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LA CRUELDAD DEL CRISTIANISMO HISTÓRICO
¿TIENE SUS RAÍCES EN LA PRESENTACIÓN NEOTESTAMENTARIA
DE JESÚS DE NAZARET?

Extractado de Alfredo Fierro

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de Alfredo Fierro

Como ya he dicho otras veces, la presentación por mi parte del texto de un autor no significa mi adhesión, sino, simplemente, es una invitación a su lectura y reflexión.

Las hogueras son también cristianismo y, además, forman parte de la herencia del Nuevo Testamento, la de Jesús, o de Pablo, o de quien sea; forman parte de ella lo mismo -y no menos- que la historia de la caridad cristiana y de la mística.
Cristianismo es, para bien y para mal, todo lo que ha derivado de Jesús o a su propósito, con o sin intenciones suyas. También la Inquisición es cristianismo: ha derivado de la probable intransigencia de Jesús y de la intransigencia cierta de Pablo. Uno y otro apuntan maneras tanto proféticas como fanáticas.
No se puede catalogar de modo fraudulento unos sucesos como cristianos y otros no. Cristianismo no es únicamente el de Francisco de Asís y Teresa de Jesús, el de Dante y Tomás Moro, el de los gloriosos mártires bajo represión imperial romana, el del padre Foucault y Teresa de Calcuta. Cristianismo -y no solo Iglesia o clero- ha sido también el de los jueces de Arnaldo de Brescia, de los bons homes, de Giordano Bruno y Miguel de Molinos, y de aquellos otros, innumerables, cuyo nombre se ha olvidado, cuya cuenta se ha perdido.
Y eso, además, es cristianismo porque no ha habido arrepentimiento o revisión en nada de ello y porque siguen venerados como santos algunos personajes con un papel directo o indirecto en esa violencia: san Bernardo con Abelardo; santo Domingo contra los albigenses; san Roberto Belarmino contra Bruno y Galileo.

Igual que a título póstumo se revisan medallas o estatuas erigidas en honor de un tirano dictador, ¿no debería revisarse el canon de la santidad para destronar de su podio en los altares a algunos personajes poco o nada humanitarios?

A un conglomerado institucional y social de tan extensa vigencia como el cristianismo no se le puede juzgar solo por las intenciones primigenias hace dos milenios, cualesquiera que fueran estas. "Por sus frutos los conoceréis", se dice en Mt 12, 33. Al cristianismo hay que juzgarlo por su historia, por sus hechos.

Más exacto todavía: la propia historia posterior contribuye a interpretar las intenciones iniciales y las ilustra, a la vez que quizás las tergiversa. Después de milenio y medio, a la altura ya del siglo XV, y con razón mayor en siglos posteriores, poco importa ya si Jesús creyó próximo el fin del mundo, si quiso, o no, una religión de pobres, si predicó, o no, la mansedumbre, el pacifismo o la convivencia en tolerancia, si llamó a la liberación de los oprimidos. Lo que importa, lo que cuenta es lo que ha sucedido después de él, lo que se ha hecho con sus palabras y su autoridad. Y el balance que arroja en un examen imparcial es sencillamente aterrador.

Se comprende, pues, que haya quien cargue las tintas en el lado negro y hable de la historia delictiva de la fe cristiana (1). Se comprende que el recuerdo de sus infamias le resulte insoportable a las iglesias, como también a los partidos comunistas cuando se rememoran las atrocidades suyas cometidas desde el poder: las de la Inquisición y, respectivamente, del Gulag estaliniano. Con semejante historia a cuestas, con el lado oscuro de ella, paralelo y contrapuesto al luminoso, es bien difícil vindicar ahora la validez pura de unas ideas, sean cristianas o marxistas, que mientras se hallaron en posición de fuerza condujeron al terror.

La Iglesia, empero, permanece refractaria al arrepentimiento, a la revisión. Revisa o se arrepiente aquí o allá, conforme a conveniencia: rehabilita a un Galileo, porque el Papa, por infalible que sea, no puede detener el giro de la Tierra en torno al Sol; pero nada ha hecho o revisado con Giordano Bruno, condenado, y a muerte, unos pocos años antes.

Puede la iglesia romana declararse contrita y compungida por casos de pederastia cometida por clérigos. Pero no hay indicio alguno de revisar su historia, la violencia perpetrada por la Inquisición o por la turba cristiana adoctrinada: la que se extiende de la maestra alejandrina Hipatia al humilde maestro valenciano Cayetano Ripoll.

Una teología que no se haga cargo de la historia de las infamias cristianas será una teología trucada, falseada y falsificadora. Tal parece el caso también en teologías llamadas "radicales", pero de un adanismo ingenuo, cual si pudieran rescatar -o regresar a- un evangelismo original, una enseñanza y talante de Jesús -presuntos, además, apenas ciertos- del todo contrarios a lo que el cristianismo ha sido en proporción masiva: como si la recuperación o la invención de un evangelio puro e impoluto como una patena bastara para redimir los tercos hechos, sucios y de sangre, que de él se han derivado.

Alfredo Fierro
Después de Cristo
Pág 264-266 (extracto)
Editorial Trotta

Lo que Alfredo Fierro, en después de cristo, escribe sobre ellos y ellas:

Hay escenas de imitación de Cristo más dramáticas que la de Pedro Valdo y Francisco de Asís al desprenderse de sus bienes: las de todos los piadosos disconformes condenados por tribunales eclesiásticos por no renunciar a su creencia, acaso equivocada, pero no más errónea que la de sus jueces. La semejanza e imitación mayor del Jesús crucificado se da, por eso, no en Pedro o en Andrés apóstoles, también crucificados por un poder imperial pagano, sino en aquellos cristianos que murieron ejecutados por orden de sus mismas autoridades religiosas. Ellos sí que fueron mártires de su fe en máxima analogía con Jesús: martirizados, a veces tras tortura, por la autoridad legítima de la religión en que, por otro lado, creían y perseveraban.

Han sido innumerables esos mártires; y no es fácil elegir a algunos de ellos como prototipos, cuando, además, hay en su historia tanta variedad de tipos ejemplares.

