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de Alfredo Fierro
Como ya he dicho otras veces, la presentación por mi parte del texto de un autor no significa mi adhesión, sino, simplemente, es una invitación a su lectura y reflexión.
En medio de una cristiandad en alza y de credo cristiano incuestionable no era de esperar un texto como el del proslogion de Anselmo de Canterbury, que se aplica a razonar la existencia divina frente a insensatos que la niegan: texto inopinado y sin precedentes en la historia del cristianismo. Algo debe de estar aconteciendo por debajo de la ubicua presencia de la fe para que un piadoso autor se ocupe en una tarea que hasta entonces había parecido innecesaria, una empresa, desde luego, del todo novedosa dentro del pensamiento judeocristiano.
Los judíos no habían tenido necesidad de argumentarlo, puesto que Yahvé era su divinidad nacional y eso no se razona […]
Tampoco necesitó razonarlo la primera predicación cristiana. Lo que en ella más se acerca a un argumento o, más bien, a una retórica en pro del Dios de Jesús, está en un pasaje de Hechos de los Apóstoles (17, 23), donde Pablo, en Atenas, ante un altar al "dios desconocido", alega estar allí para darlo a conocer [...] En los siglos siguientes tampoco los escritores eclesiásticos sintieron la necesidad de demostrar o razonar la existencia de Dios.
Los filósofos griegos y romanos, en su mayoría, creían, como el pueblo, en la existencia de los dioses [...] La más extensa discusión precristiana sobre el asunto, que se le antoja muy incierto, se halla en Cicerón: Sobre la naturaleza de los dioses. Asume Cicerón como muy probable la existencia de dioses por razón del acuerdo universal, por reconocerla la mayoría de los filósofos y de los pueblos [...]: "una creencia que todos los hombres comparten debe ser necesariamente verdadera".
Aunque sin precedentes cristianos, el texto de Anselmo sí que los tiene en el Islam [...]
Desde ese mismo siglo IX, dentro del Islam existe una "doctrina" -falsafa, en árabe- que en ciertos trazos anticipa lo que será en Europa el Renacimiento y luego la Ilustración. Son intelectuales que lo cultivan todo, como más tarde los renacentistas: ciencia natural, medicina, teología. Los maestros de esa doctrina, los faylasufs o pensadores, llevan a cabo el mismo intento emprendido después por la Escolástica, en especial por el tomismo: una síntesis integradora de la revelación, en su caso del Corán, con la filosofía griega. No siempre se aceptó la síntesis; o no de modo pacífico [...]
Frente a la ciencia y la cultura de los árabes, la incipiente de los monasterios solo puede emular, ir a la zaga, no competir. Así que hay que leer los autores árabes no ya por placer, ni tampoco solo para refutar, sino también para aprender; y, además, no ya solo aprender a expresarse con corrección y elegancia, sino para instruirse en cuestiones de fondo, sustantivas; en buena medida, tomar de ellos, aunque también, y si es posible, rebatirles (1). [...]
El empeño de Anselmo en vindicar, mediante la razón, a Dios se ubica, pues, en la misma línea de los faylasufs y de su tema central: la relación entre la fe -el texto sagrado- y la razón. Con amplitud mayor, y puesto que también florece por entonces la teología judaica: se ubica en el contexto de los tres monoteísmos, de las religiones del libro y correspondientes teologías, que se disputan la hegemonía religiosa desde Al-Andalus hasta Medio Oriente.
Monje benedictino, italiano, nacido en Aosta en 1033, Anselmo se traslada a tierras británicas y rige la sede arzobispal de Canterbury desde 1093 hasta su muerte en 1109. A mitad de su vida escribe el proslogion: literalmente un logion o discurso ante alguien, ante Dios, una plegaria dirigida a él, por tanto. Forma pareja este escrito con el titulado monologion, este, en cambio, una meditación a solas, un monólogo sobre la racionalidad de la fe.
