Libremos
el azul de la esperanza
El 11 de septiembre del 2001 sienta las
bases del nuevo orden mundial en el cual los EEUU conciben que su rol está en
erradicar al terrorismo teniendo la licencia de poder inmiscuirse
militarmente en los lugares que consideren necesario. Entre tanto, no queda
sino tender sobre el horizonte el azul de la esperanza. Hegemonía mundial
unipolar Dentro de la dinámica bélica del control
del mundo, estamos de acuerdo con Ana Esther Ceceña en que la hegemonía
económica estriba en la capacidad para determinar el paradigma tecnológico
sobre el cual se asienta la reproducción material global y para establecer
los modos de su implantación generalizada, así como en la posibilidad creada
desde la propia tecnología para apropiarse del plusvalor generado en la
sociedad mundial. En una sociedad regida por la competencia y el conflicto,
el triunfo propio y la derrota del contrario constituyen su ethos y el
elemento ordenador de las relaciones sociales, pudiendo percibirse el
problema de la competencia como un campo de batalla en el que la posición y
las estrategias empleadas son los elementos de definición de resultados, la
búsqueda principal, el emblema de la victoria. La hegemonía es una categoría compleja
que articula la capacidad de liderazgo en las diferentes dimensiones de la
vida social. El hegemón - individuo, líder, país o imperio - tiene que ser
capaz de dirigir por la fuerza y por la razón, por convicción y por
imposición. Es decir, la hegemonía emerge de un reconocimiento colectivo que
comprende cualidades o preceptos morales que adquieren estatuto universal
como energía o fuerza para sancionar su cumplimiento. Gramsci la define
justamente como la capacidad para transformar la concepción propia,
particular, en verdad universal, sea porque las condiciones materiales que la
generan y la acción del sujeto colectivo que la sustenta logran construir
amplios consensos, sea porque todos los mecanismos de corrección social y
establecimiento de normativas afines a esta concepción del mundo se imponen
como esencia moral y valores compartidos, mediante el recurso a la violencia
en todas sus formas, justificando así la sanción a la disidencia en
cualquiera de los campos de la vida social. Lo que con mayor énfasis destaca
Gramsci es que la clase dominante ejerce su poder no sólo por medio de la
coacción, sino además porque logra imponer su visión del mundo, una
filosofía, una moral, costumbres, un "sentido común" que favorecen
el reconocimiento de su dominación por las clases dominadas. Definitivamente,
la hegemonía, como expresión de una verdadera dirección de la sociedad por la
clase dominante, se asienta en bases materiales concretas, donde el elemento
represivo, en sus distintas variantes, cobra una importancia sustancial para
preservar el orden vigente. La hegemonía requiere de una
construcción simultánea en los planos militar, económico, político y
cultural, creando las condiciones reales e imaginarias de invencibilidad,
constituyéndose en paradigma de referencia y en sancionador en última
instancia, colocándose como hacedor y árbitro de las decisiones mundiales,
haciendo de la propia concepción del mundo y sus valores la perspectiva
civilizadora reconocida universalmente. Dentro de la estrategia de seguridad
nacional, de reafirmación de la hegemonía para un nuevo siglo, un nuevo
milenio, los objetivos generales que debe garantizar el Departamento de
Defensa de USA son: asegurar la creación de un ambiente internacional
favorable a los intereses de Estados Unidos; tener la preparación y presteza
necesarias para responder al amplio espectro de crisis que amenaza los
intereses de Estados Unidos; tomar las previsiones necesarias para estar
preparados ante la incertidumbre del futuro cercano. En lo que concierne a nuestra América,
la nueva arma de la hegemonía de EUA es el ALCA. Habrá tiempo para referirnos
a esta nueva máscara de la hegemonía mundial unipolar, mientras hemos de
darle la razón a quienes como Koichiro Matsuura, desde la cabeza de la
UNESCO, piensan que humanizar la globalización no es un sueño: es una
ambición que se corresponde con una necesidad fundamental que todos debemos
abordar unidos; puesto que la globalización no es una fuerza exterior que se
ha desatado sobre nosotros: es y será lo que hagamos de ella. Hay un dolor de huecos Los intereses vitales de Estados Unidos,
en torno a los cuales se organiza toda la actividad del Departamento de
Defensa, comprenden: Proteger su soberanía, su territorio y su población.
Prevenir la emergencia de hegemones o coaliciones regionales hostiles.
Asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros
de energía y a los recursos estratégicos. Disuadir y, si es necesario,
derrotar cualquier agresión en contra de Estados Unidos o sus aliados.
Garantizar la libertad de los mares, vías de tráfico aéreo y espacial y la
seguridad de las líneas vitales de comunicación. En referencia a las
dimensiones del escenario en el que se dirime la hegemonía mundial, éste se
modificó sustancialmente con algunos acontecimientos paradigmáticos, cada uno
de los cuales con implicaciones y secuelas de diferente carácter: La derrota
de la guerra en Vietnam, el estallido del mundo socialista y ahora el
reciente ataque del terrorismo. Efectivamente, el horizonte se amplió pero su
control se hizo más difuso. Ni el mayor hegemón, constituido ahora como poder
global, actualmente vulnerado, es capaz de dominar todas las fuerzas
sociales, organizadas o descontroladas, que lo conforman. En este contexto el
diseño de estrategias y el propio pensamiento estratégico se colocan en un
lugar central dentro de la organización de la dominación y la competencia.
Esto repercute en la tonalidad militarista que han ido adquiriendo las
relaciones mundiales, y que tiene evidentes y profusas manifestaciones en la
vida cotidiana y en la creación de imaginarios, y explica por qué la teoría y
la praxis militar se han ido comiendo los espacios de expresión de lo
político. En la hora presente, cuando de nuevo la
cultura de la guerra enarbola sus huestes y banderas, recae en manos del
diseño y el pensamiento estratégico de la hegemonía mundial unipolar la
ocasión de optar definitivamente por la guerra o la paz. Si vis pacem, para
bellum, nos lo dice claramente De Re Militari. Llegó la hora de definiciones
claras y precisas. Como lo desea Federico Mayor: "Pasar de una cultura
de guerra a una cultura de paz. Transformar las lanzas en arados. Evitar el
horror de la guerra a nuestros descendientes." O como lo advirtió Federico
García Lorca: "Tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los
cementerios. Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. Hay un
dolor de huecos por el aire sin gente... Nada más poético y terrible que la
lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre. Nieves, lluvias y
nieblas subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero éstas, ciegas a todo
juego, expresan su intención fría, enemiga del misterio, y cortan los
cabellos a la lluvia o hacen visibles sus tres mil espadas a través del cisne
suave de la niebla" Vidente en Nueva York Arquitectura extrahumana, ritmo furioso,
geometría, angustia, crimen, bandidaje. Nieves, lluvias y nieblas subrayan,
mojan, tapan las inmensas torres, pero éstas, ciegas a todo juego, expresan
su intención fría, enemiga del misterio, y cortan los cabellos a la lluvia o
hacen visibles sus tres mil espadas a través del cisne suave de la niebla.
Hay un dolor de huecos por el aire sin gente. ¡Negros! ¡Negros! ¡Negros!
¡Negros! La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. Sangre que
busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo. ¡Hay que huir!,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano
del bosque penetrará por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve
huella de eclipse. ¡Oh salvaje Norteamérica!, ¡oh impúdica!, ¡oh salvaje!
¡Que no baile el Papa! ¡No, que no baile el Papa! Ni el rey, ni el millonario
de ojos azules, ni las bailarinas secas de las catedrales. Que ya las cobras
silbarán por los últimos pisos. Que ya las ortigas estremecerán patios y
terrazas. Que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, y muy pronto, muy
pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street! Cuando empiece el tumulto de la guerra
dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina. Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte. ¿Qué voz perfecta dirá las verdades del
trigo? ¿Quién el sueño terrible de tus anémonas manchadas? Agonía, agonía,
fermento y sueño. La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises. Urbe
aulladora, el cielo tendrá que huir ante la revuelta de las ventanas. Manzanas levemente heridas por finos
espadines de plata, mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos caerán
sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula que unta de aceite las lenguas
militares. Los maestros enseñan a los niños una luz maravillosa que viene del
monte; pero lo que llega es una reunión de cloacas donde gritan las oscuras
ninfas del cólera. Yo vi dos dolorosas espigas de cera que enterraban un