Prisciliano (385)
Desde el obispo heresiarca Prisciliano (+385), protomártir en el historial represivo de la Iglesia, hubo antes de Juana y ha habido después otros heterodoxos mártires, mujeres y hombres leales a su fe -tal vez equivocada, eso no les desacredita- y que no se arredraron, no renegaron ante los suplicios ni ante la muerte: algunos pocos, célebres; muchos otros, los más, desconocidos o estrictamente anónimos. (p. 248)

La Iglesia se ha autodefinido siempre como reformable o, más exactamente, "por reformar": "ecclesia semper reformanda". El afán reformista se remonta, cuando menos, al obispo Prisciliano, ejecutado por heresiarca en 385, y ha sobresalido en dos Papas medievales con nombre de Gregorio: el Magno, en el filo del año 600, y el monje Hildebrando en el siglo XI [1000, 3]. Después de ellos no pocos clérigos y simples laicos han aspirado a reformas; y la Iglesia ha apoyado algunas de ellas, aunque nunca una revolución. Ha habido, pues, en la Iglesia, reforma pendiente, pero no revolución pendiente. (p. 314)
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Hipatia (415)
En las reglas de juego de la convivencia tiene cabida que un cristiano filohelenista, Sinesio de Cirene -tampoco "santo", claro-, acepte en 410 ser obispo de Tolemaida, en Egipto, con la expresa condición de que, si bien va a hablar "en mitos" ante la feligresía de la iglesia, permanecerá "filósofo" en su vida privada, y, encima, respecto a esto último, en absoluta lealtad mental a la filósofa pagana Hipatia, a quien considera su madre, hermana y maestra iniciadora en los secretos de la filosofía (2). Lo cual, por cierto, y por desgracia, no libró a Hipatia de perecer poco después a manos de una turba fanatizada, quizá azuzada por monjes, y con la complicidad -al menos por omisión- del patriarca de Alejandría, Cirilo (+444), este, sí, santo y padre de la iglesia. (p. 121)

Después de Teodosio, también en Alejandría, en 415, ocurre el asesinato de Hipatia (3): la desnudan y conducen a rastras por la ciudad; mutilada y desollada hasta la muerte, la descuartizan luego y queman sus restos. Aparte de su trágico final, no se sabe mucho acerca de esta maestra alejandrina, que inaugura un martirologio filosófico donde siglos después, ya en la Roma barroca, estará Giordano Bruno. Se sabe, empero, lo suficiente para haber merecido con entera justicia la reivindicación de feministas como una de las grandes mujeres libres del pasado, rescatada por Amenábar en Ágora y recogida ya por Rafael en su cuadro La Escuela de Atenas, ahora en los Museos Vaticanos. (p. 122)

Eremitismo y monaquismo en cenobios corresponden a un enfoque ascético y de huida del "mundo", del espacio ciudadano de vida refinada, para instalarse, como en un terrario, en el desierto. A menudo, sin embargo, los monjes regresan a las urbes y no siempre con propósitos pacíficos. El propio Antonio Abad acude a Alejandría en ayuda de Atanasio en su contienda contra el arrianismo. El purismo eremita puede mudarse en violenta beligerancia. Desde que los emperadores cristianos, Teodosio en particular, les dan alas, algunos monjes realizan incursiones a las ciudades para incitar al pueblo a acosar a los paganos, irrumpir en su culto y destruir sus templos. No sorprende que, aun sin haber sido protagonistas, monjes alejandrinos se vieran atribuido un papel determinante en la barbarie de la tortura y asesinato de la maestra Hipatia. (p. 135)
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Pedro de Bruys (1132)
El currículo beligerante de san Bernardo alcanza su cota más alta en la predicación, en 1145, de la segunda cruzada. Pero antes de eso se había distinguido Bernardo en más de una sonada condena de consecuencias a largo plazo atroces. Había combatido a Pedro de Bruys, aunque no estuvo entre la multitud que asesinó a este heterodoxo francés en 1131 ó 1132. (p. 258)
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Abelardo & Eloisa
La escolástica predominante, la personificada en Tomás de Aquino, fue permanentemente contestada. A ella, desde el principio, se confronta una "teología monástica", no universitaria, sino de monasterios, la de Bernardo de Claraval y de escuelas monacales, como la parisina de San Víctor, y también desde muy pronto, por discrepantes de una y otra, como Abelardo (1079-1142), dubitativo por principio, por método, como Descartes. Siglos antes de éste, Abelardo comienza por la duda, por el sí y el no (4), también por el diálogo con los otros monoteísmos. Sostiene que corresponde a la filosofía buscar racionalmente la verdad, "superar las opiniones y sustituirlas mediante las reglas de la razón"; y osa tocar en la raíz el mecanismo de autoridad que el teólogo convencional maneja: "sea cual sea el objeto de discusión, la demostración racional ha de tener más peso que el alarde de autoridades(5). (p. 197)

Este santo cisterciense [Bernardo de Claraval (1090-1153)], no se contenta con llorar y no pasa mucho tiempo en el convento. En el concilio de Sens (1140) se planta contra el brillante Abelardo y su seguidor Arnaldo de Brescia, ambos sospechosos de herejía. No se halla exento, pues, de toda responsabilidad en la posterior historia de estos dos infortunados varones: castrado el maestro, ejecutado el discípulo. (p. 140).