La singularidad del proslogion reside en ejercitar el lema de San Agustín de crede ut intelligas, cree para entender, y su complementario de intellige ut credas, entiende para creer, o, lo que es igual, la fides quaerens intellectum, la fe en pos de comprensión, de inteligencia, el creyente que consulta a la razón, aunque bajo la forma de una plegaria que busca el oportuno razonamiento. Un texto del profeta Isaías da la pauta en ese enfoque: "Hasta que no tengas fe, no podrás comprender". Presenta dos aspectos la adopción de ese lema teológico: la necesidad de creer para llegar a entender; la de entender de otra manera para llegar a creer, para creer mejor.
Pese, sin embargo, a su formato de invocación a Dios, el verdadero interlocutor en ese pasaje del proslogion es el insipiens: el insensato, el necio, que piensa a Dios, pero lo niega. De cara a él, en medio de la plegaria, arma Anselmo el andamiaje de un razonamiento, que intenta demostrar lo impensable de la inexistencia de Dios: si pensamos a Dios, es porque existe y existe de manera necesaria.
El insensato de Anselmo, a quien apunta y quiere rebatir no es Avicena o alguno de sus correligionarios, teólogos del Islam. Es el agnóstico, el incrédulo de una u otra religión, sea persa o europeo, pues Europa bautizada y Persia islamizada no implican por fuerza una Europa y Persia universalmente creyentes. Empieza a haber agnósticos, o ateos, que no esconden su indiferencia religiosa. En Bagdad, capital califal, Omar Khayyam (1048-1131), investigador y filósofo, confiere expresión poética, en Rubaiyat, a un hedonismo agnóstico, de acento -hoy se diría- postislámico y posreligioso, en cuya onda puede declarar: "Jamás murmuré una oración" y "No me preocupa saber si Dios existe, ni el destino que me reserva". El consejo mayor de ese hedonismo de Khayyam es el horaciano carpe diem, "apresa el día", la exhortación a los goces de aquí y ahora: "Desde que las religiones te prometen el paraíso, intenta crearte uno en la tierra, porque acaso el otro no exista".
Contemporáneos en un buen trecho de sus respectivas vidas, Khayyam no tuvo por qué serle conocido a Anselmo. Pero sí, con entera seguridad, a este no le son desconocidas las ideas que el persa expresa y que acaso empiezan a insinuarse entre europeos bautizados: de escepticismo, hedonismo y agnosticismo, este último larvado, pero que se deja ver.
El razonamiento del proslogion toma como punto de partida un versículo de los salmos: "Dijo el necio en su corazón: No hay Dios" (2). Comienza, pues, en estilo convencional, al modo tópico de la literatura eclesiástica: en exégesis de un pasaje bíblico. Pero no hay que engañarse con ese arranque según pautas al uso. Anselmo no argumenta en virtud de la autoridad de la Escritura. Antes, al contrario, procede a partir de un hecho, de una realidad social para entonces ya incipiente o quizás nunca del todo cancelada: algunos "necios" niegan a Dios. La cita de los salmos funciona como mera cláusula de estilo, trámite obligado de la escritura eclesiástica. Anselmo menciona al salmista como podría traer a un cronista que documentara el dato sociológico de que, en efecto, hay insensatos. Los hay allí y entonces: insensatos que dicen no haber Dios.
Ahora bien, ¿qué es Dios? A Anselmo se le debe la primera definición filosófica y formal del Dios del monoteísmo: no es contribución pequeña. Lo define en un latín conciso -"id quo maius cogitari nequit"-, que admite o, más bien, requiere más de una traslación y acercamiento en castellano: "aquello mayor de lo cual es imposible pensar nada"; o bien y más sencillo: "lo máximo que pueda pensarse". Y su argumento consiste en razonar que eso máximo concebible "no puede estar únicamente en el entendimiento": no puede no existir objetivamente, pues en ese caso podría pensarse algo más grande todavía, algo que además de máximo en el pensamiento, incluyera, encima, la objetiva existencia real. La noción misma de Dios -o, en rigor, de infinito-, por consiguiente, exige que exista en verdad: que "Dios", lo infinito, se halle tanto en la mente como en la realidad. Y al necio le refuta con un golpe argumentativo eficaz para cualquiera que admita la omnipotencia del pensamiento: nadie que piense a Dios, que pueda concebir lo que Dios es, puede al propio tiempo sostener que no haya Dios. A ese golpe, que a partir de la esencia conceptual infiere la existencia real, se le llama "argumento ontológico".
