Después de la nube negra
Cantautor por excelencia, Joaquín Sabina, anda
JUAN CRUZ
EL
PAIS SEMANAL - 18-09-2005
Joaquín Sabina está
pletórico. Mientras cuenta su euforia
suena en su casa de la calle de Relatores, en Madrid, su disco más reciente, el
que sale ahora a la venta. Aún es una copia provisional que circula como oro en
paño para evitar a los piratas. En la realidad, su voz suena entre la ironía y
la melancolía que convirtieron sus canciones en un autorretrato y también en un
retrato generacional; se burla de todo, se ríe, está feliz de sus hallazgos, de
ver a la gente, de convocarla, de tratar de hacer que sea alegre todo lo que
toca. Ha recuperado el buen humor adolescente con el que conquistó, desde
chico, amigos y amigas, con el que viajó en largas giras cuyas noches no
terminaban nunca.
Ese es otra vez Sabina, el
muchacho de Úbeda que se hizo de Madrid y de todas partes. Pero aquí, en este
disco, Alivio de
Él no lo nota, porque ya lo
ha contado, y porque además ya lo sufrió, lo contó y casi lo ha olvidado; pero
este disco es como la crónica de un hombre que estuvo a punto de ahogarse; de
hecho estuvo ahogado en este mismo piso, rodeado de recuerdos, de música y de
libros, pero encerrado como si le hubiera caído encima una tonelada de tristeza.
Esa depresión que siguió al accidente cerebral le duró dos años al menos, y le
afectó a todas las horas del día. Nosotros estuvimos con él una vez, en este
mismo sitio, mientras le duró esa batida de la tristeza, y notamos en directo
la naturaleza de ese zarpazo.
En aquella ocasión, para una
entrevista que publicó EPS, Sabina se sentó a la misma hora y ante esta misma
mesa redonda, en la penumbra contigua a su cocina, se puso un whisky de dos pisos y nos escrutó como si fuéramos
extraterrestres que estuviéramos invadiendo su estanque dorado, aunque el
estanque entonces fuera una ciénaga. Respondió las preguntas como si devolviera
zarpazos geniales que parecían navajas de silencio, y cuando nos fuimos parecía
evidente que su soledad volvía a respirar por los ojos. Ahora Sabina es otro.
Se sentó a nuestro lado, jugueteó con un whisky
igual, pero no paró de reírse, de inquirir por lo que sucedía en la calle y en
la gente que quiere; se aprestó a cenar hasta la madrugada con quienes le
convocaran “y fueran buenas personas”, y habló hasta por los codos de lo que le
preguntábamos y de lo que saliera al paso. Como si se hubiera recuperado para
lo que antes fue su manera de beber y de vivir la vida, Sabina es otro hombre,
y este disco, Alivio de
Nosotros le propusimos que
hablara de algunas de sus canciones recientes, la mayor parte de las cuales
están en el disco, y de algunas que no están en el disco pero que forman parte
ahora de su autobiografía de cantante que ha disimulado con el ritmo (mexicano,
argentino, cheli, español) la presencia de una vo
Pero empezamos a hablar por
el principio, usando para la charla, como pretexto, sus canciones. Y ésta con
la que comenzamos es una peculiar historia de amor.
‘Pájaros de Portugal’.
(Habla de la libertad y de la pobreza y de la mala combinación que se da entre
esos dos conceptos).
Las canciones no hay por qué
explicarlas, pero sí me gustaría contar ésta porque tiene una anécdota muy
concreta. No sé si recuerdas que hace ocho o diez años se escaparon de sus
casas de Tarragona dos chavales de 14 o 15 años. El país estuvo aterrorizado
esos días porque se creía que los habían matado, que los habían violado,
cualquier cosa. Y nada de eso había sucedido: querían ver el mar, y cuando
vieron que era peor que en la tele llamaron a sus padres acojonados.
Volvieron, vírgenes, supongo, acojonados… Sí, a veces
las canciones nacen de las noticias, pero hay que rumiarlas. Eso pasó hace ocho
años, y cuando leí la noticia pensé: Aquí hay una canción. Pero la canción
misma viene ocho años después, cuando ya se ha medio olvidado…
¿Y usted lee la prensa
con esos ojos, por si le trae canciones?