Sobresalió [Bernardo de Claraval (1090-1153)] después en el concilio de Sens (1140), que condenó a Abelardo (1079-1147), no tanto hereje, cuanto racionalista, perplejo, y a su discípulo Arnaldo de Brescia (1090-1155), obligado entonces a salir de Francia. Trágica fue la vida de ambos después de la condena. Regresado a Italia, y tras no pocas peripecias, Arnaldo acaba ahorcado. En cuanto a Abelardo, no Bernardo, pero sí unos jóvenes de su cuerda le castran y le obligan a recluirse en un monasterio, al igual que a su amada Eloísa. El santo no castró con mano propia a uno ni enclaustró a la otra, pero éstas son consecuencias de las que no puede ser absuelto como del todo inocente. El acoso y la saña, por parte de comandos criminales, con el liberal amante de Eloísa y con esta misma mujer enamorada, recaen también sobre Bernardo. (p. 258)
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Arnaldo de Brescia (1155)
Entre los primeros que dan con su cuerpo en las llamas está un discípulo de Abelardo, Arnaldo de Brescia. Tras la condena de sus doctrinas en París, huye de esta ciudad y se refugia en Roma, donde adhiere a la república comunal de efímera vigencia en esos años. Cae luego en manos de Federico Barbarroja, quien lo entrega a la curia papal para congraciarse con ella. En 1155 Arnaldo termina en la horca, se quema su cadáver y arrojan al Tíber sus cenizas. (p. 249)
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Los cátaros de Béziers (1209)
Así, pues, contra los cátaros, al igual que contra otros rebeldes, se procede en cruzada. Comienza ésta en 1209 y se desarrolla con enorme crueldad, en la que compiten el jefe militar, Simon de Montfort, conde de Tolosa, y el arzobispo cisterciense Arnaut Amaury (o Amalric), legado pontificio, jefe religioso, y no menos militar cruel. Éste ha pasado a la historia como responsable de la destrucción y masacre siguiente a la toma de Béziers, donde se habían refugiado dos centenares de cátaros. Llegan los cruzados, con Arnaut al mando, y piden la entrega de los rebeldes a cambio de perdonar al resto de los habitantes. Éstos, sin embargo, cristianos corrientes en su mayoría, se niegan a entregarlos. Así que los cruzados asaltan la ciudad y producen una carnicería indiscriminada a la vez que premeditada. Le han preguntado antes al jefe cómo discernir a los herejes entre la multitud de buenos cristianos, sin tocarles a éstos, y ha respondido con impecable rigor teológico: "Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos". Esta respuesta, que consta en una crónica posterior en medio siglo, puede no ser histórica. Pero es histórico y real, en todo caso, que todo ello acontece con el beneplácito del Papa, y que Arnaut en una carta remitida a Inocencio III esa misma noche se precia de que "veinte mil fueron pasados por la espada sin importar el sexo ni la edad". (p. 250)
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Los cátaros de Montsegur (1244)
En los vencidos, víctimas de terribles represalias, resplandece no sólo dignidad, asimismo, no pocas veces, "santidad" en un sentido riguroso. Uno de los ejemplos más impresionantes tiene lugar en el sitio y rendición del bastión rebelde de la ciudad de Montsegur, en 1244, durante la última cruzada contra los cátaros, que aquí acreditan su voluntad y sobrenombre de "perfectos". Agotada cualquier posible resistencia de los sitiados, se negocia la rendición. Una cláusula en ella prevé dejar en libertad y sólo con penas leves a quienes abjuren. Algunos de los "perfectos", sin embargo, no están dispuestos a abjurar y aprovechan el tiempo que les resta para hacer donación de sus bienes. Además, una veintena de personas que no se hallan en el castillo quiere unirse a los sitiados y a su destino: ellas piden el "consolament" y se añaden a los condenados. Alrededor de 200 cátaros, de ellos unos 70 con nombre conocido, anónimos los demás, terminan "purificados" en la hoguera (6). (p. 251)
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Gerardino Segalello (1300)
Alrededor de 1300 se da una rica cosecha de mártires heterodoxos conocidos. Gerardino Segalello, creador de la fraternidad de los "Mínimos", acaba en la hoguera, quemado vivo justo ese año. (p. 250)
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Dolcino & Margarita (1307)
Poco después, en 1307, un discípulo y sucesor suyo, Dolcino, es ejecutado tras padecer tortura. A su pareja Margarita la despedazan viva a la vista de Dolcino, a quien después le hacen lo mismo para terminar quemando sus miembros. Se ceban con esta pareja por lo escandaloso y subversivo de su modo de vivir, no ya por la pobreza, sino porque a ésta, lejos de añadirle castidad, le adjuntan una vida sexual libre. (p. 250)
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Margarita Porete (1250-1310)
Semejante, por esos años, es la subversión de beguinas y begardos, en el sur de Francia, que abrazan la regla de san Francisco, de su Tercera Orden: muchos de ellos quemados en 1317. En ese mismo talante espiritual, Margarita Porete (1250-1310) había escrito un libro que alcanzó numerosas traducciones y extraordinaria difusión, espejo de las almas simples (7), un elogio del amor con sentencias radicales: "yo soy Dios, dice el amor" o, también, "el alma es Dios por la condición del amor". Extraordinariamente popular, el libro, en cambio, no resultó del agrado de la Iglesia, pues por amor la autora entendía el físico. Fue condenado, pues, el libro y enviado a la hoguera, como asimismo, y enseguida, la propia Margarita. (p. 250)
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Los Templarios (1314)
En realidad, todo espíritu o cuerpo disidente vale como combustible potencial, que arde bien en el fuego: brujería y sodomía tanto como herejía. La disolución de la Orden militar del Temple, se basó, entre otros cargos, en la acusación de sodomía. Ciento cuarenta monjes-soldados templarios, con su gran maestre, Jacques de Molay, a la cabeza, fueron encarcelados. El Papa se reservó la causa de los más altos dignatarios. El Temple termina cuando el gran maestre y un compañero que quiso compartir su trágico destino mueren en la hoguera en 1314 a las puertas de la catedral de París. (p. 257)
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Belibaste (1321)
Todavía en 1321 hay un último "perfecto" quemado: Belibaste, juzgado y condenado en Carcasona por un obispo que luego será Papa, Benedicto XII. Con él sí que se liquida el catarismo. (p. 251)
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Wycliffe (1329-1384)
Tuvo [Jan Huss] en vida menos suerte que Wycliffe (1329-1384), cuyo cadáver, en variante macabra de acción criminal, fue exhumado y quemado al cabo del tiempo (1428) con dispersión también de sus cenizas. (p. 252)

En el antipapismo sobresale Wycliffe en el siglo XIV que llama de todo al Papa: "vicario del demonio", "jefe del ejército del mal(8). (p. 319)
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Jan Huss (1369-1415)
La serie de ejecuciones dictadas por la Iglesia no termina con el catarismo. Un siglo después, Jan Huss (1369-1415), rector de la Universidad de Praga, muere en la hoguera, tras su condena por el Concilio de Constanza, a donde, invitado a justificarse o disculparse, ha acudido de buena fe en la esperanza de defenderse con éxito. Pese a explicarse y a denegar aquello que le imputan, pasa a prisión y es quemado luego en público, esparciendo sus cenizas en el Rin. (p. 252)

No tan católicas, pero acaso más afines a lo que convencionalmente se entiende por espíritu evangélico, y entre tantas otras fraternidades espirituales, existían desde antes de la Reforma las hermandades de Moravia y Bohemia, como rama derivada del reformista checo Huss y que en 1457, medio siglo después de la ejecución de su inspirador, se constituyen en comunidad cismática. (p. 146)

Poco ha quedado, sin embargo, del franciscanismo primigenio y de las indóciles fraternidades de pobres. Los reformismos evangélicos de los siglos XII a XV, como el de Wycliffe (1329-1384) en Inglaterra y el de Huss (1369-1415) en Bohemia, no llegaron a cuajar. Sólo por breve tiempo se mantuvo su impulso renovador: así en los "taboritas", campesinos de Bohemia, seguidores de Huss, que se retiran y congregan en la pobreza en una colina rebautizada como Tabor en 1420. (p. 210)
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Juana de Arco (1431)
El juicio y ejecución de Juana en 1431 es, en sí, un incidente menor en la Guerra de los Cien Años. Juana salta a la historia cuando, todavía adolescente, sale de su rincón rural tras haber creído escuchar voces de santos -Miguel, Catalina, Margarita- que le conminan a presentarse ante el delfín de Francia, Carlos, y ayudarle a liberar regiones ocupadas por británicos. Al salir de su rincón de infancia, Juana entra en la vida pública como frágil doncella indefensa, que enseguida, sin embargo, muestra cómo es: de rompe y rasga, con fortaleza madura y -se diría- varonil, y no sólo por vestir ropas militares masculinas. Pero entra en lucha no a favor del pueblo o de los pobres, sino como partidista "condottiera" a favor de un príncipe pusilánime en una guerra entre monarcas. ¿Qué tendrán que ver Dios o los santos en todo ello?