paisaje de volcanes y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas
de un asesino. Pero el dos no ha sido nunca un número porque es una angustia
y una sombra, porque es la guitarra donde el amor se desespera, porque es la
demostración del otro infinito que no es suyo y es las murallas del muerto y
el castigo de la nueva resurrección sin fusiles. Los muertos odian el número
dos, la luz tiembla delante de los gallos y los gallos sólo saben volar sobre
la nieve, tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
Pero el viejo de las manos traslúcidas dirá: amor, amor, amor. Dirá: paz,
paz, paz, entre el tirite de cuchillos y melenas de dinamita. Mientras tanto,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube, ha de gritar aunque le
estrellen los sesos en el muro, ha de gritar frente a las cúpulas, ha de
gritar loca de fuego, ha de gritar loca de nieve, ha de gritar con la cabeza
llena de excremento, ha de gritar como todas las noches juntas, ha de gritar
con voz tan desgarrada hasta que las ciudades tiemblen como niñas y rompan
las prisiones del aceite y la música. Porque queremos el pan de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la
voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos. (Extractos de "Poeta
en Nueva York" de Federico García Lorca, cuando a punta de locura,
misterio y embriaguez, el vidente balbucea el fuego que le quema). United States Podrá no entenderse el mensaje de Lorca,
quien hace casi un siglo a punta de locura, misterio y embriaguez, vidente
empedernido, tan sólo logró balbucear el fuego que le quemaba ante el
horripilante fantasma neoyorquino, ante ese inmundo estercolero, donde llegan
oro y muerte en ríos de todas partes de la tierra; donde como en ningún otro
sitio del mundo se siente la ausencia total del espíritu; mas es el propio
Libro quien nos lo recuerda: "Vino entonces uno de los siete ángeles que
tenían las siete copas, y habló conmigo y me dijo: Ven acá, y te mostraré la
sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con
la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se
han embriagado con el vino de su fornicación. Y vi una mujer sentada sobre
una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y
diez cuernos; y en la frente un nombre escrito, un misterio: La madre de las
rameras y de las abominaciones de la tierra. Y cuando vi quedé asombrado con
gran asombro. Y el ángel me dijo: ¿Por qué te asombras? Yo te diré el
misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete
cabezas y los diez cuernos. Las siete cabezas son siete montes, sobre los
cuales se sienta la mujer. Y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno
es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve
tiempo. Y los diez cuernos que has visto son diez reyes que aún no han
recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente
con la bestia. Y los diez cuernos que viste, éstos aborrecerán a la ramera, y
la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con
fuego. Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre todos los
reyes de la tierra." O evocando a nuestro camarada Rafael
Guerrero, Carlos Guérin: "United States. Testimonio 1965. Cualquier año
de este siglo. USA. Cohetes espaciales y negros apaleados. USA.
Desgraciadamente Walt Whitman y fósforo asesino en Viet Nam. De tal manera
que venimos a decirte: Déjanos en Paz! Guarda tus bombas asesinas. USA guarda
tu mundo para USA. United States Carnicería. Lava tu alma de
matarife, déjanos soñar no pesadillas sino sueños! Somos jóvenes. Millones de
jóvenes. Con una novia y una canción en el recuerdo. Por qué tú United States
nos robas el derecho a vivir. Y para recobrar lo que nos pertenece ya
empezamos a empuñar fusiles por culpa de tu instinto homicida! USA Vete! Lía
tu fardo de miseria. O te echaremos. Te largaremos. No vamos a permitir que
sigas destruyendo nuestras vidas, saqueando nuestra tierra. USA John y Jane a
orilla de cualquiera de tus ríos o del mar. Unidos para el amor, para la
vida. Y al mismo instante en cualquier parte de la unión Unidos Ku Klux Klan
crucificando un hombre de color. USA sangriento y tramposo, inquilino de
nuestra geografía, que has hecho inhabitable por la ponzoña que destilas.
Alimaña! Eso eres USA. Y así te conocemos. No podemos decir: USA eres un
matón de siete suelas. No sabes ni siquiera de la dignidad del matón que no
utiliza golpes bajos ni cobardes. Por eso te decimos: Yanki Go Home. Vete o
te echaremos. No quisiéramos que nuestras manos en vez de acariciar la vida.
