CUARENTA MIL MILLARDOS DE MILLAS DE HOMBRES LUZ 1 Serás de esta tierra,
de este mundo, aunque las pardas
lomas no lo crean. Se abrazan con el sol
y vuelan —gacelas al viento— hasta abrazar en un
solo carrerón a Dios. Esclavos ayer,
iluminan con su sueño la estupidez del
hombre. Águilas. Ángeles.
Pies. Son de viento. Son de
pluma. Pájaros malucos, muy
veloces. Más veloces que
cualquier pájaro. Pies de viento. Pura
danza. Viento puro. Ángeles de piernas
torcidas derecho al cielo. Entre canto, amor y
angustia pavorosa. En noble pugna,
haciendo guerra. Guerreros entre
guerreros, en guerrera maestría. Arte al arte, a
contragolpe limpio. Golpe tras golpe.
Gracia en explanada. Vigor de brazo,
agilidad de pies. De un campo a otro,
sulfurados. En hermosas, fieras y
atinadas fintas. Fingen llegar a Dios
en furia alada. Uno corre, el otro se
repliega en esquivo y
fulgurante vuelo. Cam, hijo de Noé, más
allá de maldición de Libro. Camerunés al pie de
volcánico macizo, con su Camerún al
hombro, de cara al Atlántico
Océano, vive, corre, juega,
sueña, vuela, danza del bosque, manglar, sabana
arbolada cobijando sueño. Ébano, camarón,
siervo alguna vez, con cuarenta años, con cuarenta mil
millardos de millas de hombres luz, su negritud extiende
por el mundo a punta de coraje y
soledad. De sol a sol, de
lluvia en lluvia, templa su esperanza, el poder de su
palabra, pisada y vuelo. Saben, por supuesto, que la vaca no es de
uno solo, el campo no es de uno
solo y el gol, de todos. De trashumancia
saben. De empeño y estación
madura. La evasión no les
permite nunca resignarse. Perfectamente saben
que el campo es el rey. Que el tigre no tiene
que hacer alarde de su negritud. Que triunfo o
metáfora se esconden, se apañan en los montes,
las veredas, los caminos, convencidos de que no
hay absolutamente nada como la confianza en
uno mismo. Juegan de noche con
la luna, con ella practican su
mejor jugada, es decir, practican con la luna
sus jugadas. Reconocen que lo
importante no es sólo saber atacar, sino seguir con
atención el más pequeño movimiento del adversario o
enemigo, frustrar sus hazañas y adivinar sus
intenciones. Cadenciosos, danzan
sus pasos, juegan a lo eterno,
nacen con el juego y en el juego. Juego sagrado. Fuego
eterno. Cada día un nuevo
tiempo. Nuevo tiempo, nuevo
juego. Párpados de hormiga,
hojas contra el viento, invitados del polvo
eternamente, con la pena final en
otros pies. 2 Su Credo no más que
uno solo. Descubrir el secreto
de los vinos mojados por el tiempo o el vientre de las
flores anunciando el suspiro de los dioses. Darle rienda suelta
al niño que se esconde en
nuestros sueños. Sentir que el viento
nos acerca a los difuntos o nos hace volver a
las espigas o al fondo más lejano
de los vasos. Destejerle al herbaje
sus clinejas, No olvidarse de darle
de beber al agua, los
rastrojos y botellas. Celebrar el
cumpleaños de los árboles. Escuchar el aplauso
de los pájaros cuando revienta en
diapasón el día a pesar del estruendo
de las hambres. Desarmar como un niño
la osamenta y dejar el juguete de
nuestra estatura abandonado en un
rincón. Echar una canción en
la mirada para dar con el canto
del asombro. Hacer caber a Dios en
un dedal, al Sol en el ojo de
una hormiga, al mar en los labios
de una perla mientras la luz
ensimismada duerme. Disfrutar de que el
hombre juegue con el sol y más de que el sol
juegue con el niño. Apiadarse de una
pomarrosa engrifada entre la lluvia. Quedarse de pronto
sin presente, sin futuro, sin fe,
sin osadía. Crepitar en enigmas
tenebrosos, pregunta que pregunta
por el hombre. Querer partir al
infinito de cara al misterio
para siempre. Saber del hospedaje
del silencio mientras la muerte
nos espera un rato. Saber del viento y su
camino largo, del sol y su trajín
sagrado, del niño y su cocuyo
insomne, del mar y de sus
islas claras. Ir a contragolpe
hacia la muerte cantando entre los
pinos asombrados. Comprobar que la
alegría —auténtico gol— existe todavía tal como la tristeza
no otra cosa que autogol. Defendernos de la infinita
goleada de la muerte —la más eterna de