Son bien conocidas, aunque accesorias, las peripecias de Juana hasta llegar al delfín Carlos, heredero de la corona francesa, y los victoriosos hechos de armas que culminan con la conquista de Orléans y la coronación de Carlos, como rey, en Reims, en 1429. No es accesoria, en cambio, alguna de las circunstancias, no tan conocida y bien inquietante. En la leyenda hagiográfica de Juana suele omitirse el nombre de su compañero de armas, lugarteniente suyo o probablemente verdadero general y estratega en las batallas, y con quien libera a Orleans: Gilles de Rais, flamante mariscal de Francia con solo 25 años. En sus andanzas militares con Juana, Gilles no es todavía el personaje monstruoso que inspira al relato de Perrault de Barba Azul, pero tampoco es un angelito: sin tener veinte años ha secuestrado a una rica heredera para casarse con ella y así convertir su unión matrimonial en la más poderosa de Francia. Este ambicioso Gilles, futuro monstruo, es la principal compañía de Juana, su escolta y protector, que, sin embargo, no llega luego a tiempo para librarla de manos de los ingleses. También él acaba mal unos años más tarde: decapitado en Nantes en 1440, en ajusticiamiento merecido a pulso por torturador y sádico asesino. En su declaración ante los jueces, confesó haber matado a muchos niños y niñas: "Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y se aburre en lo ordinario. Empecé a matar porque estaba aburrido". Un asesino en serie de otros tiempos.

Así, pues, la intervención del cielo, que tomó partido por los franceses en contra de los británicos, se realizó por medio no sólo de Juana o de sus santos protectores, sino también de Gilles, quizás aliado ya con el infierno por entonces. Pero en algún momento, tras la coronación de Carlos en Reims, los santos y los hombres abandonan a Juana a su suerte, a su fatal destino. Los ingleses la compran por 23.000 libras esterlinas y le acusan de hechicería y herejía. No tenían necesidad de llevar por ahí el proceso: pudieron haberle ajusticiado como a cualquier enemigo o insurrecto, como luego le sucederá a Gilles de Rais; pero llevaron el asunto por lo religioso. Cinco meses duró el proceso -el vía crucis- de Juana. El 24 de mayo de 1431, sus jueces montan una parodia, un amago de llevarla a la hoguera y Juana se derrumba: dice haber mentido cuando habló de voces de santos; reconoce no haber recibido mandato, y acepta vestirse de mujer. Devuelta a prisión, sólo dos días más tarde recupera el coraje, se retracta de la anterior declaración y vuelve a ropas de hombre. Ahora no hay vuelta atrás: Juana es quemada en la plaza del mercado de Rouen el 30 de mayo (9).

El resto de la historia de Juana, no ya suya, sino de su recuerdo, depara un perfecto ejemplo de cinismo eclesiástico. Veinticinco años después de su ejecución, el Papa Calixto III la rehabilita; y ya siglos más tarde, en un momento bien difícil -finales del siglo XIX- en que necesita y desea alentar el catolicismo francés, a instancias del influyente Dupanloup, obispo de Orléans, León XIII incoa su beatificación. Un pontífice posterior, Pío X, la beatifica en 1909, y Benedicto XV, en fin, la canoniza en 1920.

Convertida en heroína de leyenda por la memoria católica francesa, la adolescente de Orleans ha venido a formar parte del retablo de figuras en las que la corteza legendaria recubre la miga histórica. El nacionalismo francés la tomó como icono y bandera; y el catolicismo tuvo que olvidar la incómoda circunstancia de haberla condenado la propia Iglesia: hubo de anteponer a lo demás el hecho de su ejecución a manos de una facción religioso-militar allí y entonces extranjera. Ahora bien, las luchas entre casas reales en las que Juana irrumpe nada tuvieron que ver con la religión y ni siquiera con una supuesta liberación del norte de Francia: fueron reyertas dinásticas. Colocar a Dios, por la mano de Juana, del lado de los francos frente a los británicos, según el dicho chauvinista de "gesta Dei per francos" ("hazañas de Dios por medio de los francos"), es como imaginar en 834 al apóstol Santiago Matamoros en Clavijo junto a los castellanos contra los musulmanes. Quien asistió a Juana no fue tanto el Señor de los ejércitos, cuanto un señor personaje tan dudoso como Gilles de Rais: ¡vaya compañía para la doncella! Tan criminal adlátere tiñe, y no de azul celeste, la causa de Juana, ya dudosa por sí misma, en la que se jugaba no el interés de Dios, sino el de un monarca contra otro. Como cabe suponer, el recuerdo de Juana en Britania no es tan benévolo, según recoge Shakespeare en Enrique VI.

La recuperación eclesiástica de Juana la ha elevado a los altares. En el santoral católico aparece como virgen, no como mártir. Esto hubiera sido el colmo. El enaltecimiento a santa no ha indagado, sin embargo, en la causa a que sirvió, ni tampoco en sus dudas de conciencia a última hora. Parece que las tuvo, cuando -y puesto que renuncia a sus ropas de varón. Con todo, al margen de la rememoración canónica del santoral, merece Juana, a igual título que Jesús y con mayor -mejor informada- certeza, ser recordada como mártir, víctima de persecución religiosa por parte de los jerarcas mismos gestores de su fe. Eso la hace atractiva en su porte rebelde y legendario, que ha inspirado a artistas, a creadores.