Indudable comienzo de la teología medieval, de la Escolástica, el proslogion de Anselmo es, en un sentido cierto, asimismo el primer texto de una teología cristiana en la acepción estricta de un discurso razonado o pretendidamente tal. [...]
El breve fragmento anselmiano, además, posee valor germinal. Pocos textos ideológicos han dejado tras de sí tanta estela: en prolongaciones, en glosas, en análisis [...] Por lo general, sin embargo, no resultó convincente el argumento de Anselmo (3). Todavía en vida suya le contradijo Gaunilo en su Liber pro insipiente -Libro en defensa del insensato- razonando, con buen tino, que los humanos no están autorizados a moverse de manera tan simple del intelecto a la realidad. [...]
El argumento de Anselmo no convence: a poco contacto con la realidad que se le pida al conocimiento no pueden equipararse pensar y conocer. Se estima, con todo, que su refutación definitiva -si en esas lides puede hablarse de contundencia- ha de esperar a la Crítica de la razón pura de Kant, quien, además, muestra que los demás argumentos a favor de la real existencia de Dios, en particular, el basado en la finalidad del universo, presuponen el ontológico y están viciados de raíz por él. Kant deja muy claro que el pensamiento no puede establecer, por sí solo, la realidad o existencia de cosa alguna, solo de sus propios "entes de razón", entelequias mentales.
El razonamiento halla una réplica fácil incluso dentro de los esquemas de Anselmo, pues el insensato agnóstico, en verdad, no piensa a Dios, no lo concibe. Asume Anselmo que el incrédulo dice: "No hay Dios". Pero ¿y si no dice ni siquiera eso, no dice nada? Entonces se desarma y viene abajo su andamiaje. O en réplica aún más radical: quizás ni siquiera Anselmo piensa a Dios, porque Dios es impensable, inconcebible. Se salta con eso a una posición del todo opuesta: es bien dudoso que en rigor haya un pensamiento y concepto de Dios. En la propia tradición cristiana, en la rama de una teología negativa, está la cauta advertencia de "si comprehendis, non est Deus": si lo entiendes -lo comprendes, lo abarcas-, no es Dios.
Así que a nadie, mucho menos al "necio", al agnóstico, cabe argumentarle a partir de que haya tenido el pensamiento o idea de Dios. Realmente ni siquiera el teólogo ha tenido tan imposible pensamiento. A toda teología cabe objetarle que lo de "Dios" es un galimatías impensable, un concepto que no es tal, sino un simple flatus vocis, mero soplo de voz, una palabra sin referente, ni contenido conceptual alguno.
Para no pocos filósofos, la vaciedad del concepto de Dios, también del Dios cristiano, se desprende de un análisis lógico. Puede mostrarse a partir de la imposibilidad de concebirle a la vez infinito y personal; o, todavía más de raíz, a partir de la imposibilidad de concebir infinito alguno. [...] Al anselmiano "id quo maius cogitari nequit", parece fácil contraponerle un cauteloso "id quod cogitari nequit": aquello que ni siquiera puede ser pensado, un "Dios" no ya pensable, sino, al contrario, inconcebible. Nadie, ni el insensato, ni el más sesudo teólogo, ha tenido jamás el pensamiento o concepto de Dios; nadie ha podido tenerlo.
De todas formas, por sofístico que sea su argumento, a Anselmo se le ha de reconocer el alto mérito de haber iniciado en el ámbito cristiano un debate racional acerca de Dios y su existencia. Hubo precedentes del debate solo fuera de la tradición cristiana. Cicerón había debatido sobre los dioses y había concluido su naturaleza incierta. De Buda se dice que guardó silencio enigmático y se limitó a sonreír ante la pregunta por los dioses (4). En el Islam del siglo X, los faylasufs se habían planteado si era posible, o no, un camino racional hacia la existencia divina. Pero no se lo plantearon los judíos, ni tampoco los venerables doctores de los primeros siglos, los "padres de la Iglesia". Si en tiempos de Anselmo aparece la cuestión y hace falta aplicarse a demostrar la existencia de Dios, es porque ha empezado a aparecer problemática en el seno de la cristiandad.