Yo leo la prensa porque me
interesa y porque soy periodicoadicto. Pero, sí,
muchas veces vienen ahí las canciones, sobre todo en las páginas de sucesos,
que es donde vienen las mejores historias. Porque igual que en poesía hay que
cogérsela con papel de fumar, en las canciones hay que cogérsela: con un punto
de cursilería, un punto de horterez y todo lo que se
pueda de demagogia…
¿Y eso es porque hay que
llegar al número más grande posible de personas?
Porque es un género para
cantar y para enamorarse y para llorar. No es un género para paladear
exquisitamente con la cabeza, porque va por las venas, por el corazón…, tiene
que ver con todos los momentos repugnantemente sentimentales de uno. Para eso
son las canciones.
¿Usted se imagina la
canción cantada al mismo tiempo que escrita?
Yo antes no sabía de eso,
pero ahora sí. En estos dos años que he estado retirado de los escenarios he
estado escribiendo sonetos, e inc
‘Pie de guerra’. (Sobre
los desastres, o las estupideces de la guerra).
Nace de una canción de Leonard Cohen que dura un minuto. La mía dura más de
cuatro. Me parecía que él no había desarrollado lo suficiente esa cosa
espantosa que está pasando ahora mismo y que se ve todos los días en la prensa,
ese guerracivilismo que se vive aquí, en Londres, en
Pakistán, un horror que aquí yo mezclo de un modo caótico. No sólo están en
guerra los países o las civilizaciones, sino el cuerpo y el alma, el hombre
contra sí mismo, el hombre contra la mujer, y viceversa, el pelo, las uñas. Una
guerra total…
¿Usted percibe que
estamos en un momento de desintegración?
Yo creo que los del
pensamiento único, primero, eran unos hijos de puta y,
¿Y esta canción en
concreto, cómo nació?
Decía Cohen: “Hay una guerra
entre negro y blanco / entre hombre y mujer”. Y eso ya te dispara para decir
todo lo que quieras decir… Él es mucho más contenido que yo.
Le pasa con escritores,
poetas y músicos, que usted quiere prolongar lo que escriben o cantan…
Sí, me pasa mucho, pero la
mayoría de las veces te das cuenta inmediatamente que estaban mejor como
estaban antes. En este disco, por ejemplo, hay una canción que se llama Mater España y que parte de una conversación que teníamos
en casa con Víctor Manuel acerca de un cantante italiano, De Gregorio.
“Fíjate”, decía Víctor, “este cabrón canta una canción que se llama Viva Italia
y no pasa nada… ¡Si aquí hiciéramos una que diga Viva
España, ¡la que se armaría!”. Y entonces me empeñé y le dije: ¡cómo que no! Así
que hice Mater España. Pero, claro, cada vez que le
echo un piropo
Pero es un canto de amor
a España, en toda su extensión…
A una España republicana, i
“Madrastra España / a la
hora de la siesta, / la puta que se enamora, / la fruta que se indigesta…”.
Pero ahí puta no es peyorativo. Recuerdo una cosa que me decía mi maestro Georges Brassens: que cada vez
que cantaba mierda asomaba una flor por detrás. En el disco hay una canción a
mi hija Rocío: le digo hija de puta. No creas que es tan fácil, pero ahí está,
una canción de amor…
‘Ay Rocío’. (Una canción
de amor. Dueto con Olga Román).
Soy tan mayor que las dos
únicas canciones de amor que he hecho en los últimos años son a mis hijas, una
es Ay Carmela, y otra es ésta, Ay Rocío.
Tan mayor, 56 años…
¿Cuándo usted compone qué edad tiene?
Cien años o ninguno. Es
decir, uno se sitúa en un terreno imposible, y la canción es un género
indefinido que alguien que no fui yo quiso explicar algo que me parece clave,
clarísimo: una canción es una buena letra, una buena música, una buena
interpretación, y algo más que nadie sabe lo que es y que es lo único que
importa…
En las canciones de las
que hemos hablado parece que usted se dedica a narrar la vida de otros, más que
la propia. En ‘Resumiendo’ ya se sitúa en primera persona. Ya habla de giras y
conciertos, imagina sus sensaciones al subirse ahí, frente a la gente…
Un poeta puede ser
hermético, o puede ser Valente o Mallarmé. Pero un
cantante no. Un cantante tiene que cantar su vida y cantar la de los demás; si
no, no hay manera de llorar, de follar con las canciones.
