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San
Ignacio de Loyola
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En los países recuperados por las autoridades católicas, éstas siguieron el programa que Ignacio de Loyola trazó ya en 1554, en la célebre carta dirigida a Pedro Canisio, apóstol de Alemania. Al dictar esas instrucciones que acabamos de leer, San Ignacio caminaba en el sentido deseado por la Iglesia romana de su tiempo. Paulo III había creado en 1542 la Congregación de la Inquisición, y ésta ocasionó la huida de Italia de todo un grupo de humanistas heterodoxos
El Concilio de Trento fue uno de los puntos culminantes de la historia del mundo católico. "Cuanto más lo estudiamos..., mejor comprendemos xu extraordinaria importancia en la vida íntima de la >Iglesia. Fue el vasto crisol donde se confirmó y perfeccionó la purificación..., el punto de reunión de todas las fuerzas católicas de la Reforma, la abrupta afirmación de posiciones antiprotestantes. Para rechazar con más fuerza la justificación por la fe sola, exageró el valor de las obras y desarrolló la noción de mérito. El Concilio, frente a Lutero y Zuinglio, que se habían burlado de las indulgencias y de las pereegrinaciones, frente a Calvino, que había ironizado sobre las reliquias, mantuvo todas las formas tradicionales de piedad; confirmó también el culto a las imágenes.- Por temor a favorecer la idea luterana del sacerdocio universal de los fieles -escribe L.E. Halkin (12)-, no quiso acercar el celebrante a los asistentes, mantuvo de hecho la misa como un espectáculo piadoso. Por esto el Concilio exaltó el ceremonial y lo justificó, con argumentos psicológicos. El concilio no sólo conservó los siete sacramentos, sino que rechazó también la comunión bajo las dos especies, querida por Lutero y antaño concedida a los utraquistas de Bohemia. La "presencia real" fue afirmada con fuerza frente a las teorías zuinglio-calvinistas. Altares monumentales y grandiosas procesiones simbolizaron el triunfo del Santísimo Sacramento contra la herejía, "con objeto de que los adversarios sean confundidos por su gloria o llevados a renegar de sus errores". Pero no se concedió a los laicos ni la Biblia ni la misa en lengua vulgar. Para oponerse más rotundamente al protestantismo, el arte de la Contrarreforma inventó el confesionario, exaltó a la Virgen y a los santos y opuso el "triunfalismo católico" a la modestia y desnudez de la Reforma. Allí donde la situación política lo permitía, la Iglesia romana empleó para la reconquista de las almas los más diversos métodos: aquí la dureza recomendada por Ignacio de Loyola; en otros sitios, la persuasión que practicaba Francisco de Sales (1567-1622) cuando fijaba proclamas en la puerta de los protestantes de Thonon. La Iglesia romana multiplicó las diócesis, construyó o reconstruyó templos, creó seminarios, universidades y colegios, y utilizó la incansable y fiel actividad de las órdenes religiosas. Jesuitas y capuchinos fueron excelentes agentes de la reconquista. El padre José seguía los ejércitos de Luis XIII durante las guerras de religión que asolaron nuevamente Francia entre 1620 y 1629, y se esforzaba por fundar conventos de capuchinos en cada ciudad reocupada por las tropas reales. Los jesuitas se establecieron en las regiones francesas de mayor influencia protestante. Jean Delumeau
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de San Ignacio
a Pedro Canisio
Y ahora procuraré indicar brevemente lo que en este negocio sienten algunos graves teólogos de nuestra Compañía de juicio y doctrina, y animados de muy especial afecto de caridad para con la Alemania. Y lo primero de todo, si la Majestad del Rey se profesase no solamente católico, como siempre lo ha hecho, sino contrario abiertamente y enemigo de las herejías, y declarase a todos los errores hereticales guerra manifiesta y no encubierta. Éste parece que sería, entre los remedios humanos, el mayor y más eficaz. De éste seguiríase el segundo de grandísima importancia: de no sufrir en su Real Consejo ningún hereje, lejos de parecer que tiene en gran estima a este linaje de hombres, cuyos consejos, o descubiertos o disimulados, es fuerza creer que tiendan a fomentar y alimentar la herética pravedad, de la que están imbuidos. Aprovecharía también en gran manera no permitir que siga en el gobierno, sobre todo en el supremo, de alguna provincia o lugar, ni en cargos de justicia ni en dignidades, ninguno inficionado de herejía. Finalmente, ¡ojalá quedase asentado y fuese a todos manifiesto, que en siendo uno convencido, o cayendo en grave sospecha de herejía, no ha de ser agraciado con honres oriquezas, sino antes derrocado de estos