Pasión de los santos mártires Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, diáconos, inmolados en Tarragona el 21 de enero del año 259, bajo el imperio de Valeriano y Galiano.
Durante el consulado de Emiliano y Basus, el domingo 16 de enero fueron detenidos Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio, diáconos.
Estando retirado Fructuoso en la habitación, entraron en casa los oficiales del pretorio, los beneficiarios
Aurelio, Festucio, Elius, Poencio, Donato y Máximo.
Fructuoso oyó pasos, se levanta y se dirige de repente todavía con sandalias.
Los soldados le dijeron : Ven, que el gobernador te reclama con tus diáconos.
Fructuoso les respondió : Vamos, permetidme, pero que me calze.
Los soldados le contestaron : Cálzate si quieres.
Cuando llegaron al lugar, de inmediato los encarcelaron.
Fructuoso, pero, seguro y joyoso de la corona del Señor a la que era destinado, rezaba sin desfallecer.
Los hermanos no lo dejaban mientras lo proveían de alimentos y le suplicaban que los llevaran en su pensamiento.
La Pasión de San Fructuoso 2003
A la mañana siguiente bautizó en la cárcel al hermano nuestro llamado Rogaciano.
Pasaron allí seis dias antes de entregarlos el viernes 21 de enero, y prestaran declaración.
El gobernador Emiliano dijo : Haz pasar a Fructuoso, haz pasar a Augurio, haz pasar a Eulogio.
Respondieron de oficio : Aquí están!
El gobernador Emiliano le habla a Fructuoso : Ya sabes qué han mandado los emperadores?
Fructuoso contesta : Ignoro qué han mandado, pues soy cristiano.
El gobernador Emiliano dijo : Mandaremos adorar a los dioses.
Fructuoso afirma : Yo adoro el único Dios, creador del cielo y la tierra y el mar, y de todas las cosas que hay.
Emiliano insiste : No sabes que hay dioses?
Fructuoso dijo : Lo ignoro.
Emiliano le advierte : Ya lo sabrás después.
Fructuoso guarda al Señor y comienza a rezar en silencio.
El gobernador Emiliano exclama : ĄDe estos sí que se hace caso, estos sí que son temidos, sí que son adorados, en vez de dar culto a los dioses y adorar las estátuas de los emperadores!
El gobernador Emiliano se dirije a Augurio : No hagas caso de las palabras de Fructuoso.
Augurio dijo : Yo adoro al Dios todopoderoso.
El gobernador habla a Eulogio : Adoras, tu a Fructuoso?
Eulogio distinguió : No adoro a Fructuoso, pero sí que adoro al mismo que adora Fructuoso!
El gobernador Emiliano se dirije a Fructuoso : Eres tu obispo?
Fructuoso dijo : Lo soy!
Emiliano sentencia : Lo fuiste!
I ordena quemarlos vivos.
La Pasión de San Fructuoso 2003
Y mientras Fructuoso y sus diáconos eran conducidos al anfiteatro, el pueblo comienza a lamentar al obispo Fructuoso por el gran amor que le tenían, y esto no sólo por parte de sus hermanos sino también por los propios gentiles.
Fructuoso se convertió en aquella imagen del obispo descrita por el Espíritu Santo en boca del
bienaventurado apóstol Pablo, elegido, doctor de las naciones.
Esto hizo que tambén los soldados, conscientes de la immensa glória que iba a conseguir, se
alegraran más que se entristecieran.
Y como algunos de entre los hermanos le propusieron que tomara una mezcla preparada, les replicó:
Aún no es hora -dijo- de dar por acabado el ayuno de la celebración.
Así pasaría entre las diez y las once de la mañana.
Y como el miércoles había completado la solemnidad de la estación, a pesar del encarcelamiento, también ahora, firme y contento, estaba ansioso por festejar allí, en el paraiso que Dios tiene preparado para los que lo quieren, con los mártires y profetas, la estación iniciada aquí el viernes.
Ya en el anfiteatro, se le acercó, diligente, su lector Augustal que, lloroso, le pide le deje descalzarlo.