[...] El discurso de Anselmo, más allá de su propósito directo, el de apuntalar la existencia de Dios, hace explícito un eslabón decisivo para toda teología: la autosuficiencia del pensamiento, del "logos". No es ya el "Logos" con mayúscula, el del prólogo del evangelio de Juan, sino el "logos" del pensamiento humano, que, sin embargo, queda magnificado cual si fuera el de una mente soberana, creadora de la realidad, y que se atreve, en consecuencia, a vindicar la verdad objetiva de todos sus productos, ideas y fantasías. [...]
Aun en su endeble razonar, Anselmo se muestra como un inteligente adelantado. Se anticipa casi un siglo a las primeras instituciones escolásticas: a los Estudios Generales o Universidades, a los tratados teológicos sistemáticos.
Alfredo Fierro
Después de Cristo
Pág. 188ss
Editorial Trotta
Apostilla 1
Tengo otras maneras de pasar el tiempo. Ahora me he puesto a leer y a resumir el cur deus homo de nuestro viejo amigo Anselmo, el de la "fides quaerens intellectum" y que tenía aquello tan original de que si alguien se ponía a pensar la cosa mas grande que jamás pudiera existir, esta cosa se ponía a existir. Lo leo en la colección de Clàssics del cristianisme, asesorada entre otros por Pep Vives (a cada libro que venden se creen más útiles al país), y el libro en cuestión está introducido y traducido por nuestro antiguo compañero y amigo J.M. Udina Cobo.
Tú ya sabes que a mi me gusta hacer trampas jugando al parchis (todos tenemos nuestras humanas debilidades), pero nunca hubiera podido llegar a imaginar que un santo, y un santo como san Anselmo, hiciera trampas para defender la Santa Trinidad. Ya hace un cierto tiempo que veía que en eso de la Trinidad había cosas un poco raras. Udina se pregunta:
¿Se trata, por su parte, de una maniobra intencionada, para conseguir -agravando el error de Roscelin y haciendo de él una herejía- una condena de este error?
La trampa consistía en añadir, de su propia cosecha, en una carta dirigida al concilio de Soissons, en la que animaba -aprovechándose de su reconocida fama de hombre sabio y prudente- a los padres conciliares a condenar al "hereje" sin dejarle ni hablar, esta frase: "se podría hablar verdaderamente de tres dioses", cosa que parece que nuestro buen amigo Roscelin (Udina dice que es el padre de los nominalistas), el hereje en potencia, no lo llegaba a decir.
A veces me pregunto qué es lo que ahora creeríamos si no hubiesen habido, a lo largo de la historia, ni estas trampas, ni la "sucia historia" que nos explicaba Faus de uno de aquellos grandes concilios, ni las hogueras que asaban herejes, ni el montón de anatemas, ni estas condenas sin dejar hablar... Sin estos obstáculos las formulaciones de nuestra fe hubiesen ido evolucionando y hoy día nuestra fe ya no sería la misma: supongo que todos estaríamos de acuerdo en que la frase de Juan 1, 14 (Y el Verbo se hizo carne) no pretendía ser más que una bella imagen poética.
Apostilla 2
Sigo resumiendo las páginas 15-20 de la Introdución de Josep Manuel Udina a Per què Déu es va fer home?, de la colección Clàssics del Cristianisme.
En el año 1090 Anselmo recibe, mientras era abad de Bec, una carta de uno de sus monjes que en aquel tiempo vivía lejos de su monasterio. La carta del monje Juan le informa que un tal Roscelin de Compiègne profesa desde hace tiempo una doctrina herética y blasfema sobre la Trinidad y la Encarnación. Y además le dice que Roscelin afirma que tanto Lanfranc como Anselmo están de acuerdo con él.
Lanfranc: director de la escuela y prior del monasterio de Bec, abad de Saint-Étienne de Caen, arzobispo de Canterbury. Maestro y amigo de Anselmo. Había muerto en 1089
Muy posiblemente esta carta es la única información que tiene Anselmo sobre Roscelin.
