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de Alfredo Fierro
Ahora hay que imaginar a solo dos personas, una joven, otra mayor, cada una en un umbral del atrio. El joven está en el de acceso al templo, en el borde del espacio sagrado al que pertenece. El viejo, en el umbral profano que da a la plaza exterior: tal vez nunca traspasó ese atrio; o sí, estuvo y se educó en el templo, incluso por un tiempo allí permaneció como servidor del culto, en un oficio luego abandonado.
El año 1971 Ediciones Sígueme publicó el proyecto teológico de teilhard de chardin, un libro de más de 600 páginas, de Alfredo Fierro.
Como ya he dicho otras veces, la presentación por mi parte del texto de un autor no significa mi adhesión, sino, simplemente, es una invitación a su lectura y reflexión.
1968
También a mí, como a mi amigo, me aguijonean dudas. Han empezado a fustigarme las cuestiones de razón y fe, de ciencia y creencia. Con escaso fruto he buscado y rebuscado mentores, guías, claves en la teología más actual, sea la luterana radical o la católica posconciliar. Las veo poco o mal atendidas en una y otra. Pero he dado con un descubrimiento prometedor para ellas. Acabo de descubrir a Teilhard de Chardin.
Han venido a mis manos y acabo de leer dos libros suyos. el fenómeno humano me ha hecho caer en la cuenta del proceso de evolución, de donde procedemos, y al propio tiempo del modo en que la noogénesis, la emergencia de la mente, del "nous", plantea irrecusablemente, para ella misma y para el cosmos, la cuestión del sentido. En el medio divino, al que también llama "medio místico", el castellano no hace justicia a la riqueza semántica del francés "milieu": entorno, ambiente, casi se diría bolsa amniótica.
Su tesis nuclear es sugestiva, apasionante:
Existe entre Dios y nosotros un medio creado y universal, transparente para los cristianos y opaco para los increyentes. Es algo en lo que estamos sumergidos.
En esos dos libros creo que se concentra lo esencial de Teilhard en su doble condición de creyente y científico, en su coherente voluntad de unir o al menos conciliar mística y ciencia, fe y razón, examinando tanto lo de "fuera", la evolución de los fenómenos, su génesis, cuanto lo de "dentro" del universo, una interioridad que es su entraña espiritual, la divina "alma del mundo", un mundo que es "el cuerpo de Dios". Con eso aspira a liquidar la vieja disputa entre espiritualistas y materialistas; y creo que lo consigue.
Quiero estudiarle a fondo, tanto en los dos mundos -o hemisferios del mundo- que trata de aunar, cuanto en las líneas maestras de su síntesis, de su visión sinóptica o panóptica. Por desgracia su obra se está publicando con cuentagotas. Lo publicado hasta ahora, casi al mismo tiempo en español y en francés, es solo la cresta del iceberg. El 90 por ciento de su obra se halla todavía inédito. Sus manuscritos los guardan como oro en paño en la Fundación Teilhard de Chardin, en París. Me las he agenciado para obtener una beca para una estancia de un mes allí, donde podré leerle en toda su extensión, a la vez que hablar con personas que le conocieron y con otros estudiosos de su obra.
2018
Abre los ojos en París, también a otras realidades que allí bullen ajenas a la teología. Quien solo sabe teología, ni teología sabe. Están recientes los hechos de la pasada primavera. Quizás aún puedan leerse, no borrados, unos grafiti que simbólicamente han tomado de nuevo la Bastilla, han tomado la palabra y se han hecho virales: "liberad la expresión", "sed realistas, pedid lo imposible", "prohibido prohibir", "la imaginación al poder". Tal vez permanezcan todavía levantados algunos adoquines y debajo de ellos, como se auguraba, haya aparecido arena de la playa o hierba de los campos.
