SIN COMENTARIOS

He pensado: Un poema no debe de ser vago.

Si quiero que funcione debe de ser exacto.

Entonces no he cantado, he contado

de uno en uno los muertos que llevamos.

Me he sentado ante mi mesa, y he apuntado

sus nombres y apellidos. Sin comentarios.

Al llegar al noveno ya estaba llorando

pero hacia dentro. Sin comentarios.

Veintidós, veintitrés y veinticuatro.

La rabia me retorcía. Las lágrimas corrían.

Pero había que tragarlas. Sin comentarios.

Treinta y tres. Treinta y cuatro.

¿Se pueden llevar más lejos el dolor y el espanto?

He tirado mi boli. He suspirado pensando:

Cumplí lo que podía. Mi poema ha terminado.

Y entonces un amigo me ha anunciado

que acaban de matar al treinta y ¿cuántos?