De construir en el campo, en el taller, en la escuela, el futuro, tengan que
cerrarse en puño para golpearos!" Sacando cuentas imperiales La norteña fogarada espeluznante,
neoyorquina, evidenció el odio de los desheredados y los explotados hacia la
potencia mundial dominante. Permitió evocar el horripilante fantasma de ese
inmundo estercolero, donde llegan oro y muerte en ríos de todas partes de la
tierra. Comprobó que el terrorismo es creación del hombre en complicidad con
sus dioses, según mandato bíblico: “Cuando te acercares a una ciudad para
atacarla, le brindarás la paz. Si la acepta y te abre, la gente de ella será
hecha tributaria y te servirá. Si en vez de hacer paces contigo quiere la
guerra, la sitiarás; y cuando Yavé, tu Dios, la pusiese en tus manos, pasarás
a todos los varones al filo de la espada”. Deut. 20,10-14. El terrorismo,
invento, engendro de los hombres, es factura, cobranza histórica, homeostasis
en medio de las hegemonías establecidas en el orbe, signadas por la
dominación del terror, en sucesivos actos de violencia. Los hechos terroristas nos confirman que
el odio genera a las guerras y las guerras sólo se ganan con violencia; que
buena cantidad de pueblos oprimidos, en creciente acumulación de frustración,
empiezan a vislumbrar que sus propios opresores nacionales son nada más que
instrumentos de políticas que favorecen al centro hegemónico imperial; que
los términos de intercambio geopolítico-cultural no los va a cambiar el
imperialismo sin dejar de ser lo que es; que el imperativo de mantener sus
políticas irá enfrentando al imperio a sectores mundiales cada vez más
numerosos y articulados, hasta que surja un salto cualitativo en que ni
siquiera convertir a todo el hemisferio occidental en una fortaleza compartida
por estados policiales, y dedicar la industria nacional y la tecnología a la
producción de guerra, podrá evitar el desenlace. Osama Bin Laden ha sido el hombre capaz
de instaurar el orden del día, la agenda política de los nuevos tiempos:
vivir entre una permanente economía de guerra, saludable a las inversiones
capitalistas, y un terrorismo que la justifica. Ante la obcecada persecución
de las reservas de petróleo del mundo y otras apetecibles yerbas,
paradójicamente, Osama Bin Laden, en un como contubernio o conchupancia
geopolítica mundial, pareciera ser y seguir siendo un asiduo colaborador de
la CIA, conocedor de los secretos influyentes, de los intríngulis de las
élites hegemónicas occidentales. A modo de deus ex máchina, la mesa in
scena de Osama Bin Laden justifica la idiota "guerra de
civilizaciones" que necesitaba la hegemonía imperial, la mezquina
ultraderecha del orbe, para maquinar, para echar a andar su economía de
guerra, abriendo la puerta para la conflagración de los fundamentalismos, que
el mundo entero disfruta como show televisado. Estados Unidos reacomoda sus fuerzas. Su
presupuesto de guerra y el rompimiento de históricos tratados tienen a EE UU
en la mira del mundo. En efecto, acaba de retirar su firma de la Corte Penal
Internacional (CPI), uno de los grandes pasos en la globalización de la
justicia, ratificado ya por 66 países, pues, en denuncia del Presidente de la
CPI: “Estados Unidos sólo está interesado en los tratados que puede controlar.”
Lo que hace pensar a la internacionalista Luz María Sierra que estamos ante
el nacimiento o consolidación de un nuevo imperio: “Sólo el paso del tiempo
dirá si el revolcón que se está dando en EE UU —que por momentos hace ver al
imperio romano, que reinó hace 20 siglos, como un juego de soldaditos de
plomo— será efectivo contra su nuevo enemigo: el terrorismo.” La guerra santa americana (American Holy
War) ha llevado al escritor y filósofo Rafael Argullol a formular su reciente
Manifiesto contra la servidumbre, en el que expone pensamientos como éstos:
“La aceptación de la idea —loca o, peor, 'santa'– de un terror universal
comporta la asunción de una servidumbre también universal. Podemos combatir
los miedos, pero como el terror es imbatible todos nos convertimos en sus
siervos: desde el más miserable súbdito hasta el mismo emperador.” Ante la sacralización del terror y de la
guerra, Argullol sostiene que “Estados Unidos ha cruzado un Rubicón sin
precedentes en la historia, moderna o antigua, al afirmarse como única
potencia imperial, con dominio sobre todo el planeta y aun, si atendemos a
los planes puestos en marcha, sobre el espacio que rodea la Tierra.
