Aproximación a
Manuel Felipe Rugeles Manuel Felipe Rugeles (1903-1959), el
poeta por antonomasia del Táchira, es alguien a quien no ha sido posible
ubicar fácilmente dentro del concierto de la lírica venezolana, por
pertenecer más bien al reino de lo clásico, dentro de su perdurabilidad y
fidelidad a su tiempo. En efecto, los críticos venezolanos no
se han puesto de acuerdo en la justa ubicación generacional de su obra. Pedro
Díaz Seijas la sitúa en la Vanguardia del 28. Juan Liscano la ubica y
desubica en el Grupo Viernes. Mientras Pedro Pablo Paredes lo considera el
“mayor representante de la Generación del 18, puesto que es quien hace
realidad estética cabal de los ideales de dicha generación; incorpora a la
lírica nacional el paisaje andino, en una como especie de neo-nativismo; y
alcanza, en cuanto que fue fiel a su tiempo y a su ámbito, categoría de
clásico. ¿Tuvo conciencia de su destino lírico, de sus posibilidades de
perduración, el poeta? Si no, no habría escrito en uno de sus instantes
cimeros: “La aldea me dio su alma. Yo di mi alma a la aldea”. “... Estos dos versos de Aldea en la
Niebla —libro fundamental en la lírica de Rugeles— son sin duda alguna clave
de toda su producción, tanto de la juventud visionaria como de la madurez
nostálgica.” (Fernando Paz Castillo). Agrega Paredes: “Manuel Felipe Rugeles,
en cuanto que constructor de poemas, se sitúa, muy inteligentemente, a igual
distancia del esmero orquestal modernista y las libérrimas estructuras
establecidas por el vanguardismo... Es quien mejor plasma estéticamente los
ideales de la Generación del 18: exaltar lo esencial venezolano.” Ubíquesele donde se le ubique, lo que
todos corroboran, es el hecho tan evidente de que fue Rugeles el autor que se
encargó de incorporar a la poesía nacional, a las letras patrias, el paisaje
andino. Allá aquellos que se desvelen por ver en Rugeles un poeta menor
dentro del nativismo, criollismo o costumbrismo, sin méritos de renovación
dentro de un neo-nativismo, por lo menos. Es el caso de Juan Liscano, quien
señala: “Su verdadera vocación lírica le inclinaba hacia lo popular, lo
romántico, inclusive lo discursivo... Cantor de inspiración fácil, cordial,
bohemio y reverente a la vez, en sus libros predominan las estilizaciones
folklóricas, el color regional, las cancioncillas, los romances, cuando no la
poesía entonada y elocuente.” Al considerar a Rugeles como la más
auténtica revelación poética de Los Andes del siglo XX, se está también de
acuerdo en que su temática mayor es la tierra: su tierra andina, en toda su
plenitud. He ahí su leitmotiv. En su caso, plasmada en la imagen de la Aldea
en la Niebla, transformada al final de su itinerario vital en la Aldea
Global, para decirlo, quizás no muy felizmente con McLuhan. Su visión del terruño, su cosmovisión
inmediata y mediata, hacen que su primera aldea sea, en fin de cuentas, el
mundo entero. Lo que permite a Orlando Araujo sostener la tesis de que “la de
Manuel Felipe Rugeles es una de las obras poéticas de más lograda
circunferencia en las letras de América Latina.” Uno de los poetas más representativos
entre los que perpetúan la huella del nativismo de Andrés Bello y Lazo Martí,
con marcadas afinidades con la lírica española de su época, Rugeles crea una
poesía esencialmente vernácula a partir de una purificación de nuestro
folklore y nuestro cancionero. Olvidábamos decir, con Jacinto Fombona
Pachano, que “si a algún poeta pudiera hallársele, a cualquier hora, en la
actitud eufórica y armoniosa del agua que fluye cristalina, ese poeta sería
Manuel Felipe Rugeles”. Poeta por la gracia de la tierra. Poeta
del Hombre y la Naturaleza Poeta de la montaña y de los niños venezolanos.