Roscelin de Compiègne plantea la cuestión de que si las tres personas [de la Trinidad] son una sola cosa única y no tres cosas por sí mismas, como tres ángeles o tres almas, aunque sin embargo por la voluntad y por el poder son totalmente algo único; y en tal caso el Padre y el Espíritu Santo se han encarnado juntamente con el Hijo.
Con un cierto retraso de casi bien un año (1091), Anselmo escribe una carta al monje Juan en la cual esboza una refutación de la doctrina de Roscelin, expresándole al mismo tiempo su intención de tratar más ampliamente este tema.
Respecto a lo que dice Roscelin, que las tres personas son tres cosas, o bien quiere [por un lado] que se entienda en cuanto a las tres relaciones -es decir, en cuanto al hecho que, de Dios, decimos Padre, y Hijo, y Espíritu que procede del Padre y del Hijo-, o bien quiere [por otro lado] que se entienda en cuanto a aquello que [de cada persona] decimos Dios. Ahora bien: si dice [por un lado] que las tres relaciones son, ellas mismas, tres cosas, entonces es superfluo que lo diga, porque nadie niega que, en este sentido, las tres personas sean tres cosas (siempre que uno sepa en qué sentido llama cosas a las mismas relaciones y de qué género se trata, al hablar así, y que uno deje claro si las mismas relaciones forman en torno de la substancia alguna cosa -como lo hacen muchos accidentes- o no la forman; y no parece que él lo entienda correctamente, ya que añade que la voluntad o el poder (potestas) es algo único, pues las tres personas, ellas mismas, no tienen la voluntad o el poder en cuanto a las relaciones, sino en cuanto al hecho que cada persona es Dios). Pero si dice [por otro lado] que las tres personas son tres cosas en el sentido que cada persona es un dios, entonces o es que quiere constituir tres dioses o es que no sabe lo que dice.
Esta carta puede ser considerada como un resumen -muy breve por cierto- de la exposición más amplia prometida por Anselmo. Esta exposición más amplia será la Carta sobre la encarnación del Verbo de 1092.
Poco antes del concilio de Soissons (1093), que había convocado a Roscelin para que diese razón de sus doctrinas, Anselmo remite una carta a Foulques, obispo de Beauvais y antiguo monje de Bec, pidiéndole que la lea en el concilio en su nombre, ya que él no podrá asistir. Esta carta manifiesta un tono solemne y condenatorio.
He oído decir, cosa que no puedo creer sin dudarlo, que el clérigo Roscelin dice que en Dios las tres personas son tres cosas separadas la una de las otras, como lo son tres ángeles, aunque sin embargo su voluntad y su poder son algo único. Dicho de otra manera, que el Padre y el Espíritu Santo se han encarnado y que se podría, si el uso lo admitiera, hablar verdaderamente de tres dioses.
Es evidente la exageración de Anselmo al sentenciar que, según Roscelin, "se podría hablar verdaderamente de tres dioses", una afirmación que no se encontraba en la carta del monje Juan (su única fuente de información).
Quienquiera que haya negado alguna cosa [del símbolo de la fe cristiana] y quienquiera que -sea hombre o ángel- haya sostenido concretamente como verdad una blasfemia como la que acabo de consignar y que he oído decir que profería Roscelin, ¡que sea anatema! Y me reafirmo, añadiendo: todo el tiempo que él persista en estas ideas, ¡que sea anatema! Porque él de ninguna manera es cristiano. Y si ha sido bautizado y alimentado entre los cristianos, de ninguna manera ha de ser escuchado y ninguna explicación se le debe pedir de su error, ni se le ha de dar de nuestra verdad; sino que, desde el momento que su perfidia sea claramente manifiesta, que condene él mismo el veneno que ha vomitado en proferir su error; o, si no se retracta, que él mismo sea anatematizado por todos los católicos.
¿Por qué Anselmo añade, de su propia cosecha, la frase "se podría hablar verdaderamente de tres dioses" en la carta enviada al obispo Foulques que debía ser leída en el concilio de Soissons?
No se puede excluir esta posibilidad: no deja de ser significativo que tal añadido no figure en la Carta sobre la encarnación del Verbo (en ninguna de sus dos versiones), que es la réplica prometida sobre la doctrina de Roscelin. Tampoco aparecía en la carta de Anselmo al monje Juan.
