Razón Poética “La palabra, nada,
un poco de aire estremecido que, desde la madrugada
confusa del Génesis, tiene poder de creación” José Ortega y Gasset Jirón de prado, nube pura, sol perfecto, casa y universo y clarinada. Jungla de sueños,
jaspes arrojados. Jaula de cristal, hembra jadeante. Juego
de garza, junco en la alborada. Jovial esencia. Jubiloso
asombro. Hurganza sintiendo el chasquido de los pasos, el hambre, el pan, la
soledad, la pena. Insomne noche rebelada. Magma imaginario. Alarido.
Angustia, crispación y grito. Vacío pleno de inminencias, intersticios. Filos y fisuras del mundo y del lenguaje,
hendiduras. Configuración del inacabamiento, ruptura momentánea, pasajera
pregunta, ligereza de sílabas girando. Júbilo, alumbramiento, bienvenida. Ara en fulgor para el altar
del tiempo, para elevarle al corazón sus bríos. Trino con
que cantamos a la vida cuando la suerte nos ofrece el huerto para sembrar de
estrellas el camino. Conjuro de la selva, compromiso, riesgo, desafío, soplo
de aire, poder de creación. Agua clara, rayo, ciego asombro, sol, susurro
de semilla, fluir inagotable del murmullo. Génesis, memoria vegetal, larga sombra
de cópula y prodigio, fraternas potestades del insomnio. Apoyada sobre el puente, sola y de pie, en la larga noche
insomne. Forma de vida, asombro deshojado, algún día oficio de los hombres. Bandera del milagro, borde
de la luz, torre de paz, lágrima del mar, espuma de la noche, temblor de
espuma, piel de sol enfurecido, piedra de los dioses, sueño de la piedra,
piedra de los sueños, fecunda entraña de la luz. Vasto rumor de plumas, adentro en la espesura. Andadura, pasturanza, festín de sombra y llama. Idilio, diosa aparejada, milagro del insomnio, azul tormenta desatada, en la nochumbre, a vista del rocío amanecido. Blanca palomica en soledad herida, en uno de los ojos de pronto reclinada. Flujo y reflujo en comunión altiva. Relámpagos de sombra,
adelantándose a los designios. Crepúsculos desangrados al borde del ocio.
Hondas navegaciones. Lumbre de la sombra insomne, brotada de la noche un día
que la luna estaba distraída. Larga quemadura, pávida voz, diadema planetaria,
hecha toda de cólera y ternura. Gira, sube, baja, se
detiene; estremece, vuela y vuelve. Viene de la nada. Viene del sueño. Toca
tierra. Lleva sonidos de metales, de sangre, amor, huesos, nervios; de
hambre, guerra, horror, pavura. Conoce el canto de las aves, el silencio del
paraguas. La melancolía del guanábano. El sitio del silencio. Las alas de la
noche y de la lluvia. El gemido de las nieves. Las voces de la sangre. El
paso de los días. El regreso del sueño. El rastro del celaje. Sabe el tamaño
exacto de la pena. Conoce el lado oscuro de la rosa y la terrible majestad
del pan. Su grito de cigarra navega en la muerte y se cuida de lo vivo. Ronda
en soledad por muchas albas. Sale de su envoltura para asombrarnos. Un querer apoderarse
de los sueños de las cosas, de las luces de los pájaros. Rebelarse contra la
muerte bochornosa. Poner las cosas en su lugar, los signos en su lugar, las
pausas en el suyo. Asombrarse de tanto ayuntamiento cósmico entre los seres,
objetos y conceptos. Ir tras la polvareda del aire, las voces de la luna o de
la lluvia, la flora del variado enigma. Llegar al interior del hombre, a la
mejilla curtida de la tarde. Cambiar la historia. Amar la tierra y amar al
hombre. Alumbrar los montes por las noches, alumbrar los montones de hambre a
la intemperie. Preguntar por la alegría. Seguir preguntando. Rescatar todas
las preguntas de los otros. Preguntar por la rosa sin subvertir la rosa.