El bieaventurado mártir, seguro y exultante por la certeza de la promesa del Señor, le correspondió de esta manera:
Déjalo, hijo, yo mismo me descalzo.
Un vez descalzo, se le acercó un soldado hermano nuestro, llamado Félix, y le apretó la mano derecha suplicando que se acordara de él.
Con voz entenedora para todo el munod que le rodeaba, le respondió:
He de llevar en el pensamiento la Iglésia católica, de oriente a occidente.
De pie a la puerta del anfiteatro, a punto de acceder a la corona inmarcesible más que al padecimiento, en presencia de los soldados beneficiarios del oficio antes mencionado, y puesto que ellos y nuestros hermanos lo podían sentir, Fructuoso, inspirado por el Espíritu Santo que habla por su boca, dijo:
Nunca más os faltará pastor ni os fallará la predilección y la renovada promesa del Señor, ni ahora ni en el futuro.
Esto que ahora veis, no es nada más que una debilidad pasajera.
Habiendo consolado a los hermanos, entraron a la Salvación, dignos y incluso felices en el martírio, como un fruto prometido en las santas Escrituras.
Se convirtieron parecidos a Ananies, Azarias y Misael, puesto que también en ellos resplandecía la Trinidad divina cuando, aún ergidos en medio del fuego terrenal, el Padre se les hacía presente, el Hijo los confortava y el Espíritu Santo los rodeaba con las llamas.
Consumidas por las llamas las cuerdas que tenían atadas las manos, Fructuoso, habituado a la alabanza divina, exultante, rodillas en tierra, seguro de la resurrección, rezaba a Dios con el mismo gesto victorioso del Señor crucificado.
Después tampoco faltaron las habituales maravillas del Señor:
Se abrió el cielo y Babilón y Migdoni, hermanos nuestros, del servicio del gobernador Emiliano,
manifestaron a su hija, su señora terrenal, como Fructuoso y sus diáconos, coronados, volaban hacia el cielo, mientras seguían todavía en las estacas donde fueron atados.
Pero Emiliano, invitado en la visión, no fue digno de contemplarlos mientras aquellos le decían:
Ven, y mira de qué manera los que hoy has condenado són restituidos en el cielo y en su esperanza.
Los hermanos, perdidos sin el pastor, se sienten angustiados no tanto porque lamentan lo de Fructuoso sino porque lo encuentran a faltar.
Todos, pero, conscientes de la propia fe y combate, ya de noche, se apresuraron a bajar al anfiteatro con vino para extinguir los cuerpos aún fumeantes.
Pasado esto, cada uno miraba conseguir, cuantas más mejor, parte de las cenizas allí
encontradas.
Tampoco ahora faltaban las maravillas del Señor y Salvador nuestro a fin de confirmar en la fe a los creyentes y dar un ejemplo a los más débiles.
Urgía, también, que aquello que el magisterio del mártir Fructuoso, por la misericordia de Dios, habían mostrado en vida como una promesa en el Señor y Salvador nuestro, también ahora lo confirma en la su postrera pasión y la fe en la resurrección de la carne.
Así, pues, después del su sacrificio, se apareció a los hermanos y los instó a que cada uno restituyera sin demora aquello que con amor se había llevado las cenizas.
Fructuoso y sus diáconos se aparecieron a Emiliano que los había condenado revestidos con las túnicas de la promesa, increpándolo y retreyéndole que de nada le había servido desnudar inútilmente los cuerpos y enterrar por siempre aquellos que, en definitiva, habría de reconocer triunfantes.
Oh mártires bienaventurados, probados al crisol al rojo vivo como el oro precioso, protegidos con la coraza de la fe y el yelmo de la salvación, ceñidos con diadema y corona inmarcesibles por haber pisoteado la cabeza del maligno!
Oh mártires bienaventurados, que merecen un lugar glorioso en el cielo a la derecha de Cristo, glorificando a Dios, Padre todopoderoso, y Jesucristo, Hijo suyo, y al Espíritu Santo!