De esta Carta sobre la encarnación del Verbo poseemos dos recensiones: la primera sería de los años 1091-1092, redactada en el monasterio de Bec; en la que mantiene el tono extraordinariamente brusco e incluso violento del escrito dirigido a Foulques; la segunda, mucho más extensa, correspondería ya a los años 1093-1094, ya en Canterbury, en la cual insiste en el hecho de que él sólo habla -en este caso- según lo que le han dicho.
El desmentido de que tanto Lanfranc como él mismo estuviesen de acuerdo con la doctrina de Roscelin no aparece ni en la carta al monje Juan ni en la versión definitiva de la Carta sobre la encarnación del Verbo. Tal desmentido se encuentra en la carta enviada al obispo Foulques para ser leída en el concilio de Soissons y en la primera versión de la Carta sobre la encarnación del Verbo.
Sería insensato y es infructuoso que, a causa de alguien que manifiesta no entenderlo, remitamos a la incertidumbre de las cuestiones dudosas, aquello que de la manera más sólida ha estado fundado sobre la piedra firme. Nuestra fe, en efecto, la hemos de defender razonablemente contra los no creyentes, pero no contra aquellos que confiesan complacerse en el honor del nombre de cristianos. Porque de estos se ha de exigir por justicia que guarden inconmoviblemente el compromiso contraído en el bautismo y lo que hemos de dejar claro de manera racional es cómo de manera irracional nos desprecian. Pues el cristiano ha de progresar por la fe hacia la inteligencia, pero no ha de llegar a la fe por la inteligencia, ni ha de renunciar a la fe por el hecho de que no acierte a entenderla. Y así, cuando puede conseguir entenderla, se alegra; y cuando no lo puede, acepta con veneración aquello que no puede captar.
"Ved cómo defiende este cristiano su fe", constata Anselmo una y otra vez con un sentimiento cercano a la consternación.
No deja de ser significativo el detalle de que en Anselmo se deje ver a partir de esos momentos una especie de complejo de que alguien pueda dudar de su doctrina y que insista (tanto en la definitiva versión de la Carta sobre la encarnación del Verbo como en ¿Porqué Dios se hizo hombre? a someter sus escritos a la censura de los superiores y, sobre todo, del papa.
Apostilla 3
El "caso Roscelin" fue una anticipación (en un grado menor) de lo que en un futuro no muy lejano será el "caso Abelardo": el papel de Roscelin corresponderá a Abelardo; y el de Anselmo (con su carta) a Bernardo de Claraval (con su propia presencia). En 1121, en efecto, otro concilio de Soissons, que tendrá una reedición en el concilio de Sens de 1140, convocará a Abelardo para que de razón de algunas proposiciones de sus obras (la famosa Ética, entre otras), pero, cuando llegue a la asamblea, Abelardo se encontrará de repente que no le dejan hablar, sino que se le presenta una larga lista de frases suyas, totalmente descontextualizadas, y que le exigen que se retracte. El responsable de la "lista" y de la encerrona es Bernardo de Claraval, declarado adversario de Pedro Abelardo.
El paralelismo entre el "caso Roscelin" y el "caso Abelardo" continua: no parece que, en uno y otro caso, los resultados hayan sido diferentes: sin ninguna convicción y sin mucha sinceridad, ambos inculpados se retractan, pero después siguen pensando y diciendo lo mismo que antes. Por eso habrá un segundo concilio contra Abeliardo [el de Sens en 1140]; y de aquí también el hecho de que Anselmo crea conveniente -uno o dos años después del concilio contra Roscelin- reclamar a la abadía de Bec, desde Canterbury, el manuscrito de su primera versión de la Carta sobre la encarnación del Verbo, que pasaba de mano en mano sin su visto bueno, para rehacerla y concluir su redacción, convencido de que Roscelin no se había desdicho de sus doctrinas. Anselmo querrá ultimar la refutación en una versión acabada y definitiva de la Carta.
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Miquel Sunyol sscu@tinet.cat 10 agosto 2017 |
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