Preguntar por los juegos, por los niños, por sus risas. Salvar las preguntas
de los niños para que el hombre no pierda jamás su asombro. Nombrar la
libertad. Inventar la vida en lo alto de los árboles para salvar los pájaros
de la tierra. Encender el fuego. Morir cantando. Vencer la muerte. Sacudir
asombros. Esparcir los altos sueños, la fuerza de los ríos, el color de los
pájaros, las canciones, las hierbas de las tardes. Devolverle vida a la
tierra, color al arcoiris, alegría bullanguera a la lluvia. Andar rompiendo
cercas y levantar en su lugar enredaderas de jazmines que convoquen el
aliento del hombre hacia su destino cósmico y vegetal. Dar con nuevos
alumbrajes. Participar en la fiesta de la vida. Preparar un manjar que
alcance para todos. Ver morir a la gacela
bajo los tamarindos. Vaticinar, profetizar, bucear en las tinieblas de los
tiempos. Clamar contra la impiedad, la opresión, la codicia, la crueldad.
Arrullar, despertar, mecer, golpear, gritar, empujar. Medir, valorar. Saber
bien dónde hay barro, en qué lugar hay sangre, dónde queda la razón y dónde
la justicia o la injusticia. Ir al frente. Volver
con la victoria. Invitar al sol. Encender la luz. Profetizar contra los
explotadores, los bribones, los embaucadores. Interpretar los remolinos.
Expresar al pueblo. Reflejar cabalmente los más íntimos, sutiles y
misteriosos anhelos del alma. Implorar la clemencia de los cielos. Ir sobre
la cresta de las olas. Avivar el fuego. Sumar la voz al coro. Fundir los
versos en acero. Amarrar el viento viejo. Seguir al viento nuevo. Construir la nueva levadura,
el nuevo pan: la paz, el lauro, la memoria. Con la primavera, caminar al
mercado entre panaderías y palomas. Dar socorro a nuestros sueños, más allá
de cruces, lenguas, misterios, milagros o lejuras. Despertar la nueva
madrugada. Entre dioses, manglares, árboles y piedras, con las enredaderas,
los torrentes, las cerbatanas y todos los azules y caminos, agregarle
estrellas a los cielos, añadir, por fin, algo al mundo, despiertos con el
despertar del viento, a libertad por todos los caminos. Expresar asombros y nochuras. Enterrar la muerte. Inventar la
sombra. Abrirle los postigos a la noche. Cerrar los ojos a la luna. Dar con
el árbol del primer camino. Con la vereda que nos vio salir. Tomarle el pulso
al hambre. Saber del diapasón del pobre. De las creencias de Dios y sus
costumbres. De los rituales del viento y sus cofrades. De la imagen horrenda
del futuro. De la luciérnaga y su antiguo enigma. Saber de la escritura de
las piedras. De la alta transparencia de los mudos. Del colosal silencio de los
grillos. Tantearle a los sueños sus luceros. Conocer las entrañas de las
hojas. El corazón del bosque y sus vitrales. El páramo, sus cuitas y
plegarias. Desenterrar el misterio de la rosa. Ahuyentar la sombra y sus
reveses. Escapar del ladrido de la calle. Del hosco muñón del peregrino. Del
puñal que en la acera nos espera. O del barco que acecha nuestras costas. Dar con el ámbar del primer arroyo. Traspapelar la terquedad del
lunes. Aullar juntos delante de los cielos. Escucharle al pobre su alarido. Compartir
esperanzas con el árbol. Esperar a que baile el arco iris. Oír todos los
suspiros y proteger el pueblo con palabras. Dar la mano y enseñar el camino.
Expulsar el despojo mutilado. Ser libres así el fuego nos cercene. Quitar
algunas comas al crepúsculo. Ver la noche sin que nadie contradiga. Eludir la
risa ensangrentada. Salvar la luz, sin la cual la tierra gemiría de espanto.
Dar con una migaja de soledad marina. Capturar las mareas de la guerra.
