Carta Abierta
Al alimón con la
Esperanza Esta tierra sobre los ojos, sobre el alma, este
aprieto, esta noche continua, este desasosiego, esta derrota que comienza, se
aleja, se recuerda, viene y va. Te quiero, país, tirado abajo del mar,
coronado de soles y neblinas, sombra de la guerra, lleno de vientos, puteando
y sacudiendo banderitas, repartiendo escarapelas en las calles. Te estás
quemando a fuego lento. Qué carajo si la casita era un sueño. Te quiero, país
tirado a la vereda, caja de fósforos vacía. En cada casa, cafetín, taguara o
plaza, hay alguien que nació haciendo discurso para algún otro que nació para
escucharlos y pelarse las manos. Te quiero, país tan triste en lo más hondo
del grito, tan golpeado en lo mejor de la sonrisa, tan grifo en la hora de la
autopsia. Te quiero, a pesar de la sangrienta demencia que de antiguo atenta
con la tribu, a pesar del águila rapaz y su avaricia loca, toda espumeante de
historia, tragedias y misterios, exhalando el vaho putrefacto de los siglos,
sorbiendo la polvareda de las necias apetencias, alcantarilla de los grandes
asesinos en el desesperado despresamiento de los siglos, en el
despellejamiento abismal de las brechas, trojes o caminos. Te quiero a pesar del cómplice silencio para
distraer el hambre de los humildes o arrancarle el fruto de sus sienes. Te
quiero en las largas, confusas llanuras, serranías, en las que levanta, amasa
y cuece el hombre su pan escaso, esparcido por el viento, buscando la pulpa
ausente de los frutos idos. Te quiero a pesar de las babeantes, incompletas
verdades, vertiendo su estiércol,
retrasando nuestra marcha hacia el pan de cada día. Pero te quiero,
país de barro, y otros te quieren, y algo ha de salir de este sentir. Te
quiero, país desnudo que sueña; país insomne que lucha; país despierto que
grita; país resuelto que espera; país de sol y de brega; país de siembra y
cosecha; país de pulso y de fuego; país de barranco, de lumbre y de gloria;
de palabra, pueblo y pólvora; de béisbol, ringside, furia y sampablera. Me acuerdo de un amanecer alpino, en pleno
invierno, soñándote despierto, entre la noche de la guerra, del hambre y de
la lluvia, alzándote en los brazos, ofreciéndote a la vida, a punta de
herejías, fabricándote, llevándote. Tapándome la cara, me acuerdo de la
primera luna allá en Palermo, bajando del Amparo, camino de la aldea.
Tapándome la cara, te imagino, desperezado, después de esta avalancha,
calmada la borrasca, con zapatos rotos
o nuevos, cuesta arriba, fuerte el corazón y el brazo, victorioso, desafiando
porvenires, conquistando soles. Te quiero, país, pañuelo arrugado,
maltratado, de estrellas impasibles, con sus calles cubiertas de carteles. Te
quiero, sin vuelta, sin derecho, sin remedio, nada más que de cerca y
amargado. Y de noche, insomne. Vámonos,
patria, a caminar, yo te acompaño. |