Apostemos al sueño y al regreso
A Eugenia Alnaír quien
nace con el siglo con
estas palabras bienvenimos con un
beso de mi sombra con un abrazo y un gallo con un bostezo de Marialtaír Cuando algún turpial no encuentre hijo o alguna alondra no halle
nido. Cuando penda la raíz de algún árbol. Cuando en procesión vaya un manojo
de hongos por el bosque. Cuando comience a llenarse de pájaros el sueño. Ante
el supremo aplauso de los pájaros. Cuando algún mendigo el pan envidie.
Cuando nadie quiera al perro o al gato de la casa. Cuando tengamos que mirar
de frente a Dios. Cada vez que la patria a misa llame. Cuando se cubra de
niebla la pobreza. Cuando haya que velar la mochila sudorosa. Mientras el
dado esté de nuestra parte. Cuando pase el tiempo a ras de piel. Al oír las
pisadas de los días. El sonido de la tarde o de la noche. El sonido
forestal del mundo. La desbotonadura de la rosa. Al subir al horizonte.
Al partir en trozos el silencio. Cuando queramos encontrarnos con los ojos del primer lucero. O
dar —engrifados, por
supuesto— con la línea aquella
que delate nuestro insomne garabato. Cuando un libro se acuerde de nosotros.
Apostemos a la poesía, al amor, a la rosa, a la vigilia. Apostemos a la
lluvia, a la sombra y al silencio. Apostemos a la inocencia de la rosa. Al
hombre, a la palabra y a la vida. Apostemos al sueño y al regreso. Al juego,
al abrazo y a la danza. Al mar, a la
ternura y a la risa. Al regreso apostemos sobre todo. A la revancha. A la
esperanza desnuda. A la belleza que se expande. Al orgasmo del mundo, al que
hace cauce en las vertientes locas. A la noche en que juntamos orgasmo con
orgasmo. A la luna que recuerde la miel de nuestra sombra. No se vive una sola vez.
Estamos aquí para vivir en voz alta. ¡Si alguna vez te vieras en la
rosa! ¡Si el universo entre la rosa viéramos!
¡Si el universo vieras... tal vez te entenderías! Olvidado del tiempo y de su ropa, por no
se sabe qué asombro presentar, viene y va el hombre, insomne y asombrado. Los
árboles lo miran —el sol, la
sombra—. A sol y sombra, fruto no más del árbol. Lo más del hombre, el
asombro. De asombro en asombro, se encuentra con su sombra. Almácigo ayer,
ahora y siempre, yendo con su sombra
insomne. Camino de la nueva aurora, halando al mundo. Tendrá tiempo de llegar
a ser un hombre. Luego, no habrá más qué hacer. Tal vez a Dios con sus
modales o resabios. Perfectamente sabe que mientras el árbol siembre su semilla, casi
no hace falta el hombre; que bajo un paraguas toda brisa cabe; todos los
zapatos de la lluvia. El problema radica en la sonrisa. Importante saber en
qué parte estamos, dónde fuimos, suspiramos o estuvimos. Y entender muy bien
al mar, al hombre, a la palabra y a la vida. Al sol, mejor a la palabra,
quererla al alimón, a montones, a secas, a morir. A diestra y siniestra, a brazo partido, a
paso largo. A cielo abierto, a cada rato, hasta las cejas. El asunto es
acompañar la vida. A sol y sombra, donde sea preciso. Estar donde la vida misma
quiso: al lado de la vida de por vida, del bien y la belleza de la tierra.
Oír el amanecer. Oírle. Ir al amanecer. Amanecer, oír, nacer. ¡Gota de lluvia en el
alambre, amable y silenciosa,
luminosa y buena, Eugenia Alnaír, ir, ir,
ir, ir! |