LA PURA VERDAD

Los ciudadanos equis,

los honrados tenderos,

los amigos del alma,

la portera, el banquero,

no pueden perdonarnos

el loco sentimiento:

tu belleza, mi risa,

nuestro pronunciamiento.

No lo entienden. Nos miran

y se cuentan los dedos.

Se dicen: «Están locos.»

Casi les damos miedo.

Veo.

 

La Policía, Dios,

la fuerza del dinero,

las leyes del rebaño

nos exigen respeto.

La dicha es una falta

o es quizás un exceso.

La alegría es locura

y escándalo, el deso,

reza un run-run que suena

a onceno mandamiento.

 

No se debe, ni puede

tomar por luz el fuego.

Veo.

 

¿Qué podría decirles?

Solamente que quiero.

Quiero, libre mancha,

la luz del mundo entero,

el éxtasis y el aire,

la destrucción del tiempo.

Quiero un amor, el mío.

Quiero seguir queriendo.

Quiero, pero -¡miseria!-

queriendo así, ¿qué puedo?

Los ciudadanos equis

no sienten lo que siento. Pero...

 

Pero, feliz, yo quiero.