bienes! Y si se hiciesen algunos escarmientos, castigando a algunos con pena de la vida, o con pérdida de bienes y destierro, de modo que se viese que el negocio de la religión se tomaba de veras, sería tanto más eficaz este remedio. Todos los profesores públicos de la Universidad de Viena y de las otras, o que en ellas tienen cargo de gobierno, si en las cosas tocantes a la religión católica tienen mala fama, deben, a nuestro entender, ser desposeídos de su cargo. Lo mismo sentimos de los rectores, directores y lectores de los colegios privados, para evitar que inficionen a los jóvenes, aquellos precisamente que debieran imbuirlos en la piedad. Por tanto, de ninguna manera parece que deban sufrirse allí aquellos de quienes hay sospecha de que pervierten a la juventud; mucho menos los que abiertamente son herejes. Y hasta en los escolares en quienes se vea que no podrá fácilmente haber enmienda, parece que, siendo tales, deberían absolutamente ser despedidos. Todos los maestros de escuela y ayos, deberían tener entendido y probar de hecho con la experiencia, que no habrá para ellos cabida en los dominios del Rey, si no fueren católicos y dieren públicamente pruebas de ellos. Convendría que todos cuantos libros heréticos se hallasen, hecha diligente pesquisa, en poder de libreros y de particulares, fuesen quemados, o llevados fuera de todas las provincias del reino. Otro tanto se diga de los libros de los herejes, aun cuando no sean heréticos, como los que tratan de gramática o retórica o de dialéctica, de Melanchton, etc., que parece que deberían ser de todo punto desechados en odio a la herejía de sus autores. Porque ni nombrarlos conviene, y menos que se aficionen a ellos los jóvenes, en los cuales se insinúan los herejes por medio de obrillas; y bien pueden hallarse otras más eruditas, y exentas de este grave riesgo. Sería asimismo de gran provecho prohibir bajo graves penas que ningún librero imprimiese alguno de los libros dichos, ni se le pusiesen escolios de algún hereje, que contengan algún ejemplo o dicho con sabor de doctrina impía, o nombre de autor hereje. ¡Ojalá tampoco se consintiese a mercader alguno, ni a otros, bajo las mismas penas, introducir en los dominios del Rey tales libros impresos en otras partes! No debería tolerarse curas o confesores que estén tildados de herejía; y a los convencidos de ella habríase de despojar en seguida de todas las rentas eclesiásticas; que más vale estar la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo. Los pastores, católicos ciertamente en la fe, pero que con su mucha ignorancia y mal ejemplo de pecados públicos pervierten al pueblo, parece deberían ser muy rigurosamente castigados, y privados de las rentas por sus obispos, o a lo menos separados de la cura de almas; porque la mala vida e ignorancia de éstos metió a Alemania la peste de las herejías. Los predicadores de herejías, los heresiarcas y, en suma, cuantos se hallare que contagian a otros con esta pestilencia, parece que deben ser castigados con graves penas. Sería bien se publicase en todas partes, que los que dentro de un mes desde el día de la publicación se arrepintiesen, alcanzarían benigno perdón en ambos foros, y que, pasado este tiempo, los que fueren convencidos de herejía, serían infames e inhábiles para todos los hoinores. Y aun, pareciendo ser posible, tal vez fuese prudente consejo penarlos con destierro o cárcel, y hasta alguna vez con la muerte; pero del último suplicio y del establecimiento de la inquisición no hablo, porque parece ser más de lo que puede sufrir el estado presente de Alemania. Quien no se guardase de llamar a los herejes "evangélicos", convendría pagase alguna multa, porque no se goce el demonio de que los enemigos del Evangelio y de la cruz de Cristo tomen un nombre contrario a sus obras; y a los herejes se los ha de llamar por su nombre,para que dé horror hasta nombrar a los que son tales, y cubren el veneno mortal con el velo de un nombre de salud. Los sínodos de los obispos y la declaración de los dogmas, y señaladamente los definidos en los concilios, serán tal vez parte para que vuelvan en sí, informados de la verdad, los clérigos más sencillos y engañados por otros. Aprovechará asimismo al pueblo la energía y entereza de los buenos predicadores y curas y confesores en detestar abiertamente y sacar a luz los errores de los herejes, con tal de que los pueblos crean las cosas necesarias para salvarse, y profesen la fe católica. En otra cosas que pueden tolerarse, acaso convendría cerar los ojos. Hasta aquí hemos tratado de las cosas
que toca a desarraigar los errores; hablemos ya de las que ayudan a plantar
la sólida doctrina de la verdad católica...