En París, además, podrás ver cine que no está en cartel al sur de los Pirineos. Lo de "ya no hay Pirineos", pronunciado por un Rey Sol, ha valido a temporadas, con intermitencias. En tu tiempo no vale: hay Pirineos. Algunos contemporáneos tuyos los franquean, cruzan la frontera del País Vasco o de Cataluña solamente para ver películas que del lado de acá no se permite proyectar.
1968
Los fuegos de mayo se apagaron muy pronto. Cuando llegué ya no sucedía nada. Solo quedaba el paisaje después de la batalla: rescoldos y, aún más, ceniza bajo los escombros.
He seguido el consejo de ir al cine. Lo he hecho, sobre todo, en salas de arte y ensayo. He visto mucho cine francés y mucho Buñuel. He ido también a salas comerciales. Me habían hablado de espartaco y no me ha defraudado. Me ha impactado la secuencia final con los cuerpos crucificados a lo largo de la vía romana. Un conocido que la había visto me habló de ella como blasfematoria, por el evidente -intencionado y no solo en sugerencia- paralelismo de ese Espartaco con Jesús. A mí, desde luego, me ha cuestionado: la cruz de Cristo, ¿una más, entre otras, a las afueras de las ciudades romanas?
Paso ocho horas diarias en la biblioteca de la Fundación, leyendo inéditos de Teilhard, que me están ayudando a entenderle mejor. Encuentro en ellos un Cristo que nunca me había pasado por la cabeza: no clavado a la cruz, más bien distante de ella y, por tanto, del Espartaco crucificado del film. Es el Cristo evolucionador, que de forma determinante ha contribuido y contribuye a la historia humana, Cristo Omega, cósmico, cúspide de la evolución. Confieso que esto último me resulta algo difícil de entender. Entiendo mejor cuando habla no de Cristo, sino del Dios cósmico: como la otra faz del cosmos, también como Dios no tanto "por encima de nosotros" cuanto "delante de nosotros", futuro del hombre, de la humanidad.
2018
En otra presentación -de raíz bíblica- la idea de Dios futuro está también en Jürgen Moltmann (1) : Dios no tanto es, cuanto será. Dios se revela bajo el modo de la promesa.
El Cristo cósmico de Teilhard se añade y contrapone al icono del pantocrátor, al de las estampitas corazonistas de los devocionarios y a otros Cristos hoy más en boga: al crucificado y resucitado, a la entera gama del imaginario cristológico entre el proletario y/o rebelde cercano a los zelotes, un Che Guevara de su época. Frente a ellos se distingue por su carácter rematadamente intelectual. Con el Jesús real tiene que ver tanto, y tan poco -nula base histórica-, como el Viernes Santo de Hegel, que solo en concepto, prendido con alfileres, conecta con la crucifixión en el Gólgota. En ambos casos se toman palabras o imágenes de los evangelios para calzar en ellas, en pie forzado, un relleno del todo ajeno a aquéllos.
No es posible ensamblar unos hechos históricos particulares, los de Jesús, sucedidos hace dos mil años en un rincón oscuro de Judea, y un Cristo cósmico de dimensiones como para medirse con un inmenso universo. Por más que Teilhard asegure que nunca se sale del Jesús de los evangelios, claro que se sale. No es problema menudo conectar tal Cristo con el Jesús histórico.
El apóstol Pablo lo tenía relativamente fácil en el estrecho horizonte de una concepción judaica de la historia humana y de la percepción de un mundo que no excedía los límites del Imperio romano. Pero es hazaña imposible la conexión cuando se le toman las medidas -o más bien inmensidad- al universo como Teilhard quiere hacer. Con una parafernalia evolucionista que puede encandilar a lectores incautos el discurso teilhardiano realiza sin apoyatura alguna, ni de ciencia, ni de mística, el salto dogmático de Pablo y de toda cristología: identificar Jesús y Cristo, en su caso un Cristo cima del cosmos, de la cosmogénesis.