Atravesar, siempre a la intemperie, incertidumbres, agonías, interrogantes y
tragedias. Dar forma al vacío de
modo que éste sea posible; ojos al poema para que pueda cruzar la calle; alas
a Dios para que pueda llegar al hombre. Robarle sin que sepa una sonrisa al
sol en la arboleda. Mirar el cielo solamente en el momento necesario. Cruzar,
no la aurora, sino el alma en que ampara su soñar. Ventilar, aupar, asolear
la eternidad cada día. Verse en el cielo gris, en la trémula víspera del
júbilo. Escuchar a la soledad y dirigirle la palabra. Llegar con los ojos
abiertos a la mirada final. Contar con la vigilia para el día. Con
porvenir para fraguar enigmas. Defender el milagro de la vida. La fogata que
lleve al alumbraje. A tiro limpio, la bondad del hombre. Acercarnos a la vida,
al parentesco que a las costas de la divina antigüedad nos ata. Pedir todo el
corazón del mar para la paz. Pedirle a la luz que nos espere. Reprocharle al
alba su tardanza. Correr el peligro de la vida. Abrazar el asombro de la
muerte. Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Sentir el golpe de agua dura y recogerlo en una taza eterna. Hablar consigo
sin saber con quién, deshojando el silencio de la altura. De alguna manera
decidir dónde plantar los árboles, de nuevo. Recibir en el alma las manos
temblorosas de la lluvia a plena luz, camino de la sombra. Preguntar si la
palabra sirve, si sirve para algo la alegría, si en el mundo no quieren a los
tristes, si creen las espigas en el hombre, si tienen los milagros
descendencia, si es cuestión de vivir contra morir. Defender la luz del
mundo. Ver los árboles. Oír los pájaros. Caminar entre la gente y saludar al
sol profundo que brilla en el corazón de los humildes. Mirar el llanto oscuro
que hay al fondo de todos los rincones. Verse en el que tiene más de mil años
de pedir pan y sueño, en el que no tiene camino que seguir, en ese corazón
asomado al espejo de sus enigmas. Detenerse a la orilla sangrante de una
lágrima. Acercarse a los que sueñan o sollozan, o tienen hambre y sed bajo el
cielo. Adentro de las pequeñas casas de cartón, escuchar el sonido de las
lágrimas. Dar con la definitiva claridad del hombre. Saber cuándo, con qué
fuerza, de qué modo asumir nuestro destino. Irse noche abajo perdido entre
las piedras y las flores. entre las sombras y las nubes. Sentir la muerte
girando en los talones. Hacernos solidarios. Morir de asombros. Descargar
nuestros almácigos. Dar con los sueños que inventamos. Vivir mientras el alma
nos suene. Morir cuando la hora nos llegue. Ver regresar la primavera. Pasar
a tiempo la palabra. Rebelarse contra la muerte. Florecer sobre la tumba.
Celebrar la soledad, la lluvia, los caminos... Querer hacer corpórea
la nada —estupor encarnado, relámpago que te ladra y se apaga, furiosa pasión
por lo tangible—. Ser a través del otro. Partirse y abrirse para el otro.
Desgarrarse con y para el otro, ser. Hundirse, hurgarse, ser, sentirse,
serse. Recoger la palabra. Reverenciar el silencio. Convocar la palabra del
otro. Una palabra liberada, purificada, primordial, esencial, resolutiva,
signo del ser, una palabra-ser. Indagar, buscar, inventarle explosiones a la
palabra. Darle rienda suelta a la palabra. Que la palabra revele el porvenir. Palabra por palabra,
decir lo que pensamos, con la seguridad del sabio, la transparencia del niño
o el alarido de los locos. Reconocernos al encontrarnos con la palabra.
Sacarla del baúl de nuestras vidas para empezar a compartirla, adulta,
fraternal, con el soldado, la patria y la arboleda. Rasgón, terrazgo, espada,
triza, tajo; cópula, ramazón o ramalazo; las palabras compiten, competen y
complotan. Únicas capaces de recuperar al hombre, aventar la noche, inventar
el sol o convocar al vino. A pesar de la miseria
o la grandeza humanas, cañas pensantes todavía, crédulos o incrédulos,
tímidos o temerarios, ángeles o bestias, antes que confesar nuestra
impotencia, hablar de una vez para mañana. Pronunciar la palabra decisiva que
la vida y la historia nos vayan enseñando. Envueltos en subversiones y
versiones, marchas y contramarchas, dar con la palabra necesaria. Confirmar
que la civilización no es más que una injusticia armada. Que la poesía es una
insurrección. Que el poeta no se ofende porque le llaman subversivo, cuando
le dicen insurgente. Decidirnos por la
libertad de la palabra, hasta hacerla timón en nuestras manos, frente al
vendaval, la noche y los dioses que nos cruzan, confusos y ominosos. Enseñar
la palabra al hombre que llora, hambriento, cabizbajo, en su bravura. Lugar
por excelencia de lo humano, en la palabra vivimos, nos movemos y somos. Como
la patria, en desdicha, en hechura o en deshonra, en ella gime, vive o
sobrevive. Hacer buena la
palabra. Hacerla voz, viveza, arado; lengua, paz y pueblo; combate, libertad,
salario; amor, vida y arte. Arte subversivo. Violación de límites y paciencia
represiva. Rebasar lo permisible. Transgredir lo decible. Asumir la razón
poética, en creación, asombro y maravilla. Concebir la magia de la estirpe o
raza, su visión real, irreductible, ineludiblemente misteriosa, amarga,
mortal o vengativa. Palabra en alto. Y la victoria crecerá despacio como
siempre han crecido las victorias. Videntes, alucinados,
intermediar la fuerza oculta. Jugar a la paz con el soldado o con el niño que
nos reta, vagabundo. Recobrar, antes que la pólvora, la palabra, su encanto
germinal, su magma, su hermosura, su historia, su legendaria esquina, donde
espera, acurrucada, el hambre, en miseria cobijada. Asistir al combatiente,
en cárcel, en rincón, enfurecido. Hacerle conciencia conflictiva, desgarrada.
