Invocación a la paz ANCHA SOLEDAD de los desiertos. Sol en
los tejados. Silenciosa frescura del aljibe. Vellón azul rondando por el
aire. Voz en alta llamarada. Milagro para el rayo en muerte de la guerra.
Canto de la brisa, el sol y las quebradas. Amor que no puede caminar como una
hoja. Una hoja entre el viento que camina o un
camino entre el vientre de la hoja que se va. Hoja y camino. Camino caminando
con el viento. Incógnita en el tiempo. Una pregunta en pie para los hombres.
Colina para otear a Dios. Hondonada para hallar la luz. La cresta de un
lucero, por el postigo corazón mirando. Susurro de los árboles, tu sueño. Tu
corazón, del tamaño del mar que conocemos. Tu cabellera, los ríos, las
quebradas, los riachuelos. Diminuta, te escondes en los sauces que duermen a
los lagos, en los cipreses de la tumba ajena, en los aljibes de las casas solas;
en los zaguanes del amor del viento o en las pestañas de la madre pobre. Hojarasca entre la noche de los pájaros.
Tronco fatigado por el tiempo y la tormenta. Latido de fogata crepitando
entre la fronda. Lumbre y mujer para la misma sombra.
Sueño y silbido para el mismo abismo. Amanecer y tarde florecidos,
floreciendo en las sienes de la flora. Lucero y arrebol, azules horas. Cocuyo
entre rastrojos vespertinos, iluminando el resplandor tardío, las noches de
vigilia arrobadora. Júbilo, alumbramiento, bienvenida. Ara
en fulgor para el altar del tiempo, para elevar el corazón festivo. Trino con
que cantamos a la vida, cuando la suerte nos ofrece el huerto para sembrar de
estrellas el camino. El pan, el oro, la solemne sombra en
esplendor divino, la alegría. Infancia en llama, en canto, en lejanía que el
transparente corazón la nombra. La soledad que en la vereda asombra al trigo,
al viento, al lirio en noche fría. Ardiente claridad la poesía que el huracán
del corazón alfombra. Encanto de la luz, la Navidad que
alumbra el triunfo matinal del hombre y el silencioso arroyo del deseo. En
glorias del amor, la huracandad con que la brisa de la luna asombre la
encantadora música de Orfeo. Conoces nuestra locura como nadie más
conoce. Nos visitas muy de madrugada o cuando cae el sol sobre el tejado.
Contigo “supimos los misterios de las cosas como si fuéramos espías de los
dioses”. Sus secretos descubrimos. Conoces todas las nieves, todos los
riscos, todos los gestos de los hombres, todo el espesor del viento, la justa
medida de la espera junto a la luz total de nuestras cosas. Fabricas los
sueños del jardín. Doblegas la furia de la guerra. En cada atrinchera nos
proteges; nos cubres en cada retirada y avanzas con nosotros, la primera. Has asistido a mil batallas y tienes
otras mil por combatir. Ilesa saldrás en cada portachuelo. Ninguna polvareda
nublará tu paso, menos las luces de tus blancos senos. Mientras seamos capaces de asistir a un
terremoto sobre un rayo de luna o a una tempestad en una gota de sol, crecerá
tu sombra, Hilandera Majestuosa, la de todos los hilos de los sueños. Desde los Decretos de Belén y de la Sala
de Actos del Smolni, con el mundo entero por testigo, tranquilidad no del
orden existente, sino la de un orden nuevo, en busca de una humanidad nueva. La de elevar al hombre nuestro sueño. La de tan amarte y tan morirte, P A Z. |