Teilhard de Chardin ha sido un francotirador que hacía teología por su cuenta y en monólogo, sin mirar mucho a otros teólogos, que le han devuelto el desdén prestándole poca atención. Aunque tuvo un tropel de lectores devotos no llegó a constituirse en cabeza de fila de una posterior tendencia teológica, que haya recogido su desigual legado. De haber dejado menos páginas inéditas, las habría escrito mejores. Ha quedado pronto en olvido y por buenas razones: limitaciones inherentes a su ambiciosa -más bien, pretenciosa- pero poco meditada y mal tramada obra; flojedad epistemológica de sus posiciones; componente voluntarista, escasamente racional, poco plausible, en el concordismo que preconiza entre cristianismo y ciencia.
En Teilhard hay demasiada imaginación, apenas ciencia o razón, ni siquiera mucha originalidad. Auguro que va a envejecer bastante pronto y mal, si es que no ha envejecido ya: su Cristo Omega de una evolución, toda ella, cristofinalizada no le está sobreviviendo, se ha esfumado. Pascal lo hubiera descalificado como Cristo de filósofos, o sea de ideólogos, y no de verdaderos cristianos. ¿Cristo evolucionador? Eso podría pasar más fácilmente y, rebajado de ínfulas cosmológicas, no sería muy original. Claro que Jesús y su entorno han contribuido a la evolución de los humanos, a su educación. Era la idea de Clemente de Alejandría, la del Cristo pedagogo, cercana asimismo a la de Lessing sobre la revelación como educadora de la humanidad.
Envejezca bien o mal, Teilhard es, en todo caso, interesante
1968
Para mí es un referente apasionante. Teilhard me ha removido mucho; soy uno de los lectores a quienes él ha movilizado. Mucho más complejo de lo que una lectura superficial recogería de él, invita y obliga a pensar, a repensarlo todo o casi todo.
En este momento vital mío, fatigado de tantas páginas de teología que solo invitan al sueño, incapaces de despertar la más leve aprobación, ni tampoco debate, su lectura es siempre estimulante: de leerle nunca se vuelve vacío. Y, desde luego, no hay que juzgarle como teólogo. Aunque aficionado a la teología, nunca pretendió ser teólogo, tampoco filósofo, sino solo un estudioso observador de los fenómenos de la naturaleza y los del alma. Sí que pretendió, por otra parte, dibujar un cristianismo capaz de entusiasmar a los contemporáneos, un cristianismo bien distante del de Pascal. Para Teilhard el Dios de la Biblia no es diferente del Dios de la naturaleza.
Teilhard me ha seducido y conquistado hasta querer emularle en su búsqueda de sabiduría, de un conocimiento integral que abarque de la materia al espíritu, del átomo y la célula a la mente humana y a lo sobrehumano. Pese a sus limitaciones, al carácter incompleto y hasta caótico de su obra, a su parcial malogro, me seduce ese bosquejo suyo de una "Weltanschauung" (cosmovisión) que contempla bifaz al mundo, donde lo teologal, lo relativo a Dios, es a la vez carnal, terrestre; que reconoce una interioridad cósmica coextensiva a la malla exterior de los fenómenos físicos; que descubre la dimensión cósmica de la historia de la salvación; que permite, en fin, compenetrar cosmología y mística. Eso en cuanto a temas de fondo.
No menos me encantan rasgos suyos de estilo con que ese fondo se presenta: su talante ecuménico, su amplitud de miras en el aprecio de otras tradiciones, y no solo tolerancia, su concepto flexible de la propia tradición católica a la que adhiere, la desenvoltura con que se toma la doctrina oficial. Camina sobre ella como mastodonte en cacharrería: "me muevo -son palabras suyas- como un elefante por los parterres mejor rastrillados de la escolástica". A diferencia de muchos otros que proponen ahora, como en renacimiento, algún retorno a una teología floreciente en otros siglos, sea el tomismo o la de san Agustín, tiene un pensar libérrimo, en fidelidad no con el pasado, sino con el presente.