Empuñarla, fulgurante,
solar y duradera. A favor de la apuesta, la batalla y la final victoria.
Palabra en mano, volear la pródiga semilla sobre el campo, el hermano y la
pradera, en sincera alianza, tras un despuntar de claras madrugadas, de
gracia, paz y vida nueva. Palabras y más palabras, cataratas de palabras. En
la distancia del
futuro, el vuelo de las palabras, rebeldes en el tiempo y al olvido
refractarias. Cuesta arriba, cuesta abajo, las cosechas de palabras, buidas y
aceradas, por las sendas urticantes. ¿Hasta cuándo la calificación de las palabras? Alma arriba, alma
abajo, meridiano esclarecido de nuestras ansias refulgentes. Lejos de tantas
patochadas; lejos de perlas, monjes, molinos o castillos; de confundir
caballo y hombre, pueblo y pólvora; lejos de diferenciar fusil de patria,
vino, oficio, trago y trigo; vida, misterio, alma y poesía; dar palabra,
corazón y mano; empeñarlos, cruzarlos con el hombre, sus asuntos y sus
sueños, manteniéndolos en pie de guerra por la paz o el pan que hagan falta. Frente a una palabra
enmascarada, fantasiosa, una clave, articulada, lujuriosa, pertinente; una
palabra activa, digna, apasionada, certera, cruda, furente, fehaciente,
empuñada, insomne, verdadera. Una palabra que golpee al mundo y acompañe al
hombre. Urgida, llameante, inextinguible. Adecuada al enigma universal y al
majestuoso corazón del hombre. ¡A pulso de vinagre, vino y júbilo! El corazón, los ojos
de los hombres se llenaron de letras, de mensajes, de palabras. Letras que
caminaron y encendieron, que navegaron y vencieron, que despertaron y
subieron, letras que libertaron, letras en forma de paloma que volaron. Y el
hombre fue otro y otra fue su palabra. El canto, el himno ardiente que reúne
a los pueblos de una letra agregada a otra letra y a otra de pueblo a pueblo
fue sobrellevando su autoridad sonora y creció en la garganta de los hombres
hasta imponer la claridad del canto. La palabra sólo es.
Tenemos que fluir con ella. Entregarnos al momento. Dejar que como el vino
ocurra. Escuchemos los relinchos de la noche, conozcamos las lluvias
subterráneas y sepamos para lo que sirve una flor, una hamaca, una colina.
Atisbemos un poco la rendija para ver cómo se asoma el hombre. Abramos la
trocha que nos lleve al hombre, al mundo, a la muerte o a la vida. A proteger
al pueblo con palabras. A presenciar todas las agonías. A ser labriegos de
nuestra propia voz. Somos la palabra que
está naciendo, la misma que se detiene y volcará como campana su acero y su
sonido hacia todas las mañanas. Basta un lucero para que haya noche. Basta un
quejido para que haya día. Construyamos el porvenir y el amor telúrico
desenfadado y sin banderas. Demos forma a lo invisible. Palabra sola, labra
nuestra paz. Ordena el espesor de la tardanza. Amartilla tú sola nuestra
espera. Sacando cuentas y
después de todo, tú sola y para siempre la palabra. ¡Y si después de tántas palabras, no sobrevive la
palabra! Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra! (Poesía, Sociedad
Anónima). |