¿Cómo surge ‘Resumiendo’?
Es una canción de amistad
dedicada a personas de las cuales sólo dos están expresas. Pensé en José María
Cámara, que aunque es mi señorito es mi amigo; en
Fernando García Tola, en Panchito Varona, en Javier Krahe. Recuerdo la bajada a la cueva de La Mandrágora [un
local nocturno de los años ochenta]… La escribí pensando en ese tipo de
fraternidad no perdida pero sí añorada. Yo estoy a favor de la memoria pero
contra la nostalgia. Pero he de decir que el género de la canción de la
nostalgia es muy bienvenido…, lo que pudo ser y no fue.
¿Cómo ve ahora aquel
tiempo y aquella gente que cita?
Javier Krahe
está exactamente igual. Como ya era un viejecito hace veinte años, pues sigue
siendo un viejecito estupendo. Fernando Garcia Tola
está muerto, murió de un cáncer tremebundo. A Tola lo echo mucho de menos cada
vez que pongo la televisión, porque el tipo, en unos años infinitamente más
difíciles, y sin medios, inventaba un esquema nuevo y un programa nuevo cada
día. Disparatadamente o excesivamente, yo creo que harían falta unos cuantos
Tola, aunque ahora me alegro mucho de Buenafuente.
Blasfemé tanto en nuestra conversación anterior de Crónicas marcianas y de esas
cosas, que la gente pensó que yo pedía un programa de intelectuales. Y no, para
nada. Lo de Buenafuente es un humor inteligente y es
espectáculo.
En esa canción hemos
subrayado dos expresiones suyas, “Ca
Ah, la ca
¿Cómo va de dudas?
Bien, gracias. Crezco todos
los días. Me pongo en el
¿Qué desata más sus
dudas?
Hay varias cosas. Pero lo
que más me inquieta es esa polémica entre la alianza de civilizaciones y leña
al moro…, porque Oriana Fallaci
tiene razón y Zapatero también. Es verdad que se han hecho tan mal las cosas
que por algún lado tenían que salir. Pero, ¿cómo se arregla? No tengo ni puta
idea…
¿Y esa expresión, “ca
Se decía que la envidia era
el pecado nacional. Pero
¿Cómo se ha llegado a
eso?
Eso parecía que se había
curado: en la época de la Transición se le pusieron paños calientes, y los
cadáveres han vuelto a salir de los armarios…
En ‘Dicen que dicen’
usted se ríe de sí mismo y de lo que dicen de usted. Cuando a uno le toca la ca
Pues si te compras La Fiera
Literaria de este mes [de julio], hay una co
Y, además, mucho ha hecho
usted por Madrid…
Más hizo Agustín Lara, que
escribió un chotis maravilloso y nunca había estado en Madrid.
¿Qué significa para usted
esta ciudad?
Significa muchísimo. Antes
viví en Úbeda, y me sentía fuera de,
¿Y esa relación con los
Príncipes cómo ha surgido?
Pues, según creo, Letizia quería conocerme y me invitaron unos amigos suyos,
a los que yo llamo los desastrones, que son Simoneta Gómez Acebo y José Miguel Castrón, que es un gran
músico. Me invitaron tres o cuatro veces, y entonces llamó Simoneta
y me dijo que si no iba me mandaría la Guardia Civil, y ante esos argumentos me
rendí. Pero puse como condición que vinieran a mi
casa, a este piso de Tirso de M
¿Hablaron de eso?
Sí, estuvo mirando por ahí y
vio que había una bandera republicana. Está muy relajado, le ha venido muy bien
la Leti… Ella es estupenda.
Usted es muy atrevido en
el léxico. “E Mail parricida, mentiras ripiosas…”. Usted incorpora mucho de lo
que oye. No hay mucha gente que se atreva a tanto con el lenguaje cantado.
Como yo no tenía una gran
voz ni era un excelente guitarrista, a los veinte años decidí que lo que podía
aportar a la canción eran cientos de palabras, como los académicos que acaban
de llegar a la Academia y quieren llevar hasta allí sus vocablos. Un día, en un
hospital, oí una canción de Juan Luis Guerra, y dije: qué cabrón, cómo puede
decir catéter y bilirrubina en una canción…
‘Paisanaje’. (Un guiño a
la telebasura, al caso Lydia
Lozano y Albano. E introduce una palabra, albanokosovar…).