Una extensa nómina de cineastas y de fabuladores ha tomado a Juana como materia de su creación. Paul Claudel escribió la poética letra de un oratorio al que Honegger había de ponerle música: Juana en la hoguera (1935). En el cine, dos grandes realizadores, primero Dreyer, en 1928, y luego Rosellini, en 1954, han creado sendas obras maestras con la pasión y muerte de Juana. Coinciden esas creaciones en una interpretación -del todo plausible, no arbitraria- del proceso judicial y de los sentimientos íntimos y vacilaciones de Juana. Que haya vacilado es una recreación literaria y fílmica bien verosímil. Una joven, aunque haya estado curtida en batallas y ganado la plaza de Orleans, no puede haber ido al fuego con el alma en sosiego. (p. 245-247)
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Girolamo Savonarola (1452-1498)
La memoria no ha olvidado, medio siglo después de Juana, al predicador Savonarola, prior de san Marcos de Florencia y quemado en esa ciudad en 1498. Este dominico fustigador realmente acaba ejecutado por subversión política, no por una causa religiosa. La heterodoxia, sin embargo, cuenta asimismo en su final infeliz, al que sirve de pretexto. Savonarola acaba en el patíbulo también a causa de su ocurrencia, entre profética y revolucionaria, de denunciar la corrupción de la Roma papal, según venía predicando desde diez años atrás en distintas ciudades italianas. Había establecido luego (1494) una dictadura religiosa en Florencia al ser ésta ocupada por las tropas del rey francés Carlos VIII y huir los Médicis. En la sede pontificia está el Papa Borgia, Alejandro VI, dechado de inmoralidad en su vida privada y con probables acciones criminales en su ansia de poder para sí y su familia. Entre estas últimas cuentan la excomunión de Savonarola en 1497 y su ejecución al año siguiente, quemado su cuerpo y arrojadas sus cenizas al río de la ciudad, el Arno, según costumbre bárbara -cristiana- estrenada siglos antes, en Roma, con Arnaldo de Brescia. Dispersar las cenizas sirve a la higiénica finalidad de que el cuerpo del heterodoxo no sea luego venerado por el pueblo, pues Savonarola afronta la muerte de manera santa. Se administra a sí mismo la comunión, reza el Miserere en súplica de la misericordia divina por sus pecados, expresa el deseo de la aniquilación de sí en la inmensidad de Dios y el de un renacimiento para todo el cuerpo vivo de la Iglesia (10). Por equivocado que se le juzgue, como a Juana de Arco, su muerte no fue menos ejemplar que la de ésta. Pero él no tuvo la suerte de Juana en suscitar la devoción nacionalista de un catolicismo que le condujera a los altares. (p. 252)
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Thomas Müntzer (1490-1525)
Igualmente en Alemania, a la sombra de Lutero se ejecuta a disidentes: a Thomas Münzer, a anabaptistas. (p. 260)

A la insurgencia anabaptista ha precedido y en ella ha influido la de los campesinos liderados por Thomas Münzer (1490-1525). Era éste un clérigo culto, que leía latín, griego y hebreo, y que sintoniza al principio con Lutero, aunque más tarde se aleja de él para unirse a la sublevación de gentes depauperadas por la deflación y los impuestos. Münzer habría entrevisto una teología de la revolución, quizá rudimentaria, pero muy clara, tal vez la única habida en la historia. (p. 327)

Müntzer y anabaptistas ponen en pie de guerra a las gentes con un ejército en regla. A diferencia de ellos, Lutero no lleva a cabo acciones estrictamente políticas, no se encastilla en una ciudad o fortaleza, ni subleva al pueblo. Su única incursión en el ámbito político, al atizar a los nobles contra los aldeanos de Münzer, fue sin duda su mayor error, y no sólo político, asimismo ético. (p. 332)
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Miguel Servet (1553)
Y el despliegue moderno de esa represión no se ha limitado a la Inquisición; se ha producido a través de las distintas confesiones. Ha destacado en ello la católico-romana, como en casi todo lo demás; pero no ha sido sólo especialidad suya, sino también de la Reforma. En la Ginebra de Calvino, entre 1542 y 1546, se dictan 60 condenas a muerte (11), entre ellas la de Miguel Servet en 1553, aunque ésta, al parecer, contra el criterio personal de Calvino. (p. 260)

Los reformadores son unánimes en la aspiración a retornar a esa pureza originaria, aunque no coincidan al concretarla. Así, Calvino escribe una Institución del cristianismo (1536, en latín; 1541, en francés) y algo después Miguel Servet, en alguna sintonía con él, pero más erasmista que reformado, y contradictor suyo, replica en una Restitución del cristianismo, en 1553, el mismo año de su ejecución por calvinistas ginebrinos. (p. 319)
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Cipriano Salcedo (1559)
Tampoco han podido ir al cadalso con ánimo sereno, sin dudas de creencia, los cristianos condenados a la hoguera como visionarios o herejes. Los jueces a menudo les acusaron de contumacia, de obstinación diabólica, al empecinarse en sus creencias subjetivas. Su terquedad, empero, no fue de naturaleza distinta que la de otros mártires reputados luego santos. Seguro, además, que tuvieron dudas parecidas todos ellos, los santos con palma de martirio y los heterodoxos condenados.

A uno de estos últimos, un desconocido, un secundario, simple peón en la sufrida infantería de la historia, Cipriano Salcedo de nombre, condenado en auto de fe en Valladolid, en mayo de 1559, lo ha rescatado Miguel Delibes del olvido en El hereje. Presenta a Cipriano como erasmista, a la vez que creyente sincero en "el beneficio de Cristo", según sospechosa expresión del reformista católico Benito de Mantua. En el cadalso, a punto del garrote y de la hoguera, le piden profesar su creencia no ya sólo en la Iglesia, sino en ella con el añadido de "romana". Al parecer, según los documentos, responde que sí cree en ella, si se trata de "la de los apóstoles".

Entre los documentos se halla la declaración del aya de Cipriano, que una semana después de la ejecución fue ordenada a comparecer ante la Inquisición y preguntada por la "razón de su presencia en el quemadero" y de haber conducido ese día la borriquilla. El aya, tras manifestar cómo había criado a "su niño", dice lo que vio y sintió aquel día: "Lo que más le conmovió fue el coraje con que murió su niño, que aguantó las llamas tan tieso y determinado, que no movió un pelo, ni dio una queja, ni derramó una lágrima, que a la vista de sus arrestos ella diría que Nuestro Señor le quiso hacer un favor ese día" (12).

