Hay un dolor de
huecos
Los intereses vitales de Estados Unidos, en torno a los cuales se organiza toda
la actividad del Departamento de Defensa, comprenden: Proteger su soberanía,
su territorio y su población. Prevenir la emergencia de hegemones o
coaliciones regionales hostiles. Asegurar el acceso incondicional a los mercados
decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos. Disuadir
y, si es necesario, derrotar cualquier agresión en contra de Estados Unidos o
sus aliados. Garantizar la libertad de los mares, vías de tráfico aéreo y
espacial y la seguridad de las líneas vitales de comunicación. En referencia a las dimensiones del
escenario en el que se dirime la hegemonía mundial, éste se modificó sustancialmente
con algunos acontecimientos paradigmáticos, cada uno de los
cuales con implicaciones y secuelas de diferente carácter: La derrota
de la guerra en Vietnam, el estallido del mundo socialista y ahora el
reciente ataque del terrorismo. Efectivamente, el horizonte se amplió pero su
control se hizo más difuso. Ni el mayor hegemón, constituido ahora como poder
global, actualmente vulnerado, es capaz de dominar todas las fuerzas
sociales, organizadas o descontroladas, que lo conforman. En este contexto el
diseño de estrategias y el propio pensamiento estratégico se colocan en un
lugar central dentro de la organización de la dominación y la competencia.
Esto repercute en la tonalidad militarista que han ido adquiriendo las
relaciones mundiales, y que tiene evidentes y profusas manifestaciones en la
vida cotidiana y en la creación de imaginarios, y explica por qué la teoría y
la praxis militar se han ido comiendo los espacios de expresión de lo
político.
En la hora presente, cuando de nuevo la
cultura de la guerra enarbola sus huestes y banderas, recae en manos
del diseño y el pensamiento estratégico de la hegemonía mundial unipolar la
ocasión de optar definitivamente por la guerra o la paz. Si vis pacem, para
bellum, nos lo dice claramente De Re Militari. Llegó la hora de definiciones
claras y precisas. Como lo desea Federico Mayor: "Pasar de una cultura
de guerra a una cultura de paz. Transformar las lanzas en arados. Evitar el
horror de la guerra a nuestros descendientes." O como lo advirtió
Federico García Lorca: "Tendremos que pacer sin descanso las hierbas de
los cementerios. Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. Hay
un dolor de huecos por el aire sin gente... Nada más poético y terrible que
la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre. Nieves, lluvias y nieblas
subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero éstas, ciegas a todo juego,
expresan su intención fría, enemiga del misterio, y cortan los cabellos a la lluvia
o hacen visibles sus tres mil espadas a través del cisne suave de la
niebla"
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