En pie de asombro
Yo escribo de pie, paseando constantemente, y considero esta
costumbre como la mejor herencia paterna, nos recuerda Alfonso Reyes. El
padre Escrivá de Balaguer, ahora santo, uno de los clásicos modernos de la
literatura espiritual cristiana, también escribía de pie. Pero ninguna
herencia paterna le motivaba; aseguraba que lo hacía a manera de
mortificación. William Faulkner pedía whisky; los instrumentos de su oficio
eran papel, tabaco, comida y un poco de whisky. Julio Cortázar tuvo el ánimo
de escribir en cafés. Así trabajó Rayuela. Después, con los años,
prefirió lugares tranquilos y con calma. Cortázar no corregía. Escribía en
los sueños y, al despertar, transcribía. Es como el jazz, insiste. Uno puede
pedirle al músico que toque algo de jazz, pero ni él mismo sabe exactamente
por dónde irá. García Márquez necesita lugares
silenciosos pero, primordialmente, lugares familiares. Thomas de Quincey
escribía con opio. Al parecer, Baudelaire lo utilizó también. Algo de ello se
esconde detrás de Los paraísos artificiales. Alberto Moravia no precisaba de apuntes
para escribir sus novelas. Se sentaba y escribía lo que brotara en ese
momento, sin notas, sin premeditaciones ni artilugios. Trabajaba todos los días,
entre las nueve y las doce, todas las mañanas y, por cierto, nunca escribió
una sola línea en la tarde o en la noche. Octavio Paz distingue prosa y poesía. "Se puede escribir
poesía en cualquier momento, en cualquier parte. A veces compongo mentalmente
un poema en el ómnibus o caminando por la calle. El ritmo de la caminata me
ayuda a acomodar los versos". La prosa es muy distinta: "Hay que
escribirla en un sitio tranquilo y aislado", y agrega, "aunque sea
en el baño. Pero por encima de todo es esencial tener uno o dos diccionarios
a mano. El teléfono es el demonio del escritor. Y el diccionario, su ángel
guardián". Paz escribía a mano dos o tres veces su texto. Los dictaba a
una grabadora, su secretaria los mecanografiaba y él volvía a los papeles para
corregir. "En el caso de la poesía, escribo y reescribo
constantemente". Jamás mantuvo un horario fijo para escribir. De joven
lo hacía cuando podía, en sus horas libres, en las horas que sus múltiples
empleos ("era bastante pobre") le dejaban libres. Pablo Neruda nos dijo: “Desde que me quebré un dedo y me
fue imposible usar la máquina de escribir por meses, he seguido la costumbre
de mi juventud y he vuelto a la escritura a mano. Descubrí, cuando mi dedo
estaba mejor, que la poesía que había sido escrita a mano era más sensible,
sus formas plásticas podían cambiar con mayor facilidad... La máquina de
escribir me separaba de una mayor intimidad con la poesía, y mi mano me
acercó a esa intimidad nuevamente...
No tengo un horario, pero me gusta escribir de mañana... Preferiría
escribir todo el día, pero con frecuencia la totalidad de un pensamiento, de
algo que sale de mí en forma tumultuosa —nombrémoslo con un término
anticuado, ``inspiración''— me deja satisfecho, o exhausto, o calmado, o
vacío. Esto es, no puedo seguir.”
Para Saúl Bellow, el arte está relacionado con el logro de
la quietud en medio del caos. Una quietud que es similar a la oración y al
ojo de la tormenta. El arte tiene que ver con un rapto de atención en medio
de la distracción. Jean Malaquais, tajantemente concluyó: "El único
momento en que sé que algo es verdad ocurre mientras estoy escribiendo."
Entre tanto, el escritor venezolano escribe desde su penumbra, en
aprietos, desesperada, torrencialmente; en pie de asombro, espeluznado, a
fuego airado, nada lento; desde sus pálpitos, temblores y arrebatos; desde
una vida altamente peligrosa, desde su nostalgia, sus tormentas, de cara al
misterio y milagro de su patria; de claro en claro, de turbio en
turbio, “horadando agujeros tras el mágico cantar de las
chicharras, en busca de la risa arrebatada del hombre, venciendo la congoja
con un telar de hilos de luz, aunque el suspiro se cuaje desde las honduras
de un pozo.” (Mery Sananes). |