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de Alfredo Fierro
Como ya he dicho otras veces, la presentación por mi parte del texto de un autor no significa mi adhesión, sino, simplemente, es una invitación a su lectura y reflexión.
A Jesús se le ha querido presentar como "proletario absoluto", "identificado con los discriminados, los pobres, privados de derechos" (1). Es presunción infundada. No es que se identificara Jesús con los pobres, o lo hiciera de modo voluntario: simplemente fue pobre, como la gran mayoría de sus contemporáneos. De esto no cabe sacar identificación alguna, lo mismo que de un emigrante en patera no se dice que se esté identificando con los privados de derechos y discriminados: forma parte de ellos, eso es todo.
A la teología, sin embargo, no le basta que haya sido pobre y que perteneciera a un pueblo colonizado, dentro del cual se disolvería su singularidad. En su irrefrenable propensión a absolutizar y para aprovechamiento cristológico, el teólogo necesita mucho más: Jesús ha de ser el emblema absoluto y único de esa denominación y privación. Es ahí, en lo absoluto, donde lo que pudiera haber de real en la condición social de Jesús se muda en mito, en pretensión cristológica infundada, que una vez más resulta preciso desarticular.
Al igual que la gran mayoría de los galileos de su tiempo, Jesús no era un hombre rico. No renunció a riquezas y alta posición social, como de Buda se refiere; no tuvo necesidad de ello. Sin embargo, pese a un difundido estereotipo, y aun si se otorga crédito a la historicidad de los evangelios, resulta harto difícil documentar para Jesús un decidido alineamiento al lado de los más desfavorecidos. Claro que está con gentes pobres y con pobres gentes; pero eso forma parte de la época y del lugar: nadie es rico y él tampoco. Le acusan, por otro lado, de tener trato con ricos y de comer a su mesa. Le invita a casa un fariseo próspero, frecuenta a amigos pudientes, como Lázaro y sus hermanas, o asimismo aquel otro, anónimo, que pone a su disposición una sala para la cena última, o José de Arimatea, quien para su sepultura ofrece un sepulcro sin estrenar. Según los evangelios, se relacionó, y no poco, con personas ricas, una fracción mínima allí y entonces, tanto como con pobres, que eran la inmensa mayoría. No se halla atestiguada una especial cercanía de Jesús a los desheredados, una predilección por ellos.
En cuanto a doctrina y palabras de Jesús, la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) contiene en moraleja una clara defensa de este último. Se desprende una moral bien diferente de otra parábola, la del propietario que, al partir de viaje, encomienda a administradores sus monedas de talentos y que a su regreso premia al que las hace fructificar (Lc 19,11). Se aloja en esta historieta y moraleja un elogio del rendimiento monetario como para levantar sobre ella una teología de la inversión en Bolsa.
De las parábolas no se extrae tampoco, a fin de cuentas, una doctrina inequívoca sobre riqueza y pobreza, ni sobre el uso de los bienes. No se pone en labios de Jesús, sino de María, el canto del "Magnificat " (Lc 1, 46-55), entre cuyas loas consta la del Dios que aúpa a los humildes, una idea que encaja perfectamente en el tema de los "pobres de Yahvé ", procedente de la Biblia hebrea. Tampoco hay nada propia y específicamente jesuádico o evangélico en la crítica y condena del oro y las riquezas, condena y desdén ya presentes en los libros sapienciales del judaísmo, escritos dos siglos antes de Jesús. En antítesis, además, con esa condena, en la unción en Betania por la hermana de Lázaro (Jn 12, 1-8) refuta Jesús a un Judas que se queja del dispendio del perfume y sopesa lo que pudo haberse hecho en favor de los pobres con el precio de su venta. Defiende Jesús a la mujer y contradice a Judas con la predicción -nada solidaria- de que "a los pobres les tendréis siempre con vosotros ".
En el Jesús de los evangelios, coincida o no, con el Jesús histórico, del que apenas sabemos nada cierto, la más clara -por no decir única- indicación a favor de la pobreza se halla en la escena en que un joven rico dice querer seguirle. Le exhorta Jesús a vender sus posesiones, lo que disuade al joven, que se marcha mohíno. El comentario final de Jesús entristecido incluye una incompatibilidad innegociable entre riquezas y camino de salvación: "Más fácil es para un camello entrar por el ojo de la aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos " (Mt 19; Mc 20; Lc 18). Es la sentencia más vigorosa del Jesús evangélico frente a la riqueza.
