Canción contra la guerra En el Oriente se
encendió esta guerra. Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué dios
detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías? Este
juego es infinito. Nos recordaría Jorge Luis Borges, en este bélico ajedrez
al que asiste hoy el orbe entero. Vallejo, en cambio: Hay golpes en la vida,
tan fuertes... Yo no sé. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la
resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé. Hay golpes en
la vida tan fuertes... Yo no sé. Entre tanto, increpa Gabriel Celaya: ¡Oh la
USA del dólar, oh atómica agresora, Cartago anti-humanista, gigante que
levantas sobre unos pies de barro tu cuerpo de oro y hierro, malditas sean
tus madres, malditas sean tus huestes! Pues la USA siempre paga lavándose las
manos, aséptica, correcta, comercial, puritana, y los Wasps, como saben
lo que es un buen negocio, comprarán nuestras vidas masturbándose el oro. Vientos del pueblo me
llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me avientan
la garganta. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y
veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y
decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles y en medio de las batallas. Sería de nuevo el canto de
Miguel Hernández. De pronto media León Felipe: Aquí se rompen las cuerdas de
todos los violines del mundo. ¿Me habéis entendido, poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud... ¡Hablad más bajo! ¡Tocad más bajo!...
¡Chist!... ¡¡Callaos!! Yo también soy un gran violinista... Y he tocado en el
infierno muchas veces... Pero ahora aquí... Rompo mi violín... y me callo. Y
el vidente de Nueva York advierte: No duerme nadie por el cielo. Nadie,
nadie. No duerme nadie. Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos
míos, azotadlo! Haya un panorama de ojos abiertos y amargas llagas
encendidas. No duerme nadie por el mundo. Nadie nadie. Ya lo he dicho. No
duerme nadie. Mientras tanto,
Gustavo Pereira nos recuerda su canción: Alguien soñaba cierta noche que
todos los poetas del mundo, a un solo impulso, escribían sobre las paredes o
los muros de las ciudades de la tierra una canción contra la guerra. Y que
todas las madres y los padres y los niños y los jóvenes y las muchachas de
todas las ciudades, las aldeas, las praderas, las montañas y los mares
del mundo copiaban aquella canción en los cuadernos y en los platos, en las
ollas y en las sábanas, en los zapatos y en las arenas, sobre los autos y las
chimeneas, sobre las camisas y las pelotas. Hasta que todo el mundo fue una
sola canción contra la guerra. Ni los políticos bribones, ni los militares
obtusos, ni los científicos de la destrucción ni los mínimos ni los máximos
comerciantes de la guerra pudieron atreverse a nada, mucho menos a soplar su
globo de colores, pues la terrible P de la palabra Paz golpeaba con tanta
furia sus intestinos que cada vez reducía más a gabazo su mala fe. |