Autonomía
Universitaria
En el hormigón de la autonomía es donde ha de fluir y
plasmarse el mejor concepto de salud universitaria. Al interior de la
moderna concepción de la "Economía del Conocimiento", la
autonomía de la Universidad ha de resultar intrínseca, constituir un simple
acto de reconocimiento, una propiedad inherente a la institución en sí. La
Universidad, corporativa, universal, científica, es, por naturaleza, per se, autónoma, en cuanto que a la autonomía le
compete el Poder del Saber: del saber científico, riguroso, sistemático,
creativo. A la Universidad, por ende, ipso facto,
le compete el desarrollo del pensamiento crítico, de la independencia de
criterio, constructiva y eficiente, de las
potencialidades físico mentales de los sujetos en cuestión, dentro de la
mayor fluidez de un organismo por antonomasia deliberante.
Ya sea que la Universidad enfatice sus acentos en la
docencia, la investigación, la extensión o en el servicio al progreso en
general, la "Economía del Saber", el poder de la sociedad
postindustrial basado justamente en el saber, nos lleva a la conclusión de
que, si bien hemos de reconocer el valor intrínseco de la autonomía,
"no obstante, la autonomía tampoco puede ser ubicada como pretexto
para no asumir el reto de la eficiencia". (José Luis Reyna).
La autonomía representará cada vez más el reto a la
eficiencia, mejor, la eficiencia será el reto permanente para la autonomía,
el reto mayor de nuestra Universidad. Sobre todo, en función de la
sobrevivencia de nuestra sociedad en vías de autodesarrollo.
Ser autónoma la Universidad significará más que estar en disposición de
competir, estar en condiciones de "producir" y producir
sinérgica, creativa y solidariamente.
A pesar de todas las desviaciones endógenas y exógenas
que amenazan a la Universidad, a pesar de los múltiples perfiles o
especificidades que cada día caracterizan a nuestras Casas de Estudios
Superiores: desde la "universidad gendarme", de
"producción" o de "extensión" hasta la "profesionalizante",
"tecnocrática" o "vendedora", hemos de reflexionar
sobre las ventajas, razones, bondades o inconvenientes de los distintos
modelos universitarios vigentes.
Frente a tal abanico de modelos, hemos de tener la
convicción de que la ponderación y el análisis de los mismos han de
arrojarnos las mejores luces para que seamos capaces de asimilar los
beneficios de unos y otros en pro del esclarecimiento de una reconversión
intelectual, delante de una crisis universitaria que nos demanda
responsabilidad para adelantar, con visual prospéctica,
la mejor "reforma universitaria que debe pasar necesariamente por la
crítica de métodos y contenidos de la enseñanza, como también por una
definición actualizada del concepto de la autonomía rediseñando la relación
entre sociedad y universidad". (Camilo Taufic).
Sólo, así, podremos reconocer los alcances del poder del
saber, es decir, de la autonomía misma, lejos de conformismos, presiones o
prejuicios que nos hagan olvidar la superior misión de la dedicación a la
verdad, fundamento de la libertad, la eficiencia y la eficacia, razón de
ser de toda universidad.
Sólo, entonces, autonomía significará capacidad de
autodeterminación conforme a propia ley; autosuficiencia compartida en
función de integración; competencia, producción, acción, animación,
reactivación, reconversión, conforme a la ley del saber, es decir, a las
leyes de la eficiencia y la eficacia.
Sólo, entonces, la Universidad, connaturalmente autónoma,
concebida como institución al servicio del orden y avance social, podrá
atender las demandas y necesidades humano - colectivas, a partir de una
racionalidad que permita definir una real independencia y un libre
desarrollo del saber, en función de una madurez institucional —de una
revitalización— que garantice la fluidez de la vida interior y de los
valores del hombre integral tanto en sus producciones materiales como en
sus realizaciones espirituales, es decir, el pleno desarrollo del estado
autónomo.
Realmente una autonomía progresiva universitaria debería
depender tanto de la vigilancia y auditoría externas, como de la
potencialidad académica interna. Indudablemente que tal autonomía, basada
en iniciativas internas, no puede dejar de contar con la anuencia racional
de los poderes externos, quienes deben reconocer que, gracias al fortalecimiento
de las fuerzas académicas universitarias, se enriquecerá aún más el devenir
político de sus propias ideologías y aspiraciones y el de la ideología y la
identidad nacional.
En una palabra, la autonomía universitaria debe
corresponder a la convergencia del binomio de fuerzas endógenas y exógenas,
capaces de lograr el equilibrio necesario para la concepción, afianzamiento
y proyección del verdadero Proyecto Nacional, requerido por la sociedad en
un momento dado, en una coyuntura de prospección como la presente.
En los países modernos se crea un verdadero ligamen
funcional entre el progreso socioeconómico y la actividad de la
universidad, obligada por los acontecimientos a tomar parte en los
objetivos del desarrollo de las naciones. Prácticamente, la socialización
de la universidad la hace marcadamente responsable del progreso económico y
cultural de la comunidad nacional.
De donde la tendencia más generalizada sea la de concebir
a la institución universitaria como un auténtico servicio social, dentro de
una función crítica, donde ella no puede prestar la atención a todas las
necesidades que le sean propuestas, sin antes juzgarlas previamente. He
aquí el desafío: ¿Cómo conciliar, por ejemplo, la libre función de la
investigación de la universidad con los intereses sociales que se le exigen?. Parece ser que el asunto fundamental sea el de
armonizar su sumisión a los intereses de la sociedad, expresados por el
poder político, con una autonomía efectiva. Sin una cierta separación, una
cierta distancia, un puente catalizador, en relación con el sistema, su
acción se esteriliza ineluctablemente. He ahí el dilema: sumisión al poder
o independencia: conciliar dos variables, en búsqueda de una autonomía
progresiva y efectiva.
O está la universidad al servicio de los intereses
particulares de un grupo privilegiado. O está al servicio de su
investigación, su misión y visión, su eficacia y eficiencia, en consonancia
con los intereses globales del estado, con las exigencias del Poder del
Saber, bajo previa función crítica constructiva. (Hervé
Carrier).
Vigencia de la cultura nacional enmarcada en un campo
intelectual definido, conjunción de fuerzas avaladas por concesiones
racionales en pro de un Proyecto Nacional de largo alcance, dentro de una
utopía concreta, han de constituir los pilares fundamentales en que debe
afianzarse una verdadera autonomía universitaria de cara al porvenir.
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