Esa libertad me hace reflexionar sobre los niveles y articulaciones del dogma. La ortodoxia dice que el dogma es dogma ¡y punto!, nada que añadir, matizar, puntualizar. Todos los dogmas quedan compactados en un solo bloque sin grietas. Para los católicos el bloque engloba por igual la encarnación del Hijo o la resurrección de Cristo en un lado y la infalibilidad del Papa o la Inmaculada Concepción en otro. Para otros cristianos no entra en el bloque todo lo que el catolicismo ha dictado desde el Concilio de Trento. La Reforma se atiene a lo decretado en los cuatro primeros concilios, los de los siglos IV y V. Aunque solo sea por esta discrepancia en la fe a partir de Trento resulta que no todo es dogma por igual, que existe jerarquía en los artículos del credo. No puede ser igual lo que comparten y lo que no comparten los distintos creyentes en Cristo.
2018
En el siglo XVII, cuando los ateos salen del armario y no callan sus ideas en los salones cultos que frecuentan, cuando la increencia empieza a hacer mella en la Europa cristiana, surge, como tercera vía entre ateísmo y dogma, otro modo de creencia no dogmática: un escueto credo racional o filosófico, una religión natural. Primer exponente suyo es Spinoza (1632-1677), que lo reúne en media docena de creencias: un Dios único, misericordioso, justo, omnipresente, regidor del universo, que salva a los que le obedecen y también perdona los pecados a quienes se arrepienten, merecedor de un culto consistente en caridad y justicia, en amor al prójimo.
1968
Con Spinoza me pierdo, tan ambivalente o más que Hegel: Dios como sustancia infinita dotada de infinitos atributos; "Deus sive Natura", Dios o bien Naturaleza. Pues ¡vaya! ¿A qué carta quedarse? ¿Teólogo o ateo? No me sirve. Seguramente ni en ese breve credo creía.
2018
Lo de menos es lo que él personalmente creyera. Lo que cuenta es su análisis de una creencia sea judía, sea cristiana. Spinoza propone ese credo mínimo en el tratado teológico político (2) y no como profesión de fe judía propia, sino como credo mínimo para la tolerancia civil en una Europa dividida tras la Reforma y que ha padecido cruentas guerras de religión.
Su contexto son esas guerras y la necesidad de tolerancia, solo que con tal motivo e intención, trascendiendo con mucho la coyuntura histórica, dibuja un escueto credo transconfesional. Lo dibujan asimismo hombres profundamente religiosos, como Rousseau.
A mitad del siglo XVIII, un Rousseau que oscila entre catolicismo y protestantismo, pero cristiano siempre, enuncia un credo breve en todo semejante al de Spinoza. Es la profesión de fe del vicario saboyano, un conocido capítulo del emilio. Y en siglo anterior al de Spinoza, en los comienzos del XVI, ya lo asumía o fabulaba un Tomás Moro (1478-1535) bien católico, y tanto como para haber sido canonizado como mártir tras su ejecución por la anglicana reina Isabel. En la isla ideal de su utopía hay diversas religiones, aunque con un núcleo común: la creencia en un numen único, eterno, inmenso, desconocido, inexplicable, al que atribuyen el origen de todo y al que llaman e invocan como "Padre". Ahí está, mucho antes del Siglo de las Luces, el credo escueto de un humanista cristiano: credo deseable, aunque solo concebible en un mundo alternativo, en utopía, no en la Europa desgarrada desde la Reforma.