todas las goleadas— desde esta
inmortalidad que somos. Dejar pasar la noche
por encima de nosotros. Inventar ratos,
penas, rodillas, alegrías y tardanzas. Oír el clamor, el
griterío, al hambre en su galope. Sentir el sollozo de
la piedra. Medir la larga
soledad de los caminos. Convencerse del viaje
sin regreso. Convencerse del viaje
hacia la sombra. Echar un vistazo al
mundo. Quedarse en medio de
la tierra. Esperar el pitazo
irremediable. Meterle goles a la
Luna. Ponerle trampas a la
muerte. 3 Puestas en tierra las rodillas, de pie, como en espera, cuando uno de ellos camina, lejos llega. De la cumbre a la planicie. Del ras del suelo a la cumbre. De la aldea al horizonte. Cuando al negro le da por caminar poca la noche para alcanzar estrella. Cuando el negro camina es el suelo quien
camina. Camina con su alma, sus quebrantos, sus
tejidos, camino de la luz que los aguarda, los cobija. Pugnaces, tercos, tenaces, sorpresivos,
caprichudos, a estos negros sóbrales razón para estar vivos. Más que caminar, el negro trota. Sin ellos, el mundo no es ni sería. Ellos, raíz, gran memoria, terca esencia. En la alta madrugada, al fondo del pajonal, nos acusan, nos gritan, nos reclaman, nos
acechan. Siempre un negro remonta en sueño. A pesar de los cruces de caminos, de quejidos, de triunfos y derrotas, los negros siempre, pugnaces, tercos, tenaces, contumaces, invencibles, porfiados, ariscos, indomables, negros sin más ni más, camino del sueño, del alba o de la estrella . Al pie de nuestra huella —inminente ébano
descalzo— a pelo sobre el mar, urdiendo lejanías, en los vuelos azules de su pena bajo una palma que atardece. Llanto en azulancia, en alarido, mirando, agazapado, de reojo, escondido en la sombra o en el látigo inclemente blandido entre la
huerta. Desnudo mestizaje en la pasarela del tiempo. Rastros, rostros, enclavados en la piel del
susto, haciendo el amor en los rastrojos a luna
descubierta, grabando sus tristumbres primigenias, desafiando restos, desaparecen y aparecen, aparecen y desaparecen, abrojos, ojos, reojos,
despojos
—verdaderos—.
Máscaras, fetiches,
amuletos y moriches, la fibra del bejuco,
la piel del cunaguaro, las plumas de las
aves nos retan a salirle en
atropello al apellido. Mudos, vigilantes,
miran desde el tiempo, desde el agua, desde
el alma, remotos, soñolientos,
sinceros, genuinos —verdaderos—. Reclaman justicia.
Recuperan sus estrellas, las que quedan: el
sol, el pan, el viento, que los cubre y los
protege, los alienta y los defiende. Entre magia, guerra y
gozo, daremos aguardiente a
la esperanza hasta hacer bailar a
las estrellas, cuando canten los
gallos de otromodo al despertar la
madrugada nueva, bordeando las
barracas de la margen izquierda. 4 Con cielo azul tan
callado, con su sangre de
palmera con su risa tan
ligera, con su amor
encabritado, lleno de azul el
costado en reverbero de
espuma el negro canta y se
suma, con nudo entre la
garganta el negro en su noche
canta, el negro canta y se
ajuma. Tamba, tamba, tamba,
tamba, tamba del negro que
tumba, tamba del negro que
arrumba, tamba que tamba y
caramba, tamba del negro, ¡qué
tamba! El negro ajuma y
encanta, sobre sus pies se levanta, tambor de cuero y
madera, gris armadura
guerrera, el negro se ajuma y
canta. Con patria dulce por
fuera y muy amarga por
dentro, con patria para el
encuentro, con su verde
primavera, el negro se
desespera, corre, viene, vuela y
va y no te entiende por
na. Si tú supiera,
mulata, por qué anudado en
garganta el negro canta y se
va. ¿Por qué la noche
africana, por qué el negro
tamba y tumba, por qué el negro
zamba y zumba, por qué llora la
mañana, por qué el negro se
amilana, por qué su mano no
afloja, por qué su garganta
roja, por qué su mano
tendida, por qué su llanto y
herida, por qué la noche
africana? ¿Por qué la noche
africana? Pregunta el negro y
la brisa y el mar y Juan sin
camisa. ¿Por qué la noche tan
grana, por qué tanta
resolana, por qué el impasible
duelo, por qué el llanto en
el pañuelo, por qué la arena tan
sola, el barco, el alma y