Roma, 13 de agosto
de 1554
El P. Iparraguire, a cuyo cargo corren la introducción y los comentarios a las cartas en esta edición de la B.A.C., exculpa a San Ignacio recordando la historia del siglo XVI y la mentalidad religiosa de los hombres de aquel tiempo. Así acabó por comprenderlo Lutero, cuyo espíritu se orientó hacia la intolerancia. Así lo comprendió Calvino, como lo hizo ver a Miguel Servet. Así lo comprendieron Enrique VIII e Isabel I, que hicieron imposible en Inglaterra toda oposición de palabra o por escrito. Y añade: Es en este contexto histórico y dentro de este espíritu donde hay que juzgar los medios propuestos por San Ignacio, ideas que son las mismas que expresó el canciller Tomás Moro en su Apología. Prefiere teóricamente el buen ejemplo a las medida coercitivas, pero sabe que el mal está demasiado extendido para que triunfase sólo la primera medida". Pero en aquel tiempo también se levantaban otras voces. Por ejemplo la de Fray Antonio del Corro, uno de los doce frailes que huyeron del convento de San Isidoro del Campo (Sevilla), quienes, cansados de las incertidumbres de su superior entre un evangelismo de esencia seglar y una espiritualidad fundada en el ascetismo del claustro, se decidían a colgar la cogulla y marcharse a Ginebra. Según Marcel Bataillon, Antonio del Corro ...es a todas luces un heredero de las tendencias irenistas del erasmismo español, que lo hicieron enfrentarse al sectarismo de las jóvenes iglesias reformadas. Veáse el pasaje de su Lettre envoiée à la Majesté du Roy des Espaignes (1567), donde reclama amnistía para los delitos de religión y libertad de conciencia en el suelo de España. Del grupo de los doce frailes huidos -casi todos ellos quemados en efigie en el auto de fe celebrado en Sevilla el 26 de abril de 1562- formaban parte Casiodoro Reina (el traductor de la Biblia del Oso, cuyo texto se publicó en 1569 en Basilea) y Cipriano Valera (quien revisó el texto anterior y lo imprimió en Amsterdam en 1602). Es la famosa versión castellana de la biblia, la Reina-Valera. Podemos recordar también a Dirk Coornhert, nacido en Amsterdam en 1522, autor, entre sus numerosos escritos, de obras en favor de la tolerancia religiosa: Epitome processus de occidendis haereticis (1591), Defensio processus de non occidendis haereticis (1593). [Kolakowski, Cristianos sin iglesia, p. 51] |
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat Octubre 1999 Última revisión: 11 octubre 2007 |
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Bernardino Ochino o Bernardino de Siena
Par un jour d'automne de l'année 1557, un pieux catholique découvrait horrifié, dans un paquet qui lui avait été remis par erreur, un exemplaire de L'Image de l'Antéchrist au milieu d'autres imprimés. Il s'agissait d'un pamphlet antipapiste écrit par un disciple de Juan de Valdés, le moine Bernadino Ochino, dont une des gravures notamment représentait un pape agenouillé devant le diable2. Cet ouvrage, tout droit sorti des presses genevoises de Jean Crespin, faisait partie d'un lot de livres convoyés jusqu'à Seville par Julián Hernández, un Castillan d'origine modeste, installé de longue date en Europe du Nord et fervent partisan de la Réforme. Michel Boeglin
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Pedro Vermigli
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