1968
Para credo escueto también el de Teilhard. Releo y reparo de nuevo en un pasaje suyo que me resulta turbador desde que lo conozco. Escribió Teilhard una veintena de páginas, Comment je crois (3), por encargo de un superior jesuita, que, intranquilo y quizá algo amoscado por su pensar libérrimo, le preguntaba acerca de su fe. En ellas enuncia sin ambigüedad alguna cuatro artículos de fe o creencia con la intensidad, enfatizada con mayúsculas, de un credo:
Je crois que l'Univers est une Évolution Je crois que l'Évolution va vers l'Esprit Je crois que l'Esprit s'achève en du Personnel Je crois que le Personnel suprême est le Christ-Universel
La intensidad de esa fe es compatible con las dudas que la acechan. Bien consciente de la naturaleza incierta de la fe, Teilhard reconoce y puntualiza:
Creer no es lo mismo que ver. Como persona sigo caminando entre las sombras de la fe .
Croire n'est pas voir. Autant que personne, j'imagine, je marche parmi les ombres de la foi.
Al superior jesuita que le pidió escribirlo Teilhard no debió de apaciguarle mucho esa declaración; antes, al contrario, pudo intranquilizarle todavía más. No era para menos, puesto que Dios ni aparece y Cristo sólo al final, ni uno ni otro en el eje de ese credo. Además, en otro lugar, ha dejado Teilhard un credo aún más radical y con el patetismo de una pasión no se sabe ya si religiosa, ciertamente cósmica, mundana:
Si a raíz de un revolcón interior llegara a perder sucesivamente mi fe en Cristo, en un Dios personal, en el Espíritu, continuaría invenciblemente creyendo en el Mundo. El Mundo, el valor, la infalibilidad, la bondad del Mundo: tal es en último análisis la primera, la última y la sola cosa que creo. Y a esa fe, lo sé, en el momento de morir me abandonaré por encima de todas mis dudas.
Si par suite de quelque renversement intérieur, je venais à perdre successivement ma foi au Christ, ma foi en un Dieu personnel, ma foi en l'Esprit, il me semble que je continuerais invinciblement à croire au Monde. Le Monde (la valeur, l'infaillibilité et la bonté du Monde), telle est en dernière analyse la première, la dernière et la seule chose en laquelle je croîs. C'est par cette foi que je vis. Et c'est à cette foi, je le sens que, au moment de mourir, par-dessus tous les doutes, je m'abandonnerai.
La mención del momento de morir seguramente alude a una esperanza. Pero no contempla una vida eterna personal. Así lo declara en otro texto:
El problema de la supervivencia me inquieta poco. Mi felicidad personal no me interesa. Para mi dicha basta que lo mejor de mí mismo pase, para siempre, a algo más bello y más grande que yo.
En soi, à vrai dire, le problème d'une survie personnelle m'inquiète peu. Dès lors que le fruit de ma vie est recueilli dans un Immortel, que m'importe d'en avoir égoïstement la conscience et la joie ? Très sincèrement, ma félicité personnelle ne m'intéresse pas : c'est assez, pour mon bonheur, que le meilleur de moi-même passe, à jamais, dans un plus beau et un plus grand que moi.
Trasladado a un lenguaje simétrico de lo que confesara acerca de su fe, cabría expresar así el esperar teilhardiano:
Si a raíz de una crisis personal perdiera mi esperanza en la resurrección, en una vida eterna mía, continuaría invenciblemente esperando en que algo de mí, lo mejor de mí, permanezca para siempre.
O sea que Teilhard cree en el Espíritu con mayúscula, no idéntico al Espíritu Santo del credo, y ni siquiera en última, sino penúltima instancia; y cree o espera que algo suyo, alguna infinitesimal partícula de sí permanecerá para siempre. Confieso que no sé qué hacer con este Teilhard. Ahí no puedo seguirle. No me basta con eso.
2018
No hace al caso si a ti te basta o no.
Alfredo Fierro
Conversación en el atrio
Pág 34-43 (extracto)
Huerga&Fierro
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 16 febrero 2021 |
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(1) | teología de la esperanza. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968. | ![]() |
(2) | Título del original en latín: tractatus theologico-politicus (año 1670). La primera edición en castellano es del año1876. | ![]() |
(3) | como yo creo. Madrid: Taurus, 1970 | ![]() |