“... Y es que en la poesía de ‘¡Canta, Pirulero!’ el lenguaje se hace música;
esa música que no oyen los oídos del cuerpo de los niños, sino que es
audición imaginífera provocada por el dintorno de estrellas, árboles, flores,
pájaros, agua cristalina y torrentosa, viento silbante y taumaturgo;
elementos naturales que los niños —los más grandes mitómanos y soñadores—
conjugan para fabular el mundo maravilloso de la infancia.” (Alberto Castillo
Arráez). Afinidades electivas Sin llegar al extremo —lejos de nuestra
intención— de subestimar en algo la obra de Rugeles, valdría la pena un
estudio sobre sus afinidades con Antonio Machado que reconocemos existen.
Estudio que establecería deslindes y especificaciones y en donde, ciertamente,
la obra rugeliana aparecería cada vez más resplandeciente y con luz propia. Entre tanto, adelantemos algo. A ambos
creadores les une el entusiasmo por la tierra y el paisaje, “sus” paisajes.
Los títulos y contenido de “Soledades” y “Campos de Castilla” del sevillano
están muy cercanos al de “Cantos del Sur y Norte” de Rugeles. El plectro de
ambos poetas es la tierra, unida al noble sentimiento por el paisaje luminoso
que, desde niños, los encandila. Los colores castellanos, sus olivares, sus
estaciones, los cotidianos espectáculos de las callejuelas, las alusiones
infantiles, pueden fácilmente intercambiarse con el Color de la Patria, el
Color del Ande, del Valle, de junio, del mar; con el Retorno a la Heredad,
escogidos por el venezolano. La consubstanciación de Machado con Soria —con
sus “colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas roquedas / por donde traza
el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria...”— equivale a la pasión
de Rugeles por eternizar sus visiones andinas: ¡Dejad, amigos, que os recuerde la edad azul de los rebaños, cuando el vellón de los rediles era la nieve de estos campos! Elegía pastoral (Memoria de la Tierra) Todo en esta comarca se adivina de pronto así como recién nacido: el valle, la hondonada, la colina, están cambiando ahora de vestido. Tríptico del color de junio (Cantos de Sur y Norte) Mientras Machado en su soneto titulado
“Primaveral” nos habla de cómo el campo se viste de juveniles atavíos: Los caminos van del valle al río y allí, junto del agua, amor espera. ¿Por ti se ha puesto el campo ese atavío
de joven, oh invisible compañera? Sin ánimo de repetir algunos
paralelismos, ya detectados entre ellos y que perfectamente pudiesen
equivaler a meras imágenes eidéticas, nos permitimos presentar dos. Nos
referimos a la famosa cuarteta de Machado: ¿Dices que nada se crea? no te importe, con el barro de la tierra haz una copa para que beba tu hermano. Frente a la de Rugeles: No en vano medita el indio junto a sus blancas vasijas, sabiendo que son sus manos las que dan forma a la arcilla. Igualmente, ilustrativas estas otras
cuartetas: ¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás. Proverbios y Cantares - XLII ( A. Machado) Si un vaso desvencijado tiene alguna utilidad, un corazón viejo y triste puede servir mucho más. Certeza ( M. F. Rugeles: Coplas) Siempre nos ha llamado la atención la
calificación de “naranjos encendidos” de Machado frente a la de “almendro
encendido” de Rugeles; aunque no desconocemos la profunda devoción que le
guardaba el poeta al referido almendro familiar —emporio de su infancia y de
su vida—. Antes que querer empañar la obra de Rugeles, lejos de señalarle
alguna rémora, somos los primeros en reconocer en este poema Viejo almendro
encendido uno de los más definitivos, paradigmáticos, de su obra, al tiempo
que uno de los de más carga elegíaca de la lírica venezolana,
latinoamericana. Insistimos en que estos señalamientos no
tienen otro interés que el de motivar a nuestros estudiosos universitarios en
cuanto al análisis de la obra de Rugeles, una de las de más unidad temática y
hondura lírica en Venezuela e Hispanoamérica. Mientras más la estudiemos, de
