A flor de siglo
A flor de siglo, el hombre a tientas viaja de espaldas a su sombra. Los
árboles extrañan su presencia; los lagos y los sauces, su tristumbre. Las
nieves en sus cimas lo recuerdan; las huertas añoran sus semillas. Con
amplias tiendas en Marte y en la Luna, desolada, la tierra sólo es queja,
lamentación, huracandad y grito, sin árboles, sin lagos y sin nieves; sin
huertas, sin almácigos, sin hombres. Apenas duerme el sol en altas cimas, al
lado del rugido de los vientos, en noche sepulcral, horrenda y fría,
lecho de fauces, fosas y lamentos. Soledad, soledad, la de la tierra, con
sólo el sol soldado y centinela. A flor de siglo, casi sueño, el hombre,
sombra de paso por la noche en sombra, árbol sin tierra, fuego
entumecido. Feracidad el siglo que amanece con su canto debajo de las
aguas. Lejos, borrosos, quedos, los caminos El agorero llanto de los pájaros
esconde en su garganta la cigarra - guitarra augusta en forestal plegaria -.
Mañana cuando tornen las luciérnagas, el sol sobre la copa de los árboles
brindará por los sueños de los hombres, por el canto del bosque y sus
caudales, porque regresen todos los caminos y sol y nieve sigan siendo
hermanos. Ligeros de equipaje, vamos o venimos. De repente el rocío mañanero
bendice nuestra suerte. A tientas cada noche, en sueños o vigilias,
reconocemos nuestra casa entre la luz de los postigos. Una que otra
luciérnaga alumbra la esperanza. El aire bailotea en la espesura, los gallos
poco a poco se despiertan y echan al voleo su largo canto. Algún colegial
abre el camino de la acera. Alguien de prisa nos saluda. Sin pensarlo,
nos hallamos estrenando sueño, día, mes, año, siglo. Todo debe ir con acento
cuando la vida de regreso llama, cuando se aclaran todos los caminos.
Buscaremos todo, al final encontraremos nuestro viaje. Seremos lo que fuimos,
mientras somos. Iremos al paso de una sombra. El paso de una sombra nuestra
vida. Modo de jugar a muerte, a noche, a sueño, a vida. Juego antiguo,
incógnito, perdido. Datos, señas, cifras, para ocultar la noche; para asaltar
el alba ante el altar del viento enfurecido. Intento, soplo, eterno el
alarido. Porque toda piedra alguna vez fue estrella. Porque venimos de polvo
de estrellas, polvo de estrellas somos y en polvo de estrellas nos
convertiremos. Si supiesen los hombres del camino, tornarían repletos de
regresos. Si advirtiesen el fuego de la aurora, sus morrales de fuego
encenderían. Si el hombre se midiese con el viento, sabría que todo pasa como
el sueño. Si atisbase la clave de los pájaros, descubriría el sueño de la
tierra. Si echasen un vistazo al sueño, al mundo, de incógnitas su vida
llenarían. Si supiesen del alma de la vida, de su sombra el tamaño
conociesen. Si la muerte los hombres divisaran, vivirían pendientes de la
vida. “Llega un milenio y se va otro… por el camino como yo te consumes/ y
como todos te desapareces,/ pero tu vuelo siempre da en el blanco… Por esta
calle ya pasó mi entierro… Lo voy siguiendo ahora desde lejos,/ al paso de
los años”. “En el buzón de tiempo las palabras/ se fraccionan en sílabas y
llantos/ otras se juntan como peces/ que huyeron de su orilla/ y algunas más
se reconocen/ en las navajas del silencio… Cada siglo es un mito o un
escándalo/ pero sólo al final nos deja atónitos/ sin saber qué ocurrió / qué
está ocurriendo/ qué dejamos atrás en los jamases/ cuál es el mundo real / el
que se apaga/ o el que nos deja el corazón sin dioses… en qué muelle en qué
azar en qué crepúsculo/ destaparán su siglo los venales/ para brindar por
íntegros y libres… tengo los pies desnudos para entrar en el siglo/ y
el corazón desnudo y la suerte sin alas/ vamos a no estrenarlo con quimeras
exangües/ sino con el dolor de la alegría”. |