Niñez sonámbula

 

  • Era una casa grande, vacía, llena de ecos,
    con veinte ventanales abiertos hacia el mar.
    Y el mar sonaba triste contra el acantilado
    como el destino sueña y acaba por matar.
    Era una casa rara porque nada pasaba
    y siempre parecía que algo iba a pasar.
    Era una casa loca como aquella en que, niño,
    según ahora me explican, nunca llegué a vivir,
    pero que yo recorro, sabiendo los secretos
    de sus cien corredores y sus puertas ocultas,
    sus vueltas y revueltas, sus cámaras cargadas
    de perfumes pesados y de un pasado horror
    que todas las ventanas abiertas hacia un mar
    de luz y de aventura, y disponibilidad,
    no barren con su brisa, ni liberan del ¡ay!
    Era una casa antigua. Y triste sin razón.
    Allí viví de niño, y allí vivo de veras
    por mucho que me nieguen. Y así, ciego, atravieso
    los pasillos sin fin y las salas vacías,
    y esas puertas que empujo para abrir otras salas,
    todas ricas, lujosas, con sus tapicerías,
    relojes, porcelanas, cortinas y recuerdos.
    Todas eran iguales, repetidas, abiertas,
    la rosa y la morada, la del león de oro,
    la del abuelo Juan... ¿En qué se distinguían?
    Yo abría puertas, puertas, buscando una salida,
    lloraba algunas veces sin saber bien por qué,
    y huía como un ciervo frente a  aquella doncella
    que me decía amable: "¿Qué quiere el señorito?"
    Huir, huir, mi vida sólo ha sido una huida
    sin saber hacia dónde y sin saber por qué.
    Huir de aquella casa donde viví de niño,
    aunque según me dicen nunca viví de veras.
    No es un sueño. No. Veo oculto y real
    a ese niño que mira con ojos espantados
    detrás de una ventana, la mar, el mar, la mar.