Naturalmente el gesto ha ido acompañado de un tan colosal incremento del
presupuesto militar que, en la actualidad, éste representa la mitad de todo
el gasto armamentístico del mundo. Este poder, para el cual no hay
antecedentes, es, a juicio del istoriador Paul Kennedy, el dato más relevante
de nuestro presente.” Su Manifiesto tajantemente lo remata así:
“Y no obstante, el principal peligro de este recién inaugurado siglo XXI no
es tanto tal o cual miedo —siempre ha habido miedos y hombres libres luchando
contra los miedos–, sino la sacralización del terror. Esto nos hace unánimes,
esto nos hace pasivos, esto nos hace ignorantes o cómplices de lo que
fingimos ignorar. La esperanza es que, sabido el nuevo peligro, seamos
capaces de concebir una nueva rebeldía. Si esto fuera un manifiesto no
dudaría en acogerme a la sabiduría dura pero inconformista de Albert Camus
para concluirlo: Je me révolte donc nous sommes.” Canción contra la guerra En el Oriente se encendió esta guerra.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama
empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías? Este juego es infinito. Nos
recordaría Jorge Luis Borges, en este bélico ajedrez al que asiste hoy el
orbe entero. Vallejo, en cambio: Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no
sé. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo
sufrido se empozara en el alma... Yo no sé. Hay golpes en la vida tan
fuertes... Yo no sé. Entre tanto, increpa Gabriel Celaya: ¡Oh la USA del
dólar, oh atómica agresora, Cartago anti-humanista, gigante que levantas
sobre unos pies de barro tu cuerpo de oro y hierro, malditas sean tus madres,
malditas sean tus huestes! Pues la USA siempre paga lavándose las manos,
aséptica, correcta, comercial, puritana, y los Wasps, como saben lo que es un
buen negocio, comprarán nuestras vidas masturbándose el oro. Vientos del pueblo me llevan, vientos
del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me avientan la garganta. Si
me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando
espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en
medio de las batallas. Sería de nuevo el canto de Miguel Hernández. De pronto
media León Felipe: Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del
mundo. ¿Me habéis entendido, poetas infernales? Virgilio, Dante, Blake,
Rimbaud... ¡Hablad más bajo! ¡Tocad más bajo!... ¡Chist!... ¡¡Callaos!! Yo
también soy un gran violinista... Y he tocado en el infierno muchas veces...
Pero ahora aquí... Rompo mi violín... y me callo. Y el vidente de Nueva York
advierte: No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Pero
si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo! Haya un panorama
de ojos abiertos y amargas llagas encendidas. No duerme nadie por el mundo.
Nadie nadie. Ya lo he dicho. No duerme nadie. Mientras tanto, Gustavo Pereira nos
recuerda su canción: Alguien soñaba cierta noche que todos los poetas del
mundo, a un solo impulso, escribían sobre las paredes o los muros de las
ciudades de la tierra una canción contra la guerra. Y que todas las madres y
los padres y los niños y los jóvenes y las muchachas de todas las ciudades,
las aldeas, las praderas, las montañas y los mares del mundo copiaban aquella
canción en los cuadernos y en los platos, en las ollas y en las sábanas, en
los zapatos y en las arenas, sobre los autos y las chimeneas, sobre las
camisas y las pelotas. Hasta que todo el mundo fue una sola canción contra la
guerra. Ni los políticos bribones, ni los militares obtusos, ni los
científicos de la destrucción ni los mínimos ni los máximos comerciantes de
la guerra pudieron atreverse a nada, mucho menos a soplar su globo de
colores, pues la terrible P de la palabra Paz golpeaba con tanta furia sus
intestinos que cada vez reducía más a gabazo su mala fe. Canción de Paz ANCHA SOLEDAD de los desiertos. Sol en
los tejados. Silenciosa frescura del aljibe. Vellón azul rondando por el
aire. Voz en alta llamarada. Milagro para el rayo en muerte de la guerra.
Canto de la brisa, el sol y las quebradas. Amor que no puede caminar como una
hoja. Una hoja entre el viento que camina o un
camino entre el vientre de la hoja que se va. Hoja y camino. Camino caminando
con el viento. Incógnita en el tiempo. Una pregunta en pie para los hombres.
Colina para otear a Dios. Hondonada para hallar la luz. La cresta de un
lucero, por el postigo corazón mirando. Susurro de los árboles, tu sueño. Tu
corazón, del tamaño del mar que conocemos. Tu cabellera, los ríos, las
quebradas, los riachuelos. Diminuta, te escondes en los sauces que duermen a
los lagos, en los cipreses de la tumba ajena, en los aljibes de las casas
solas; en los zaguanes del amor del viento o en las pestañas de la madre
pobre. Hojarasca entre la noche de los pájaros.
Tronco fatigado por el tiempo y la tormenta. Latido de fogata crepitando
entre la fronda. Lumbre y mujer para la misma sombra.
