deleites muy grandes, los cuales nunca jamás visteis ni oisteis". Y finalmente, he aquí la descripción del cielo, según la versión de 1548: "Un lugar allá en el cielo: a donde ay todos los plazeres eternos y perdurables, y todas las riquezas y todo el descanso y gloria mas sin comparacion que nosotros podemos pensar ni dezir. Porque ni alla ay trabajo, ni enfennedad, ni dolor, ni pesar, ni tristeza: ni allí ay tampoco pobreza ni mengua; ni hambre, ni sed, ni cansancio; ni tampoco ay frio, ni calor; ni ay cosa alguna que nos de ni sea ocasion de alguna fatiga o desconsuelo o tristeza: y aquella se llama la gloria, o el parayso. Y sabed que allí van las animas de los que son buenos cristianos; y alla yran las vuestras animas y vosotros si quereys ser amigos de Dios; y si quereys ser verdaderos cristianos; y si quereys servir a Dios, y si le quereys obedecer y guardar sus mandamientos" .

Un planteamiento como el que se desprende de los textos de la Doctrina cordobiana, lejos de proponer la construcción de un reino cristiano intrahistórico, más bien tiene un sentido fuertemente escatológico, es decir, de tensión hacia la Ecclesia in Patria.

Y es importante subrayarlo, porque con demasiada frecuencia se ha juzgado la empresa de la evangelización americana desde coordenadas temporalistas, confundiendo la predicación de la felicidad eterna, llevada a cabo por los misioneros mendicantes, con un supuesto intento de instaurar un reino utópico de carácter político, segregado de la Corona española .

La historia humana tiene, pues, un término, que luego dará paso a la situación definitiva. Pero, ¿cuándo se detendrá? Parece deducirse, de las expresiones cordobianas sobre el destino del hombre, que la historia se acabará cuando se hayan salvado tantos hombres, como sillas quedaron vacías después de la caída de los ángeles malos: "Dios creó el linaje de los hombres para poblar aquellos lugares y sillas que aquellos ángeles malos perdieron" .

Aquí la Doctrina se hace eco de una hermosa tradición agustiniana, continuada por San Gregorio Magno y San Anselmo, que llega hasta Santo Tomás . No hay duda, por tanto: la finalidad última del hombre consiste en completar el número de los elegidos y, en definitiva, dar gloria a Dios.

No obstante, no se piense que los dominicos predicaban una Iglesia sólo futura, es decir, sin ninguna presencia en la historia.

En la Doctrina está claramente presentada la Ecclesia in terra, que tiene, por voluntad fundacional de Cristo, estructura sacramental. Este tema es tratado con detalle en uno de los apéndices de 1544 , y en un sermón de 1548 .

Pero, ¿por qué en un anexo o apéndice, y no al hilo del correspondiente artículo del Credo: credo in Ecclesiam?

Por una razón evidente: porque la Doctrina expone el Símbolo según la división doblemente septenaria, en la que no hay lugar para el desarrollo del ciclo eclesiológico. En el Credo de catorce artículos, el lugar de la Iglesia estaría en el artículo cuarto de la Divinidad, al tratar del Espíritu Santo, es decir, separada totalmente del ciclo cristológico.

Conviene, pues, notar que la Doctrina no ha querido desarrollar los misterios de la Iglesia sólo con relación al Espíritu Santo, para no dar a entender que la Iglesia es ajena a Jesucristo. Es probable que los frailes hayan querido evitar cualquier asomo de polémica con los partidarios de la Ecclesia spiritualis, entre los cuales se halló, en tiempos pasados, el Abad Joaquín, cuyas tesis eclesiológicas tantos problemas les habían acarreado en los años medios del siglo XIII.

La explicación eclesiológica de la Doctrina es completa ya en 1544, a pesar de su brevedad: se expone cumplidamente el misterio del Cuerpo Místico; se habla de la estructura sacramental de la Iglesia; se señala el lugar que corresponde, en la Iglesia, a la fe y a los mandamientos; se desarrolla somera, pero suficientemente, el Primado de Pedro; etc.

No hay referencias, en este apéndice, a cuestiones sobre la jurisdicción temporal del Romano Pontífice (por ejemplo, el tema, tan debatido entonces, de la potestad del Papa, directa o indirecta, sobre los príncipes cristianos).

En definitiva, hay aquí una suma eclesiológica muy completa, sin asomo de erasmismos, utopismos u otras desviaciones de carácter más o menos escatologista. En la versión de 1548 se añaden, además, unas pocas consideraciones sobre las penas canónicas, muy particularmente sobre la excomunión.

Esta Doctrina Cristiana, en definitiva, expresa un importante esfuerzo de reflexión teológico en los primeros años de la evangelización en tierras americanas. Constituye una síntesis de la fe católica, muy meritoria por ser anterior a Trento, y por haber sido redactada íntegramente en el marco antillano -aunque con añadidos mesoamericanos-, independientemente del esfuerzo catequético europeo de aquellos mismos años.

Lo cual no quiere decir que sus redactores, y de un modo particular su patrocinador, el Arzobispo Zumárraga, no estuvieran al corriente de los brotes luteranosy de otros problemas teológicos aparecidos en el vasto Imperio Español; pero sí quiere expresar que el esquema primero de la Doctrina es independiente de cualquier influencia europea, marcando así la trayectoria posterior de ampliaciones y correcciones, llevadas a cabo en México.

En todo caso, puede afirmarse que este catecismo es testigo de una genuina reflexión teológico americana, y que puede ponerse como modelo de seriedad y de saber hacer, para cualquier intento de inculturación hodierno o futuro que quiera llevarse a la práctica ... en aquellas latitudes.

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