MADRID- DESDE AQUÍ
En un día caluroso de verano
decidí salirme fuera de Madrid,
disfrutar del aire fresco de su sierra;
suspirar y en la distancia... revivir.
Tantas cosas cotidianas, que suceden
en el centro de una España en que nací;
algunas, sin importancia dejan huella
y reflejan el tipismo de Madrid.
Una boina de humo cala su cabeza,
en la calle no se puede respirar,
el tráfico se mueve con tristeza
entre amagos de una gran vitalidad.
Pueblos de su periferia forman parte
como brazo y extensión de la ciudad,
ya no existen superiores diferencias
entre Arganda y Getafe o Fuencarral.
En el centro es imposible,
desde Princesa a la Puerta de Alcalá
hay un tramo insoportable de pereza
para quien apriete el paso al caminar.
El metro, como siempre, abarrotado
de personas que se mueven de aquí a allá,
nadie menciona el aire acondicionado;
pues saben que es un lugar para sudar.
El río Manzanares baja seco,
de importancia, nunca se ha querido dar,
bajo sus puentes deja un claro eco
de sobria esterilidad.
En las tascas dan su buen vino y cerveza,
los bocatas, no hace falta comentar,
nadie sabe si son euros o pesetas,
lo que vale es estar sobrio y disfrutar.
En Gran Vía o por Serrano, se pasea
y las tiendas siguen siendo actualidad,
pero aquellos que andan cortos de dinero
pueden comprar en el Barrio del Pilar.
Con el ruido de la gente y de los coches,
se olvidaron de lo que han hecho en Madrid,
convirtieron a la Villa en una alfombra
de la cual me acuerdo en verso desde aquí.
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