seguro que encontraremos no sólo alguna influencia, que no es pecado alguno
por aquello de las afinidades electivas goethianas, sino que corroboraremos
su extraordinaria originalidad en el concierto de las letras patrias, donde
no tiene par en lo atinente a la poesía infantil. Por lo demás, para nadie es secreto que
algunos críticos han hallado afinidades temáticas y experienciales entre
Rugeles y García Lorca, Whitman, Bécquer, Garcilaso, Novalis, Heine,
Hölderlin, Hernández, Alberti y Rilke. De hecho, a estos dos últimos dedica
Rugeles dos de sus poemas. Afinidades —repetimos— que, sin duda, ennoblecen
al poeta y a su obra, lejos de enturbiarla en lo más mínimo. Antes que
pretender ver en toda la “Cántiga del desterrado” a una mozuela llevada para
el río, ni en todo compromiso a un “preso hasta la madrugada”, reconocer en
Rugeles a un adelantado en los oficios y licencias de la actual generalizada
intertextualidad, donde predominan la absorción y transformación textual a
modo de mosaico más o menos reconocible. ¿A quién busco en la tierra de los pinos
/ y las palomas de alas extendidas/ sobre las viejas torres desvaídas / en la
niebla al azar de los caminos? // ¿A quién sobre estos páramos andinos, /
sobre estas nieves, águilas caídas, / y estos valles que añoran recias vidas
/ a la sombra o la luz de los molinos? Mi corazón hoy vuelve a la montaña,
llega desde la fiera guerra huyendo, de plácemes encuentra a la neblina, al
pájaro, a la tarde... a la entraña jubilosa de aquel almendro siendo enhiesto
campanario en la colina. Gloria de luz en su inefable gloria,
sobre la mancha gris de los caminos. De noche lo despierta la neblina. Es
ella el santo y seña del poeta. Casa, sauce de par en par abierto, su verso
quiere ser, eternamente. Del aire al aire ir, de puerta en puerta. De mano en
mano, estar, vivir, seguir. Acepta, ¡oh! Dios, el peso de su gloria a la hora
encendida de este infierno, mientras corre la sangre en el camino. Y sobre
tanto lloro y tanta pena se habrá de alzar su canto como un lirio y su himno
de amor se oirá más fuerte. Manuel Felipe, hermano de la harina,
permanente juglar de nuestra aldea, testigo fiel de toda la odisea de esta
sufrida tierra campesina. Manuel Felipe, acaso la neblina -tu dulce amante-
solamente sea tenue sombra que apenas señorea en este valle de tristeza
andina. Manuel Felipe, en lumbres jornalero, apenas si se ven las mariposas,
apenas si se siente el ventisquero. El oculto presagio de las rosas nos
recuerda tu claro derrotero hacia la luz total de nuestras cosas. La paz que
tú soñaste ya no cuenta. Los niños hacen guerra apenas nacen. Las crónicas
son todas policiales. Ya no es nuestro el sabor de nuestra música. El último
poema para niños ellos lo escriben con sus propios sueños: es sólo una
parábola a la guerra con todas las metáforas en gris. Andrés Eloy ya no anda
por aquí, el pobre Aquiles tuvo un accidente y se nos fue. Ya casi no
contamos con poetas que quieran a los niños. Manuel Felipe, hermano de las
cumbres, casi nadie le canta a la neblina. Manuel Felipe, ya nadie apacienta ningún
sueño detrás de los rebaños; los viejos cántaros nos son extraños así el
crisol del horno los presienta. La neblina quizás apenas sienta la ausencia
de los sueños aledaños y en el rojizo almendro de tus años tal vez ningún
turpial ya ni se asienta. Tal es el precio de la vida, hermano: echar un
barquichuelo en la quebrada, echarlo de mañana, bien temprano, luego irse con
la tarde alucinada y estarse con la luna de la mano para caer en cuenta de la
nada. Jinete Insomne, Rugeles sabe que la
memoria no es un sepulcro para recuerdos muertos, que la inmortalidad está en
la memoria de los otros y en la obra que dejamos; sabe que el poeta es
inmortal mientras viva en el recuerdo de los suyos, de su aldea, de sus
goznes, sus cosas y sus sueños. ¡Hasta más allá de la noche! ¡Hasta más allá
del viento! ¡Hasta más allá de sol! ¡Hasta más allá de la lejanía! ¡Hasta más
acá de la neblina! ¡De más acá del alma o de la vida! |