Aunque tampoco esta frase vaya más allá de la tradición judía, en Jesús, o en los evangelios que se la adjudican, ha de saludarse el acierto de haberla formulado con tan audaz metáfora. Hayan salido o no, de boca de Jesús tales palabras, ellas invitan al seguimiento por la imitación en la pobreza. La invitación, sin embargo, fue escasamente atendida incluso en los primeros tiempos de la fe, y eso que no pocos cristianos, antes y después de los edictos de tolerancia en el siglo IV, pertenecieron a clases sociales más bien acomodadas, clase media o superior. Tampoco se halla históricamente acreditado que los primeros cristianos hayan puesto sus bienes en común, según la pincelada idealizadora de Hechos de los Apóstoles (2, 44-45 y 4, 32-34). Es poco lo que con seguridad se sabe sobre las comunidades cristianas primitivas, tampoco homogéneas de unos lugares a otros.
Lo que se sabe sobre el modo de vida de los primeros cristianos es demasiado incierto como para poder sacar partido de ello. [...]
A lo largo de diez siglos son contados los casos de que se guarda memoria de renuncia cristiana a las riquezas [...] Los pocos casos, mejor o peor documentados, han sido aplaudidos y exaltados hasta aureolar a sus actores con corona de santidad. Ha habido, pues, gestos aislados individuales de desprendimiento (Martín de Tours, Paulino de Nola, Melania Valeria)... Con estos pocos nombres se acabó la lista… El desprendimiento voluntario ha sido raro, por tanto, en el cristianismo; y se ha dado sobre todo en la retirada al desierto o cenobio. Para que se enteraran algunos grupos cristianos -las iglesias no se enteraron nunca- de que Jesús pedía imitación en la pobreza ha habido que esperar más de mil años. Como pauta de vida, el ideal evangélico de pobreza no se deja ver hasta la segunda mitad del siglo XII. Solo entonces, en severo contraste con los fastos de una iglesia desbordante de riqueza y lujo, en medio de una gloria solo empañada por las querellas entre emperador y papa, se alza la pregunta: ¿y dónde queda el evangelio? La respuesta de algunos es que al evangelio perdido y olvidado hay que buscarlo y recuperarlo en la pobreza. Es la hora de un evangelio de los pobres.
Alfredo Fierro
Después de Cristo
Pág 202ss
Editorial Trotta
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 2 mayo 2018 |
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(1) | A. Torres Queiruga, Jesús "proletario absoluto" en Ch. Duquoc y otros, Jesucristo en la historia y en la fe, Sígueme, 1977, pp. 316-323 | ![]() |
Apostilla 1
Recordar un fragmento anterior ya publicado de Alfredo Fierro
Apostilla 2
Una catequesis en 7 capítulos, a partir de una lectura imparcial de los diversos documentos evangélicos.
Apostilla 3
Un recorrido por el evangelio de la pasión / resurrección (Carta a Rafa Yuste sobre una afirmación de Manuel Fraijó)
Apostilla 4
Sin querer dar una explicación de la parábola, doy algunas pistas para que cada uno se haga su propia explicación.
Apostilla 5
Las comunidades, sin "los Zaqueos", ¿cómo podrán subsistir? Una exégesis de Fernando Belo en Una lectura política del evangelio. (Pág. 94)
¿Cómo construir una universidad jesuítica en Andalucía sin "los Abengoa"
A mediados de los años setenta, aquellos años en los cuales España cambiaba (sin entrar ahora a discutir en qué medida o en qué profundidad) su fisonomía política, estuvo de moda (en el buen sentido de la palabra) en los ambientes de las comunidades cristianas populares, un pequeño libro de un portugués, Fernando Belo, titulado "Una lectura política del evangelio", el hermano pequeño o el resumen de un libro más gordo con el título de "Una lectura materialista del evangelio de Marcos". La lectura de este libro todavía la recomiendo.
Apostilla 6
Comparar las descripciones de Los Hechos de los Apóstoles con las que el historiador Flavio Josefo nos ofrece de las comundades esenias
De este cuadro comparativo podemos deducir una de las siguientes posibilidades:
Así se explicaría el hecho de que Flavio Josefo no hablara de los "creyentes en Jesús" cuando pasa revista, en sus dos obras, a los diversos grupos (sectas o filosofías) que existían entre los judíos en su tiempo. Quizás, para Flavio Josefo, los "creyentes en Jesús" era aquella "rama de los esenios", que, teniendo un estilo de vida, unas costumbres y unas normes legales iguales a los otros, mantenían una concepción positiva sobre el matrimonio (BJ, II, 160)