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QUELCOM DE LA VIDA DE JESÚS DE NATZARET
A LES CARTES DE PAU

Extractat de n'Alfredo Fierro

Com ja he dit altres vegades, la presentació per part meva del text d'un autor no vol dir la meva adhesió, sinó, tot simplement, és una invitació a la seva lectura i reflexió.

Las epístolas de Pablo no ofrecen más referencia biográfica sobre Jesús que la última cena con sus amigos y la muerte en cruz, ésta en relación estrecha con la resurrección. Esas cartas no contienen relato ni tampoco datos sobre Jesús; sólo teología y mito...

Pablo se inventa a Cristo como figura conceptual. Lo que importa, desde Pablo, es Cristo en cuanto idea, una idea que él supo "vender" bien y que ha venido a funcionar de maravilla… El Cristo de Pablo puede no haber existido. Pudo Pablo, además, exactamente igual, haber tomado, para prestar soporte al mito, a Juan Bautista, también ejecutado poco antes que Jesús… El mito de Pablo, aun entonces, permanecería idéntico, aunque con otra coreografía.

Pablo, empero, no conoció a Jesús y no nos lo da a conocer. Decir que no lo conoció se queda corto, pues ni le conoció, ni pareció importarle no haberle conocido. No le importa como haya sido y vivido Jesús, ni tampoco lo que haya enseñado. Las cartas paulinas contienen muchas enseñanzas morales, que Pablo, sin embargo, siempre presenta como suyas propias. Nunca refiere una enseñanza como de Jesús; jamás dice que aquél a quien llama "el Señor" haya instruido o exhortado en una determinada pauta de conducta. Todas las enseñanzas de Pablo, toda su moral y doctrina teológica son exhibidas como propias: no vienen de ningún otro, tampoco de Jesús. Para ninguna de ellas se ampara en la autoridad del maestro al que, por otra parte, encumbra a rango de Señor, de Cristo, de Hijo de Dios.

Y como le traen sin cuidado los detalles -minucias para él- de la vida y doctrina del exaltado a Cristo, por Pablo no sabemos absolutamente nada de Jesús: qué hizo, qué dijo, qué enseñó. Todo el "conocimiento" de Jesús por parte de Pablo pende del hilo de la experiencia de haber caído del caballo. No se ha interesado por averiguar nada más acerca de él y poderlo luego transmitir a los destinatarios de sus cartas. Hay una sola excepción a esto, el recuerdo de lo que hizo Jesús "la noche en que iba a ser entregado": la cena última con la copa de vino y la partición del pan (1Cor 11, 23-27). Esta información coincide con los evangelios, y puede darse por cierta. Hay desde el comienzo un rito que vertebra las reuniones cristianas: la memoria de una cena de Jesús con los suyos. Y podría muy bien definirse el cristianismo por ese rito...

Fuera de este rito y de la crucifixión, el lector de las cartas paulinas no saca nada en limpio acerca de Jesús… Pablo no necesita que su Cristo haya existido y, mucho menos, que haya vivido y predicado en Galilea en tal momento concreto… Lo único que necesita para su fabulación teológica es que haya debido morir por designio de Dios: sea en cuerpo terrestre o en fantasía mítica… Ciertamente, si sólo se contara con las epístolas paulinas, la prudencia aconsejaría tomar a Jesús como un ente de ficción, sin existencia histórica.

[Fuera de este rito y de la crucifixión] Pablo no refiere nada que luego en parecidos términos le atribuyan a Jesús los evangelios. Todavía más significativo, si cabe, y más perturbador: no recoge ningún dicho o sentencia de Jesús. No menciona ni un solo dicho de Jesús, cuando, por otro lado, hacia el año 50, esos dichos circulaban en la incipiente comunidad cristiana y no sólo en transmisión oral, también por escrito. En las cartas paulinas nada hay del sermón del monte, ni del bautismo en el Jordán, ni de la oración del "Padre nuestro", ni de la enseñanza en parábolas, ni de los consejos de Jesús en sus últimos días a los discípulos.

Es, cuando menos, chocante el completo desinterés de Pablo por la realidad terrestre de su Cristo. Todavía más grave: este desinterés no sólo choca; contribuye a debilitar la credibilidad de los relatos evangélicos. Si lo que dicen los sinópticos era de enseñanza común en los años cincuenta, ¿cómo no hay nada de ello en Pablo? Es una incongruencia que torna problemático lo que escriben otros autores del Nuevo Testamento. Si se exceptúa el bloque de los evangelios sinópticos, coherente entre sí, los demás escritores no están bien avenidos y se desautorizan los unos a los otros: el cuarto evangelio, posterior, a los sinópticos; y Pablo, por anticipado, a los cuatro evangelistas que escribirán después de él.

Jesús es para Pablo sólo su oportuna ocasión, su pretexto; el Jesús de la historia no es de su incumbencia. Pablo elude de manera olímpica la realidad terrestre del personaje que ha colocado por encima de los dioses del Olimpo.

A Pablo nada más le interesa que su fetiche elegido y adorado ha muerto para salvar a la humanidad. Y lo que añade, esto sí decisivo, siendo, además, el primero que lo dice -entre los autores de escritos llegados hasta nosotros-, es que Cristo está vivo y que ha sido visto por numerosos leales. Este es el único Jesucristo que le concierne, el que nace o renace con la "resurrección". El mito de Cristo coincide desde ese momento con la leyenda de la resurrección

Alfredo Fierro
Después de Cristo
Pág 43-46
Editorial Trotta

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Gràcies per la visita
Miquel Sunyol

sscu@tinet.cat
14 febrer 2013 Actualitzat: 12 març 2015
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