la ola, por qué tan triste su
cielo? ¿Por qué la noche
africana? Pregunta el negro y
el blanco y el negrito y su
potranco y el timonel, la
sabana, la caña y su tierra
llana. ¿Por qué? Lo pregunta
el viento, el soldado, el
regimiento, el mestizo corazón, la balada y la
canción y el cocotal
sentimiento. ¿Por qué la noche
africana y su estrella
marinera y su gente carpintera y su cuaderno y su
plana y su gloria soberana? ¿Por qué no alabar su
gracia, su coraje y su
constancia, las ceibas y sus
penachos, los pobres con sus
muchachos y el arenal de su
infancia? ¿Por qué la noche
africana, por qué lo preguntan
tanto, por qué lágrima y
quebranto, por qué la pregunta
afana, por qué, barcarola
hermana, por qué la noche
africana? Reclama la turba
humana la causa del
desconcierto. Sólo un asunto muy
cierto para tan noble
africana. Azulosa por la noche, entre aluvión, selva
y tuna, sirena negra de luna, va su sombra a troche
y moche y aunque parezca
derroche el África en paz
descansa y en fervorosa
alabanza va ilumina que
ilumina mientras el mundo se
inclina ante su inmensa
labranza. ¿Por qué la noche se
empaña, por qué Yambambó no
canta, Mamatomba se agiganta, Yambambé llora y se
extraña Y Serembó casi araña? ¿Por qué la noche
africana, por qué yambó sin su
ruana? El África en paz
enciende la noche sobre el que
entiende que sólo ella es
soberana. 5 Serás de este cielo,
de este mundo, aunque la aurora te
envidie. Del fondo de la
página de la noche, acecho de ojos de
tigre, suelto león
emplumado, gallo zambo, gallo
fino, ángel, relámpago,
liebre, lumbre, destello de
ráfaga libre. Al paso del alto sol, máquina, lumbre,
lucero, caja de azogue
nocturno, azogue, tablado
negro, hélice, pierna y
silbido, jugándole al viento
soles, cuerda asoleada en el
viento, tajo de noche
cetrina, ciclón de sangre
encendida, indómito mar de
sangre. Muy azules tus
ojeras, humedecidas de noche, cuando las venas
estallan para encender los
luceros. Yokadouna. Yaoundé. Mbalmayo. Kuma. Mora.
Nanga. Abega. Milla. Mboma.
Nikono. Eto'o Onguene. Omam. Songo'o. Wome. Manga, Souleymanou,
Olinga. Bindzi, Moussongui, Ntieche. Tchuem Tsona, Beaud, Tchatchoua. Zengue, Kibong Lam, Dikoume. Mokake, Zambe, Feutchine. Amadou, Effoula Nomo,
Jama Mba, Satán. Luzbel.
Caplán. Ardilla que sopla
viento. Audaz. Zagaz. Rapaz.
La Paz. Quizás. Marimba de tigre en
celo. Con señas de sol en
la frente. Marfil. Coral
florecido. Garras de águila. Gacela. Cabra. Los Leones
Indomables. Serpiente ondulando
zafras. Ángel pastoreando
azules. Brillante de la
noche. Puro sol repujado. Luna redonda y
limpia. Sueño de garza en
aprieto. Largo fulgor de
sombras. Lampo de llanto y de
sangre. Estrella desnuda y
alta. Ansia negra. Negra
ansia. Hueles a sudor. A Sol hueles. A noche suenas. Gritas. Sueñas. Lloras. Cantas. Gimes. Vuelas. De derecha a
izquierda
De izquierda a derecha. ¡Pecho a pecho! ¡Pecho de sol
empapado! ¡Medio campo! ¡Medio campista! ¡Centro delantero! ¡Portero! ¡Laterales!
¡Líbero! ¡Uno mandando y otro
mandado! ¡Todo mezclado! ¡Sangre de Dios
desplegada! ¡Todo sangre, un
solo río! ¡Ritmo de semillas
secas! ¡Negra cintura
caliente! ¡Curva de suspiro y
barro! ¡Eterna sal encrespada! ¡Sangre de la alianza
nueva! ¡Alianza de sangre y
fuego! ¡Alianza de fuego y
sangre! ¡Alianza solar de
fuego! ¡Recio color de
combate! ¡Arcana unidad de
origen! ¡Saeta de tarde en
culto! ¡Fogata alumbrando
estrellas! ¡Caribe! ¡Arena y
palmera! ¡Lomo azul! ¡Cola
verde! ¡Aleta de ciclón! ¡Cuidado: muerde! ¡A jugar! ¡A bailar! ¡A correr! ¡A volar! ¡A vivir! ¡A sonar! ¡A silbar! ¡A revivir! ¡Sobrevivir! ¡A gibraltar! ¡A estrechar! ¡A azular! ¡A enrazar! ¡A africar! ¡A cantar! ¡A ganar! ¡A ganar! ¡A ganar! ¡Tú, ráfaga encendida, fulge, alumbra! |¡Tú sólo Líbero!
¡Alienta, brilla! ¡Salva, tú, juego, de la muerte al hombre! ooooOoooo Al calor de la
celebración del encuentro amistoso entre la Selección Venezolana de Fútbol y
la Selección Mundialista de Camerún, el día domingo 13 de enero, en el
Estadio de Pueblo Nuevo de la Ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela. |