El trazo novelado, pero no fantasioso, de El hereje explora dentro de la piel y la conciencia de Cipriano para darle voz a su zozobra: ¿debería persistir en su forma de fe en Cristo, tan esforzadamente adquirida, o volver a la fe de sus mayores, la de la Iglesia que manda y conforme ella manda?; y ¿cómo hacerlo sin segura certidumbre en la verdad? En las horas anteriores inmediatas al auto de fe, el Cipriano de Delibes se da de bruces con la experiencia de que el cielo calla. Es un silencio abrumador de Dios que él atribuye a la "taxativa limitación de su cerebro", mientras se halla en "la terrible necesidad de tener que decidir por sí mismo, y a solas, la vital cuestión".

Delibes, como Claudel, Rosellini, Dreyer, ha captado la mayor tortura y pasión de los condenados, por su fe, a la hoguera: el silencio del cielo, acaso el mismo silencio que, como suele comentarse en glosa a las palabras de Jesús en la cruz según los evangelios, le dolió al crucificado hasta llevarle a exclamar -se dice- el primer versículo de un salmo de tribulación: "Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46; Mc 15, 34). (p. 247-248)
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Giordano Bruno (1600)
Bajo el pontificado de un Papa corrupto y sin directa responsabilidad en su condena, en Savonarola lo político primó sobre lo eclesiástico e ideológico. No será así, en cambio, al cabo de otros cien años: con Giordano Bruno, quemado en 1600 en el centro popular, Campo dei Fiori, de la Roma papal, y con anuencia del Papa. En la carne de Bruno son directamente quemadas las ideas, no acción alguna subversiva; y no ya en otra república o dominio, sino en el corazón del Estado pontificio y del poder eclesiástico, sin excusa de intervención de otros poderes. (p.252)

Se comprende que Bruno, mártir de la fe filosófica según Jaspers (13), al ofrecerle a besar el crucifijo ya en la hoguera, se negara y volviera a otro lado la cabeza. Puede ese gesto rememorarse hoy como emblemático de lo que en aquel momento, 1600, está ocurriendo: al tiempo que el infortunado Bruno, otros muchos filósofos, pensadores, científicos, empiezan a volverle la cabeza al Cristo. (p. 262)
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María Soliña (1551-1617)
Cualquier infausta ocasión era buena para perseguir a mujeres sospechosas, como María Soliña, torturada por la Inquisición en la caza de brujas subsiguiente a un asalto berberisco a costas gallegas en 1617. Las condenas a muerte por brujería se extienden hasta finales del siglo XVIII y no sólo en países católicos. (p. 256)
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Lyszcinsky (1689)
También son quemadas las ideas, no otra cosa, en la carne del polaco ex-jesuita Lyszcinsky, que, habiendo osado escribir sobre la inexistencia de Dios, termina en la hoguera en 1689. (p. 253)
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Las brujas de Salem (1692)
Un proceso de 1692, en la ciudad de Salem, Massachussets, donde Arthur Miller había nacido, le sirvió para la trama histórica de Las brujas de Salem. La puesta en escena de la ejecución de "brujas" en esa localidad de la Nueva Inglaterra, cuna del puritanismo norteamericano, le valió a este dramaturgo, en 1953, para denunciar la persecución y caza de comunistas por el Comité MacCarthy para represaliar presuntas actividades antiamericanas. (p. 256)
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Miguel de Molinos (1696)
Por experiencia mística se entiende toda presunta percepción -visiones, voces- de ángeles o dioses personales, de seres superiores; pero también la superación de politeísmo y monoteísmo en un panteísmo impersonal y abstracto. Son variedades, asimismo esta última, presentes en la mística cristiana, tanto en el Medievo como en ese otro periodo floreciente suyo que arranca a mediados del siglo XVI con figuras, ordenadas también según la fecha de su muerte, como Juan de Ávila (1569), Teresa de Jesús (1582), Luis de Granada (1588), Juan de la Cruz (1591), Francisco de Sales (1622), Jacob Böhme (1624), Angel Silesius (1677) o Miguel de Molinos (1696). (p. 221)

Aunque sintonicen con la idea de trascender dogmas y creencias, los místicos cristianos no se sentirán con tan ancha libertad de espíritu como los islámicos medievales para desatarse de su propio credo. Ellos no pueden sentirse y hablar libres: corren demasiados riesgos; les puede costar proceso inquisitorial, auto de fe. En ámbito católico, todavía en el siglo XVII, habrán de ser muy prudentes: toda cautela será poca. Miguel de Molinos acaba sus años en mazmorra tras quedar sus enseñanzas condenadas por un decreto del Santo Oficio en 1687 (14). (p. 229)

En realidad, ninguno tampoco de los altos místicos cristianos, ni en los periodos más crudos de la Inquisición, fue sentenciado a muerte, sólo a áspera cárcel, como Miguel de Molinos, o a reclusión conventual, como Juan de la Cruz. (p. 242)

Y son encarceladas las ideas, no otra cosa, en el místico Miguel de Molinos (1628-1697). Condenado por Inocencio XI en 1687, sufre la vejación de tener que retractarse, maniatado, en el templo romano de la Minerva ante más de una veintena de cardenales, y pasa en prisión los últimos nueve años de su vida. (p.253)
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Anna Göldin (1734-1782)
La suiza Anna Göldin fue denunciada como bruja y buscada mediante anuncios -con recompensa de 100 coronas- de la iglesia evangélica en un periódico de Zurich: encontrada y apresada, se la decapitó en 1782. También de Anna Göldin se hizo un film en 1991. (p. 256)

Si Tomás de Aquino defendió la pena capital para los herejes (15), Lutero y Calvino fueron igualmente partidarios de la ejecución de brujas; y esa posición quedó sostenida con hechos hasta finales del siglo XVIII con las muertes de las "brujas" de Salem y de Anna Göldin. (p. 260)
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Cayetano Ripoll (1826)
Y lo más grave: todavía en julio de 1826, última sentencia inquisitorial, es ahorcado en España, quemado su cadáver, como deísta impenitente, y no ateo, un maestro valenciano de escuela, Cayetano Ripoll, por reemplazar el saludo "avemaría" por el de "loado sea Dios(16). (p. 259) Puede la iglesia romana declararse contrita y compungida por casos de pederastia cometida por clérigos. Pero no hay indicio alguno de revisar su historia, la violencia perpetrada por la Inquisición o por la turba cristiana adoctrinada: la que se extiende de la maestra alejandrina Hipatia al humilde maestro valenciano Cayetano Ripoll. (p. 265)
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Autos de fe
Contó la Inquisición siempre con la colaboración activa de la mayoría de los poderosos y con la anuencia pasiva -y en ello cómplice- de la mayoría de la gente. El auto de fe del 21 mayo de 1559, en Valladolid, uno de los más numerosos, se celebró con asistencia del rey Felipe II. Un siglo más tarde, al auto de fe del 30 de junio de 1680 en la Plaza Mayor de Madrid (17) asistió igualmente el rey de España, Carlos II. En esta última fecha, aparte de condenas en efigie, hubo 19 "relajados", entregados para ejecución al brazo secular, entre ellos una mujer septuagenaria. Sólo ya en el siguiente siglo, sustituida en la Península la dinastía de los Habsburgo por la de los Borbones, el rey español Felipe V se niega a asistir a autos de fe. Todas las autoridades civiles y religiosas e igualmente el pueblo cristiano, entre curioso y aterrado, presenciaban los autos de fe. Al no quedarse en casa, ese pueblo, con su presencia, contribuía a legitimar el terror, a respaldar su eficacia. (p. 257)
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Apostilla 1

Santo Tomás y la pena de muerte (II-II, q.11, a.3)

Respondo: En los herejes hay que considerar dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la Iglesia.

