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Anar a Pòrtic
de n'Alfredo Fierro
Com ja he dit altres vegades, la presentació per part meva del text d'un autor no vol dir la meva adhesió, sinó, tot simplement, és una invitació a la seva lectura i reflexió.
Es de admirar que se haya gastado tanta inteligencia y tanta labia en asunto tan elusivo como el de Dios y Jesucristo. Ningún otro teísmo, ni el judío, ni el islámico, ha producido tal cantidad de papel impreso disertando sobre la fe, la Biblia y sobre Dios.
El teólogo razona, pero desde supuestos y principios no racionales, desde esa clase particular de opinión a la que llama “fe”, y cómplice siempre de un pensamiento desiderativo, iluso. Todo empieza en leyendas de tradiciones orales y/o de libros sagrados, transmitidas, reconstruidas a lo largo de siglos en reelaboraciones todavía narrativas o bien iconográficas. Con base en el imaginario colectivo, no en hechos o características rales del mundo conocido, se levanta la teología. En un ejercicio de razonamiento émulo de una filosofía o sabiduría, el teólogo monta una estructura conceptual en armazón coherente y con visos de racionalidad. Esta estructura reposa, sin embargo, en premisas legendarias, de fabulación, por donde la teología pertenece al género de la literatura fantástica con un especial pacto con el lector, al que se le supone compartir esas premisas, igual que en novelas y relatos de un futuro de ficción se asumen, en fantasía, los viajes interestelares o los seres extraterrestres de gran inteligencia.
La teología, sea la escolástica o la posterior, constituye una mixtura de 1ógica y de fe ciega, una organización de pensamiento, donde la razón y la fe -o más bien, la autoridad bíblica- se entremezclan en proporciones a conveniencia. Arranca la teología de leyendas, mitos, entelequias de la mente, que, vistos por el envés de la trama, son falsedades o, al menos, preconceptos y prejuicios. Pero a partir de ellos es capaz de llevar siempre a la conclusión apetecida, acomodada a lo que el teólogo -o el catequista que en él fía- quería demostrar. En proceder típico escolástico, Tomás de Aquino y otros, tras haber planteado una quaestio, cuestión, e incluso dudado de la respuesta en un "videtur quod non" –"parecería que no"- llegan a la cláusula victoriosa de un "quod erat demonstrandum", "lo que habia de demostrarse".
Algunos teó1ogos, tampoco todos ellos, dicen tomar de la ciencia, pero solo lo que les interesa. Fuera de eso, la teología se caracteriza por su inmunización frente a la realidad, a lo que de ella se conoce. El teó1ogo permanece impermeable a la información objetiva, a los hechos, los hallazgos de las ciencias naturales o sociales. Cuando están en contradicción con sus tesis, dicta el "¡tanto peor para los hechos!". Pero los hechos son tercos y la razón también.
Tras los siglos del racionalismo, de la llustración, del positivismo cientifico, se ha seguido escribiendo teologia, desde luego. Y eso sí que es un milagro: ha habido teología. La ha habido por las inquebrantables convicciones de la fe y, aún más, por su habilidad adaptativa, una capacidad camaleónica increíble: neoplatónica primero, luego aristotélica, existencialista a mediados del siglo XX, y ya, enseguida, marxista.
En cuanto a contenidos, ha habido toda clase de teologías de genitivo: teología de la liberación, de la esperanza, de las realidades terrestres (1), del progreso (2), del dolor de Dios (3); y de teologías con calificativo: teología política (4), feminista (5), negra (6). Teó1ogos han hablado de un Dios "sociable" (7); y, subiéndose al carro del ecologismo, han encontrado en la Biblia y en escritos cristianos fundamento para decir que Dios es "verde" (8).
La teología, sin embargo, ha perdido el significado social y cultural que alcanzó y mantuvo en la Baja Edad Media. Entonces ella regia o coronaba como clave de bóveda los saberes medievales. Por el contrario, la imponente obra de teólogos dels siglo XX, ya católicos, ya reformados, como Kart Barth (1888-1968), Paukl Tillich (1886-1965) o Karl Rahner (1904-1984), por mencionar algunos entre los más grandes, ha sido culturalmente irrelevante. Después de estos, las más osadas propuestas de teólogos han conducido a colmo, a absurdo, la habilidad camaleónica de todos sus antecesores en el oficio. Puesto que al exterior de la fe se venía hablando de muerte de Dios, los teólogos no se van a quedar al margen ni siquiera de esa expresión, de esa moda o –bien distinto para ellos- tragedia. También ellos la harán suya. Se confecciona entonces nada menos que una teología de la muerte de Dios.
Con la capacidad del camaleón se viene a dar, en extraño reencuentro, en la acepción originaria de "teología" en los poetas latinos: leyendas sobre dioses. Metamorfosis fue el título de Ovidio para su poema sobre los cambios y vicisitudes de los dioses; y el conjunto de las teologías cristianas habidas y sucedidas se deja colocar bajo esa misma rúbrica: metamorfosis, fabulación en prosa. Las teologías son disertaciones, pautadas también por esquemas lógicos y moldes filosóficos, sobre el mito y las leyendas de Jesús.
A un mito, al de don Juan o el de Fausto como al de Ulises, se lo puede interpretar como cada uno desee, y puede cada cual –de Tirso a Mozart, de Goethe a Mann, de Homero a Joyce, respectivamente- recrearlo con las variaciones que le plazcan. Las teologías son interpretaciones del mito de Cristo y de las leyendas de un Jesús, que desde siempre ondea como banderín al viento, al aire que más sopla y al acomodo de quien se envuelva en tal bandera. Caen ellas del mismo lado que las distintas recreaciones del Ulises, del don Juan o de Fausto, no más verdaderas, por tanto, unas que otras.
Alfredo Fierro
Después de Cristo
Pág 199ss
Editorial Trotta
Es pot ampliar aquest tema amb la lectura de La teología a examen, capítol VII (pàgs. 167-183) del llibre del mateix Alfredo Fierro LA RELIGIÓN A EXAMEN.
Veure llibre Llegir capítol VII
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 23 gener 2018 |
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