La poesía es una
verdad Nacido en Caracas en 1938, Eugenio Montejo, uno de los grandes
poetas hispanoamericanos, reivindica para la lírica la abolición de las
fronteras políticas: pues pertenecemos más a nuestra época que a nuestro
país, hay familias poéticas, identidades verbales que no siempre coinciden
con las demarcaciones geográficas. Para Guillermo Sucre: "La poesía de
Montejo se ha caracterizado por el espesor y la rica gama textual, aun por la
recreación naturalista y mítica. Además de la pasión constructiva y el casi
perfecto control del desarrollo del poema, que excluye lo divagatorio y
deshilvanado. Cualquier poema suyo parte de un punto y vuelve a él, pero para
enriquecerlo, para dejarnos ver la amplitud de su recorrido y las sucesivas
relaciones que va generando. Es, además, de los pocos poetas
hispanoamericanos de hoy que tienen un sentido tan exigente de las formas
verbales, su pasión constructiva." Para Francisco Rivera: “La
vuelta a la tierra de Montejo, poeta de tensiones en busca de equilibrio,
poeta de lo actual que viene de tiempos muy remotos y que a esos tiempos
quiere regresar, está marcada por la conciencia de lo pasajero.” La suya es una poesía de
la conciencia de lo efímero, de la desposesión, de la nostalgia de un pasado
personal que lo lleva a la búsqueda de sus primeras fuentes. El despojo y la
errancia; el regreso y la permanencia; la añoranza del sol, del aire, del
caballo; la trashumancia, la terredad; el árbol, los pájaros, el
gallo, son símbolos constantes que evocan su primigenio peregrinaje
cósmico-familiar. Poesía intimista-universal, exalta los sueños del orbe a
partir de la caótica quejumbre humana. De ahí que nos insista en volver a los dioses profundos; en
deletrear el áspero silencio; en la inmediatez y la trascendencia, en la
soledad del horizonte, en el silencio redondo de la tierra, en el sonido forestal del mundo, en el rumor de alguna vieja caracola, en el
canto de un gallo muerto en otro siglo, en el alumbraje, la resilencia o la
“nostalgia cósmica”, “para estar a la hora en nuestra cena/
aunque las migas sean amargas.” La poesía de Eugenio Montejo ha ido creciendo con un rigor y una
disciplina ejemplares, desde los años sesenta. Inscrita en la corriente de la
poesía cósmica, su obra forma parte de un movimiento internacional que ha
venido siendo denominado postvanguardismo. La poesía entre tanto —ha
dicho Montejo— asume hoy, en nuestra era industrial, una condición
subterránea que en su replegamiento encarna la esencia que toma el lugar de
la creencia abandonada de Dios como redención de la vida. Ante una desvalorización de la conciencia en el
plano público, la gente necesita verdades de las cuales aferrarse, y una de
ellas es la poesía, porque le ofrece una verdad. La poesía es una verdad. Sus libros de poesía son: Élegos (1967), Muerte y
memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978), Trópico
absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Alfabeto del mundo
(Antología) (1988), Adiós al siglo XX (1997) y Partitura
de cigarra ( 1999). Es autor también de dos colecciones de
ensayos: La
ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983); así como de un
curioso volumen de escritura heteronímica:
El cuaderno de Blas Coll (1981). Cierta
noche, junto a un cabo de vela, nos dejó dicho: “La poesía cruza la tierra sola, apoya su
voz en el dolor del mundo y nada
pide —ni siquiera palabras. Llega de lejos y sin hora, nunca avisa; tiene la llave de la puerta. Al
entrar siempre se detiene a mirarnos. Después
abre su mano y nos entrega una flor
o un guijarro, algo secreto, pero tan
intenso que el corazón palpita demasiado veloz. Y despertamos.” |