Por parte de ellos hay en realidad pecado por el que merecieron no solamente la separación de la Iglesia por la excomunión, sino también la exclusión del mundo con la muerte. En realidad, es mucho más grave corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes convictos de herejía podrían no solamente ser excomulgados, sino también entregados con toda justicia a la pena de muerte.

Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más, sino después de una primera y segunda amonestación (Tit 3,10), como enseña el Apóstol. Pero después de esto, si sigue todavía pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su exterminio del mundo con la muerte. A este propósito afirma San Jerónimo y se lee en el Decreto: Hay que remondar las carnes podridas, y a la oveja sarnosa hay que separarla del aprisco, no sea que toda la casa arda, la masa se corrompa, la carne se pudra y el ganado se pierda. Arrio, en Alejandría, fue una chispa, pero, por no ser sofocada al instante, todo el orbe se vio arrasado con su llama.

Respondeo dicendum quod circa haereticos duo sunt consideranda, unum quidem ex parte ipsorum; aliud ex parte Ecclesiae.

Ex parte quidem ipsorum est peccatum per quod meruerunt non solum ab Ecclesia per excommunicationem separari, sed etiam per mortem a mundo excludi. Multo enim gravius est corrumpere fidem, per quam est animae vita, quam falsare pecuniam, per quam temporali vitae subvenitur. Unde si falsarii pecuniae, vel alii malefactores, statim per saeculares principes iuste morti traduntur; multo magis haeretici, statim cum de haeresi convincuntur, possent non solum excommunicari, sed et iuste occidi.

Ex parte autem Ecclesiae est misericordia, ad errantium conversionem. Et ideo non statim condemnat, sed post primam et secundam correctionem, ut apostolus docet. Postmodum vero, si adhuc pertinax inveniatur, Ecclesia, de eius conversione non sperans, aliorum saluti providet, eum ab Ecclesia separando per excommunicationis sententiam; et ulterius relinquit eum iudicio saeculari a mundo exterminandum per mortem. Dicit enim Hieronymus, et habetur XXIV, qu. III, resecandae sunt putridae carnes, et scabiosa ovis a caulis repellenda, ne tota domus, massa, corpus et pecora, ardeat, corrumpatur, putrescat, intereat. Arius in Alexandria una scintilla fuit, sed quoniam non statim oppressus est, totum orbem eius flamma populata est.

Apostilla 2

Ignacio de Loyola y la pena de muerte

Sería bien se publicase en todas partes, que los que dentro de un mes desde el día de la publicación se arrepintiesen, alcanzarían benigno perdón en ambos foros, y que, pasado este tiempo, los que fueren convencidos de herejía, serían infames e inhábiles para todos los honores. Y aun, pareciendo ser posible, tal vez fuese prudente consejo penarlos con destierro o cárcel, y hasta alguna vez con la muerte; pero del último suplicio y del establecimiento de la inquisición no hablo, porque parece ser más de lo que puede sufrir el estado presente de Alemania.

De una carta a Pedro Canisio,
(Roma, 13 de agosto de 1554)
sobre la cuestión protestante en Alemania.

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San Ignacio
y la pena de muerte

Apostilla 3

La "foto" comprometida.
¿Con quién está Jesús?

tranfigu (19K)¿Cómo es que esta figura del Antiguo Testamento, personaje de "sangre y fuego", es asumida por los escritores del Nuevo Testamento como una de las "claves interpretativas" de la figura y del mensaje de Jesús?

El texto del evangelio de Lucas (y que sólo se encuentra en este evangelio) "He venido a traer fuego a la tierra, y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!" (12, 49), tiene alguna cosa a ver con el "fuego de Elías"?

Los métodos represivos utilizados por las diversas iglesias cristianas, a lo largo de su historia, encuentran en la figura de Elías, el profeta de un "Dios-celoso", de un "Dios-que-devora" su justificación?

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La "foto " comprometida
¿Con quién está Jesús?

Apostilla 4

Del "fuego" neotestamentario
a las hogueras de la Inquisición

Solo era adelantarles unos minutos la suerte que textos del Nuevo Testamento (no discutiremos ahora si eran "unos pocos textos aislados" o "demasiados textos") les tenían ya reservada: "Id al fuego eterno" (eivj to. pu/r to. aivw,nion), al fuego "que no se apaga" (eivj to. pu/r to. a;sbeston), y por "los siglos de los siglos" (eivj tou.j aivw/naj tw/n aivw,nwn).

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Los textos del Nuevo Testamento

Apostilla 5

Con motivo de la beatificación / canonización de Oscar Romero

¿Se le hace un favor a monseñor Oscar Romero poniéndolo en la misma lista en donde ya está JUAN PABLO II (si quieres recordar algunos de sus pecados) y donde se encontrará con gente como BERNARDO DE CLARAVAL (predicador de "cruzadas"), ROBERTO BELARMINO (responsable de la condena, encarcelamiento y ejecución pública de Giordano Bruno, quemado vivo en el Campo dei Fiori, y lanzadas sus cenizas al Tíber).
Antes de colocar gente "honesta" en esta lista, ¿no sería necesario hacer una cierta limpieza?

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Un "Oscar"
para monseñor Romero

Apostilla 6

Sin todas estas hogueras ¿qué creeríamos hoy?

