¡Torres
de Dios! ¡Poetas!
Definitivamente hay que vigilar. No nos queda sino vigilar mientras todos
duermen... que a la tierra se vino a
estar de guardia. (E. Montejo). La labor del poeta es la de la vigilancia. La
tarea de la poesía: vigilar. La eternidad no es más que el mar andando con el
sol. Una calle de madrugada, el mundo de madrugada, no más que la vigilia del
poeta. Sentemos día y noche a la
Belleza sobre las rodillas, a pesar de que amarga la sintamos y tengamos que
injuriarla. Escuchemos las estrellas, sentados al borde de la noche o del
camino. Enconchémonos nomás en el misterio. Hagamos lo imposible con tal de
ser videntes. Abordemos lo desconocido por medio del desequilibrio de todos
los sentidos.
Necesario ser Vidente. Hacerse Vidente. Volverse Vidente.
Vigilante. Por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.
Vuelve, Arturo, Vidente Amigo. Recuérdanos siempre la Vigilia, su vigor y su
ternura. Que nunca, esclavos, maldigamos la vida; antes, libres, cantemos,
vigilemos la marcha de los pueblos. Seguros de que, al amanecer, armados de
una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
Amanece con el alba, barco ebrio, mariposa de mayo,
perdida en las crines de los huracanes de Marsella, compartiendo el fulgor de
Aldebarán. Ermitaño augusto, vigoroso camarada, esquiva naufragios y centellas, vuela
libre tu alma centinela. Armémonos contra la injusticia. Demos por sagrado el
desorden de nuestro espíritu, por ineludible el insomnio y la noche que nos
cruzan. Indispensable llegar a lo desconocido. Porque en el tiempo no
fuiste un pájaro, sino un rayo en la noche de la especie, una persecución sin
tregua de la vida, una raza que canta en la tormenta, relumbra, vela, brilla,
resplandece, para que el canto siempre permanezca.
La vida asumámosla como contemplación, en aras
del asombro, tal como fue el camino de los místicos. La vigilia, parece ser
nuestra misión, puesto que el poeta no puede dormir mientras la humanidad
está amenazada. Definitivamente hay que vigilar. Como los grandes, esperar
que muera nuestra eternidad para velarla. Dar con la sombraluz escondida en
el herbaje o la arboleda. Nunca la videncia fue tan necesaria. La de hoy ha
de ser una poesía vidente, la única capaz de generar fe en la
posibilidad de construir el porvenir y el amor telúrico desenfadado y sin
banderas. (Juan Calzadilla). De regreso del futuro no queda sino darle forma
a lo invisible, desaforada, desveladamente, en asombro vigilante, permanente. “Torres de Dios! ¡Poetas! Pararrayos celestes, que resistís las duras tempestades, como crestas escuetas, como picos agrestes, ¡rompeolas de las eternidades! La mágica esperanza anuncia un día en que, sobre la roca de armonía, experirá la
pérfida sirena. Esperad, esperemos todavía.” (Rubén Darío). |