Me venía al pelo lo de albanokosovar para hablar de lo de Lydia
Lozano. La cosa de la telebasura. Lo peor de todo
esto es que unos indocumentados se erigen en tribunal de honor y de moral, y
llegan a alguien y lo insultan… Me parece mentira que esto esté siendo
escuchado por un país que no se cabrea. Y hay ahí un
chantaje que a mí sí que me cabrea: si dices algo en
contra es que no tienes sentido del humor, que eres un puritano… En fin, éstas
son las canciones que hago para ahorrarme el diván del psiquiatra. Como si me
mirara al espejo para insultarme.
¿Y qué le dice ahora el
espejo?
Me pillas
en un día bueno. Hace año y medio [cuando la entrevista anterior], estaba en
medio de una depresión. Pero hace cuatro meses me levanté una mañana y me
apetecía salir a tomar una pizza, me apetecía escribir una canción, visitar a
los amigos…, y ese estado de alegría me dura hasta hoy. Voy a hacer una gira,
he hecho un disco. No me preguntes cuál es la razón. Me ha durado dos años. Me
pasé semanas en que no salía ni al pasillo, venían amigos queridísimos a los
que me negaba a ver, si tenía una entrevista vomitaba por las mañanas y sudaba
frío, eso se cuenta en Nube negra. Estaba en un agujero sin sentido, pues
cuando tuve el ictus me recuperé perfectamente, sin secuela física alguna. Sin
embargo, a los tres o cuatro meses después entré en este agujero negro. Un
neurólogo me dijo que esto era normal, pero yo no encuentro normal estar dos
años en un agujero negro. Y ahora estoy con una euforia y un entusiasmo: me
gusta beber, besar, andar, cantar… Y, al mismo tiempo, sigue el miedo en el
cuerpo: ¿y si vuelve?
¿De eso nació este disco?
De esa actitud, sí, este
disco es la crónica de todo eso. Dos años. Y ahora lo oigo y me parece que es
de una desesperanza brutal. Pero es lo que había…
‘Nube negra’. (La crónica
de un tiempo maldito. Como la daga en la herida. “Cuando juego mi suerte al
verso que no escribo, / cuando sólo recibo noticias de la muerte… / Al otro
lado de los apagones, / al otro lado de la
Te voy a contar algo. Yo voy
los veranos a Rota, con los que yo llamo los poetas líricos: Felipe Benítez
Reyes, Luis García Montero… Y mis amigos estaban preocupados conmigo porque no
escribía. Y un día me vino Luis con esa letra, Nube negra… Yo le había hablado
de la nube negra, y al día siguiente se presentó para animarme a que me pusiera
a escribir. Y sacó un papel del bolsillo: “Mira, lo he escrito como si fuera
tú”. Le había cambiado las palabras, pero estaba contando exactamente lo que me
estaba pasando a mí en ese momento… Y a mí esa canción, ese gesto suyo,
contándome de manera tan amistosa su s
“Cuando despierto y voto
por el miedo de hoy, / cuando soy lo que soy en un espejo roto…”. ¿Qué emoción
le dio leerla?
Se te caen las bragas. Llega
un amigo, toca a la puerta, te dice: “Mira, como no escribes canciones, he
escrito una canción tuya”…
¿Están recogidas las
piezas de ese espejo roto?
Creo que sí. Llevo cuatro
meses resucitando. Tampoco me lo quiero creer demasiado no vaya a ser que haya
recaídas. La impresión que tengo es que me muero de ganas de subirme a los
escenarios y de ver a los amigos.
¿Hay algo que ya no va a
volver a hacer en los escenarios?
No daré saltos, no me
disfrazaré de más joven. Huiré de la demagogia escénica, es decir, del
mesianismo, “¡venga esas palmas!”.
Resumiendo, ¿de estas
canciones qué autorretrato sale?
Las canciones están cojas
mientras no las oye el otro. El retrato lo hará quien las oiga. Yo creo que son una crónica más o menos decente de lo que ha pasado
mientras he estado fuera de los escenarios. Hace cuatro meses que me ocurren
cosas más vivas, más cotidianas, menos literarias, más canciones… ¿Y qué
canciones son mis preferidas? Tengo el corazón dividido entre Ay Rocío y
Pájaros de Portugal…
‘Alivio de