¿Qué es para mí el
teatro?
Aparece en las ceremonias mágicas de los
bosques primitivos, así como en las celebraciones religiosas de la
antigüedad. Aparece en el atrio de nuestras iglesias, y aparece en el acto
sexual más bestial. Con acceso a lo visible y lo invisible, lo natural y lo
sobrenatural, al equilibrio y la desmesura, a la carne y al espíritu, a la
luz y a la sombra, es el arte más abierto y, por consiguiente, sólo puede
servir a la Justicia, a la Justicia Universal. Nada tiene que ver ni con la moral, ni
con el catecismo, ni con la ley, ni con la interdicción, ni con el bien que
oprime, ni con el mal que acepta, ni con posiciones tomadas, ni con el
partidismo, ni con la propaganda y su explotación política. Debe mantenerse
abierto a todos, testimonio o denunciador de todo aquello que estrecha,
substrae, disminuye, sofoca: De todas las imposturas. Es el Ser desnudo, la Vida pura.
Desemboca en la soledad y la angustia, y trata de reconvertirlas en amor y
felicidad. Entonces, se lanza en busca del hombre; por eso es nómade y
misionero. Con una corona de cartón en la cabeza, una capa de brocado sobre
los hombros, un fondo de color en las mejillas, una valija en la mano, vive
del hombre, por el hombre y para el hombre. Recuperada su virginidad todas
las mañanas, empieza a amar, a entusiasmarse por todo, a darle alma a todas
las cosas y a asombrarse cuando le dan golpes. Es el único momento en que ya
no entiende nada: Es todo menos adulto. Es la Vida: Eterna y efímera. Es y debe seguir siendo a la vez el más
religioso de los oficios y la más desordenada de las profesiones.
Socialmente, el teatro es olvido, muerte, sueño y justicia; individualmente,
es don de sí, arte de la voluntad; estéticamente, es el arte del presente, es
decir, el arte carnal, magnético, por excelencia. No sólo se dirige a la
vista y al oído, sino también al sentido mágico, divino: Al sentido del
tacto; con sus centros emisores y sus radares. Es el Arte hechicero. Fuera de eso, no se sirve al Teatro,
sino que se sirven o nos servimos del teatro. No está hecho para acentuar
aquello que separa a los hombres, sino al contrario, para volverlos a unir.
No está hecho para la división, sino para la unión. No está hecho para
sustentar los odios, sino para facilitar el intercambio y la comprensión. Es necesario ante todo, que “uno mismo”
desaparezca, dándose todo entero, se desintegre, se funda en los demás,
aceptando todo, dirigiendo todo, para que al final de esa zambullida pueda
reaparecer asumiendo, entonces, a los demás. Esa es, bajo formas profanas, la
vocación del teatro: el don total de sí para poder asumir a los demás. Esta, la profesión apasionada, la
delirante definición del teatro que nos dejara uno de los mejores actores de
todos los tiempos, el gran hombre de teatro, el actor Sol, Jean-Louis
Barrault, a modo de visión de vida, de concepción del mundo, de
weltanshauung, a partir de su experiencia escénica, donde yendo “de lo
interior individual a lo interior colectivo”, la dignidad humana se debate
entre deseos, desechos, rechazos, complejos, impulsos, egoísmos, salud, asombros,
vicios, vida, insomnios, muerte. En fin, -repitámoslo – comprendió como
hemos de comprenderlo perfectamente que el teatro es sobre todo amor y, su
contrario, muerte. Es cita, emoción, ofrenda, elevación, don de sí.
Intercambio, comprensión, goce, comunión. Regocijo, orgía. El ser desnudo. La
Vida pura. Olvido, muerte, sueño y justicia. Comprendió que es necesario que
“uno mismo” desaparezca, dándose todo entero, se desintegre, se funda en los
demás, aceptando todo, dirigiendo todo, para que al final de esa zambullida
pueda reaparecer asumiendo, entonces, a los demás. Comprendió que la vocación
del teatro es el don de sí para poder asumir a los demás. Fuente: Adorno, Theodor W. et alii: “El
teatro y su crisis actual”. Caracas, Monte Ávila Editores, 1979, pp. 79-89. |