Sueño y silbido para el mismo abismo. Amanecer y tarde florecidos,
floreciendo en las sienes de la flora. Lucero y arrebol, azules horas. Cocuyo
entre rastrojos vespertinos, iluminando el resplandor tardío, las noches de
vigilia arrobadora. Júbilo, alumbramiento, bienvenida. Ara
en fulgor para el altar del tiempo, para elevar el corazón festivo. Trino con
que cantamos a la vida, cuando la suerte nos ofrece el huerto para sembrar de
estrellas el camino. El pan, el oro, la solemne sombra en
esplendor divino, la alegría. Infancia en llama, en canto, en lejanía que el
transparente corazón la nombra. La soledad que en la vereda asombra al trigo,
al viento, al lirio en noche fría. Ardiente claridad la poesía que el huracán
del corazón alfombra. Encanto de la luz, la Navidad que
alumbra el triunfo matinal del hombre y el silencioso arroyo del deseo. En
glorias del amor, la huracandad con que la brisa de la luna asombre la
encantadora música de Orfeo. Conoces nuestra locura como nadie más
conoce. Nos visitas muy de madrugada o cuando cae el sol sobre el tejado.
Contigo "supimos los misterios de las cosas como si fuéramos espías de
los dioses". Sus secretos descubrimos. Conoces todas las nieves, todos los
riscos, todos los gestos de los hombres, todo el espesor del viento, la justa
medida de la espera junto a la luz total de nuestras cosas. Fabricas los
sueños del jardín. Doblegas la furia de la guerra. En cada atrinchera nos
proteges; nos cubres en cada retirada y avanzas con nosotros, la primera. Has asistido a mil batallas y tienes
otras mil por combatir. Ilesa saldrás en cada portachuelo. Ninguna polvareda
nublará tu paso, menos las luces de tus blancos senos. Mientras seamos capaces de asistir a un
terremoto sobre un rayo de luna o a una tempestad en una gota de sol, crecerá
tu sombra, Hilandera Majestuosa, la de todos los hilos de los sueños. Desde los Decretos de Belén y de la Sala
de Actos del Smolni, con el mundo entero por testigo, tranquilidad no del
orden existente, sino la de un orden nuevo, en busca de una humanidad nueva. La de elevar al hombre nuestro sueño. La de tan amarte y tan morirte, P A Z PLEGARIA POR LA PAZ Cuando el aire huele a pólvora la guerra
envejece el corazón. En la noche de la guerra, del hambre y
de la lluvia, aparece, gigante, la sombra de la muerte. Habrá de haber tiempo para la Poesía, si
no quieren pueblos y hombres sucumbir antes de tiempo. Por los niños perdidos en la guerra:
¡Señor, danos menos fuerza para la guerra y más valor para la paz! Una leve sospecha nos consume: al borde
de esta nueva primavera van los hombres derecho hacia la guerra, dispuestos a
acabar con la alborada. Amigos y enemigos se confunden con los
mismos presagios de la muerte; no bastan los sollozos de las flores para
calmar las furias de los vientos. Definitivamente se pelea. La sangre de
los hombres se derrama. Cada vez son más altas las hogueras. La pavura del hombre se agiganta. Al
verse codo a codo en la trinchera ni dueño de su sombra ya se siente. Hablamos de la muerte, compañero, la
misma que nos tiene sin cuidado, la que ha perdido el precio entre nosotros,
la muerte, la infalible compañera. Pensamos en los campos de batalla, en
ellos se nos funde la esperanza. Pensamos en mejores madrugadas para el pan
amasado con la aurora. Pisoteada está la primavera. Son pocas
las mañanas que nos quedan. No está quedando tiempo para el sueño. Cuidemos entretanto a nuestros hijos
mientras trenzan sus sueños lentamente. Sigamos con la vida que nos resta. Por los niños perdidos en la guerra:
¡Señor, danos menos fuerza para la guerra y más valor para la paz! Es tiempo de velar por la esperanza, por
los nuevos caminos de la aurora. Es tiempo de acercarnos a la madre a pedirle
el aliento de la vida. Es tiempo de mirar a las estrellas, de
andar con el hermano que nos queda a la huerta perdida entre la aldea para
ver qué semillas recoger. Es tiempo de arrumbar los macundales, de
encontrarnos de nuevo con la vida para invocar la aurora del vidente. Es tiempo del mejor amanecer, de
esperar, bien armados de paciencia, acampar en espléndidas ciudades. |