A veces me pregunto qué es lo que ahora creeríamos si no hubiesen habido, a lo largo de la historia, ni estas trampas [las de Anselmo en el concilio de Soissons], ni la "sucia historia" que nos explicaba Faus de uno de aquellos grandes concilios, ni las hogueras que asaban herejes, ni el montón de anatemas, ni estas condenas sin dejar hablar... Sin estos obstáculos las formulaciones de nuestra fe hubiesen ido evolucionando y hoy día nuestra fe ya no sería la misma: supongo que todos estaríamos de acuerdo en que la frase de Juan 1, 14 (Y el Verbo se hizo carne) no pretendía ser más que una bella imagen poética.

De una carta mía a Ramón Alaix
7 febrero 1993

Apostilla 7

El manifiesto de Thomas Müntzer a los mineros de Mansfeld

En palabras de Ernst Bloch "como el más poderoso y furibundo manifiesto revolucionario de todos los tiempos".

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El manifiesto de Thomas Müntzer
a los mineros de Mansfeld

Apostilla 8

Carta abierta a Miguel Delibes después de la lectura de "El hereje".

¿No habría recorrido yo, sin saberlo, en aquellos paseos de las tardes dominicales de los internos, la misma "via crucis" de la procesión de los penitenciados?

Ud. ha hecho uso, con todo derecho, de su libertad creadora al fusionar en una sola jornada los dos autos de fe celebrados en Valladolid los días 21 de mayo de 1559 y 8 de octubre del mismo año.

Me permitiría hacerle una pregunta: ¿Su novela no hubiera alcanzado un "climax" más dramático si la comitiva real hubiera sido la del primero de los autos, la del domingo 21 de mayo, día de la Trinidad, comitiva real no presidida por el Rey ("grave, con capa y botonadura de diamantes"), sino por la Regenta, doña Juana de Austria ("vestida de raxa, con su manto y toca negra de espumilla a la castellana, jubón de raso, guantes blancos y un abanico dorado y negro en la mano"), quien ostentó la regencia de los reinos de España (12 julio 1554-septiembre 1559) durante la ausencia del emperador Carlos y del príncipe -y luego ya rey-Felipe?

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Carta abierta a Miguel Delibes

Apostilla 9

"Quemar herejes" va o no va "contra la voluntad del Espíritu"?".

comburi (232K)

Quemar herejes es contra la voluntad del Espíritu

Denz.-Schön. 1482

Sólo hace un par de siglos, los católicos que negaban el "derecho divino" de los estados pontificios eran excomulgados. Y los que negaban el derecho de quemar herejes iban "contra voluntatem Spiritus Sancti".

Esta anotación la he encontrado leyendo Una cristofania de Raimon Panikkar (Fragmenta Editorial, 2020, pág. 18).

Esta condena de los que niegan el derecho de quemar a los herejes se encuentra en el canon 33 de la bula Exsurge Domine, contra los errores de Martín Lutero, publicada el 15 de junio de 1520, durante el pontificado de León X (1512-1521), un Medicis (segundo hijo varón del Magnífico y de Clarice Orsini).

Exsurge Domine
en versión castellana

La bula especifica 41 errores atribuidos a Lutero, extraídos de "las 95 tesis", de otros escritos menores o discursos de los años 1511-1520, y, "imitando la misericordia del Dios todopoderoso", le concede un plazo de sesenta días (a partir de la publicación de la bula en territorio alemán) para manifestar su sumisión.

Transcurridos los 60 días, el 10 de diciembre de 1520, Lutero quemó públicamente en Wittemberg la bula con algunos libros del derecho canónico.

El 3 de enero de 1521, por la bula Decet Romanum Pontificem, Martín Lutero es declarado hereje y excomulgado.

No he encontrado en qué documento de Lutero se encuentra esta "herejía" (en "las 95 tesis", no), pero es posible que Lutero se retractase de esta "herejía": que se lo pregunten, por ejemplo, a Thomas Müntzer.

Igualmente en Alemania, a la sombra de Lutero se ejecuta a disidentes: a Thomas Müntzer, a anabaptistas… Lutero y Calvino fueron igualmente partidarios de la ejecución de brujas; y esa posición quedó sostenida con hechos hasta finales del siglo XVIII con las muertes de las "brujas" de Salem y de Anna Göldin.

Alfredo Fierro
Después de Cristo, p.260

Gracias por la visita
Miquel Sunyol

sscu@tinet.cat
10 enero 2021
Última actualización: 5 febrero 2021
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(1) Entran en este apartado K. Deschner, Historia criminal del cristianismo, Martínez Roca, Barcelona, 1990, y F. Vallejo, La puta de Babilonia, Seix Barral, Barcelona, 2007; asimismo, aunque no sobre la fe cristiana, E. Barnavi, Las religiones asesinas, Turner, Madrid, 2008.
(2) Sobre Sinesio y, de paso, sobre Hipatia véase la monografía de H. Marrou en A. Momigliano (ed.), El conflicto entre el paganismo y el cristianismo en el siglo IV, Alianza, Madrid, 1989, p. 145-170. Sobre Hipatia y también Sinesio: P.J. Teruel, Filosofía y ciencia en Hipatia, Gredos, Madrid, 2011
(3) Sobre Hipatia, véanse: I. Gómez de Liaño, Hipatia, Bruno, Villamediana: tres tragedias del espíritu, Siruela., Madrid, 2008; C. Martínez, Hipatia, La esfera de los libros, Madrid, 2009.
(4) Según el título de una obra suya: Sic et non, en la que, cuestión por cuestión, presenta dichos contrapuestos de autores respetados.
(5) Abelardo, Diálogo entre un filósofo, un judío y un cristiano.
(6) J. Mestre, Los cátaros, Península, Barcelona, 1995, pp. 322-327.
(7) En edición de Siruela, Madrid, 2005, hay traducción castellana por Blanca Gari.
(8) B. Dunham, Héroes y herejes, Barral, Barcelona, 1969, vol. I, p. 253.
(9) Sobre el proceso de Juana de Arco, cf. G. Duby y A. Duby, Los procesos de Juana de Arco, Universidad de Valencia, Valencia, 2005.
(10) J. Lortz, Historia de la Iglesia en la perspectiva de la historia del pensamiento, Cristiandad, Madrid, 1982, vol. II, pp. 87-90.
(11) Martina, o.c., vol. I, p. 145.
(12) Declaración incluida en Anexo a El hereje de Delibes.
(13) K. Jaspers, La fe filosófica ante la revelación, Gredos, Madrid, 1968, p. 81.
(14) Enchiridion Symbolorum 1221 a 1288: un total de 68 proposiciones suyas reprobadas como errores.
(15) Suma teológica II, II, 11, 3.
(16) Martina, o.c., vol. II, 176.
(17) Un cuadro de Francisco Ricci en el Museo del Prado pone en escena ese auto.